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viernes, 29 de noviembre de 2013

Para un islam del siglo XXI

Para un islam del siglo XXI

¡Volved al Corán!

15/03/2002 - Autor: Roger Garaudy - Fuente: Verde Islam 18
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Sólo el ser humano tiene el terrible privilegio de poder desobedecer.
El Islam del siglo XXI no puede ser más que el Islam eterno, pues el Islam no es una religión entre otras, sino la religión fundamental y primera desde Adam hasta nosotros, desde que Dios, como dice el Corán:
“...insufló en el hombre Su espíritu.”
(Corán, 25-29)
No hay un Islam de Occidente y un Islam del África Negra, ni de Arabia ó la India, ni un Islam de Indonesia. No hay más que un sólo Islam, aquél que el Corán denomina “la sunna de Dios”, la continuidad de las revelaciones proféticas en el último mensaje, el de Muhámmad.
Nuestra tarea primordial es la de atestiguar nuestra creencia islámica viviéndola en su universalidad, y no la de defender un folklore y unas tradiciones culturales particulares.
El profeta Muhámmad jamás pretendió crear una religión nueva —“No soy un innovador entre los profetas”. (46, 9; 41, 43; etc.)— sino que viene a recordar a todos los hombres la religión primordial:
“Así pues, dirige tu rostro con firmeza hacia la fe verdadera y perenne, como hanif, conforme a la disposición natural que Dios ha infundido al hombre: pues no permitir que ningún cambio corrompa lo que Dios ha creado así, tal es el propósito de la fe verdadera y perenne; pero la mayoría de la gente no lo sabe.”
(Corán: 30-30)
“Decid: Creemos en Dios, en lo que nos ha sido revelado, en lo que le fue revelado a Abraham, a Ismail, a Isaac, a Jacob, y a las tribus. Creemos en lo que le fue dado a Moisés, a Jesús, y a lo que se le otorgó a los Profetas de su Señor. No hacemos distinción alguna entre ellos y lo someternos a Dios.”
(Corán: 2-136; 3-84)
El profeta Muhámmad ha sido enviado por Dios para confirmar los mensajes anteriores, purificándolos de las alteraciones históricas a las que han sido sometidos, y completarlos.
Se exige al musulmán que honre a los profetas anteriores, lo que implica el conocimiento de ellos. Así lo dice el Corán:
“Si tienes duda sobre aquello que te hemos revelado, pregunta a los que leían la Escritura revelada con anterioridad a ti”.
(Corán: 10-94)
Nuestra fe se verá empobrecida si la proclamamos como la mejor ¡simplemente porque ignoramos las restantes! El encerrarnos en nosotros mismos, la vanidad y la autosuficiencia son, actualmente, los obstáculos mayores para la difusión del Islam en el mundo no musulmán.
El mensaje esencial y universal del Islam, denominador común de todas las religiones y de todas las sabidurías del mundo, abarca lo siguiente:
— De la trascendencia y unidad de Dios.
— De la comunidad de los hombres.
— De su responsabilidad.
De la trascendencia
La trascendencia implica las afirmaciones siguientes:
1. La seguridad de que Dios es único —Tawhid:
“Si existieran más dioses que Dios, sería el caos” (Corán: 21-20). Y qué está por encima de toda realidad humana.
2. Que Él es el Creador de todas las cosas y, en consecuencia, que no nos bastamos con nosotros mismos:
“El hombre se vuelve un ser impío en cuanto se considera autosuficiente”.
(Corán: 96-6,7)
3. De este principio de unidad y de esta conciencia de nuestra ‘dependencia’ del Dios Creador —siendo la autosuficiencia lo contrario de la trascendencia— fluye el tercer aspecto de la fe en la trascendencia: el reconocimiento de los valores absolutos que están por encima de los intereses egoístas de los individuos, de los grupos y de las naciones.
De la comunidad de los hombres
La segunda revelación del mensaje es, después de la trascendencia, la comunidad (Ummah). El principio comunitario es contrario al que rige el individualismo. Para éste, el hombre como individuo es el centro y la medida de todas las cosas.
En la perspectiva islámica de la comunidad, cada cual tiene conciencia de ser personalmente responsable de todos los demás. La humanidad es una porque Dios, su Creador, es uno. Todos los hombres tienen el mismo origen y son creados para el mismo fin:
“Todos los hombres constituyen una misma comunidad”.
