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lunes, 31 de marzo de 2014

El Qadar y la Libertad
El destino para los musulmanes no es un estado final de la conciencia del musulmán sino el inicio de nuestro Islam, de nuestra sumisión a Allah
14/10/2000 - Autor: Ali González - Fuente: Webislam
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QadrLa libertad humana ha sido siempre motivo en el Pensamiento Musulmán de diatriba y desencuentro. Por una parte, los filósofos, defendiéndola contra toda razón; por otra parte, los teólogos, negándola Corán y hadiz en mano. Dice el Corán: "No queréis hasta que Allah quiere", y "Lo ha creado todo y lo ha predeterminado". Asimismo reza un célebre hadiz qudsi:
"Ciertamente Allah creó a Adam, y luego frotó su espalda con su derecha y sacó de él una descendencia, y dijo: He creado éstos para Al-Yanna, y con las obras de la gente de Al-Yanna obrarán. Luego frotó su espalda y sacó de él una descendencia. Y dijo: He creado a éstos para An-Nar, y con las obras de la gente de An-Nar obrarán. Dijo un hombre: Yâ, Mensajero de Allah, ¿cómo debemos de actuar?. Dijo el Mensajero de Allah: Cuando Allah crea un siervo para Al-Yanna, lo hace obrar como la gente de Al-Yanna, hasta que muere con una obra de la gente de Al-Yanna; y cuando crea un siervo para An-Nar, le hace actuar con obras de la gente de An-Nar, hasta que muere con una obra de la gente de An-Nar y le hace entrar en An-Nar"
Ibn `Arabî explicaba que, puesto que el shaytán es una naturaleza de fuego, la Nar es para él una misericordia de su Señor hacia él, y Gazzali no daba crédito a que el hadiz fuera cierto aunque no podía decir nada contra su cadena de trasmisión. Es un hadiz terrible. Un hadiz apoyado por toda una metafísica de un universo-uno en donde sólo existe la voluntad de Allah. Hasta aquí la razón parece inclinarse hacia los que -entre los musulmanes- niegan la libertad humana.
La resolución de la cuestión, a nuestro juicio, pasa por determinar como raíz de todos los errores la polaridad Allah-Mundo. Pero vayamos por partes: conviene explicar, antes de exponer la raíz del problema, la génesis de la diatriba en los diferentes ámbitos en que el Islam existe. Desde el punto de vista del Islam exotérico, el Islam que sitúa a Allah como un Dios frente a un Mundo, no hay duda de que toda voluntad libre de hombre supone una amputación de la única voluntad posible en el cosmos, la de Allah. Coincidiendo paradójicamente con los puntos de vista de los anteriores, los que viven el Islam interior, los sufíes, arrebatados por la voluntad de su Señor y vencidos en él no serían capaces de entender siquiera el problema planteado acerca de la libertad humana.
En uno y otro caso, el Islam exterior que niega teológicamente la libertad del hombre, y el Islam interior para el que tal problema es una pura ficción de la mente humana que gusta de aferrarse a supuestos quiméricos para no ahogarse en el océano de Allah, la falta de libertad humana no es problema alguno. Para los primeros porque lo compensan con la sensatez de la sharia: el hombre no es libre pero si robas te cortamos la mano. Para los segundos porque han entregado a su Señor la vanidad de ser autónomos, como todas las otras vanidades y viven según las inspiraciones de su Señor.
Por tanto, en principio, en el Islam -como en cualquier religión de ámbito tradicional- no existe el problema de la falta de libertad del hombre. En efecto, es un problema completamente occidental, emanado de un concepto del "yo" que apenas se ha dado sino en el área cultural influenciada por el pensamiento griego. Constata la antropología que en muchas tribus indígenas no existe ni siquiera el pronombre personal "yo". Pero lo cierto es que el Islam ha invadido ya de hecho áreas culturales en las que no puede sobrevivirse sin el concepto occidental del "yo", y se hace preciso una explicación de la sensibilidad eterna del Islam en términos asumibles por el nuevo hombre que está dispuesto a vivir en clave de trascendencia.
El problema no está en la vida del musulmán tradicional, que vive sin afirmar y reafirmar su libertad individual, sino en tanto que trata de introducirse el Islam en el discurso de Occidente, de modo que se pone al Islam en una incómoda tesitura: si niegan la libertad del hombre se está predicando una religión fatalista que anula la individualidad humana, y si se afirma se cae en un posicionamiento sensiblemente retrógrado pues de todos es sabido que la Ciencia se va acercando cada vez más a la noción materialista del hombre-máquina.
