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jueves, 27 de octubre de 2011

El Amor en el Islam

El Amor en el Islam
Etiquetas: amor, gnosis, irfan, tasauuf

Por Moucharaf Paraiso


Introducción

El hombre no puede conocer a Dios más que conociéndose a sí mismo, no puede conocer a Dios sin amarLo, y no puede amarLo sin conocerLo. Por lo demás, todo ello no es posible sino porque Dios ha dado al hombre la facultad de «conocerLo» y de «amarLo», pues Dios es la fuente de todo conocimiento y de todo amor.

Sí, Dios es Amor, y démosLe gracias por haberle permitido al hombre que tome parte en ello, con el fin de él también pueda divinizarse. Sin embargo, la posibilidad de un conocimiento que dé acceso a la divinización del hombre, se sitúa mucho mas allá de la fraseología común sobre el amor de Dios que transmiten en el entorno de los esoterismos modernos. Se verá en efecto que, la profundidad de la experiencia sufí del amor espiritual se sitúa mas allá de las fáciles declamaciones de la retórica escolar propagada por ciertas corrientes teológicas y espirituales recientes con vocación proselitista.

Los escritos de los autores musulmanes tienen una riqueza de miles de páginas entregadas en forma de tratados, poemas, canciones y relatos místicos sobre el amor. Encontramos particularmente allí enseñanzas y confidencias sobre lo que realmente es el Amor de Dios por su Servidor, esta cualidad divina inseparable de Su Total Misericordia. Encontramos allí también instrucciones precisas sobre el camino del amor que emprende el iniciado en su búsqueda de Dios y en su viaje hacia Dios, denominada como la vía del corazón o del amor espiritual: este afecto que hace llorar de felicidad al humilde creyente, tal como hace brotar del corazón del místico Sufí, sus más puros poemas y cantos de amor cuando, al realizar la experiencia de la unión entre él y su Señor, el éxtasis lo lleva a los cielos mas allá de toda dualidad. Todos esos escritos extraen de la fuente del Corán sus enseñanzas y doctrinas del amor.

Es un hecho incontestable que tanto el mensaje muhammadiano, es decir, el Corán, Verbo de Dios y libro fundador del Islam, así como los Hadices del Profeta, hablan profusamente del Amor. Y sin embargo, ¿cuántas veces hemos escuchado decir que el Islam no es una religión de amor? Algunos incluso afirman que no se encuentran en el Corán el menor rastro de la palabra amor. Aquellos que conceden de manera discreta que el Corán habla a veces del amor, minimizando sin embargo su importancia, precisando que no se trata verdaderamente del amor, sino solamente de misericordia, una suerte de «contrato» entre Dios y el musulmán a cambio de la sumisión de este último a su dios. ¿Ignorancia o mala fe? Poco importa nos dice Ibn Arabi, nos basta con dar testimonio de que el amor es nuestra religión, así como es la religión de todas las religiones queridas por Dios:

Hubo un tiempo en que yo rechazaba a mi prójimo
Si su religión no era como la mía
Pero Ahora mi corazón se ha convertido en el receptáculo de todas las formas
Es pradera para las gacelas
Y claustro para los monjes
Templo para los ídolos
Y Kaaba para los peregrinos
Tablas de la Torah y le libro del Corán
Yo profeso la religión del Amor cualquiera sea
La dirección que tome su cabalgadura
Esa dirección es mi credo y mi fe. [1].
Muhyiddin Ibn ‘Arabi (Santo Sufí del siglo XIII, nacido en Andalucía)

Después de una breve perspectiva de las diferentes nociones del amor mencionadas en el Corán, intentaremos profundizar sucesivamente los conceptos islámicos del Amor de Dios por el Hombre (o Amor divino) y del amor del Hombre por Dios (o amor espiritual). Haremos hincapié tanto en la perspectiva sufí del amor espiritual como sobre los misterios insondables del Amor divino.

Todas las formas de amor se encuentran en el Mensaje muhammadiano

Un sobrevuelo rápido del Santo Corán y de los Hadices (las palabras, sermones y enseñanzas personales del Profeta, así como las Palabras divinas comunicadas al Profeta fuera de la Revelación coránica) muestran que todas las formas del amor están presentes en el Islam: hay en el Corán más de una treintena de ocurrencias de raíces verbales que expresan la idea de amor en todas sus acepciones semánticas [2]. Resumiendo, se puede constatar que la tradición islámica, a través del Corán y los Hadices del Profeta, mencionan especialmente las siguientes siete categorías del amor:

El amor material de los bienes de este mundo y sus delicias: este amor es uno de los mayores obstáculos para la fe. En efecto, tal como lo señala el Corán (Sura 3, Versículo 14), el amor que los Hombres experimentan por el objeto de sus deseos les ciega la mayoría de las veces. Es por eso que puede ser para el creyente una fuente de extravío. El Corán da como ejemplo la historia de Salomón que, en un momento en que estaba prendado de la belleza de sus yeguas de raza olvidó su pasión por Dios, antes de arrepentirse de ello: “He amado más los bienes de este mundo que el amor que experimento al recordar a mi Señor” (Corán XXXVIII, 32) [3]. Sin embargo, los bienes de este mundo pueden ser también un medio poderoso de servir a Dios sabiendo que: “No alcanzaréis la piedad auténtica mientras no llevéis a cabo actos de largueza respecto de lo que estimáis.” (Corán III, 92)

El amor fraternal entre los creyentes: El Profeta declara según un dicho (hadith) que: “Ninguno de vosotros es un creyente en tanto que no améis para vuestro hermano lo que amáis para vosotros mismos”. Además, advirtió solemnemente a los creyentes en estos términos: “¡Por Aquél que tiene mi alma en Su Mano! No entraréis al Paraíso sino cuando seáis creyentes, y no seréis creyentes más que cuando os améis”.

De hecho, el amor fraternal constituye lo esencial de la religión, tal como lo relata el Hadith del Beduino que hostigaba al Profeta con sus preguntas sobre el día del Juicio: sorprendido por la respuesta del Profeta según la cual los creyentes se reencontrarán ese día con aquellos que aman, Abu Bakr le preguntó si el amor alcanzará como único viático para estar al lado del profeta en el día del Juicio. La respuesta fue: “Si. El amor es lo más importante”

El amor universal entre todos los seres humanos cualquiera sea su religión o su raza.
El islam enseña que este amor es el corolario de la verdadera fe en Dios, así como lo atestigua el Corán (II, 177): “La piedad no consiste en rezar hacia el levante o el poniente. No, la piedad es dar de vuestros bienes por amor a Dios, a los familiares, a los chicos, a los huérfanos, a los próximos, a los viajeros en dificultad, a los mendigos y para la liberación de los esclavos”.

