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domingo, 24 de febrero de 2013

El Sionismo en los Estados Unidos

El Sionismo en los Estados Unidos

09/03/2001 - Autor: Edward Said
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Edward Said
Edward Said
El verdadero problema
Este artículo busca ahondar en el papel mal interpretado y mal juzgado del sionismo norteamericano en la cuestión de Palestina. A mi juicio, el papel de los grupos sionistas organizados y sus actividades en los Estados Unidos no ha sido suficientemente considerado durante el período del "proceso de paz", un descuido que juzgo sorprendente, considerando que la política palestina ha sido esencialmente el endilgar el problema de nuestra suerte como pueblo a los Estados Unidos sin ninguna conciencia estratégica de hasta qué punto la política norteamericana es, en realidad, dominada, si no controlada completamente, por una pequeña minoría de gente cuyos puntos de vista sobre el Medio Oriente son en cierto modo incluso más extremos que aquellos del Likud israelí.
Tomemos un pequeño ejemplo. Hace unos meses, el diario israelí Ha´aretz envió a uno de sus principales columnistas, Ari Shavit, a pasar varios días conversando conmigo; un buen resumen de esta larga conversación apareció como una entrevista de preguntas y respuestas en la edición del 18 de agosto del suplemento del periódico, básicamente sin cortes y sin censura. Expresé muy sinceramente mis puntos de vista, con el mayor énfasis en el derecho de retorno de los refugiados, los acontecimientos de 1948 y la responsabilidad de Israel por todo esto. Me sorprendió que mis puntos de vista fueran publicados tal como los expresé, sin la menor editorialización por parte Shavit, cuyas preguntas fueron siempre corteses y sin ánimo de enfrentamiento.
Una semana después de la entrevista hubo una respuesta por Meron Benvenisti, ex vicealcalde de Jerusalén bajo Teddy Kollek. Fue asquerosamente personal, llena de insultos y calumnias contra mí y mi familia. Pero jamás negó que hubiera un pueblo palestino, o que hayamos sido expulsados en 1948. En realidad, dijo: los conquistamos, y ¿por qué íbamos a sentirnos culpables? Respondí a Benvenisti una semana más tarde en Ha´aretz y lo que escribí fue también publicado sin cortes. Recordé a los lectores israelíes que Benvenisti fue responsable de la destrucción (y probablemente sabía del asesinato de varios palestinos) de Haret Al-Magharibah en 1967, durante la cual varios cientos de palestinos perdieron sus hogares bajo los bulldozers israelíes. Pero no tuve que recordarle a Benvenisti ni a los lectores de Ha´aretz que existimos como un pueblo y que por los menos podíamos discutir nuestro derecho al retorno. Eso se daba por descontado.
Hay aquí dos puntos. Uno es que toda la entrevista no podría haber aparecido en ningún periódico norteamericano, y por cierto, en ningún órgano judío-norteamericano. Y si hubiera habido una entrevista, las preguntas que se me habrían hecho hubieran sido antagónicas, intimidantes, injuriosas, como por ejemplo, por qué han estado involucrados en el terrorismo, por qué no reconocen a Israel, por qué Hajj Amin (gran muftí de Jerusalén, fallecido en 1974) fue nazi, etc. Segundo, un sionista israelí como Benvenisti, sin importar cuánto detesta mi persona y mis puntos de vista, no negaría que hay un pueblo palestino que fue obligado a partir en 1948. Un sionista norteamericano sostendría durante mucho tiempo que no hubo conquista alguna o, como adujo Joan Peters en un libro de 1984, desaparecido y prácticamente olvidado en la actualidad, From Time Immemorial (Desde Tiempos Immemoriales, que obtuvo todos los premios judíos cuando apareció en este país), que no había palestinos viviendo en Palestina antes de 1948.