Así, los musulmanes que han negado la libertad humana y han explicado el qadar (Destino), el "todo está ya escrito", han sido tachados de fatalistas; mientras que los musulmanes que, como los falasafa, reivindicaban la libertad humana han sido tratados por los musulmanes como heterodoxos contaminados por el pensamiento griego.
Y tan cierto es que el Islam es lo contrario al fatalismo, como que la reivindicación sin más del libre albedrío "no sabe a Islam". Por una parte, al contrario que el fatalismo, el Islam es un elogio -hasta excesivo- de la acción, de la voluntad, de ahí la importancia de la Yihad. La idea del Destino aparece en el Islam no para angustiar al hombre sino para crear ese sentido de calma propia del Islam. Pero para conquistar esa calma en el Destino tienes que luchar. El Destino no inhibe la acción porque lo ignoramos por completo y porque nuestra voluntad forma parte de él. Renunciar a la acción sería renunciar a lo más propio de lo humano. No hay acomodamiento en el Islam: "Allah no cambia a un pueblo hasta que ese pueblo no se cambia a sí mismo", dice el Corán. El Destino nunca ha sido vivido por los musulmanes como una dejación de la acción. Por otra parte, resistiéndose a defender algo como el libre albedrío, el musulmán desde siempre ha entendido que se le estaba queriendo llevar a un lugar que le era inhóspito, que no era ninguna de las habitaciones de la casa del Islam. La impresión general es la de que cuando dentro del fluir de la vida queremos abrirnos una parcela donde la existencia nos obedezca, enarbolamos la teoría del libre albedrío. Al musulmán que no es filósofo de profesión esto le resulta repulsivo y por eso defiende que el Destino no tiene excepciones ni lagunas; pero paralelamente la cordura del modo tradicional de vivir te exige la acción como tu modo propio de estar en el Destino. En palabras del poeta Yamil Al Mansur Haddad: “Y si no hay actos sobre la tierra, difícil es que en los Cielos Allah nos escriba”.
A este hombre occidental necesitado de una "teoría sobre la libertad humana", habrá que contestarle que esta cuestión nunca ha sido un problema en el Islam porque el Islam exterior siempre tuvo por dato cierto e incontrovertible -fruto de nuestra experiencia cotidiana- la capacidad de elegir del hombre, y el Islam interior nunca entendió a Allah como algo radicalmente distinto del hombre y el Mundo, sino que lo intuyó interior a ambos, y por eso el supuesto problema de la falta de libertad dejaba de ser tal, porque nunca la libertad del hombre supuso una merma a la libertad de Allah, ni la libertad de Allah una castración de la vida del hombre.
Ciertamente, defender algo del individuo frente al Todo (libertad del hombre frente a voluntad de Allah) es llegar a un callejón sin salida. El hombre debe entenderse como parte del Todo al que pertenece o no podrá entenderse en absoluto. Ni el individualismo ni el fatalismo existen en ámbito tradicional, sino en una cultura que ha perdido sus enclaves trascendentes, porque en ámbito tradicional la reivindicación del individuo contribuye a la consistencia del Todo y la voluntad de Allah es lo que de verdad vitaliza al hombre. En el universo del tawhid, que es en el que vive el musulmán, se da una coincidencia de cosas que extraña al hombre occidental que vive en su mundo lleno de compartimentos estancos (Dios-hombre), y uno de esos hechos paradójicos del universo que vive el musulmán es el de que obtiene el califato absoluto el hombre que llega a un sometimiento pleno a la voluntad de Allah; o, dicho de otro modo, que para el musulmán la libertad total y absoluta sólo se alcanza cuando asumes en ti plenamente la voluntad de Allah. El hombre libre es el que sea completamente esclavo de Allah; el máximo poder le es concedido al que se haya extinguido por completo en Allah. Ser con el qadar es ser verdaderamente libre, fluir con la voluntad de Allah; entonces, no te consideras separado y sientes en ti la libertad de Allah. Nos hacemos conscientes de que "estamos dotados de una voluntad que da expresión a la Voluntad", como decía mi maestro Abderrahmán Muhammed Maanán.
