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sábado, 25 de junio de 2016

Desde las mazmorras del Estado Islámico

MANUEL MARTORELL | Publicado:  - Actualizado: 24/6/2016 01:08
Detalle de la cubierta de la obra.
Imagen que ilustra la cubierta de la obra ‘Siria, el país de las almas rotas’.
Solo por conocer el infierno sufrido por Javier Espinosa en las mazmorras del Estado Islámico y de su compañera e integrante de cuartopoderMónica G. Prieto, para liberarlo de los yihadistas ya hace necesario comprar y leer esta impresionante obra sobre el fracaso de la Revolución Siria.
Estoy convencido de que el estremecedor relato sobre los casi 200 días de cautiverio ya da, de por sí, para un libro entero, pero en esta obra –Siria, el país de las almas rotas (Penguin Random House)- el calvario de Espinosa y del fotógrafo Ricardo García Vilanova acapara la última parte de sus 450 páginas. Concretamente, comienza en el capítulo “El ISIS destruye la revolución”, epígrafe más que significativo porque, en definitiva, esta es la conclusión final a la que se llega con su lectura.
Antes, nos encontraremos con un exhaustivo repaso a las principales peculiaridades de la Revolución Siria, es decir, a las esperanzas democráticas que germinaron en la juventud, como ya había ocurrido en Túnez y Egipto, a las dudas que siempre plantea el paso a la lucha armada, la despiadada represión de Bachar al Asad, los descarnados testimonios de una sangría generalizada, la progresiva islamización de unos grupos opositores que inicialmente no lo eran y la conversión del enfrentamiento civil en una guerra sectaria.
El propio secuestro de Javier y Ricardo está relacionado con el imprevisto pero rápido e irresistible ascenso del movimiento yihadista, ya que cogió por sorpresa incluso a los milicianos sirios que les acompañaban precisamente para protegerles y conducirles sin percances a la frontera turca de Tel Abyad. No solo el Ejército Libre de Siria, sino poderosos movimientos salafistas no partidarios de Al Bagdadi fueron incapaces de prevenir la fulgurante expansión del Estado Islámico o de impedir que Siria retrocediera, bajo el nuevo Califato, a un estadio de salvajismo en el que las prácticas sanguinarias se realizaban ante el resto del planeta con total impunidad.
Pero la terrible experiencia vivida por los dos periodistas españoles tras ser secuestrados el 16 de septiembre de 2013 en la zona de Raqqah permite suministrar algunas claves, incluso de carácter psicológico, sobre quienes, protagonizando los espeluznantes vídeos que aterrorizaban a todo el planeta, se habían convertido en la mayor amenaza de la humanidad.
Dice Javier Espinosa que los cautivos occidentales dieron a sus carceleros-matarifes el nombre de Beatles, individuos “sin ideología, niños malcriados que han conseguido poder”, señala parafraseando a un especialista en este tipo de organizaciones. Esta reveladora frase me recordó otra, igualmente significativa, que escuché al padre Douglas Bazi, sacerdote iraquí también secuestrado y torturado por otro grupo integrista radical: “El Estado Islámico es una manada de ratones convertida de la noche a la mañana en un Ejército de dragones”. Se refería Bazi a que los integrantes del Estado Islámico tenían un poder que no les correspondía y que solamente era producto de una conjunción de circunstancias coyunturales que les habían favorecido.
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Portada del libro de Javier Espinosa y Mónica G. Prieto.
También se destaca en el libro el importante papel que juegan los voluntarios extranjeros dentro de las estructuras del Estado Islámico, ya que son quienes terminan asumiendo los cargos de mayor responsabilidad a costa de los islamistas locales y quienes, por cierto, hacen mayor ostentación de crueldad.
De la misma forma son relevantes los detalles sobre la llegada de estos voluntarios a Siria desde Europa y otras partes del mundo, fundamentalmente a través de Turquía. Cita, por ejemplo, el aterrizaje de aviones charter al aeropuerto de Hatay, provincia turca fronteriza con la “liberada” de Idlib dentro de Siria, en vuelos que no quedaban registrados en las pantallas informativas del complejo aeroportuario. Iban llenos de “barbudos” que, tras unas horas deambulando por la ciudad, desaparecían en la oscuridad de la noche para alcanzar la divisoria con Siria.
Respecto al ascenso de estos movimientos islamistas, hay una serie de valiosos testimonios y detalles que permiten comprender los efectos que, en este sentido, tiene una ayuda internacional, especialmente de Arabia Saudí y Qatar, en principio desinteresada o incluso con objetivos humanitarios. Por destacar algún ejemplo, se pueden citar los modernos estudios radiofónicos de los que se vale, gracias al dinero qatarí, el grupo Fatah al Islam en Trípoli para difundir su trabajo político y social, o la televisión de Ahmed Assir en la ciudad de Sidón, cuando ambos grupos radicales estaban empeñados en importar al Líbano la guerra sectaria.
Más desdibujado queda el papel de Turquía en esta radiografía del horror, cuando es evidente su responsabilidad directa no solo en la llegada de combatientes extranjeros sino también en el suministro de armas modernas y en un apoyo logístico que ha sido vital para el Estado Islámico y los demás grupos yihadistas.
Es cierto que La semilla del odio, título de una segunda parte que dará continuidad al libro ahora publicado, fue colocada hace tiempo por la intervención de las potencias occidentales, especialmente Estados Unidos, en las guerras de Afganistán e Irak, pero, en el caso de la actual tragedia siria, la responsabilidad del Gobierno de Tayip Erdogán es mucho mayor que la norteamericana por haber apostado desde el principio por el caballo islamista en vez de respaldar las posiciones democráticas que iniciaron las revueltas en Daraa y Damasco, con el agravante de que, además, ha conducido a sus aliados de la OTAN hacia la misma errática estrategia.
También se aprecia a lo largo del libro una ambigüedad y permeabilidad entre las diferentes corrientes del islamismo integrista, lo que lleva a pensar que nos encontramos ante grupos que comparten un mismo proceso lineal de radicalización más que ante variantes diferenciadas de un mismo fenómeno, algo que ya ocurrió a finales de los años 70 también en Siria entre los Hermanos Musulmanes y la denominada Vanguardia Combatiente.
Finalmente, llama la atención la práctica ausencia de referencias al factor kurdo, teniendo en cuenta que, desde el principio, ha mantenido la idea de una “tercera vía” frente a la disyuntiva islamismo o dictadura mientras los distintos sectores del movimiento revolucionario eran aniquilados o engullidos por el yihadismo. De hecho, varios de aquellos grupos vinculados inicialmente al Ejército Libre de Siria integran hoy las Fuerzas Democráticas Sirias, la única tendencia capaz de acabar con el Estado Islámico, con apoyo de la aviación internacional, al margen de los integristas radicales enfrentados al Estado Islámico y del régimen baasista. Por cierto, sorprende, en este sentido, que para el diseño de la cubierta y el lomo del libro se juegue con los colores de la bandera oficial del Baath -rojo, blanco y negro con dos estrellas verdes- en vez de la revolucionaria -verde, blanco y negro con tres estrellas rojas-.
En definitiva, un imprescindible relato para conocer lo ocurrido en Siria desde las propias entrañas de la Revolución, desde el mismo infierno del yihadismo, un verdadero regalo de dos grandes y, sobre todo, valientes profesionales del periodismo, en el caso de Mónica con un mayor sentido literario y en el de Espinosa con la inconfundible huella de su buen trabajo como reportero.

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