Cada israelí estará dispuesto a admitir y sabe perfectamente que todo Israel era antes Palestina, que (como Moshe Dayan dijo abiertamente en 1976) todo pueblo o aldea israelí tenía antes un nombre árabe. Y Benvenisti dice abiertamente que "conquistamos ¿y qué? ¿Por qué debiéramos sentirnos culpables por haber ganado?" El discurso sionista norteamericano nunca es tan directamente honesto: siempre tiene que irse por la tangente y hablar de hacer florecer el desierto, y la democracia israelí, etc., evitando por completo los hechos esenciales sobre 1948, que han sido vividos por cada israelí. Para el norteamericano, se trata sobre todo de fantasías, o mitos, no de realidades. Los partidarios norteamericanos de Israel están tan lejos de la realidad, tan atrapados en las contradicciones de culpa diaspórica (después de todo ¿qué significa ser sionista y no emigrar a Israel?) y de triunfalismo como la minoría más exitosa y más poderosa en los Estados Unidos, que lo que emerge es muy a menudo una mezcla aterradora de violencia indirecta contra los árabes y un miedo y odio profundo contra ellos, que es el resultado, a diferencia de lo que sucede con los judíos israelíes, de no tener un contacto prolongado con ellos.
Los árabes no son reales
Para el sionista norteamericano, por ello, los árabes no son seres reales, sino fantasías de casi todo lo que puede ser demonizado y despreciado, muy especialmente el terrorismo y el antisemitismo.
Recientemente recibí una carta de un antiguo estudiante mío, que ha gozado de la mejor educación posible en los Estados Unidos y a pesar de ello llega a preguntarme, con toda honradez y cortesía, cómo es posible que siendo palestino pueda dejar que un nazi como Hajj Amin siga determinando mi agenda política. "Antes de Hajj Amin -argumenta- Jerusalén no tenía importancia para los árabes. Llevado por su perversidad lo hizo un tema importante para los árabes para frustrar las aspiraciones sionistas que siempre habían sostenido que Jerusalén les era importante."
Esta no es la lógica de alguien que ha convivido y que sabe algo específico sobre los árabes. Es la lógica de una persona que habla un discurso organizado y que es motivada por una ideología que considera a los árabes sólo como entes negativos, como la personificación de violentas pasiones antisemitas. Como tales, por ello, hay que combatirlos y si es posible deshacerse de ellos.
No es por nada que el Dr. Baruch Goldstein, el atroz asesino de 29 palestinos que estaban tranquilamente orando en la mezquita de Hebrón, era un norteamericano, tal como lo era el rabino Meir Kahane. Lejos de ser aberraciones que puedan haber turbado a sus seguidores, tanto Kahane como Goldstein son venerados en la actualidad por otros como ellos. Muchos de los más fanáticos colonos de extrema derecha instalados en tierra palestina, y que hablan sin remordimientos de "la tierra de Israel" como si fuera la suya, odiando e ignorando a los propietarios y residentes palestinos a su alrededor, son también oriundos de los Estados Unidos. Verlos caminando por las calles de Hebrón como si la ciudad árabe fuera enteramente suya es una imagen aterradora, agravada por el desafío y el desprecio que demuestran abiertamente hacia la mayoría árabe.
Traigo a colación todo esto para reforzar un aspecto esencial. Cuando la OLP tomó, después de la Guerra del Golfo, la decisión estratégica -que ya habían adoptado dos de los mayores países árabes antes que la OLP- de trabajar con el gobierno norteamericano y si fuera posible con el poderoso lobby que controla la discusión sobre la política del Medio Oriente, habían adoptado la decisión (como la habían tomado los dos Estados árabes previamente) basada en una extrema ignorancia y en suposiciones extraordinariamente erróneas. La idea, que me fuera expresada poco después de 1967 por un diplomático árabe de alto rango, era en efecto rendirse, y decir que no vamos a continuar luchando. Estamos ahora dispuestos a aceptar a Israel y también a aceptar el papel determinante de los Estados Unidos en nuestro futuro.
Había en ese momento razones objetivas para semejante punto de vista, como las hay ahora, porque continuar la lucha como los árabes la habían conducido históricamente llevaría a otra derrota e incluso al desastre. Pero creo firmemente que fue una política errónea el endosar simplemente el problema de la política árabe a los Estados Unidos y, ya que las mayores organizaciones sionistas son tan influyentes por todas partes en los Estados Unidos, depositarla también en su regazo, diciendo, de verdad, no lucharemos contra ustedes, unámonos, pero por favor trátennos bien. La esperanza era que si cedíamos y decíamos no somos vuestros enemigos, llegaríamos a ser, como árabes, sus amigos.
El problema tiene que ver con la disparidad de poder que siguió existiendo. Desde el punto de vista del poderoso, qué diferencia le hace a su propia estrategia si su débil adversario se rinde y dice ya no tengo nada por qué luchar, tómenme, quiero ser vuestro aliado, sólo traten de comprenderme un poquito mejor y, ¿tal vez seréis un poco más justos después?