Desde el Islam más tradicional -sea el de los mutakallîm o el de los sufies- se reacciona negando el libre albedrío porque se entiende que cualquier otra cosa sería Allah rindiéndose ante ti. Pero no es tanto una postura intelectual como una reacción ante la emergencia de un hombre que se cree algo al margen de su Señor. Los musulmanes, desde el Profeta, nunca quisieron elaborar una doctrina en la que creer, sino que quisieron invitar a una serie de acciones de las que derivara un estado de conciencia en el hombre y en la sociedad. Acciones y no doctrinas son lo fundamental del musulmán. Por eso, a la hora de enfrentarse con un Occidente que cambia el vivir la realidad por el juzgarla, el Islam se cierra en banda y hace afirmaciones que desconciertan al hombre cuya civilización hace siglos fue separada artificialmente de la trascendencia: el Destino del hombre en el Fuego o en el Jardín está ya escrito desde la eternidad. El hombre de una civilización que está construida desde la individualidad y para dar culto a la individualidad se escandaliza y se distancia de nosotros. Sin embargo, el hombre de una civilización destinada a la salud colectiva como es la islámica se estremece de impresión y es removido de la gafla, de la distracción, del aturdimiento. Ésta ha sido la finalidad de las Revelaciones, activar al hombre, y no dotarle de una serie de explicaciones metafísicas acerca del universo.
¿Creemos nosotros en la libertad del hombre? Ciegamente. ¿Nos hace perder esto algo del regusto de Islam tradicional en nuestro pensamiento? No, siempre que nuestro discurso no sitúe la libertad del hombre frente a la de Allah, sino en Allah. El hombre es libre en Allah.
Cuando un musulmán afirma que cree en el Destino, ¿a qué se refiere y qué función tiene en la vida del hombre la idea del qadar? El entendimiento que hace el musulmán del qadar ha sido bellamente descrito por Abderahmán Muhammed Maanán en su comentario a la `Aqîda at-tahâwiya1:
"Mencionar su Nombre es pasar a ser consciente del Poder eterno, remoto y presente, que sustenta y rige cada momento y vertebra cada acontecimiento. La fuerza con la que se impone la Realidad es el Poder Determinante de Allah (qudra). La contundencia del mundo es signo de la Presencia Inmediata de la Verdad. En su raíz, el Destino (qadar) es un secreto entre Allah y su Creación, entre la Verdad Absoluta y cada una de sus criaturas en el seno de honduras absolutas. Es en esa raíz donde tiene lugar la sinceridad y la autenticidad, un punto en el que coinciden la Libertad de Allah y la del hombre, y pertenece a un ámbito de intimidad donde nada ni nadie tiene cabida. El Destino no es sino la expresión de la Presencia de Allah, con toda su eternidad en cada instante. El Destino es ofrecido a la posibilidad que tiene el corazón de intimar con Allah, y no a la especulación, que acaba convirtiendo el tema en una contradicción insalvable"
Contradicción insalvable, ya que la especulación no puede separar a Allah del Mundo, al objeto especulado del sujeto especulante.
Así pues, el Destino es un tema fundamental para el musulmán. Porque el Destino es lo que sucede, y a eso es a lo que se abandona el mumin porque es la voluntad de Allah. No sólo el musulmán, sino el hombre tradicional en general, siempre ha sospechado -y lo ha expresado de diferentes formas- que la realidad le sobrepasaba. Nosotros sentimos con claridad que la realidad que nos rodea nos hace ser. El afán de controlarla es tan sólo fantasmagoria. Éste es el aprendizaje positivo que hacemos del Destino: la existencia, mi existencia, la de lo que me rodea, no la controlo; así pues, debo entregarme al fluir de las cosas. El qadar significa que las cosas funcionan aparte de ti, al margen de tu nafs, de la idea que tienes de tu posición en el universo. La carencia de este sentido de estar sometido al Destino hace del hombre una criatura pretenciosa, ridícula. El Destino nos hace descubrir el acto de Allah en acto presente. Y los efectos de su aceptación son sólo positivos, pues no nos inhibe la acción, ya que la vida reclama nuestra actividad en forma de necesidad sin darnos opción a negarnos, mientras que el aceptar que las cosas fluyen según una lógica que se te escapa te hace tolerante con los demás, te exime de la culpa ante el fracaso, te libera del orgullo ante el éxito y facilita tu abandono a la existencia.
En conclusión, el Destino para los musulmanes no es un estado final de la conciencia del musulmán sino el inicio de nuestro Islam, de nuestra sumisión a Allah. En esta sumisión iremos sintiéndonos libres en el camino de Allah y, finalmente, siéndolo cuando no haya dualidad entre nosotros y Allah.
Notas
1 MAANÁN, A.M. Al `Aqîda at-tahâwiya. Ed. Zawiya. Sevilla, 200

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