Sin embargo, para el islam, el Hombre permanece totalmente libre de asumir su fe y su deber de amor (Corán V, 105): “Vosotros sois responsables de vosotros mismos...”, “Que crea quien quiera, y quien no quiera que no crea...” (Corán XVIII, 29). La exhortación divina a creer y a amar a su prójimo no es entonces más que un simple “llamado” para los seres “dotados de inteligencia”, en particular los creyentes que se quieren coherentes y lógicos con su fe en un Dios único y universal.

El Corán (LXVI, 8) hace su elogio en los siguientes términos: “Por amor a Él, ellos alimentan a los indigentes, a los huérfanos y a los prisioneros”. Aquí no se trata de la caridad habitual que pertenece a la obligación religiosa que incumbe a todo musulmán, sino más bien del amor al prójimo que se manifiesta por la solidaridad humana, verdadero acto de fe y de amor a Dios. Es en referencia a ese versículo del Corán que Ali, el Cuarto Califa, primo y yerno del Profeta, da la siguiente exégesis. “Los hombres son todos hermanos, hermanos en la religión o hermanos en la humanidad”.

Esta enseñanza está expresada de manera más explícita por la Palabras divinas (hadith qudsi) referidas por el Profeta (hadith) en estos términos: “...Dos hombres que se aman en Dios, que se reúnen y se separan así, forman una categoría especial de hombres entre las siete clases de gente que Dios protegerá con Su Sombra, el día de la Resurrección, cuando allí no haya otra sombra que la Suya”.

En otro hadith el Profeta declara que “Aquellos que se aman en Dios estarán a la sombra del Trono (de Dios) el día que no haya otra sombra que la Suya. Serán envidiados por los Profetas y los Mártires”. Eso significa que el amor entre dos personas, sean o no creyentes, se basta a sí mismo como un medio de redención fuera de todo tipo de acto de piedad, de sumisión, o de obediencia a los restantes mandamientos divinos. Esas palabras que ubican al amor activo y sincero entre dos creyentes por encima de todo acto de devoción, son propiamente extraordinarias. Abren la puerta a una perspectiva laica y agnóstica de salvación del Hombre.

El amor conyugal: El versículo 21 de la Sura 30, recuerda que Dios ha querido que el amor presida a la armonía de la pareja: “Entre los signos de Dios, está el de haber sacado de vosotros mismos vuestra mitad para que permanezcáis en armonía cerca de ella. Él ha querido entre vosotros, amor y misericordia”. Este versículo exime de todo comentario.

El amor maternal y su recíproco el amor filial. Su origen son los sentimientos naturales de ternura y protección, así como el impulso de posesión y afección nutricia que son totalmente inseparables de la idea de matriz maternal (en árabe: rahâm, palabra de la cual deriva el primer nombre de Dios: ar-Rahmân: el Todo Misericordioso). En árabe, la palabra ar-Rahmân deriva de una raíz verbal que evoca a la vez la matriz maternal, el amor maternal y la ternura de la compasión [4].
Es la aptitud natural del alma para amar y sacrificarse por su “carne”, o amarla “por sí misma”. María, madre de Jesús, representa en el Corán el amor maternal que engendra a un ser excepcional que es reconocido a su vez como el símbolo viviente del amor universal. En lo que concierne al amor filial, Dios exhorta en el Corán a los hijos a amar a sus padres y a mostrarse tierno y dulce hacia aquellos que le han dado la vida y los han educado.

El amor espiritual del Hombre por Dios. Es el amor que brota del Corazón del iniciado despertándose a sí mismo. Este amor se acrecienta con la fe, tal como lo afirma el Corán II, 165: “Aquellos que creen son los más ardientes en el amor de Dios”. El amor espiritual es la estación mística más elevada a la cual pueden aspirar los iniciados sufis. Es una gracia divina concedida al creyente que consagra a Dios un culto puro: Corán III, 31 “Dí: Si amáis verdaderamente a Dios seguidme, entonces Dios os amará y os perdonará vuestros pecados. Dios es el que perdona y es Todo Misericordia”.

Dios quiere que en todo tiempo haya sobre la tierra un grupo de creyentes que Lo amen. Un hadith asegura que, en tanto que haya sobre la tierra creyentes que amen a Dios, la tierra no desaparecerá, pero a falta de ello y conforme a Su Palabra en la Sura V, versículo 54: “Dios traerá a un pueblo que Él amará y que Lo amará”. He aquí un tema de meditación posible sobre la causa de la desaparición de las civilizaciones pasadas.

El amor divino o el Amor Absoluto de Dios por el Hombre. Es el amor eterno y absoluto de Dios por Sus criaturas. Es la fuente y el origen de todas las otras formas de amor. Es el Amor Universal que Dios da a todo Hombre. El amor divino es a la vez trascendente e inmanente como todas las cualidades divinas.
En su aspecto trascendente, es el Amor absoluto, universal, eterno e incondicional. Se esparce perpetuamente sobre el Hombre cualesquiera que sean sus pecados, porque es como la crema en la leche de la Misericordia. Dado que ésta es la primera cualidad divina la que, según el Corán, “engloba a todas las cosas”, justificando de esta manera la Salvación o la Redención absoluta y sin condición para todo Hombre cualesquiera sean sus faltas. Sobre el plano de la trascendencia, Amor absoluto y la Toda-Misericordia absoluta constituyen una sola y única cualidad divina, sin embargo la Misericordia precede totalmente al amor, tal como se puede decir para la comprensión humana, que la gallina es anterior al huevo o que el huevo precede a la gallina. En el plano de la trascendencia, no se puede aislar una cualidad divina de la otra sin atentar contra la unicidad de la Esencia.

En efecto, es por su Total-Misericordia que Dios conserva su Amor Absoluto por el Hombre a pesar de sus felonías y sus crímenes, y esto es a causa de Su Amor Absoluto que su Total-Misericordia envuelve a todas las cosas. Es porque Dios habita en el Corazón del Hombre que el Hombre es capaz de amor, y es por Amor que Dios ha creado al Hombre, pero es por su Total-Misericordia que Dios da al Hombre todo aquello que le pide, y le otorga perpetuamente toda suerte de beneficios, sin condición y de manera universal.

