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jueves, 25 de febrero de 2016

Filosofía contra la guerra (y la paz)

Carlos Fraenkel aboga en Enseñar Platón en Palestina por dotar a los ciudadanos de herramientas filosóficas para salvar las diferencias que separan a un mundo dividido.


JAVIER YUSTE | 25/02/2016 

Carlos Fraenkel. Foto: Daniel Vadim
Carlos Fraenkel (Berlín, 1971), como si de un Sócrates moderno se tratara (“pero con una actitud menos agresiva”, dice pensando probablemente en que Sócrates acabó asesinado por aquellos a los que esperaba iluminar), pretende llevar la filosofía a la calle para desarrollar una sociedad más libre, justa y racional. La idea parte de su experiencia en entornos hostiles al secularismo que defiende, donde ha tratado de debatir con comunidades donde el pensamiento dominante está lejos de sus creencias. Sin ánimo de imponer sus puntos de vista y tratando que tanto los jóvenes con los que se reunió en sus seminarios como él mismo pusieran en tela de juicio las ideas heredadas por la tradición de sus respectivas culturas y religiones, Fraenkel trata de enfrentar las diferencias rehuyendo las verdades absolutas y los relativismos que “malogran cualquier conversación que quiera tomarse en serio”. Así debatió sobre Platón y la existencia de Dios ante musulmanes devotos, cuestionó la justicia social en arrabales brasileños, polemizó sobre el poder con tribus indias o sobre el legado del colonialismo en Indonesia, experiencias que ha recogido en Enseñar Platón en Palestina (Ariel), un libro en el que defiende una cultura del debate para acercarnos a la verdad valorando la diferencia.

Pregunta.- ¿Qué es la cultura del debate que defiende en el libro?
Respuesta.- La cultura del debate se manifiesta como un espacio intelectual en el que se puede discutir sobre cuestiones que nos importan de verdad y por las que sentimos pasión, pero que suelen generar desacuerdos entre las personas. Un ejemplo de esto aparece al principio del libro. Hace unos años me encontraba en El Cairo practicando mi árabe y organicé un intercambio lingüístico con estudiantes musulmanes. En un momento dado nos pusimos a debatir sobre la existencia de Dios. Por supuesto ellos pensaban que Dios existía mientras que yo les explicaba que era de una familia secular y que no creía en su existencia. Mis interlocutores trataban de demostrar con argumentos su punto y yo buscaba fallos en sus tesis. Era una conversación amistosa y un buen ejemplo de que la cultura del diálogo puede funcionar. Por tanto una condición fundamental es que existan diferencias, pero solo es un punto de partida. Si con eso fuese suficiente los Balcanes u Oriente Medio serían un club de debate filosófico.

P.- ¿Qué otros elementos son necesarios para una cultura del debate?
R.- Una educación que proporcione herramientas filosóficas y semánticas que nos permitan clarificar lo que queremos decir, que nos permita generar argumentos y responder a argumentos. Y además hay que cultivar las virtudes del debate, es decir, amar la verdad por encima del deseo de ganar con tu argumento. Así que lo veo como una actitud, el deseo de participar en una discusión productiva.

P.- ¿Cómo se podría llevar a la práctica?
R.- Es obvio que las diferencias están ahí, especialmente en este mundo globalizado. Sin embargo, las herramientas y las virtudes tienen que trasmitirse a través del sistema escolar. Desde mi punto de vista, la filosofía tiene que ser un parte obligatoria de la educación.

P.- En Occidente pensamos que nuestras creencias sobre lo que es bueno coincide con lo que moralmente es bueno. ¿Podemos estar seguros de ello?
R.- Desde Sócrates una cuestión fundamental para la filosofía es la buena vida. ¿Qué es la buena vida? A lo largo de la historia los filósofos han dado distintas respuestas a esta cuestión. Unos relacionan la buena vida con la virtud o la moralidad y dicen que si eres una persona virtuosa alcanzarás la felicidad. Otros hacen referencia al placer o al conocimiento... incluso hay quienes hablan de la riqueza para poder ser generoso y para tener tiempo para la contemplación filosófica. Pero la mayoría de mis alumnos relacionan la buena vida con el bienestar, la riqueza y el poder y creo que solo la filosofía puede promover alternativas porque cuestiona estos estándares. No da respuestas pero es un instrumento para cultivar estas cuestiones.

P.- Pero las comunidades con las que habló para el libro tienen otra visión de la buena vida, muy relacionada con la tradición religiosa...
R.- Sí, y a la vez muy diferente de mi propia idea de la buena vida.

P.- ¿Son las comunidades religiosas menos proclives a participar de la cultura del debate?
R.- La cultura del debate se puede encontrar con muchos obstáculos pero no creo que la religión sea uno de ellos. El problema surge con el fundamentalismo religioso. Quién piense que su verdad es innegociable no puede participar de la cultura del debate. Tampoco a los multiculturalistas ni a los relativistas que desechan la idea de una gran verdad ahí fuera. Quizá la ignorancia sea otro obstáculo pero no veo porque la religión lo sería. La gente religiosa está dispuesta a pensar, a cuestionar cosas y a hablar de sus propias creencias.

