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sábado, 26 de septiembre de 2015

Cuarenta y tres pupitres vacíos en Ayotzinapa

Ha pasado un año aún no hay claridad. Familiares piden justicia. Para ellos, sus hijos siguen vivos

 
Cuarenta y tres pupitres con mensajes y símbolos se congelan en el tiempo en la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, en Iguala, México.

El pupitre de Julio César Ramírez tiene grabada una frase escueta: “Mi hijo no ha muerto hasta que regresen todos”. Bertha Nova.
Una chica dejó su sudadera rosada en la silla de Carlos Iván Rodríguez Villareal, en señal de amor.
Una carta larga pisada con una piedra pintada de colores está sobre la silla de José Ángel Campos Cantor.
El pupitre asignado a Luis Ángel Francisco Arzola está lleno de chupetas marca Cupido dos.
Al de Magdaleno Rubén Lauro Villegas lo cubrieron con granos de elote (maíz).
Todos tienen algo, una foto, la letra de una canción, una lata de atún. Es comida para un viaje sin regreso, explican los estudiantes que caminan los pasillos de una de las 17 normales rurales que sobreviven al desinterés del fisco en todo el país.
Las sillas de madera, inamovibles desde el 26 de septiembre de 2014, describen un suplicio interminable. La tía de Marco Antonio Gómez Molina, otro de los 43 desaparecidos, lo exhibe. Camina entre las filas de cada pupitre, como buscando una respuesta para llevársela a alguien. De cuando en cuando seca sus lágrimas con un pañuelo rosado. Visita la Normal otro día 26, esta vez de marzo, en reemplazo de su hermana María de los Ángeles Molina, quien no pudo cumplirle la cita a la memoria de su hijo desaparecido.
“Ayotzinapa eres luz de un sol radiante.
La esperanza de un hogar”.
El estribillo se cuela por la puerta destartalada. La voz es acompañada por la melodía de una guitarra afinada. Dos estudiantes tocan y cantan el himno de la Normal con un vencimiento acogedor.
En la normal de Ayotzinapa les rinden homenaje a los desaparecidos en sus pupitres. FOTO: Pepe Jiménez
La tía de Marco Antonio mira el mural del Che Guevara, dibujado con ímpetu en una pared de la vieja normal. Las normales en México están inspiradas en las teorías marxistas y leninistas. “No queremos que haya un normalista 44”, dice la mujer y se recoge en la banca del patio a terminar de escuchar el himno. Este arrulla su dolor.
Por los alrededores camina raudo ‘Guerrillero’, uno de los sobrevivientes de la desgracia, un normalista que vive anclado a la época de figuras combativas que estudiaron en la normal. Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, líderes de la guerrilla en la montaña de Guerrero, en la década del sesenta, fueron maestros egresados de esta escuela.
‘Guerrillero’ pide que no sea publicado su nombre. Se salvó de milagro el día que murieron tres de sus compañeros y tres civiles más que fueron confundidos con los estudiantes, 25 resultaron heridos y a 43 se los llevaron. ‘Guerrillero’ cumplió los 21 años de edad nervioso y ansioso, pues estuvo cerca de la muerte. Él es un testigo excepcional de los hechos, por lo que sin tapujos afirma que fueron rematados por la Policía Municipal de Iguala.
“Íbamos 80 estudiantes para la conmemoración de Tlatelolco. Íbamos en los buses y de repente el chofer se metió en la terminal y nos encerraron. Llamaron a las autoridades. Se metió la Policía Municipal. No entendíamos. Yo solo escuché los disparos”, recuerda. En una esquina de Iguala, las perforaciones de las balas en una casa, un negocio y un árbol dan cuenta de ello.
Los estudiantes, como todos los años, iban a recaudar fondos para sus actividades. Y esto por lo general desencadenaba revueltas. En junio del 2014, tras el asesinato y tortura del líder campesino Arturo Hernández Cardona, los estudiantes culparon del crimen al alcalde de Iguala, José Luis Abarca Velázquez. Ese día hubo disturbios en las afueras de la Alcaldía, protagonizado por los normalistas.
Otro acontecimiento que marcó con sangre la historia de la normal, ubicada en Iguala, ocurrió el 12 de diciembre de 2011, cuando la policía estatal rompió un bloqueo realizado por normalistas en la autopista del Sol, que conecta al DF con el puerto de Acapulco. En el enfrentamiento, dos estudiantes murieron abaleados.
Marcha por los 43 desaparecidos de Ayotzinapa en el DF. FOTO: Pepe Jiménez
 ‘Guerrillero’ continúa su relato: “Me volví a subir al autobús. Vi a la patrulla disparándonos. Le dieron a Aldo, quedó ahí, tendido. Yo corrí a la parte de atrás del autobús. Vi que estaban bajando a muchos compañeros de los buses y los metían en los camiones. Todo eso duró como dos o tres horas. La Policía Municipal gritaba que nos iban a matar. Cuando los agentes se fueron llevando a nuestros compañeros, corrí al zócalo de Iguala. Un taxista me recogió y me llevó a la casa de un familiar. No podía creer que siguiera vivo”.
Su voz fuerte y exaltada rompe el luto que viste a la institución. Ayotzinapa está herida de muerte. Los compañeros que escuchan a esa hora de la mañana a ‘Guerrillero’ concediendo la entrevista, asoman sus cabezas por las ventanas de los dormitorios. Lo observan como queriéndole decir que se calle, que nunca se sabe. Pero él está vivo y por eso cree que debe seguir hablando para que nada quede impune, para que no se borre la memoria.
Mientras habla, se vuelve a escuchar la guitarra de fondo. Él se acelera en su relato. Sabe que ya nada es igual y lo peor, que ya nada importa. Ayotzinapa tiene 160 estudiantes de primer año y todos están golpeados. ‘Guerrillero’ siente que se acabó el espacio para protestar, para denunciar. Ahora la protesta la lideran los padres de los desaparecidos. La imagen de la institución es triste. Un colegio sumido en el vacío que producen esos 43 pupitres y un cartel enorme con las fotos de los normalistas, por quienes se ofrece una recompensa de un millón de pesos.

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