En su aspecto inmanente, el Amor divino es relativo, es decir, es temporal y específico para cada hombre tomado individualmente. Este Amor inmanente de Dios se da o se rechaza según las cualidades del corazón de cada individuo, creyente o no creyente, así como castiga el Mal y recompensa el Bien. En virtud de Su función de Juez, Dios aprueba o desaprueba las acciones y los comportamientos de los hombres en los Dos Mundos, lo que prefigura su función de Rey y Juez de los Hombres en el día del Juicio Final. Así en el Corán Dios declara repetidamente que, aunque Su amor (en su aspecto inmanente) esté destinado en principio a todos los hombres, este amor está particularmente reservado a aquellos que aman a sus hermanos y a los que se arrepienten: Corán XI, 90: “E implorad ek perdón a vuestro Señor y arrepentíos en Él. Mi Señor es verdaderamente misericordioso y lleno de amor”. Del mismo modo, Él a ama a los que hacen el bien (Corán II, 195), a los justos (Corán III, 148), a los pacientes, a los humildes, a aquellos que dan de sus bienes, a aquellos que tienen confianza en Él (Corán III, 159). El Corán afirma sin equívoco que: “A aquellos que creen y hacen buenas obras, el Todo-Misericordioso les otorgará Su Amor” (Corán XIX, 96)

Por el contrario, Dios no ama a los corruptores, a los injustos, a los arrogantes, a los sembradores de desorden, a los transgresores. Mientras que al ser el Misericordioso, el Clemente, el Perdonador, el Suave, el Generoso, el Benefactor, el Consolador, Dios no ignora las debilidades del Hombre y su inclinación al Mal. Por eso Él afirma que el Corán es también la expresión de Su amenaza y Su cólera. Por esta razón en el Corán, Dios advierte al Hombre que Él es también el Juez, el Árbitro, el Vengador, el Castigador, y que en consecuencia de ello priva de amor a aquellos cuyas fechorías denuncia. Es la alegoría del Padre que permite comprender esa paradoja del Corán, como un padre que, por amor a sus hijos, los regaña y los amenaza con castigos por sus tonterías para protegerlos contra los graves peligros, sabiendo que no son sino niños a quienes terminará por perdonar.

El Amor inmanente de Dios no se activa más que si la intención y la acción del Hombre no están dirigidas hacia el Bien, es decir, hacia lo que Dios ama y quiere que el hombre haga. Puesto que el fin de la sumisión libre y conciente (islam) a Dios, es poder disfrutar de la plenitud de Su amor en los Dos Mundos. Sin embargo, incluso esta privación de amor y la amenaza del castigo son esencialmente provisorias y relativas: no conciernen por un tiempo limitado más que a los réprobos que se obstinan a rechazar por orgullo el perdón de Dios. Empero, cesarán con el retorno final de todas las almas al Señor del Universo, pues así como lo afirma el Corán: Es a Dios a quien pertenecemos y es a Él hacia quien todos los hombres volverán.

Recordemos que incluso aquellos que están voluntariamente cerrados al amor de Dios y todos los réprobos tendrán también toda su parte de el Amor de Dios, ya sea sobre la tierra porque se habrán arrepentidos, o sea después de la absolución absoluta que fluye de Su Misericordia universal después del juicio. En conformidad con el hadith del Profeta citado anteriormente, el ateo y el incrédulo que aman a sus prójimos con un sincero amor fraternal estarán más cercanos a Dios que el creyente transgresor y el criminal, porque se habrán amado activamente en Dios. Serán del número de aquellos que “estarán a la sombra del Trono (de Dios)...” por haber amado a sus hermanos. En cuanto a los otros, creyentes o ateos, cualquiera sea la enormidad de sus crímenes, la puerta del amor de Dios queda en todo momento abierta en virtud del pedido de perdón, tal como Dios lo proclama solemnemente en el siguiente hadith qudsi: “Oh mis servidores, vosotros pecáis tanto de noche como de día y Yo perdono todos los pecados, pedidMe pues que os perdone y os perdonaré”.

Por lo tanto no hay pecado que Dios no perdone por Misericordia y por Amor: basta que el Hombre se tome el trabajo de pedir directamente y sin intermediario a Dios que lo perdone.
Dios es el único Garante de lo que Él ha prometido, nos alcanza con pedirle sinceramente su perdón con un espíritu de arrepentimiento, para ser amados, absueltos y salvados. Esta es la Buena Nueva de la que habla el Corán, la de un Dios Amante (al Waddud) y Todo Misericordioso (ar-Rahman). A través del ejemplo de la redención universal se ve bien que la noción del amor de Dios por el Hombre es muy compleja y está muy lejos de las utopías fáciles con las que se relamen los paladines de los movimientos neo espirituales.

Comprender la significación del Amor Divino y de la Misericordia del Absoluto

Hay más que una simple analogía entre las palabras amor y misericordia. En su sentido coránico, el Nombre ar-Rahman, que se lo traduce aproximadamente por el Todo Misericordioso, deriva etimológicamente de la noción de matriz maternal con todas sus acepciones de afectividad, impulso de ternura maternal, de compasión, de protección, de benevolencia, de clemencia y de solicitud. Muchos matices están contenidos en el sentido de este atributo divino. En la concepción espiritual que nos hacemos de las nociones de amor divino y de la toda misericordia divina, jamás está una sin la otra. La misericordia se acompaña siempre de amor y recíprocamente. En efecto, en el Corán el Amor de Dios esta casi siempre mencionado al lado del Nombre del Todo Misericordioso y se entiende en el sentido de ser una disposición propia de la Toda Misericordia: “Mi Señor es verdaderamente Misericordioso y Pleno de Amor” (Corán XI, 90). Ver también Corán III, 31; Corán XIX, 91. El orden de los vocablos en la Palabra de Dios no es indiferente, dicen los Sufis.

Para el Islam, el Amor divino no es como el amor espiritual del cual el corazón humano es capaz, exactamente como la Toda Misericordia divina, no es la misericordia de la que el hombre es capaz. Esta última es denominada en el Corán por otra palabra, que también es un atributo divino: ar-Rahim, la misericordia a secas. Si el Hombre pudiese ser capaz de la Toda Misericordia divina no sacrificaría la vida de otras criaturas para alimentarse, sería como Dios, al-Qayyum, el que subsiste por Sí Mismo. Si el Hombre puede comprender la idea de Amor divino puesto que él mismo es capaz de amor, la noción de Misericordia Absoluta, sin embargo, se le escapa ya que está más allá de la posibilidad ontológica del ser humano: el Hombre mas perfecto y mas capaz de amor a Dios no puede subsistir sin extraer sus fuerzas vitales de las plantas, vegetales y animales, ya que tiene necesidad de la tierra para que lo lleve la energía del sol para calentarse y del agua para saciar su sed. El Corán recuerda que Jesús y su madre María “ambos consumían alimentos” (Corán V, 75), para significar que a pesar de que ellos fueron receptáculos excepcionales del Espíritu divino no estaban menos atados a la condición humana. Esto es una prueba de que, a diferencia de la misericordia absoluta y el amor divino, hay necesariamente un límite a la misericordia y al amor que el ser humano puede demostrar.