(Corán: 2-213).
De su responsabilidad
La tercera revelación del mensaje, después de la trascendencia y la comunidad, es la responsabilidad. El Islam es contrario al fatalismo y a la resignación. Es una fuerza subversiva e innovadora porque incluye únicamente sumisión a la voluntad de Dios y hace que el hombre sea responsable del cumplimiento de la orden divina sobre la tierra.
Todo en la naturaleza está sometido a la ley de Dios, es ‘muslim’ (musulmán quiere decir “sometido a Dios”): una piedra en su caída, un árbol en su crecimiento, un animal en sus instintos, están sometidos a la ley de Dios:
“Nuestro Señor es el que ha dado a cada cosa su forma y su ley, y la ha guiado hasta su pleno desarrollo.”
(Corán:77-1,3)
Sólo el ser humano tiene el terrible privilegio de poder desobedecer:
“Hemos propuesto este mandato —ámana— de la fe, de la libertad y, por tanto, de la responsabilidad a los Cielos, a la tierra, y a las montañas, pero todos se han negado a asumirlo; tuvieron miedo. El hombre, en cambio, se hizo cargo. Es, ciertamente, muy impío, muy ignorante.
(Corán: 33-72)
Si se convierte en ‘musulmán’, es decir, si responde incondicionalmente a la llamada de Dios, según el ejemplo de Abraham, “el Padre de la fe” (Corán: 22-78), mediante la aceptación de ser guiado por Dios, lo hace por un acto voluntario, libre y responsable.
Por eso Dios hace que los ángeles —los cuales no tienen poder de desobedecer— se inclinen ante él. (Corán: 2-34)
“Cuando haya insuflado en él de Mi Espíritu, prosternáos ante él.”
(Corán: 25-29; 32-9; 38-72)
Cuando en el Corán se dice ‘no’ a la enemistad en materia religiosa —2-256— no se trata únicamente de excluir la enemistad física, militar o policial, sino también toda inquietud interior, espiritual; el Corán subraya:
“La verdad emana de vuestro Señor, así pues el que quiera que crea y el que no, que permanezca incrédulo”
(Corán: 28-290)
También Dios dice:
“Le hemos mostrado el camino justo, que lo acepte con agradecimiento o que lo rechace.”
(Corán: 76-3)
Dios, nos dice el Corán, ha hecho del hombre su jalifa en la tierra. Un jalifa no es un ejecutante subalterno y pasivo, sino un dirigente responsable, encargado de tomar decisiones. Esta función no es privilegio de algunos: es la tarea de todo musulmán:
“Vosotros los creyentes, sois responsables de vosotros mismos.”
(Corán: 5-105)
La quiebra de una civilización
Proclamar “Allahu Akbar” —Dios es el más Grande— es relativizar todo poder, toda riqueza y todo saber. Ante este grito de fe, hemos visto bajar las armas de las más insolentes armadas.
La necesidad de este mensaje expresa hoy la más evidente quiebra espiritual del Occidente. Miles de hombres y mujeres en todo el mundo que aman el futuro, sea cual sea su fe, se dan cuenta de que la civilización ha caído en quiebra, y de que abandonarse a sus embates conduce a un suicidio planetario.
La deuda de los países del llamado Tercer Mundo se agrava de año en año, y la separación no cesa de acrecentarse: el Norte siendo cada vez más rico y el Sur cada vez más pobre.
Después de cinco siglos de hegemonía sin tregua de Occidente en el mundo entero, no podríamos imaginar una gestión planetaria más desastrosa.
La causa profunda de esta política del Occidente —desde lo que denomina su ‘Renacimiento’, es decir, desde el nacimiento simultáneo en la Europa del siglo XVI del capitalismo y del colonialismo— es el abandono de la fe y su sustitución por la voluntad de poder.
A partir del momento en que una comunidad no reconoce unos valores definidos para encauzar la acción, ya no le queda más que los enfrentamientos entre las voluntades de poder, de placer y de crecimiento. Es la guerra de todos contra todos.
