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lunes, 25 de julio de 2011

Los beneficios de los bombardeos a Libia

Los beneficios de los bombardeos a LibiaAl Qaeda amenazó a Noruega años atrás por su intervención en Iraq y Afganistán

Doble atentado terrorista contra el Gobierno noruego
Se elevan a 10 los muertos en un tiroteo en un campamento en Noruega
El primer ministro confirma que el detenido en Utoya es noruego Libia y Afganistán son los dos escenarios bélicos en los que está implicada Noruega, país de impecable imagen humanista y pacifista, miembro no obstante de una alianza militar.

Como país integrante de la OTAN, Noruega ha sido uno de los más activos participantes en la campaña de bombardeos aéreos en apoyo de los rebeldes libios, teniendo en cuenta sobre todo la reducida dimensión de sus fuerzas armadas, un hecho que ha sido elogiado por el secretario de Defensa estadounidense, Robert Gates. En marzo, Oslo se comprometió por tres meses de operaciones con seis cazabombarderos F-16. Cumplido este plazo, retiró dos de ellos de la base de la Alianza en Creta, precisamente en un momento en que los socios europeos más activos de la campaña, Francia y Gran Bretaña, demandaban más esfuerzos, pero aceptó prolongar la actividad de los otros cuatro aviones hasta el uno de agosto.

El compromiso de Noruega tiene su contrapartida, ya que el conflicto libio ha beneficiado sus exportaciones de petróleo del mar del Norte gracias al alza del precio del crudo. Así, entre febrero –cuando estalló la guerra– y mayo, los ingresos se incrementaron en 2,7 millardos de euros, según las estimaciones del diario Aftenposten. Todo ello desde luego a costa del petróleo que los libios no han podido exportar.

Fue a la vista de estos datos que se generó una controversia en Oslo ante la perspectiva de que el hecho de ganar dinero con la guerra afectara a la reputación de un país que se caracteriza por su defensa de los derechos humanos, su generosa ayuda al desarrollo y su papel de mediador internacional. Pero incluso la voz crítica del secretario general de Amnistía Internacional en Noruega, John Peder Egenaes, tenía un importante matiz. A pesar del problema de imagen para el país, “sería un error –dijo– no comprometerse más por el hecho de ganar dinero por el precio del petróleo; deberíamos preguntarnos si no deberíamos hacer más” en Libia.

Las fuerzas políticas noruegas en general estuvieron en principio de acuerdo en la intervención en Libia, de todos modos. El debate vino después, y en particular por la opacidad informativa del Ministerio de Defensa sobre la cantidad de bombas arrojadas o los objetivos de los bombardeos: al parecer, el propio cuartel general de Gadafi, según fuentes estadounidenses citadas por la prensa de Oslo. La ministra de Defensa, Grete Faremo, ni confirmó ni desmintió este dato, y negó que asesinar a Moamar el Gadafi formara parte de la misión.

En estos debates, la posibilidad de que Noruega se convirtiera en objetivo terrorista a causa de la campaña libia no entró en la ecuación de manera significativa. Gadafi, en sus más recientes bravatas (la última, a principios de julio en un discurso dirigido por teleconferencia a una manifestación oficial en la ciudad de Sebha, que aún le es fiel) ha amenazado con llevar el terror a los países europeos agresores.

Mucho más concreta fue la amenaza de otro libio, el terrorista Abu Yahya al Libi, en el 2006 por la reproducción en un pequeño diario noruego de las caricaturas de Mahoma que había publicado antes otro periódico danés. Al Libi, a quien se ha considerado como un posible sucesor de Osama bin Laden al frente de Al Qaeda, fue miembro del Grupo Islámico Combatiente Libio, desmantelado años atrás por la familia Gadafi.

Al Qaeda, sin embargo, pareció olvidarse de Noruega, y ello a pesar de que también Ayman al Zawahiri, el número dos de Bin Laden, profirió amenazas en el 2003 por su participación en Iraq, y más tarde en Afganistán. Noruega se integró en la fuerza internacional en Afganistán, la ISAF, desde el principio, en el 2001. Su presencia, no obstante, es de las menos significativas: unos 500 efectivos con base en Mazar i Sharif y Meymaneh, zonas del norte del país consideradas tranquilas. Ello no es óbice, de todos modos, para que el país escandinavo no sea visto como miembro de la cruzada por el islamismo radical

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