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martes, 31 de octubre de 2017

En descargo del Islam

Desmontando estereotipos

16/12/2001 - Autor: Juan Agulló - Fuente: Masiosare
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Imagen revista-amauta.org
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"El jefe de la mujer, es el hombre ... Si la mujer no lleva velo, rápesela ... El hombre no ha de portar velo: es la imagen de la gloria de Dios, la mujer es la gloria del hombre ... Y el hombre no ha sido creado por la mujer, sino la mujer por el hombre. He aquí por qué la mujer ha de portar sobre su cabeza el signo de su dependencia".
A estas alturas, cualquiera que lea estas afirmaciones tan políticamente incorrectas pensaría sin dudarlo que se trata de un extracto del Corán, el libro sagrado de los musulmanes. La cita en cuestión, sin embargo, proviene de una de las epístolas dirigidas a los corintios por San Pablo (1). Definitivamente, los estereotipos, pesan.
Lo que el Corán dice con respecto a la cuestión femenina es que "Los musulmanes, las musulmanas, los creyentes, las creyentes, los que oran, las que oran, los verídicos, las verídicas, los constantes, las constantes, los humildes, las humildes, los limosneros, las limosneras, los que ayunan, las que ayunan, los recatados, las recatadas, los que recuerdan, las que recuerdan constantemente a Dios, a todos éstos, Dios les ha preparado un perdón y una enorme recompensa" (sura 33, ayat 35). La diferencia resulta esclarecedora: mientras que las sagradas escrituras cristianas postulan la inferioridad y la dependencia de la mujer con respecto al hombre, las mujeres musulmanas, son portadoras de un mensaje de respeto, de tolerancia y hasta -se podría decir que- de igualdad.
Nadie va a negar por ello que, en Afganistán, durante el emirato talibán, las mujeres hayan sido obligadas a portar la burka, algo muy distinto al velo que postulaba y promovía San Pablo: una especie de sábana que ha convertido -por decreto- a la mitad de la población del país centroasiático en lúgubres sombras cuya única relación con el mundo se ha articulado a partir de una especie de reja tejida, en el mejor de los casos, con algodón. Todo ello, sin embargo, tampoco nos debe de hacer olvidar que, tras la derrota del régimen talibán, siguen siendo muchas las afganas que optan por el obstinado anonimato de la burka. ¿Cuestión religiosa o excepción cultural? Pues ya que estamos metidos en lo religioso afirmemos que "de todo hay en la viña del Señor".
Desmintiendo a Berlusconi
Hace algunas semanas, el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, profundizó en la línea trazada por su colega estadunidense George W. Bush,2 al proclamar la "supremacía de la civilización occidental" sobre el resto. La delgada línea existente entre la opinión oficial y la oficiosa quedó así traspasada sin solución de continuidad. Ambos mandatarios, en efecto, no hicieron más que expresar de forma abierta unos prejuicios en relación con el Islam que, en el siempre difuso "mundo occidental", jamás han dejado de existir y de plantearse de forma más o menos soterrada.
El hecho de que el número de musulmanes en Europa Occidental haya alcanzado recientemente la en absoluto desdeñable cifra de 11 millones de personas y de que en Estados Unidos frise los 7 millones de fieles parece no haber contribuido a que los recurrentes estereotipos sobre el Islam se evaporen. En los días posteriores a los avionazos contra las Torres Gemelas y el Pentágono, de hecho, la belicosidad de los medios de comunicación occidentales contra los musulmanes llegó a alcanzar, en no pocos casos y en casi todos los países de Europa y de América (México incluido), un paroxismo rayano en el delirio.
Con demasiada frecuencia, en efecto, se ha solido y se suele seguir pasando por alto el hecho de que buena parte de los fundamentos de la mismísima civilización occidental hunden sus raíces, más que en el Islam como tal, en la fructífera relación que musulmanes y cristianos entablaron durante siglos en tierras de frontera como la península ibérica, los Balcanes o -de forma más imprecisa- el Mediterráneo. El concepto matemático del cero, por ejemplo, bien es verdad que llegó a Europa a partir de la India, pero lo hizo a través del Islam. Mientras que Europa se hallaba inmersa en esa que ha sido definida como "la noche de los tiempos" (la Edad Media), el Islam florecía exuberante tanto a nivel político como económico, artístico o incluso, científico.
A partir del reseñado epicentro, de hecho, no por casualidad se recuperó a clásicos de la talla de Platón o Aristóteles, olvidados durante siglos en Occidente. La multicultural Toledo medieval fue en este sentido, y gracias a su famosísima Escuela de Traductores,3 uno de los focos a partir de los cuales se recuperó e irradió en Europa, tanto el pensamiento crítico, como una voluntad de conocimiento que había de terminar trascendiendo lo meramente teológico. En este sentido no hay que olvidar que la relectura de los clásicos ha solido ser ubicada -históricamente- en la base de lo que ha sido definido como el Renacimiento (de la civilización occidental). Renacimiento que, como es obvio, no pudo tener lugar sino a partir de un declive que coincidió con uno de los momentos de mayor esplendor de la cultura musulmana.