Occidente se encuentra en esta situación. Su verdadera religión es la fe ciega en un dios escondido: el acrecentamiento, es decir, el deseo de producir más y más, y cada vez más deprisa, no importa qué cosa sea: útil, inútil, nos sirva o sea mortal como el armamento, que es una de sus industrias más rentables. Este dios escondido es un dios cruel: exige sacrificios humanos.
Lo que caracteriza al culto de este falso dios, es que prima la capacidad del hombre sobre la trascendencia de Dios, y el individualismo sobre la comunidad.
La ‘presunción’ del hombre está proclamada, desde el Renacimiento, en el Fausto de Marlowe: “Hombre: por tu poderoso cerebro, conviértete en un dios, dueño y señor de todos los elementos”.
El individualismo es la vuelta, desde el pretendido ‘Renacimiento’, a la máxima de los sofistas de la antigua Grecia: “El hombre es el centro y la medida de todas las cosas”.
Esta quiebra de civilización ha engendrado una cultura de la desesperanza. Los falsos profetas de la nada y del absurdo reflejan este caos como si fuera inevitable y eterno, en lugar de intentar superarlo; enseñan a nuestra juventud que la vida no tiene sentido.
Si la vida no tiene sentido, todo es lícito, hasta el crimen. Y nos entregamos a todas las violencias animales entre los individuos, los grupos y las naciones: el “equilibrio de terror” se convierte en la ley de estas relaciones bestiales entre los hombres, en todos los niveles de la vida social.
La negación del sentido de la vida y de la existencia de los valores absolutos ha hecho de la ciencia y de la técnica, admirables medios al servicio del hombre, unos fines en sí mismos, tratando de hacernos creer que la ciencia y la técnica pueden resolver todos nuestros problemas, y que los problemas que ellas no resuelven —los del amor, de la belleza, del sentido de la vida— no existen.
Esta “religión de medios”, erigiendo unos medios para sus propios fines —creando falsos dioses; ciencia, técnica, estado, dinero, sexualidad, desarrollo— ha creado un nuevo politeísmo y nuevas supersticiones, ha transformado la ciencia en positivismo, la técnica en tecnología, la política en maquiavelismo.
El problema fundamental es, pues, devolver al hombre sus dimensiones propiamente humanas: la fe en la trascendencia, en Dios, en la comunidad humana, y la conciencia de nuestra responsabilidad personal.
El Islam como alternativa
Decir que el Islam puede hoy aportar soluciones a los problemas planteados por la quiebra de la hegemonía occidental no significa:
—Que pueda llevarlo a cabo solo.
—Que guarde soluciones preparadas para los problemas de nuestro tiempo.
Por el contrario, los dos principales obstáculos para el florecimiento del Islam contemporáneo son:
a) La presunción y la ignorancia de los otros. El Islam temprano, el del primer siglo de la Hégira, se extendió en menos de un siglo desde el Indo a los Pirineos, no por la conquista militar, sino porque supo integrar a todas las grandes culturas anteriores y extraer una síntesis inédita, creadora, y porque millones de creyentes de todas las religiones se han identificado con él. El Islam sólo puede reemprender su marcha mediante la apertura a todas las sabidurías y a todas las creencias que pueda reunir.
b) El triunfalismo, la presunción mortal de poseer respuestas hechas, formuladas mil años atrás por sus juristas y sus tradiciones.
Decir que el Corán “no ha omitido nada” es decir que nos ha dado un sendero eterno, que ha definido los últimos y absolutos fines de nuestra acción. Lo que no excluye la responsabilidad, para el hombre, de descubrir en cada época, en condiciones siempre nuevas, los medios de realizar estos fines.
Tratar de deducir del Corán o de la Sunnah una economía política acabada, una constitución política, o una enciclopedia sería reducir de forma ridícula el mensaje eterno a unas instituciones o teorías transitorias y coyunturales.
El mensaje revelado nos aporta infinitamente más: los fines, los principios rectores eternos, inmutables, encaminando nuestra vida interior y todas nuestras acciones, públicas o privadas; para elaborar, en cada época, por medio de su interpelación siempre nueva, las respuestas a los problemas de la economía, la política y la cultura contemporáneas.
Estos principios son simples:
—en el plano económico: sólo Dios posee;
—en el plano político: sólo Dios gobierna;
—en el plano cultural: sólo Dios sabe.