P.- En el libro explica que para practicar la cultura del debate es necesario cuestionar nuestro taqlid. ¿Qué es exactamente?
R.- Taqlid es una palabra árabe que no es fácil traducir. El filósofo medieval al-Gazali utilizaba este término para hablar de la autoridad de los padres y los profesores, que se trasmite a hijos y alumnos casi sin cuestionar nada. Él tuvo una crisis escéptica porque se dio cuenta de que hubiera sido, como lo era del islam, un apasionado creyente judío o cristiano, si hubiera nacido en una comunidad judía o cristiana. Esa autoridad que él aceptaba de manera natural se desvaneció e intentó reconstruir su fe en el islam. Pero para mí el taqlid tiene ahora un significado más general y yo diría que es cualquier autoridad social que moldea nuestras convicciones: retorica política, medios, moda... Cuestiones que moldean nuestra visión pero sobre las que no reflexionamos críticamente, también nuestros padres y profesores. La cultura del debate intenta trascender esa autoridad.

P.- ¿Cómo se puede evitar que la cultura del debate no acabe en frustraciones y enfrentamientos, que no acabe en violencia?
R.- No es fácil que la gente se acostumbre a la cultura del debate, por eso es muy importante que forme parte del sistema educativo para que podamos acostumbrarnos a ella. Es difícil que alguien aprenda a tener dudas de sus propias convicciones y que contemple la posibilidad de estar equivocado.Sócrates es un buen ejemplo porque intento sacar la filosofía a la calle pero no le fue muy bien. Fue como la picadura de una abeja para los atenienses, y esa no es la mejor manera de despertarse. Al final lo asesinaron. Pero, si se involucraran, al final la gente sentiría la alegría de ver crecer un debate frente al inmovilismo de enfoques como el estalinista que dice que la verdad ya ha sido definida. La falibilidad es esencial para la cultura del debate.

P.- ¿Qué diferencias hay entre la cultura del debate y el relativismo?
R.- La diferencia principal es que la cultura del debate no se rinde a alcanzar la verdad con mayúscula. El relativismo es uno de los grandes obstáculos para la cultura del debate porque según su doctrina todo vale y todo es igualmente cierto o igualmente falso, no hay discusión posible. La discusión requiere que defiendas tu posición en serio, que admitas que hay un desacuerdo e intentes debatirlo. La base epistemológica sería el falibilismo, es decir, estar convencido de que tienes razón pero ser consciente de que puede que no sea así, de modo que revisar tus opiniones puede hacer que te acerques más a la verdad. No me rindo a la hora de buscar la verdad mientras que los relativistas si lo hacen y los fundamentalistas piensan que ya la tienen. Yo apuesto por el término medio.

P.- ¿La idea de cultura del debate es contraria al multiculturalismo?
R.- Hasta cierto punto. La cultura del debate está en el punto medio entre la guerra y la paz. Estoy en contra de intentar defender una idea con violencia como hace el fundamentalismo islámico. Pero la laicidad y el secularismo, por ejemplo francés, o el multiculturalismo no son buenos ambientes para la cultura del debate porque intentan deshacerse del desacuerdo. El secularismo dice que en público eres una persona neutral en el plano ideológico y puedes dar rienda suelta a tus convicciones en casa. Dejamos todas las diferencias potencialmente divisorias en la esfera privada y en la esfera pública enarbolamos la bandera de la paz por lo que no hay espacio para la cultura del debate. El multiculturalismo va en sentido contrario porque hace visibles las diferencias pero no son motivos de discusión. Eleva las diferencias a algo bonito que no tiene que ser un motivo de conflicto. Pero eso neutraliza nuestra capacidad de desacuerdo porque nos marca que debemos reconocer todos la diferencias como algo bueno y destruye las posibilidades de una conversación seria.

P.- ¿Se puede combatir al Estado Islámico con la cultura del debate?
R.- Merece la pena intentarlo. No creo que la filosofía sea la panacea que resuelva todos los problemas y menos la violencia del Estado Islámico, pero el Estado Islámico no es solamente violencia también hay un programa filosófico detrás. Ellos hablaban de París como un lugar de prostitución y vicio, tienen una visión de lo secular como pecaminoso. Pero son temas de los que podemos hablar, incluso con los elementos más radicales. Necesitamos crear un marco en el que se sientan cómodos expresando sus ideas. La gente quiere ser escuchada y ellos tienen argumentos aunque puede que no sean los mejores. Los miembros del Estado Islámico no está aislada del mundo y también piensan, reflexionan, tienen argumentos y quieren compartirlos. Hay que tener una actitud de respeto y voluntad para escucharles.

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