Si Dios ha querido hacerse conocer en el Corán, antes que nada, como el Todo Misericordioso, es probablemente para que el hombre conserve la esperanza de salvación y redención total e incondicional. En efecto, es por la Puerta de la Misericordia que ha sido dado a los musulmanes comprender la significación del Amor divino, porque es por esta Puerta que Dios concede Su absolución sin condición. Dios no ignoraba antes de la creación que el hombre sería un gran pecador que suscitaría Su Cólera, (también los Ángeles lo sabían: Corán, Sura II, versículo 30). Sin embargo, en razón de Su Amor absoluto sabía que ningún pecado del hombre jamás será más grande que Su Misericordia, como lo dice tanto en el Corán como en un Hadith “qudsi”. Para el Islam, es este Amor absoluto y trascendente de Dios, tanto como el Deseo de Dios de ser conocido por las Criaturas lo que constituye el origen de la creación del mundo. En efecto, según el célebre Hadith del Profeta, la razón y el fin de la creación del mundo es que: (es Dios que le habla al Profeta fuera del Libro de la Revelación): “Yo era un tesoro oculto, no era conocido. Entonces quise ser conocido. Creé entonces a las criaturas y Me hice conocer a ellas de manera tal que Me conocieron”.

La sura 55 del Corán tiene por título: el Todo Misericordioso. Desde los primeros versículos, Dios declara que la creación del Hombre y la revelación del Corán son la obra de su Toda Misericordia. De tal modo que, todos los beneficios de Dios, desde la creación de los cielos, pasando por los ríos, los mares, la lluvia, los árboles, los frutos, hasta la facultad de hablar, en definitiva la naturaleza entera, son dones de Dios al hombre, ofrendas hechas en razón de su Toda Misericordia. En la más pura ortodoxia coránica, se puede afirmar que es por amor que Dios otorga su absolución al pecador y es por misericordia que el concede Sus beneficios al Hombre. Del mismo modo se puede invertir esta proposición sin riesgo a equivocarse y decir, que es por misericordia que otorga la redención al pecador, y es por amor que le concede Sus favores, Su gracia y Sus dones. Dios dice en el Corán que es por misericordia que envió a Jesús sobre la tierra, y es por la misma misericordia que Muhammad ha sido enviado a los mundos. Es por amor que Dios ha creado al Hombre, y es por misericordia que Dios a enseñado al Hombre lo que no sabía.

En el plano de la trascendencia, no parece muy difícil imaginarse que el amor y la misericordia se reflejan el uno en la otra como dos espejos. Sin embargo, sin la dimensión envolvente de la misericordia absoluta que precede y engloba a todas las cosas, el amor absoluto no podría concebirse como un atributo de la Esencia. La interacción de esas dos cualidades divinas, como un conjunto de muñecas rusas, nos hace comprender que si el Hombre puede aprehender por su imaginación ciertos atributos divinos, su perfecta comprensión y conceptualización está más allá de todo lo que el hombre puede imaginar como lo afirma el Corán.

El Ser Supremo, que es necesariamente Absoluto y Trascendente está, como lo afirma el Corán, mucho más allá de lo que el hombre puede imaginar. Su trascendencia es incognoscible. Pero Dios ha permitido al Hombre poder comprender, como corolario del principio de Su Unicidad, que la Esencia es necesariamente indivisible, única y uniforme, de manera que todos Sus Nombres de la Esencia son un mismo nombre y que expresan la misma Naturaleza inefable de la Esencia divina. Según los Sufis, el Amor divino es increado, es decir, que forma parte de los Atributos de la Esencia y es entonces consubstancial a Dios, es decir que expresa una cualidad inherente a la naturaleza misma de Dios: Dios no puede ser sino Amor, Dios no puede ser sino Misericordia, Dios no puede ser sino Paz. Estos Nombres forman parte de los 99 Más Bellos Nombres de Dios, una de cuyas subcategorías se denomina Nombres de la Esencia. El primero de estos Nombres de la Esencia es El Todo Misericordioso que, como la Esencia divina misma, precede el acto de creación de los seres, exactamente como el medio (Toda Misericordia) precede al fin (Amor: Dios crea para ser conocido y amado por el Hombre). Es entonces totalmente absurdo querer dividir la trascendencia divina oponiendo un Dios de Amor en una religión dada a un Dios de Misericordia en otra, o de pretender limitar Su trascendencia al sólo atributo del amor.

La principal enseñanza de la Sura 55 es que el homónimo de las palabras Amor Absoluto y Misericordia Absoluta proviene de Su Esencia. Para ayudar al iniciado a comprender mejor esta homonimia, algunos Maestros Sufis enseñan que el Amor es a la Misericordia lo que el jugo de naranja es a la naranja. Es en el plano de la inmanencia que se hace la más amplia distinción entre el amor y la misericordia, mientras que los homónimos permanecen perfectos sobre el plano de la esencia del mismo modo que la naranja y su jugo derivan de la semilla. Misericordia y amor tienen entonces una relación binaria, la una justifica al otro sin que se confundan totalmente, la una engloba al otro. Por esta razón ambos tienen el mismo efecto: constituyen la garantía de la salvación universal de la humanidad.


El simbolismo del amor espiritual en los escritos sufis

El encaminamiento espiritual del iniciado Sufi se denomina viaje del corazón. El corazón es el símbolo del amor espiritual. En todo momento, los Maestros Sufis enseñan que el encaminamiento del iniciado hacia Dios y en Dios, es esencialmente una experiencia del amor. Tal como lo escribe el Sufi Dhul-Nun, es el encaminamiento por la Gran Ruta, “pero si tú eliges la Pequeña Ruta conténtate en abandonar el pecado y la concupiscencia”. Para poder transitar la Gran Ruta el deseo de Dios debe acompañar al adepto a lo largo de todo su viaje. Es Dios mismo quien pone ese deseo y Su amor en el corazón del creyente, al igual que le concede la gracia y la fe de poder vincularse a la Vía sufi. “Él la concede a quien Él quiere” (Corán V, 54)

En tanto que experiencia puramente espiritual e inefable el amor espiritual no puede ser fácilmente explicado al neófito. Es por eso que el ejemplo del amor erótico es a menudo utilizado por los Maestros sufíes como una alegoría del amor espiritual, para enseñar al Sufí principiante el encaminamiento hacia la unión con el Bienamado. Dios es el Bienamado y Su Belleza simboliza la gloria del Bienamado, los abrazos son los arrebatos de éxtasis del amor divino, el perfume es la presencia del Bienamado, el Rostro del Bienamado es la manifestación de Dios a través de Sus Nombres y Atributos. A veces, el Amante y el Bienamado son designados por los nombres de Zulaikha y José (hijo de Jacob, de legendaria belleza, al cual está consagrada la Sura 12), o de Leyla y Madjnun, el loco de amor errante en el fin de percibir el Rostro de su Bienamada.

