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viernes, 19 de diciembre de 2014

Renuncia de Peña Nieto solución a México?

¿Es grave o esperanzador que renuncie un Presidente?

PABLO ROJO
@pablorojoc
jue 18 dic 2014 19:21
 
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La vida institucional debe siempre anteponerse a la coyuntura.
Tanto en una democracia como en un régimen absolutista, la renuncia, abdicación o dimisión del personaje que ostenta la posición más alta de mando es algo que sucede, y que incluso está normado. A lo largo de la historia hay cantidad de ejemplos de este tipo de episodios en muy diversos contextos. Me gustaría tan solo citar dos casos. En los Estados Unidos al principio de la década de los setenta renunció Richard Nixon, un presidente polémico y que resultó ser el responsable directo de diversos actos de espionaje a opositores políticos y otros personajes. Su renuncia marcó obviamente el final de su carrera política, pero no afectó demasiado a su partido político, que siguió por cierto en el poder, ni tampoco afectó a la institución presidencial de nuestro vecino del norte, más bien parece haberla fortalecido. También resulta interesante citar el caso de la abdicación de Joseph Ratizinger de encabezar la iglesia institucional más grande del mundo. El Estado Vaticano había pasado por una etapa de fuerte desconfianza en especial por los escándalos de muchos curas responsables de abusos sexuales hacia niños y un manejo financiero muy obscuro. Ratzinger había protegido a muchos curas pederastas y había sido responsable de manejos financieros, su posición era cada vez más frágil. El sorprendente perfil del relevo que vendría ha sido una situación bastante refrescante, desde el punto de vista institucional, para una vieja institución que no parecía poderse renovar ni ajustarse a los nuevos tiempos.

Comento lo anterior porque la vida institucional debe siempre anteponerse a la coyuntura. Los aprendizajes colectivos pueden tomar mucho tiempo si la apatía y la indecisión se imponen. Es decir, no actuar porque nos da temor lo que pueda resultar en el momento es simplemente no saber en dónde estamos parados. Institucionalmente, es importante prever la necesidad de un relevo de personajes para fortalecer la función gubernamental y dar continuidad a un proyecto de nación.

Sin embargo, parece ser que lo que nos interesa saber es ¿hay muchos ganadores o perdedores si un gobernante renuncia? Desde luego que los hay, pero no son muchos. En primer lugar ¿quiénes pierden? Obviamente pierde el gobernante y su equipo más cercano, ya que se retiran de una posición de poder que nunca más van a volver a alcanzar y salen de ella antes de lo esperado. Pierden también los grupos económicos que podrían estar más favorecidos por la administración que se va. Pero éste también es un grupo pequeño que, aunque rico y poderoso no es tampoco una mayoría ni económicamente ni mucho menos en términos de población. En el caso de México, en el muy hipotética caso de que se tratara de las veinte empresas privadas más grandes, sus utilidades no llegan al 3% del PIB. Es decir, aun cuando en un giro político inesperado dejaran de ganar las principales empresas del país, el daño a la economía no sería tan notable, en épocas de crisis hemos tenido caídas de más del 7% del PIB en un solo año. Además, no me imagino un escenario en donde, sólo por la renuncia de un presidente, las principales entidades económicas vieran neutralizadas sus ganancias, seguramente seguirían siendo actores muy importantes de la economía.

Ahora bien ¿quiénes serían los ganadores? Pues, en primer lugar, claro, quien sea el nuevo presidente y su equipo cercano, a lo mucho algunas decenas de personas. ¿Algún partido político? No lo creo, en principio creo que seguiría gobernando el mismo. La oposición intentaría capitalizarlo pero el partido en el poder reforzaría su credibilidad institucional “importa más el país que un miembro del partido”. La oposición ¿qué va a decir? ¿Qué ellos son mejores?

