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viernes, 27 de febrero de 2015

Jutba del maqam de la Revelación 4

Nos vamos comprendiendo a nosotros mismos gracias a la Rahma contenida en la recitación

03/04/2003 - Autor: Hashim Cabrera - Fuente: Webislam
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La tierra reverdece con fuerza después del sueño de la muerte.
Las nubes se marchan suavemente dejando paso al sol, que nos va confortando poco a poco. La tierra reverdece con fuerza después del sueño de la muerte. Allah es la luz de los cielos y de la tierra. La verdad es la luz y el sol es su reflejo en este mundo velado por laRahma de Allah. La atmósfera es el húmedo velo que nos protege de los rayos ardientes. El agua brota de la entraña oscura de la tierra y se derrama desde la penumbra del universo. El agua es el velo que nos procura la conciencia de estar vivos. El agua es la condición para la vida, para la adoración de todos los seres vivientes y para la conciencia humana.
Pero el agua que necesita nuestra conciencia es un agua espiritual que nos purifique el corazón y que nos vaya acercando a lo real. El Qur’an es esa agua que brota en el corazón, en la entraña profunda del ser humano cuando éste acepta su condición de criatura despierta, capaz de ver, oir, pensar, imaginar, soñar... meditar en silencio cuando se sabe completamente solo. Leemos en el Qur’an:
"Y di: ‘¡Ahora ha llegado la verdad y la falsedad se ha desvanecido: pues, ciertamente, la falsedad está abocada a desvanecerse!’
Así hacemos descender gradualmente por medio de este Qur’án todo aquello que da salud al espíritu y es una misericordia para quienes creen en Nosotros, mientras que a los malhechores no hace sino aumentar su perdición."
(Qur’an, en el Sura 17, El Viaje Nocturno, ayats 81, 82)
Allah nos dice que proclamemos la luz del Qur’an. No necesitamos redimir nada ni esperar a mañana para darnos cuenta de lo real. Lo real existe aquí y ahora. Sólo existe lo real. Sólo Allah es real. La illaha illa Allah. El Qur’an nos procura el discernimiento, un pensar genuino. Las nubes se han marchado, los velos se han retirado dejándonos un agua espiritual que nos permite asomarnos al mundo sin que la luz nos abrase.
Discernir lo verdadero de lo falso no es una tarea sencilla. Nos enfrentamos a los acontecimientos y a las situaciones asumiendo actitudes y expresando nuestra condición. Nuestro corazón decide qué es lo importante y qué no lo es, como si tuviese capacidad para conocerlo todo, cuando en realidad sólo conoce sus latidos. Decide qué es verdad según lo que sabe, aquello que su latir le está mostrando. Pero para saber es necesario escuchar esos latidos, y para ello necesitamos la calma y el silencio.
Un corazón se mueve entre la constricción y la expansión, entre el temor y el anhelo. El Qur’an nos dice que miremos toda la Creación como un latir entre la majestad y la belleza, entre el día y la noche, la luz y la oscuridad.
Allah nos enseña que vivimos en un mundo en el que nada permanece, en el que hasta las piedras se deshacen en el tiempo. La helada rompe las rocas más duras y el calor las activa y las pudre. El Qur'án nos deja callados, en silencio. Allah nos hace ver y oir la verdad mediante Su Rahma. En el Sura 7, Al Aaraf, la facultad de discernir, ayats 204 y 205, Allah nos dice:
"Así pues, cuando el Qur’an esté siendo recitado, prestad atención y escuchad en silencio, para que seáis agraciados con la misericordia de Dios."
Y recuerda a tu Sustentador humildemente y con temor, y sin alzar la voz; recuérdale mañana y tarde, y no te permitas ser negligente."
Cuando ya sólo escuchamos los latidos del mundo contemplamos su constante disolución en la Realidad, porque ¿Qué hay entre un latido y otro, entre lo interno y lo externo? No hay nada en absoluto, ningún yo se oculta tras los latidos. Y sin embargo, en esa soledad de nadie oímos una recitación incomparable.
Nos quedamos en silencio entre la espesura y en la umbría escuchamos el canto nupcial del ruiseñor. Nos quedamos arrobados, arrebatados oyendo un discurso que no repite jamás sus armonías, que discurre como un solo y único sentir.
Escuchar este canto, esta recitación, es ser agraciados con la Rahma de Allah, porque es una criatura la que escucha, porque es un sentir lo que provoca la comprensión, el discernimiento, un sentir por fin compasionado.
