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miércoles, 16 de agosto de 2017

Lo que nos queda por hacer

Hacia una nueva conciencia ciudadana y espiritual

15/08/2017 - Autor: Equipo WebIslam - Fuente: WebIslam
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Camino por recorrer...
Si algo sorprende del islam a través de la historia es su enorme capacidad de adaptación. Desde el Magreb al Bronx neoyorquino, como si se tratase de una vuelta al mundo, el islam ha crecido y florecido en muchos espacios. Muchas veces en campos baldíos, otras en fértiles vergeles, pero allá por donde fuere el islam nunca ha dejado indiferente. En los últimos años, al islam se le asocia con hechos terribles que poco o nada tiene que ver con su fondo espiritual, su ética y su praxis cotidiana. 
El islam es una experiencia holística y no compartimentada como le gustaría al mundo contemporáneo. Los musulmanes no podemos librarnos de ella tan fácilmente, pues sometemos cada acción de nuestra vida cotidiana, y damos gracias por ello, a Allāh t‘ala y a la experiencia vivida de su Profeta (saws). Una experiencia que no nos deja indiferentes a la hora de vivir nuestro día a día y que, obviamente, proyectamos al exterior. Por eso, de todas las espiritualidades que coexisten es la que más crece y más seduce a los habitantes de un mundo asfixiado por el individualismo, el egoísmo y post-verdad.
El islam es una experiencia holística y no compartimentada como le gustaría al mundo contemporáneo.
Pero estos son tiempos de olvido (gafla), en vez de recuerdo (dhikr) y no proyectamos toda la belleza y la ética que debiéramos. Intereses varios, con los que podríamos escribir varios libros, han hecho que signifique algo distinto a una entrega a Allāh y a la experiencia muḥammadiana (saws). Es más fácil consumir mensajes prefabricados e idealizados a intentar dialogar con la realidad y con la diversidad.
Diversidad, esa es una de las palabras clave para un mundo que sufre crisis. Comprender que vivimos en mundo complejo y diverso es algo obligatorio para el musulmán, así lo quiso Allāh t‘ala. De lo contrario se nos habría puesto en un mundo solo para nosotros y sin embargo vivimos en un espacio complejo y diverso donde precisamente podemos demostrar que los musulmanes somos ciudadanos plenos con ganas de trabajar por los demás.
Somos la minoría más numerosa del país, y como tal tenemos que trabajar por nosotros, por las otras minorías y por todos los españoles.
A veinticinco años de la firma de los Acuerdos de Cooperación con el Estado, amparados por el artículo 16 de nuestra Carta Magna y la ley de Libertad Religiosa de 1980, los musulmanes tenemos que ser capaces de retomarlos y comprender su significado. Son nuestro mecanismo para ser parte plena de la diversidad de la sociedad española. ¿O es que acaso creemos que todos los españoles estamos cortados por el mismo patrón? Esto significa que no vale excusarse en desconocimientos o lamentos, hay que conocerlos y trabajarlos. Somos la minoría más numerosa del país, y como tal tenemos que trabajar por nosotros, por las otras minorías y por todos los españoles. Nuestras victorias son suyas, aunque muchos no sean conscientes del valor que tiene eso.
Para ello, es fundamental el valor de ser ciudadano pleno. Nosotros los musulmanes que habitamos —con toda la carga simbólica de la palabra— España tenemos que tener esa conciencia. Y esa conciencia, más allá de que de momento sea efectiva o no, parte de nosotros mismos. De nuestra experiencia con el «otro» y del respeto hacia él, así como el valorarnos a «nosotros» desde nuestra propia comunidad. Algo falla cuando la opinión general identifica a casi tres millones de musulmanes con terroristas, vagos, maleantes, antisistema, opresores de la mujer y otros adjetivos nada agradables. ¿Acaso es verdad? ¿Acaso somos así? Desde nuestra experiencia sabemos que no, porque en esos casi tres millones hay médicos, profesores, abogados, profesores, empresarios, jornaleros y mucha gente de bien que vive, comparte y cree desde su creencia para con el «otro», que es generosa, abierta y amable. La lucha contra el gueto debe empezar en nuestra propia mente, es luchar contra creencias arraigadas y estigmas hipertrofiados. Es la lucha contra tópicos y teatrillos que nosotros mismos creemos y practicamos. Nada, excepto nuestro ego, nos impide vivir nuestro islam con la mayor fuerza.
Y por eso, es una obligación central cumplir con los deberes que nos impone la sociedad civil. La primera es conocerla, respetarla y saber cuáles son los cauces de participación plena como ciudadanos. La segunda, usar los mecanismos a los que tengamos derecho sin incurrir en victimismo si las resoluciones nos son desfavorables. Y la tercera formarnos y formar a otros para tener esta conciencia, y hacerlo de manera islámica, es decir, desde lo holístico. Esta opinión general, debería complementarse con otras propuestas transversales que, de un modo un tanto programático, pasamos a mencionar.