El simbolismo de la mujer “bella como la luna” es a veces utilizado para describir la búsqueda del alma sedienta de la Luz divina. La búsqueda amorosa de la hermosa Sassi entre los Sufíes del subcontinente indio culmina con la experiencia de la fusión con el Bienamado. El poder evocador de estos símbolos es una ayuda para aquel que medita o para el caminante que intuye cuán arduo y lleno de pruebas será su encaminamiento a través de los estados místicos del amor espiritual. Pero, estos símbolos permiten especialmente al iniciado darse cuenta de que el amor espiritual permanecerá siempre como una experiencia indescriptible. Sin embargo, puesto que su Maestro sabrá comprender sus estados espirituales, el adepto se contentará con trabajar para iluminar su corazón, sabiendo que “el Amante habla del Amor en la medida de la Luz que le ha sido acordada”. (Shabestarî: La Roseraie du Mystère).

No es sino una vez que el caminante comience a vivir estados de conciencia más elevados pero extraños al común de los mortales, que ciertos símbolos más adaptados que los emanados del amor erótico, le ayudarán a experimentar inefables estados extáticos. Ello es así por ejemplo en el simbolismo de la mariposa atraída por la Luz de la Lámpara, o la metáfora del Vino Preexistente antes de la creación de la viña, cuya ebriedad (éxtasis espiritual) es buscada como signo de la comunión con Dios (Vino). La conciencia de que el Amor divino ha terminado por llenar el corazón del iniciado se expresa mejor por la alegoría de la gota de agua que se hunde en el océano (Unidad Divina) para que el mar entero sea contenido en la gota. En el momento en que se manifiesta la inefable conciencia de la aniquilación en Dios, comienza para aquel que realizó por fin la Estación del Amor, un nuevo viaje en Dios, después de su viaje hacia Dios, pero esta vez, es un viaje sin fin en el océano sin orillas de la infinitud de Dios.

Sin embargo, al igual que su despertar al amor espiritual, el camino del iniciado hacia el Bienamado, no es posible más que por el permiso de Dios y Su gracia que Él otorga a quien Él quiere. En un momento inesperado, la gracia de Dios tomará al hombre aún el más inconciente y no lo dejará más, puesto que todo lo que llega es iniciado y comenzado por Dios. Basta que haya una voluntad fuerte y un deseo sincero de Dios para que el caminante encuentre la fuerza de franquear sin temor los primeros pasos hacia Aquel que es Todo Amor y toda Misericordia. Es entonces que Dios, por el poder de Su Amor, irá Él mismo a grandes pasos a su reencuentro, en conformidad con un famoso Hadith “qudsi” según el cual Dios le dice al Profeta: “Si el Hombre se aproxima a Mí un palmo Yo me aproximaré a él un codo. Si él se aproxima a Mí un codo Yo me aproximaré a él un brazo. Si él viene a Mí caminando Yo voy hacia él al galope”. Esta magnífica promesa de Dios a aquel que quiere caminar hacia Él, es de hecho una conmovedora declaración de amor y un estímulo a los Hombres para aproximarse a Él, según la capacidad de cada uno.

La aproximación o la marcha hacia Dios se hace por medio de obras de piedad según la práctica sufí. Bajo esta forma, el encaminamiento no sólo es una búsqueda del amor de Dios, sino más bien nada menos que un proceso de santificación o de divinización del iniciado, proceso que Dios mismo cumple de conformidad con Sus Palabras en el siguiente Hadith “qudsi”: “Mi servidor no podría aproximarse a Mí por nada que no sea más agradable que el cumplimiento de lo que prescribí. Mi servidor no dejará de aproximarse a Mi más que por obras supererogatorias hasta que Yo lo amo. Y cuando lo amo, Yo soy su oído por el cual escucha, su mirada por la cual ve, su mano por la cual agarra, y su pie con el que camina; si Me pide una cosa, Yo se la concederé, y si busca cerca de Mi asilo, ciertamente, se lo ofreceré...”


El método Sufí de realización por la vía del Amor espiritual

Para el Sufismo, el amor espiritual emana de la huella del Amor divino sellada en el Alma humana por el Soplo de Su Espíritu proyectado en el Hombre. Este Amor se despierta y se revela de la manera más sublime, por medio de la oración de pedido (pedir a Dios el amor, la luz y la gnosis). Se trata de una oración repetitiva que puede tomar la forma de una simple oración, de la meditación o del Dhikr. Para el humilde creyente, el musulmán cuya fe es suficientemente fuerte para hacerlo amar a su prójimo, existe un método simple y rápido enseñado por el Profeta Muhammad (según un hadith relatado por Al-Thirmidi), y que consiste en pedir muy sinceramente a Dios, en estado de presencia espiritual, por la siguiente breve oración, que despierte en sí mismo el amor espiritual: “Oh Dios mío, te pido Tu amor, el amor de aquellos que te aman, y el amor de todos los actos que se aproximan a Tu amor.”

El iniciado sufí no despreciará esta magnífica plegaria a Dios, ni otras oraciones e invocaciones, y menos aún, las sesiones de meditación y otras obras supererogatorias de aproximación a Dios prescriptas por su Maestro. Cualquiera sea el método seguido por aquél que quiere amar a Dios debe tan a menudo como le sea posible, acordarse del Bienamado, puesto que es el recuerdo que reestablece el vínculo espiritual con Él y reanima el amor en su corazón. La Vía del corazón que emprende el iniciado Sufí es una vía de realización muy exigente en la cual el enamorado prueba su sinceridad y su cariño al Bienamado aplicando para ello la orden divina muchas veces repetida bajo diferentes formas en el Corán: “Acordáos de Mi y Yo me acordaré de vosotros” (Sura II versículo 152). Esta orden es el fundamento del famoso método del Dhikr, que hace caminar al adepto por “el Camino Ancho” y le permite vivir los procesos de aproximación y divinización descriptos en los dos Hadices “qudsi” precedentes.

Cuando Dios ama a Su criatura, Él se vuelve su oído, su vista, su mano, por el contrario cuando el servidor ama a su Señor, él se reviste con Sus Cualidades y con Su más bellos Nombres. La perfección y la prueba del amor espiritual es entonces que el servidor se vuelva Él y que Él se vuelva él. El Dhikr o el recuerdo perpetuo de Dios a través de Sus Más Bellos Nombres y Cualidades, es un precioso e indispensable vehículo para aquel que quiere tomar la Vía del amor. En efecto, es el Fuego o la energía del recuerdo continuo del Bienamado que despierta al Amor espiritual oculto en cada uno de nosotros. Es el más potente activador de los estados superiores de conciencia que puede utilizar el iniciado para llegar progresivamente a la transmutación alquímica de su corazón en un Corazón que contiene a Dios en Su Totalidad, y así transfigurar su ser en espejo perfecto del Ser divino.