El ruiseñor se esconde de las criaturas y sólo canta en la soledad de la umbría, en la húmeda sombra. Las criaturas que habitan las gratas soledades interiores son agraciadas con la Rahma del conocimiento y de la conciencia despierta.
La humildad, el ‘adab y el dikr constante nos mantienen en la conciencia despierta y nos protegen del nihilismo, de la negligencia y del abandono. En el Sura 20, Ta Ha, Oh Hombre, ayat 1, nos dice Allah:
"¡Oh hombre! No hemos hecho descender este Qur’án sobre ti para hacerte desgraciado."
En el mismo Sura, ayat 7 y 8, también nos dice:
"Y si dices algo en voz alta, Él lo oye, pues, ciertamente, conoce hasta los secretos pensamientos del hombre y también cuanto es aún más recóndito en él. ¡Allah —no hay dios sino Él; Suyos en exclusiva son los atributos de perfección!"
La sabiduría de Allah, al Hakim, es la que nos hace comprender el mundo, su forma, lo interno y lo externo, sus relaciones y significados. La Hikma de Allah nos permite a nosotros conocer la naturaleza de lo real mediante la shahada, mediante la comprensión de que los Más Bellos Atributos y Nombres Le pertenecen sólo a Él.
Reconocemos la nada de las cosas, la falta de realidad inherente de las criaturas, su naturaleza dependiente, originada, creada y sostenida. Reconocemos que, a pesar de no ser nada, seguimos viviendo. Sentimos que hay algo que sigue viviendo, que no para de vivir y crear y ese algo no podemos ser nosotros porque nosotros asumimos nuestra inexistencia. Eso que siempre está vivo es Al Hayy, el Viviente, la Única Realidad, la realidad inabarcable, vasta e incomprensible que nos sustenta, que hace posible nuestra conciencia y nuestra vida.
Él conoce nuestros más secretos pensamientos e incluso aquello que trata de esconderse en nuestra inconsciencia porque Allah es conciencia pura y ama a los seres conscientes. Nos regala el Qur’an para incrementar nuestra conciencia sin límite hasta acercarnos a Su Presencia, porque nada ni nadie puede escapar de la Realidad. Y porque la inconsciencia tiene un sentido, una razón profunda que sólo Allah conoce, porque las criaturas sólo podemos vivir entre el olvido y el recuerdo. Por eso Adam, la paz sea con él, se olvidó de los Más Bellos Nombres, y sus descendientes hemos necesitado del Recuerdo.
La ignorancia es la vida en el fuego, en la irrealidad imposible. Las llamas que nos queman son los velos que Le ocultan. Por eso lo que quema a las criaturas es la inconsciencia, el alejamiento de la Realidad, la obstinación en negarse a sí mismas su condición de jalifas. También en el Sura 7, Al Aaraf, la facultad de discernir, ayat 179, Allah nos dice:
"Y ciertamente hemos destinado a Yahannam a muchos seres invisibles y hombres que tienen corazones con los que no comprenden la verdad, ojos con los que no ven y oídos con los que no oyen. Son como el ganado --¡que va! son aún menos conscientes del camino recto: ¡ellos, precisamente, son los realmente inconscientes!"
El agua de la conciencia es el agua de la vida. El fuego de la ignorancia o de la inconsciencia sólo afecta a unos seres humanos que no ven ni oyen nada. Los animales cumplen su decreto y ven lo que tienen que ver y oyen lo que tienen que oír, y sólo eso.
Las montañas y el cielo también saben lo que tienen que saber y nada más. Y así, cada creación cumple la orden de Allah de servirle y así Le sirven. La inconsciencia le corresponde al ser humano porque somos nosotros los únicos capaces de decidir desde una conciencia rota, desde una mirada que establece un dentro y un fuera, un yo y un tú aparentemente innegables.
Decidimos tan sólo en el mundo de las formas, de las apariencias. Pero eso es sólo el sueño de la razón. El Único Juez es Allah y la Única Conciencia es la Suya, por eso conoce hasta lo más recóndito que hay en nosotros.
A él Le pedimos que nos guíe por el Camino de la Certeza, a nosotros que somos sus fuqarah.
Que siga agraciándonos con Su Rahma y procurándonos Su Recuerdo en todos los latidos de nuestra existencia.
Amin.
2.
El mejor du’a que podemos hacer a Allah es que nos esté creando musulmanes, que nos haga ser agradecidos con sus dones y atentos a comprender el sentido de las pruebas que Él nos propone.