Por otro lado, será ganador ¿un grupo de empresas en especial? Seguramente sí pero no serían muchas y el incremento en sus utilidades a lo mucho compensará las “pérdidas” de las que ya no sean favorecidas. Por lo tanto, no veo el riesgo de una catástrofe económica ni una sacudida más fuerte que la ya provocada por la disminución del precio del petróleo, o el incremento actual del precio del dólar estadounidense. Otro posible ganador ¿podría ser el crimen organizado? No veo en qué, por definición el crimen organizado busca siempre hacer tejido con instancias o elementos del gobierno en turno, que se llamen de una forma u otra eso no va a cambiar sus intenciones.

Lo que sí es seguro es que el pleito entre los pequeños grupos de ganadores y perdedores puede ser fuerte antes y después de la renuncia. Pero ¿estamos obligados todos a ponernos de uno u otro lado? Yo creo que no. Ni vamos a ganar o perder nada en concreto, ni creo que nos interese caer en la lógica de la disputa entre ambas partes. Lo que sí nos debe interesar es lo que nos afecta directamente y esa es la institucionalidad (o su intento) en que vivimos. Para que una sociedad funcione correctamente y no prevalezca la inseguridad, la economía sea estable, los servicios públicos tengan mayor cobertura o mejoren y, en general, la calidad de vida cada vez sea mejor, se requiere que el poder político funcione dentro de una clara institucionalidad. Si las reglas no se respetan o están sesgadas, si la impartición de justicia es discrecional, si quien ostenta una posición de poder abusa de ella por sistema, entonces nuestra actitud seguirá más a la defensiva, será más bien oportunista y poco comprometida con la colectividad. Si el poder no está acotado o controlado, el gobernante caerá en abuso y el libertinaje.

Pensar qué caso tiene que renuncie un presidente si el que va a llegar va a ser igual o peor es pensar con ingenuidad. Es absurdo, sentarse con los brazos cruzados a esperar la llegada del mesías político que, lleno de cualidades, gobierne con honradez, eficacia, probidad y profesionalismo. Eso nunca va a pasar. Al menos no mientras no nos preocupemos por diseñar, implementar y asegurarnos de que opere un sistema de controles que impida el abuso de poder, el tráfico de influencias y el ejercicio irresponsable del presupuesto público. Los gobernantes no se van a controlar solos mientras no les apliquemos presión social.  Es decir, no basta un marco jurídico que norme conductas y procedimientos. Si nosotros mismos no los conocemos y exigimos que se lleven a la práctica, da lo mismo tener leyes o no. El desarrollo institucional implica ciudadanos comprometidos que nos aseguremos de que, no importa si por accidente llega un pelafustán a la presidencia, mientras logremos que se apegue al marco normativo y procedimental, no le va a causar daño a nadie y tendrá que operar programas y proyectos ya previamente estudiados, consensados, aprobados, sin contar con más discrecionalidad que la de aplicar su estilo o cualidades personales. Su habilidad o creatividad le permitirán un manejo político adecuado para lidiar con diversos actores pero, sin que pueda abusar del poder que se le ha encomendado.

Tampoco hablo de que necesitemos una presidencia débil. Todo lo contrario, un gobernante fuerte es un gobernante que puede enfrentar grandes retos. Pero, precisamente por lo mismo, un gobernante debilitado o deslegitimado reduce enormemente su poder. Por cierto, el poder se comporta como la ley de la conservación de la materia de Lavoisier: no se destruye, sólo se transforma.  Cuando alguien pierde poder, otro lo gana. Si un presidente se debilita, los llamados poderes fácticos se fortalecen. ¿Es lo que queremos? ¿Que sean fuerzas no legítimas, no democráticas, no acotadas las que decidan nuestros destinos?

Tengo la impresión de que a veces nos cuesta trabajo discutir y plantear nuestras preocupaciones adecuadamente. No veo por qué a mucha gente le da temor discutir estos temas. La política nos compete a todos y requiere de la participación de al menos la mayoría. Yo les dejo mis ideas al respecto de un tema que parece ser tabú pero que creo que debe ventilarse abiertamente. Si un presidente renuncia no nos vamos a morir todos los demás pero, precisamente porque vamos a seguir vivos tenemos que tener una mínima certeza de lo que sigue y no quedarnos atorados en el fango.

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