La mayor parte de los 99 Nombres de Dios están declinados en el modo activo, es decir en tanto atributos dinámicos y activos de Dios. Así por ejemplo el Nombre es: El Todo-Misericordioso (Ar-Rahman) y no La Toda-Misericordia; asimismo el Nombre es: El Amante, o Aquel que Ama (Al-Wadud) más bien que El Amor en modo pasivo e indefinido. Ese potencial dinámico permite en el Dhikr de concentrarse directamente sobre el Ser divino, Sus cualidades y atributos (por ejemplo: El Amante), y no sobre la idea o el concepto al cual esos atributos se refieren (como la palabra Amor). La razón de ello es que los nombres no expresan “estados” psíquicos divinos sino los atributos y las cualidades perpetuamente actuantes de Dios. Es probablemente la razón por la cual en el Corán Dios recomienda al creyente que tenga una buena opinión de Él y que se haga una imagen positiva y dinámica de Sus cualidades, pues, como Él lo dice en otro Hadith, Dios adopta la forma en el corazón de cada uno según la opinión que se haga de Él Su adorador. Los Nombres y cualidades divinas reveladas por Él en el Corán son Sus más bellos nombres y las más bellas ideas que nosotros nos debemos tener de Dios. Y es porque esas ideas son como imágenes de Dios en nosotros que podemos de esta manera “conocer” a Dios y amarLo, puesto que no se puede amar sino lo que es cognoscible.

Al revelar a los hombres sus Atributos y Nombres Dios invita de hecho al Hombre a amarlo, a conocerse a sí mismo para conocerLo, puesto que el hombre a sido creado a la imagen (según los atributos) de Dios. En un Hadith bien conocido, el Profeta Muhammad recomienda al fiel que se impregne de las cualidades divinas según tal o cual atributo divino, con el fin de “formarse a la imagen de los caracteres divinos” (Hadith). Es al volverse una imagen viviente de Dios sobre la tierra que el hombre puede realmente asumir con toda legitimidad el Khalifato sobre la tierra, otra razón por la cual ha sido creado. La formación del alma humana según los atributos divinos es el Camino Recto del cual habla el Libro de Dios. Cuando por el fuego del Dhikr el enamorado guarda en su corazón el recuerdo permanente de uno de los Bellos Nombres del Bienamado, entonces el Nombre del Amado por el poder disolvente de su Fuego secreto termina por deshacer a las escorias del alma, y así purificar enteramente el Templo interior del Corazón (“Purificad mi Casa”: Corán II, 125), y atizar el Fuego del Amor divino que está inmanente en todo ser. Es a esta alquimia del Corazón que hace alusión la definición de amor divino dada por Mansur Hallaj (muerto en 922), uno de los más grandes Sufis extáticos que ha hecho del amor del Bienamado y del deseo de comunión mística el tema principal de su enseñanza:

El Amor es que permanezcas de pie frente a tu amado,
Cuando estás privado de todos tus atributos,
Es entonces que Sus Atributos se vuelven cualidades. [5]


En otras palabras, es cuando tomamos conciencia de que somos “imágenes” imperfectas de nuestro Señor y que aspiramos sinceramente a reunirnos en el Origen que se vuelve posible remontar a La Fuente de toda cosa, por un estado de contemplación que está cercano a la Comunión vivida en el momento del Pacto de la Preexistencia (Corán VII, 172). Tal es el fin y el sentido del encaminamiento del Sufi hacia Dios y en Dios. Viaje que recorre de Nombre en Nombre, de Cualidad divina en Cualidad divina, por la gracia divina y la energía del Dhikr, hasta la Unión, la Fusión y la Aniquilación del ser en el Ser y a la desaparición de la Gota de Agua en el Océano Sin Orillas.

Experiencias del amor espiritual y enseñanzas de los Maestros de la Vía

Los Maestros sufíes no enseñan más que por la transmisión de su propia experiencia. Es por eso que la historia y los escritos de estos grandes portavoces de la vía sufí comprenden millares de páginas sobre sus enseñanzas y sus vivencias del amor espiritual y divino. Obras magníficas dan cuenta de la experiencia fabulosa de los antiguos Maestros sufíes tales como Hasan Al-Basri, Ibrahim Ibn Adam, Sufyân Al-Thawri, Dâ-ud Al-Ta-î, Fatimâ de Nishapûr, Sayyida Nafîsa, Dhul-Nûn, Bayazîd Al-Bistamî, Junayd, Mansûr Al-Hallaj, Farîd-ud-Dîn ‘Attar, Muhyîddîn Ibn ‘Arabi, Sa’uddîn Shabestarî, Djalâluddîn Rûmi. También extraordinarias son las experiencias vividas por Maestros contemporáneos como: Al-Hujwiri, Umar Khayyam, Abdurrahman Jâmi, Badruddîn Simawna, así como: Ahmed Al-Alawi, Nûr Ali Elâhi, o aún, Chah Abdul Latif, Mouhammad Iqbal entre los más modernos. Se destacará igualmente que la historia espiritual del Islam incluyen nombres de mujeres santas fervientes por el amor a Dios que, como Santa Teresa de Avila, se consagraron de manera entera al Bienamado. Nos basta con nombrar: Rabi’a Al-Adawiyya, Maryam Al-Basriyya, Fatima bint Al-Muthanna, Rabi’a As-Shamsiyya.

A todo adepto que va hacia ellos los Maestros le explican que el Camino puede ser largo y difícil pero jamás estéril: aquél que está en la búsqueda de Dios lo encuentra siempre. Al hacer esto insisten muy especialmente sobre el hecho de que en realidad no hay más que un solo camino: la vía del corazón o camino del amor espiritual. Advierten enseguida al principiante en la Vía sufí que, no podrá jamás vivir realmente el Islam y los mandamientos de Dios, sin amar a sus hermanos y hermanas, y sin ser tolerante y afectuoso hacia todos los hombres y todos los seres creados. El Conocimiento esotérico que busca el adepto no le vendrá del maestro, le será otorgado por Dios mismo, y emergerá de su propio Corazón con la condición de que esté purificado y transparente como un espejo. A este efecto, el adepto deberá desconfiar de las divagaciones de la juridicidad desecada de la cual la Sharia sin corazón y las Fatuas sin misericordia alejan de Dios. El adepto tendrá entonces esmero en liberar su Corazón y en despojarse de su conocimiento y, sobre todo, de la ciencia adquirida cerca de los conocedores de la letra, cuyo espíritu no ha sido vivificado por el amor espiritual y cuyo conocimiento religioso no ha sido iluminado por la sabiduría y el Conocimiento ofrecido por Dios mismo a aquellos que Lo buscan.