Sólo Dios posee
“Todo lo que está en el cielo y en la tierra pertenece a Dios” dice el Corán
(Corán: 2-116,284; 3-109, etc.).
El hombre, su jalifa sobre la tierra, está encargado de dirigir, en el camino de Dios, esta propiedad.
Esta concepción es opuesta a la del derecho romano que define la propiedad como “el derecho de utilizar y de abusar”.
Para el musulmán, por el contrario, los deberes son anteriores a los derechos.
El hombre, responsable de la propiedad de Dios, no puede disponer de ella a su gusto: no puede destruirla según su capricho, no puede gastarla, no puede dejarla en baldío, sin darle productividad por su trabajo, no puede amontonarla:
“Anuncia un doloroso castigo a los que atesoran el oro y la plata sin gastar nada en el camino de Dios.”
(Corán: 9-34)
Y la peor maldición, en el Corán, es la formulada contra el rico Abu Lahab, al cual su misma fortuna le condena: “que sus dos manos mueran, y que muera él mismo”, y es prometido a las llamas infernales (Sura 111).
Todas las prescripciones del Corán, particularmente el zakat, transferencia social de la riqueza como exigencia religiosa, y la prohibición del riba, es decir, de todo enriquecimiento sin trabajo al servicio de Dios, tienden a impedir la acumulación de la riqueza en un polo de la sociedad y de la miseria en el otro.
Dios, en el Corán, excluye radicalmente todo régimen social en el cual el dinero sea el fundamento de una jerarquía política. Por el contrario, dice sin lugar a dudas:
“Cuando queremos destruir una ciudad... hacemos a los ricos detentadores del poder.”
(Corán:17-16)
Sólo Dios gobierna
El Profeta creó en Medina una comunidad de un tipo radicalmente nuevo, que no está basada en el linaje, ni en la raza, ni en la posesión de un territorio, ni en unas relaciones de mercado, ni siquiera en una cultura común o en una historia; en definitiva, que no se fundamenta sobre nada que emane del pasado y que sea una herencia recibida, sino que crea una comunidad fundada exclusivamente en la fe, en esa respuesta incondicional a la llamada de Dios, cuyo ejemplo eterno nos lo ha dado Abraham. Tal comunidad está abierta a todos, sin considerar el origen.
Nada, por ejemplo, es más contrario al espíritu de esta Ummah musulmana que la idea occidental del nacionalismo, es decir, de un mercado protegido por un Estado, y justificado por una mitología racial, histórica, o cultural. Se tiende hacer de la “nación” un fin en sí, en contradicción con la unidad humana, que es un caso particular del tawhid, llave de la bóveda de toda visión islámica del mundo.
Así mismo el principio coránico de la shura, de la concertación, exige que en todo dominio y a todos los niveles, los miembros de la comunidad sean consultados para participar, bajo la mirada de Dios, en la elaboración y en la aplicación de las decisiones de cuyo destino depende. Este principio excluye a la vez todo el despotismo de un hombre, de una clase o de un partido, así como toda forma de democracia puramente estadística, delegada y alienada.
Con respecto a la economía, nos atañe descubrir los medios para alcanzar estos fines, para aplicar estos principios inevitables en las condiciones históricas inéditas de nuestras sociedades, combatiendo el positivismo tecnocrático, el maquiavelismo político, los enfrentamientos nacionalistas arcaicos y perversos, los intercambios desiguales, la polarización de los bloques, y los equilibrios del temor.
Sólo Dios sabe
Al mismo tiempo que del triunfalismo esterilizador, debemos guardarnos de la ilusión de que se pueda encontrar en el pasado, sin esfuerzo de reflexión y de búsqueda, unas soluciones económicas para resolver nuestros problemas actuales, o bien una constitución política resuelta.
Sería pueril reducir el Corán a una Enciclopedia, dispensando el esfuerzo encarnizado de búsqueda científica y técnica que hizo del mundo islámico el centro radiante de la cultura mundial en tiempo de la Universidad, esfuerzo de traducción y de asimilación de todas las grandes culturas del pasado, de Grecia y de Roma, de Persia y de la India, según la obligación islámica de ir a buscar la ciencia hasta en la China. De ese esfuerzo nació una síntesis original y una cultura orientada por la fe.