Algo falla cuando la opinión general identifica a casi tres millones de musulmanes con terroristas, vagos, maleantes, antisistema y otros adjetivos nada agradables. ¿Acaso es verdad? ¿Acaso somos así?
Por ello, en primer lugar, debemos apostar por un respeto y una íntima colaboración con el ámbito público. Conocer sus mecanismos, sus tiempos y los procedimientos. Conocer que otros ciudadanos no tienen por qué intimidarnos para vivir nuestra ciudadanía plena. Tenemos que tejer redes sociales entre nosotros y entre otros colectivos, compartir vivencias y experiencias cotidianas, dando más voz a mujeres y jóvenes. Tenemos que fortalecer nuestras voces a través de un tejido asociativo consistente. Vivimos en un estado aconfesional y tenemos todo el derecho a expresar, siempre desde el respeto, nuestras creencias y nuestros símbolos. Ahora bien, siempre con la idea que no somos solo nosotros y que toda acción produce reacción. Esto implica descolonizarnos de nosotros mismos, de ciertos símbolos adquiridos y de lo que «un musulmán tiene que hacer para serlo».
En segundo lugar, es urgente realzar la ética muḥammadiana que proviene de los hadizes. Y aunque parece algo obvio, no lo es. Esta es la praxis más olvidada en el islam contemporáneo. La espiritualidad está bien representada por el sufismo tanto que a veces parece que va independiente mientras que la política… ya sabemos de los extraños vaivenes del islam y política en los últimos cincuenta años. Sin embargo, la ética, aspecto central en la doctrina de Muḥammad está olvidada. Y creednos si decimos que, si aplicásemos su ética, su praxis y su cortesía (adab) seríamos un ejemplo en la sociedad. Desde las relaciones humanas a las comerciales o el medio ambiente, la ética muḥammadiana es un modelo para el día a día, es algo central para la sociedad, pero también para la persona. ¡Vivamos un islam ético y comprometido! Alejado de violencias, sectarismos y creencias ciegas.
¡Vivamos un islam ético y comprometido! Alejado de violencias, sectarismos y creencias ciegas.
En tercer lugar, está la educación en asuntos doctrinales. Esta ha sido la gran olvidada en nuestras comunidades. Necesitamos de ella urgentemente, tanto en el ámbito de la educación pública para deslegitimar los mitos que rodean al islam; como para formar nuestros propios especialistas desde la tradición islámica, pero también desde la contemporaneidad. El islam se debe a su circunstancia y no solo a la imitación del pasado (taqlīd). Es el respeto a lo que somos, pero también a lo que fuimos. En este campo los anglosajones nos llevan ventajas, iniciativas como Zaytuna College de shaykh Hamza Yusuf o Cambridge Muslim College de shaykh Dr. Abdelhakim Murad. Espacios actuales donde el islam tradicional se vincula con los desafíos contemporáneos de los musulmanes occidentales. En este momento no valen los catecismos ni los mensajes dogmáticos, sino la reflexión, el pensamiento y la sinceridad.
Y, en cuarto lugar, fomentar y sostener iniciativas comunitarias, empresariales y sociales. Apostar por modelos de crecimiento sostenible desde un punto de vista islámico en nuestras comunidades. Apoyar iniciativas beneficiosas y respetuosas con nuestra ética y empoderarnos en ellas. Y así seremos capaces de tener voz, de mostrar que no somos víctimas sino una minoría que cree en el futuro y en cada uno de los miembros de la comunidad. Porque somos eso, una comunidad de creyentes que se desenvuelve y compartimos valores muy similares, a veces que difieren por escasos matices. Y, es más, esa comunidad de creyentes debe prestar un servicio a todos, no solo a nosotros mismos.
Esa vocación de servicio a toda la sociedad civil, tan diversa a su vez, es básica en el proceso de vivir nuestra ciudadanía con plena conciencia. Disfrutar de las victorias y las alegrías de los otros y luchar con ellos ante injusticias y retos sociales. Ofrezcamos parte de nuestra baraka a los demás, pues no hay mejor forma de volver a ganarla sino es compartiéndola.
Nos queda mucho por hacer, es evidente, pero estamos en el camino. Estas son unas breves reflexiones de cómo empezar a caminar por una senda complicada para todos, que puede suponer una gran bendición para millones de personas. Y en ese sentido Junta Islámica y WebIslam apuestan por los valores que han defendido en estos últimos veinticinco años: islam, ciudadanía, democracia, tolerancia y respeto. Solo así seremos fieles a la figura de nuestro Profeta Muḥammad (saws) y a la herencia de catorce siglos de islam.

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