La primera enseñanza es la necesidad de vivir y experimentar por sí mismo la palabra divina según la cual Dios dice: “Yo estoy cercano” (Corán). Se trata de despertar a la conciencia y a la sensación de presencia divina. Sostenida por la gracia divina, a la vez electiva, protectora y siempre activa, el amor espiritual se acrecentará en el corazón del iniciado, si hace para ello de manera sincera el pedido de ver la luz, es decir, la Faz del Bienamado, y si su intención y su deseo de Dios permanece constante y cálido así como lo enseña un Maestro:

Aquel que pide recibirá,
Verá al Bienamado.
Aquel que busca alcanzará
La morada de los milagros.
Tú que buscas, avanza entonces,
No se trata de una búsqueda temporal,
Jamás el Amigo está alejado
Del corazón de aquél que busca [6]. (Chah Abdul Latif, santo sufi muerto en 1758)

Muhyi-ad-Din Ibn ‘Arabi (muerto en 1240) quien tuvo una influencia considerable y siempre actual sobre todas las órdenes sufíes, es uno de los más grandes portavoces de la vía Sufí del amor: toda su obra lleva su sello. La experiencia del autor de la célebre fórmula “Yo porfeso la religión del Amor” puede resumirse en las siguientes frases extraídas del largo capítulo de su monumental obra “Las Iluminaciones de La Meca” consagrada al amor espiritual:

“Sabe que la estación espiritual del amor es una distinción elevada y que el amor es el principio (açl) de la Existencia universal (wujud) [7]”.

Para Ibn ‘Arabi el Amor divino es indefinible. Es pura aspiración del Corazón, Para hacerlo comprender ofrece para la meditación del joven adepto de la Vía de amor, estas palabras simples pero que encierran toda la quintaesencia de la sabiduría contemplativa del Maestro:

Del amor somos nacidos.
Según el amor estamos hechos.
Hacia el amor nos dirigimos.
Al amor nos abandonamos. [8]

La enseñanza de Farid-ud-Din ‘Attar (muerto en 1220) trae consigo las páginas más completas y detalladas sobre el encaminamiento del enamorado hacia su Bienamado. El iniciado debe hacer la experiencia del fin de la dualidad, lo que exige aniquilarse en la Unidad divina. En este encaminamiento su única fuerza es la de su deseo de Dios. El iniciado deseoso de unirse al Bienamado deberá estar listo para dejarse consumir por las llamas del Amor. Es entonces que, ignorante del Bien y el Mal, la Certeza y la Duda, la dualidad de su conciencia hará lugar a la Unicidad del Ser. Entonces se bañará en el Amor Divino. Es del Amor nacido en su corazón y no en su intelecto, que se le revelarán los más grandes conocimientos de los misterios y los secretos divinos. Pero, advirtió Attar, en tanto que el iniciado no haya alcanzado la Estación del Amor, no deberá creer que su viaje se ha completado: “Aún si os bañáis en la felicidad o si pensáis haber alcanzado el Trono de Dios, no olvidéis jamás preguntar «¿No hay nada más?»”.

Rumi (muerto en 1273) en las “Odes mystiques de Shams de Tabriz” enseña que el corazón humano, símbolo del Amor y reflejo del Corazón espiritual imperecedero, es la morada original de la Presencia Divina, en conformidad con el Hadith en el cual Dios dice al Profeta: “Mis cielos y Mi tierra no me contienen, pero Yo estoy totalmente contenido en el corazón de mi servidor fiel”. Al comparar el deseo de Dios del que debe dar prueba el iniciado, con la nostalgia de la flauta de la caña que ha sido cortada del cañaveral (para ser tallada en forma de flauta por el artesano), Rumi dice que sólo la experiencia del amor santifica el alma. Ningún acto de devoción, y en particular ninguna oración, no está completa sin la presencia del corazón: “Enciende en tu alma el fuego del amor, y destruye por su fuego el pensamiento y la expresión oral”.

La obra mayor de Rumi, el Mathnawi, del Ruiseñor separado de la Rosa, contiene la suma de las experiencias y secretos iniciáticos que enseñan los Maestros Sufíes para elevarse hasta la inefable felicidad de la aniquilación en el Bienamado. Retendremos en particular que Rumi enseña que la experiencia extática del Amor de Dios no es ni más ni menos que la forma suprema de adoración del Único. Rumi enseña también allí que todos aquellos que desde hace más de seis siglos antes que él, han verdaderamente hecho la experiencia de “morarr en Dios” y de vivir un amor intenso de Dios, efectivamente han alcanzado a concretar la experiencia directa del Amor divino absoluto que transfigura y santifica absolutamente al ser.

Para Rumi, como para todos los Maestros del Tassawuf, el último secreto que se revela en el momento de la aniquilación en Dios, es que en realidad es el Bienamado el que es enamorado eterno y el que busca a los sedientos de amor. Este secreto es un secreto en el secreto:

Los enamorados ni siquiera buscan ni languidecen
En el mundo entero ¡Ningún otro que Él busca!

La aniquilación espiritual no es posible, enseña Rumi en la metáfora de la flauta de caña sino porque provenimos de Él. De la misma manera que Dios separó los Cielos de la Tierra nos ha creado separándonos de Él, o más precisamente separando de Él una parte de su Ser Todo Amor y Toda Misericordia. Al haber tenido la experiencia de este último Secreto, el adepto puede entonces proclamar como Rumi, totalmente liberado de su yo: “No soy ni cuerpo ni alma, pertenezco al Bienamado”. Por pudor (adab), y observando la regla del secreto, no se pronunciarán jamás las palabras extáticas de Mansur Al-Hallaj: “Soy Lo Real”. El Amor es Realización suprema, Experiencia íntima y comunión perpetua. Todo lo demás no son más que palabras y divagaciones. Aquél que habla del Amor sin vivirlo se aleja de el para siempre. Aquél que lo vive sin hablar de ello no ha alcanzado todavía su fin. Aquél que lo ha gustado entra en la Estación del Alma apaciguada, y desde ese momento está listo para responder al Llamado para realizar el Retorno a la Esencia del Amor.

Oraciones de los Maestros en la Estación del Amor

Al haber superado la dualidad del Amante y del Bienamado, el caminante hacia Dios y en Dios cuya alma en lo sucesivo se encuentra apaciguada, está ahora tanto listo para alcanzar la Estación del Amor, donde sólo el Amor existe. Una vez alcanzada la Estación del Amor al elevarse de la Estación de la Paz, de donde su Corazón Apaciguado ha recorrido los grados más elevados del Ser, el Santo Sufí no encuentra el consuelo más que a través de la oración mística y la contemplación insatisfecha del Real, es decir en el Estado de Munajat (momento de conversación íntima entre el Amigo y el amigo), desahogos durante los cuales su Corazón, como un Péndulo, va y viene del grado de la Súplica al de la Aniquilación. He aquí algunas huellas de estas oraciones. No son simples poemas. Son el Verbo del amor que brota de un Corazón inflamado por el Amor divino todo a lo largo del camino hacia Él y en Él.

Mansur Hallaj [9]

Me he transformado en Aquel que amo,
¡Y aquel que amo se se ha transformado en mí!
¡Somos dos espíritus fundidos en un sólo cuerpo!
¡De esta manera, verme es verLo, y verLo es vernos!