Ser musulmanes implica un aprendizaje constante a través de la prueba y una experiencia de agradecimiento, de restitución, de pacificación. Esa perseverancia en seguir el rastro de la Realidad, como dicen los libros chinos de sabiduría, trae ventura, pero trae sobre todo, conocimiento, como dice el Qur’an.
El deseo de conocer es uno de los más nobles sentimientos humanos, un sentimiento cuya expresión otorga dignidad. Mucha gente no quiere saber nada, conocer nada, porque el conocimiento implica responsabilidad. Los musulmanes no eludimos la responsabilidad en el Gran Yihad porque sabemos que forma parte de nuestra condición racional y espiritual.
Vivimos el conocimiento como liberación y como encadenamiento. Nos liberamos al reconocernos como criaturas sometidas y nos encadenamos porque la comprensión de las realidades de este mundo nos vuelve tiernos y compasivos. Un ser humano abierto a la Recitación, alguien que entra en contacto con el Qur’an, acaba siendo inundado poco a poco por la compasión hacia todas las criaturas.
Nuestra creación es como una danza entre la inexistencia y la existencia, entre la inconsciencia y la conciencia. Nuestra precariedad cesa cuando Allah nos alcanza con Su Recitación. Él nos procura las luces de la comprensión y el discernimiento.
Cuando el corazón vacío se abre, inmediatamente se llena con la mejor de las enseñanzas, con una recitación que expresa sin cesar la realidad de todas las maneras posibles, como el canto de aquel ruiseñor que una vez oímos en la penumbra. Sus ayats recorren la creación entera. ¡Alhamdulilah! Y así leemos en el Qur’an:
"Allah hace descender la mejor de las enseñanzas en forma de una escritura divina con total coherencia interna, que repite cada formulación de la verdad de diversas formas, una escritura divina ante la cual se estremece la piel de los que temen a su Sustentador: pero después su piel y sus corazones se distienden con el recuerdo de la gracia de Allah...
Así es la guía de Allah: con ella guía Él a quien quiere ser guiado, pero aquel a quien Dios deja que se extravíe jamás podrá hallar quien le guíe."
(Qur’an, Sura 39, As-Sumar, Las Multitudes, aya 23)
La enseñanza divina es un aprendizaje del vivir, es aquello que llegamos a saber con todo nuestro ser, con toda la conciencia de que somos capaces. La experiencia del vivir nos estremece, sacude nuestra piel y nuestro corazón, nuestro interior y nuestra zona de contacto con la otra vida. Porque Allah nos habla a través del mundo y el mundo no cesa de adorarLe. El Qur’an hace que se estremezca la piel de las criaturas porque las traspasa hasta alcanzar el núcleo de sus conciencias.
Reconocemos la realidad cuando nos abrimos a ella. La Realidad siempre está ahí o aquí, siempre está aunque no podamos decir dónde. El conocimiento no es más que darse cuenta de eso, estar abiertos a la Realidad con plena voluntad y con plena conciencia, vivir en la sumisión.
El sometimiento a Allah es la fuente de todo el conocimiento. Sometimiento a Su Decreto, a Sus favores y a Sus pruebas. Someternos al Océano de la Realidad implica la renuncia a todas las pretensiones de nuestros nafs. Pero la Realidad es muy compasiva con Sus criaturas porque así las purifica y las conforta.
La Realidad nos sustenta, nos hace vivir, siempre aquí y ahí y más allá, siempre atenta a nuestros más mínimos gestos, a nuestros pensamientos más profundos, siempre dispuesta a crearnos en Su Conciencia.
A esa Realidad le llamamos Allah y la sentimos como lo Único, Al Wahid, porque nada podemos encontrar aparte de Él, ni en Él, ni fuera de Él que no sea Él mismo.
Nos vamos comprendiendo a nosotros mismos gracias a la Rahma contenida en la recitación. Y cuando reconocemos esa Recitación Compasionada no podemos eludir la remembranza del profeta Muhámmad, la paz y las bendiciones sean siempre con él. Su maqam era la excelencia del Recuerdo. Su dikr es el Qur’an, un dikr que repitió sin cesar durante veintitrés años, como el canto de aquel ruiseñor que cantaba en la umbría, sin repetir jamás sus armonías, porque es el Canto del Único, del que no tiene igual.
Le pedimos a Allah que derrame Su Áman, paz y bendiciones sobre el Profeta Muhámmad, sobre su familia y sobre su Ummah.
Y que el día del Juicio estemos todos alineados en su Ummah.
Amin.

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