El principio de base es que, al igual que sólo Dios posee, sólo Dios gobierna y sólo Dios sabe. Esto excluye la pretensión faraónica de usurpar el poder de Dios, o la ilusión de conservar un saber adquirido, absoluto, alcanzando un conocimiento de las causas primarias y de los últimos fines.
El ejemplo de la Universidad Musulmana de Córdoba en el siglo X constituye, bajo este punto de vista, un modelo a través del cual hacer revivir el espíritu para desarrollar, en nuestra época, las ciencias de tal forma que no sirvan para la destrucción del hombre, sino para su expansión hacia el camino de Dios.
En esta Universidad Musulmana de Córdoba, de los siglos X al XIII, floreció la cultura en su forma total bajo tres aspectos:
— La ciencia: creando un método experimental para descubrir las relaciones entre las cosas y la interrelación de las causas.
— La Sabiduría: como reflexión sobre el sentido de cada cosa, de su relación con Dios, en un mundo armonioso y único, donde la vida tiene una significación y una meta.
— La fe: como testigo de que la ciencia no alcanza jamás la causa primera, ni la sabiduría el último final. La fe como conciencia de nuestros límites y de nuestros postulados. La fe como razón sin fronteras.
Tal concepción de la ciencia y de las técnicas permitiría hoy, y es lo que le da su actualidad, impedir que nos conduzcan a un suicidio planetario.
¿Cómo trabajar en este renacimiento del Islam?
Primeramente aprendiendo a leer el Corán, la “sunna de Dios”, y la del Profeta, tal y como el Corán nos ordena leerlo:
—No leer el Corán ni la Sunna con ojos de muerto.
—Dios ha dictado el Corán. Ha inspirado al Profeta.
Son hombres, sin embargo, los que han escuchado e interpretado la “Sunna de Dios” y del Profeta. Hombres de fe y juristas pertenecientes a una época determinada de la historia. Nos apartamos de los estudios con respeto y con toda nuestra fe, con el deseo de resolver, según su ejemplo, nuestros problemas inspirándonos en unos métodos ideados para vivir el Corán en el nuevo imperio árabe, es decir, en unas condiciones históricas profundamente diferentes a las de la comunidad de Medina.
No debemos dividirnos entre musulmanes tomando parte en querellas de otras épocas. Aquellos que actualmente dividen a los sunnitas de los chiítas son enemigos de todos los musulmanes. Pues no existe más que un Islam.
No debemos tomar partido entre las escuelas jurídicas, porque cada una de ellas ha intentado resolver los problemas de otros tiempos y de otros pueblos. Su tarea no era la de resolver los nuestros, ni la de eludirnos de esta responsabilidad.
El Profeta Muhámmad ha aportado un mensaje eterno y universal, dirigiéndose a todas las familias de la tierra.
Está dicho en el Corán “Dios está presente en cada realidad nueva” (IV, 29). Y “no cesa de crear” (XXXV, 1). “Es el Viviente” (II, 255). No se dirige a seres muertos: debemos responder a esta interpelación eternamente viviente.
— Sin imitación de Occidente.
— Sin imitación del pasado.
Consiste en imitar al Occidente desligar del Corán 220 versículos legislativos de entre más de 6.300, tratándolos según los métodos juristas romanos, es decir, tomarlos literalmente como artículos de leyes y deducir mecánicamente su aplicación, cualquiera que sea la época y la circunstancia.
La revelación del Corán es opuesta al derecho romano. El derecho romano anuncia leyes abstractas de donde no queda más que deducir, por vía de silogismos, a la manera de Aristóteles, las consecuencias aplicables a tal o cual caso concreto.
La revelación del Corán nos da ejemplos concretos de soluciones aportadas a un problema histórico determinado a partir de unos valores absolutos, de los principios inevitables y eternos emanados del mensaje.
Dios nos dice:
“Hemos propuesto a los hombres, en este Corán, toda clase de ejemplos. Probablemente reflexionarán”
(Corán, 39-27).
Esta “reflexión sobre los ejemplos” no debe ser una deducción mecánica, una caída del principio a sus consecuencias, sino, al contrario, una elevación, a partir del ejemplo histórico concreto, al principio eterno, absoluto, que ha inspirado esta solución y, después de haber reflexionado, volver hacia lo concreto para encontrar, por analogía, una respuesta a un problema histórico nuevo, inédito.

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