Mohammad Iqbal [10]

Oh Tú que vertiste el vino divino en mi copa,
Haz que en virtud de su calor mi esencia se revele,
Haz del amor el principio de mi vida,
Por el ardor de mi hálito haz brotar de mi ceniza una llama audaz,
Cuando esté muerto haz de mi polvo una lámpara,
Y que avivada por mi dolor arda en el desierto.

Abu Madyan [11]

Me he extraviado en vuestra extraordinaria Belleza. No sé más donde está mi lugar en el océano de la pasión. Me habéis aconsejado que oculte mi secreto, pero el desbordamiento de mis lágrimas todo lo ha develado.

Farid-ud-Din Attar [12]

El sol de la proximidad clavó sobre ellos sus rayos y su alma fue por ello resplandeciente.
Entonces en el reflejo de su rostro esas treinta aves (si murg) contemplaron el rostro del Simurg espiritual...

Cuando miraban el costado del Simurg veían que era el Simurg el que estaba en ese paraje,
Y si llevaran sus miradas hacia sí mismos se asegurarían de que ellos mismos eran el Simurg.

Finalmente, si observaban los dos lados a la vez, se asegurarían que ellos y el Simurg no formaban en realidad más que un solo ser.
Este único ser era Simurg, y Simurg era ese ser.

Rabi'â al-'Adawiyya [13]

Oh Dios mío, todo lo que de hecho me has reservado de las cosas terrestres dáselas a Tus enemigos; y todo lo que me has reservado en el mundo postrero, dáselo a Tus amigos, pues Tú me bastas..

Oh Dios mío, si te adoro por el temor del infierno quémame en el infierno, y si Te adoro por esperanza del paraíso exclúyeme del paraíso, pero si Te adoro únicamente por Ti mismo no me prives de Tu Belleza eterna.

Oh Dios mío, mi única ocupación y todo mi deseo en este mundo, de todas las cosas creadas, es acordarme de Ti, y en el mundo por venir, de todas las cosas del mundo futuro es reencontrarTe. Y es ello para mi tal como lo dije; pero Tú haz todo lo que Tú Quieres.

Abdallah Al-Ansari [14]

¿Quieres convertirte en peregrino en el camino del Amor?
La primera condición es que te hagas humilde,
Como el polvo y la ceniza.

Rabi'â al-'Adawiyya [15]

Te amo de dos formas de amor:
Amor que mira mi propia felicidad,
Y amor verdaderamente digno de Ti.
En cuanto a este amor de mi felicidad,
Consiste en que no me ocupe en pensar más que en Ti,
Y en nadie más.
En cuanto a este amor digno de Ti,
Consiste en que los velos caigan,
Y en que te vea.
Ninguna gloria para mí,
Ni en lo uno ni en lo otro,
Sino gloria a ti,
Para esto y para aquello.

Mansur Hallaj [16]

He visto a mi Señor con el ojo del corazón,
Dije: “¿Quién eres Tú?”
Respondió: “¡Tú!”

Yunus Emre [17]

Oh Amigo, en el océano de tu amor
Quiero arrojarme, ahogarme allí y olvidarme del resto
De los dos mundos quiero hacer un lugar de fiestas
Quiero recorrerlos, quiero allí regocijarme y olvidarme del resto.

Quiero arrojarme en el océano y allí ahogarme
No quiero ser ni A, ni D, ni M
Quiero ser ruiseñor en el jardín del amigo
Recoger allí las rosas y olvidarme del resto.

Quiero ser ruiseñor y cantar
Quiero ganar corazones, perder almas (en el juego)
Quiero tener mi cabeza cortada en la mano
Quiero ofrecértela a tu paso y olvidarme del resto.

Quiero ser ruiseñor y después irme
Correr detrás de los corazones,
Y luego colmado de amor sin cesar,
Frotarme la cara en el polvo y olvidarme del resto.

Gracias Te sean dadas, Señor, he visto Tu rostro
He bebido en la copa de Tu Unión
Ahora quiero dispersar a los cuatro vientos
Esta “ciudad-de-lo-tuyo-y-de-lo-mío” y olvidarme del resto.

Yunus está loco por Tu amor, Señor
Es el más humilde de los sin remedio...
En Ti está mi único remedio,
Quiero pedírteLo y olvidarme del resto.

Rabi'â al-'Adawiyya [18]

Muero, sin que sin embargo muera en mí
El ardor de mi amor por Ti,
Y Tu Amor, mi único fin,
No apaciguó en absoluto la fiebre de mi alma.

Rumi [19]

¿Qué hacer, oh musulmanes? Pues no me conozco a mi mismo.
No soy cristiano, ni judío, ni guebro, ni musulmán;
No soy de Oriente ni de Occidente...
No soy de la tierra, ni del agua, ni del aire, ni del fuego...
No soy de este mundo, ni del otro, ni del paraíso ni del infierno,
No soy ni de Adán ni de Eva...
Mi lugar es permanecer sin lugar, mi huella es ser sin huella;
No es el cuerpo ni el alma, pues pertenezco al Alma del Bienamado...
A Uno sólo busco, A Uno solo conozco, A Uno solo veo, A Uno solo llamo.
Él es el Primero, Él es el Último, Él es el Manifestado, Él es el Oculto.
Estoy embriagado por la copa del Amor, no tengo más que hacer en los dos mundos.
No tengo otro fin que la embriaguez y el éxtasis.


A modo de conclusión

Dios ama a aquellos que confían en Él. Tengamos confianza en que podremos realizar plenamente Su promesa de Amor aquí abajo siendo para ello más y más concientes de Su presencia en cada uno de nosotros hasta que llegue el Tiempo de la Certeza. Elevemos entonces una plegaria al Señor del Trono Supremo y pidámosLe que nos ayude a sublimar las cualidades divinas que ha insuflado en nosotros con Su Espíritu. Que la Paz de Dios sea sobre todas las criaturas de Dios. Y finalmente, alabanzas a Dios que nos ha permitido amarnos los unos a los otros.

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Para la bibliografía aconsejamos: el libro de Eva Mitray-Meyerovith: “La Prière en Islam”, Albin-Michel, París 2003, también su “Anthologie du Soufisme” parís, 1995, de donde fueron extraídos los textos de las oraciones presentadas más arriba.

Ibn Arabi: Traité de l’Amour. Traducción de Maurice Gloton, París, Albin Michel, 1986

Annemarie Schimmel: L’incendie de l’âme. París, Albin Michel 1992

Khaled Bentounès: Le Choeur des Prophètes.

Eric Geoffroy: Le Soufisme. París 2009.

S. Majrouh: Rire avec Dieu. Aphorismes et contes soufis. Albin Michel.

Khaled Roumo: “Les Facettes infinies de l?amour en Islam: http://www.persocite.com/pmm/amourroumo.htm

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