Una buena manera de responder a esta pregunta en términos prácticos y concretos es considerar los recientes acontecimientos en la carrera senatorial en Nueva York, donde Hillary Clinton compitió con el republicano Ric Lazio por la banca liberada por Daniel Patrick Moynihan (demócrata), que se retiró. El año pasado Hillary dijo que estaba en favor de un Estado palestino y, en una visita formal a Gaza con su marido, abrazó a Suha Arafat.
Desde su entrada a la competencia electoral en Nueva York, ha ido más allá que los sionistas derechistas más extremos abogando por la transferencia de la embajada de los Estados Unidos a Jerusalén y (yendo aún más lejos) propugnando la indulgencia para Jonathan Pollard, el espía israelí condenado por espionaje contra los Estados Unidos y que está cumpliendo una condena perpetua. Sus antagonistas republicanos han tratado de incomodarla presentándola como una "amante de los árabes" y publicando una fotografía en la que está efectivamente abrazando a Suha Arafat. Ya que Nueva York es el baluarte del poder sionista, atacar a alguien con etiquetas como "amante de los árabes" y "amiga de Suha Arafat" equivale al peor insulto posible. Todo esto, a pesar de que Arafat y la OLP han sido declarados abiertamente aliados de los Estados Unidos, receptores de ayuda militar y financiera de los Estados Unidos y, en el terreno de la seguridad, los beneficiarios del apoyo de la CIA. Mientras tanto, la Casa Blanca publicó una foto de Lazio estrechando la mano de Arafat hace dos años. Uno, evidentemente, vale lo otro.
Un discurso de poder
La realidad es que el discurso sionista es un discurso de poder, y que los árabes en ese discurso son los objetos del poder -y objetos despreciados-. Habiéndose unido con este poder como su antiguo antagonista rendido, no pueden esperar que los vaya a tratar de igual a igual. A ello se debe el espectáculo degradante y ofensivo de Arafat (siempre y eternamente el símbolo del enemigo en la mente sionista) utilizado en una competencia enteramente local en los Estados Unidos entre dos oponentes que tratan de demostrar cuál de los dos es más pro-israelí. Y ni Hillary Clinton ni Ric Lazio son siquiera judíos.
La única estrategia política posible para los Estados Unidos, en lo que concierne a la política árabe y palestina, no es ni un pacto con los sionistas locales ni con la política norteamericana, sino una campaña de movilización de masas dirigida a la población en defensa de los derechos humanos, civiles y políticos palestinos. Todo otro camino, sea Oslo o Camp David, tiene que llevar al fracaso, porque, para decirlo de manera simple, el discurso oficial está totalmente dominado por el sionismo y, exceptuando algunas excepciones individuales, no existen alternativas a este discurso. Por ello todos los planes de paz emprendidos sobre la base de una alianza con los Estados Unidos son alianzas que confirman el poder sionista en lugar de enfrentarlo. Someterse en forma pasiva a una política para Medio Oriente controlada por los sionistas, como lo han hecho los árabes durante casi una generación, no traerá estabilidad en la zona, ni igualdad y justicia en los Estados Unidos.
La ironía es que existe dentro de los Estados Unidos un amplio núcleo de opinión dispuesto a una actitud crítica tanto hacia Israel como hacia la política externa de la Casa Blanca. La tragedia es que los árabes son demasiado débiles y se encuentran demasiado divididos, demasiado desorganizados e ignorantes para aprovecharlo. Mi esperanza es tratar de llegar a una nueva generación que pueda estar tan perpleja como desalentada por el sitio miserable y denigrado en el que se coloca a nuestra cultura y a nuestro pueblo y por el sentido constante de pérdida vejatoria y humillante que todos nosotros sufrimos como resultado.
Un pequeño y potencialmente incómodo episodio ha ocurrido antes de que acabara de escribir este artículo. Martín Indyk, embajador de los Estados Unidos en Israel (por segunda vez durante la administración Clinton), ha sido repentinamente despojado de su autorización de seguridad diplomática por el Departamento de Estado. La historia divulgada es que utilizaba su computadora portátil sin tomar las medidas de seguridad adecuadas, y que por ello podría haber divulgado o dado a conocer informaciones a personas no autorizadas. Como resultado, ya no puede entrar ni salir del Departamento de Estado sin escolta, no puede permanecer en Israel y debe, ahora, someterse a una investigación en detalle.

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