"Si tú quisieras, Granada/ contigo me casaría/ daréte en arras y dote a Córdoba y a Sevilla.// Casada soy, rey don Juan/ casada soy, que no viuda/ el moro que a mí me tiene/ muy grande bien me quería". El anónimo romance medieval castellano da una medida de la veneración que en ese Occidente que ahora mira con tanta arrogancia y displicencia hacia el Islam llegó a existir, entre otras muchas cosas, hacia las ciudades musulmanas: por su arquitectura, por su planificación urbanística y por su sin par belleza. Granada, Córdoba, Sevilla, Toledo (España) o -más tardíamente- Estambul (Turquía), Salónica (Grecia) y Sarajevo (Bosnia) siguen estando marcadas actualmente por la impronta indeleble de la civilización musulmana.
Como sea, el sentimiento de admiración dista enormemente de ser nuevo: de hecho, cuando la civilización musulmana penetró en Europa (a partir de 711 en la península ibérica y de 1453 en los Balcanes), tan sólo fue acogida con terror en los centros de poder: las poblaciones locales, al parecer, recibían con alivio a los exponentes de una cultura que, en aquel momento y bien es verdad que siempre a cambio de una quinta parte de los ingresos de cada quien, resultaba infinitamente más tolerante y respetuosa con formas de ser, de sentir y de pensar diferentes que una cristiandad en la que, por aquel entonces, instituciones de infausto recuerdo como la Inquisición comenzaban a velar sus armas bélicas y morales y, desde luego, sus inseparables aperos de tortura física y psicológica.
Entre la pobreza y la violencia
Cheikh Anta Diop (1923-1986), uno de los más destacados intelectuales africanos de todos los tiempos, explicaba el carácter dependiente de su continente como la consecuencia última de un desarrollo tecnológico inferior al europeo por cuanto que menos determinado por un medio hostil. La explicación de la dependencia también habría resultado históricamente clave para justificar aberraciones como el colonialismo. Con el Islam, a la vista de los acontecimientos, ha ocurrido algo parecido: de fuente inspiradora de la cultura occidental, con el paso de los siglos, ha terminado por convertirse -se supone que en su versión más radical- en "la amenaza principal para la paz global y para la seguridad".4
Actualmente, de hecho, si bien ni puede ni debe ser obviado el carácter intransigente y manipulador (en relación con los mismísimos fundamentos del Islam) que caracteriza a los movimientos integristas -que, en mayor o menor medida y con más o menos matices, pululan desde Marruecos hasta Filipinas-, tampoco debe ser pasado por alto el carácter dependiente y polarizado de los países musulmanes. En este sentido Nigeria constituye uno de los ejemplos más preclaros de esta dependencia. Se trata, no en vano, de un país que -entre otras razones- se ubica en el puesto 136 del IDH,5 porque su PNB es de tan sólo 260 dólares por habitante, porque su presupuesto en educación apenas alcanza un 0.7% o porque su esperanza de vida frisa con dificultad los 47 años. Arabia Saudita, por su parte, constituiría el ejemplo más elocuente de polarización: ocho de sus ciudadanos (todos ellos, por supuesto, ligados a la dinastía reinante de los Saúd) figuran entre los 500 hombres más ricos del mundo.6
Sea como fuere, tanto en unos como en otros, el pasado colonial pesa. En algunos casos -como el de Palestina- la aberración sigue yendo allende lo imaginable: el hecho colonial forma, no en vano, parte del presente. No lo decimos nosotros sino la Resolución 446 de las Naciones Unidas.7 Israel -por si el hecho de continuar figurando como "potencia colonial" fuera poco- se encuentra dirigida por un personaje (Ariel Sharon) que, en Bélgica, acaba ser acusado formalmente de algo más que de terrorismo: de genocidio.8 De los reseñados extremos, los medios de comunicación simple y llanamente no hablan, o en el mejor de los casos pasan tan de puntillas que, al final, nadie suele entender nada, o casi nada.
Ello resulta doblemente indignante por cuanto que es evidente que se trata de elementos que contribuirían, si no a justificar, si al menos a explicar esa violencia proveniente de los países musulmanes que, la mayor parte de las veces, suele ser presentada de forma aislada. No se trata aquí de justificar ni los recientes atentados ocurridos en Estados Unidos, ni las escalofriantes andanzas del GIA en Argelia, de los Hermanos Musulmanes en Egipto o de Abu Sayaf en Filipinas. Tampoco de reivindicar el Islam en un ejercicio inopinado de excentricismo, sino de dejar muy claro que este último no es sinónimo ni de violencia ni de fanatismo ni de machismo, sino una más de las víctimas de la polarización socioeconómica que caracteriza a la humanidad en general y a la globalización en particular.
Como sea, el hecho de que en los países musulmanes -desde hace algunos decenios- la rebeldía se canalice a través de una reivindicación -todo lo distorsionada que se quiera, pero al fin y al cabo, reivindicación- de los fundamentos del Islam no habla sino de la fortaleza de una civilización cuyo delito principal -a tenor de los medios de comunicación occidentales y de la opinión de algunos gobernantes, como Bush hijo o Berlusconi- parece radicar cada vez más en el mero hecho de ser diferente a la nuestra.
Para muestra, un botón: mucho se habla de la intolerancia musulmana hacia los judíos pero también suele ignorarse que, por ejemplo, en un país como Marruecos no sólo existe una comunidad sefardí históricamente muy importante sino que, incluso, la propia bandera del país -en lo que constituye un homenaje sin ambages a la aportación de estos últimos a la historia del país- en lugar de figurar un cuarto creciente (emblema del Islam) lo hace una estrella de David (emblema del judaísmo). ¿No constituiría esto, más bien, un ejemplo de integración? Lo que ocurre es que resulta mucho más llamativo identificar al Islam con la celebración por parte de un puñado de palestinos de la voladura de las Torres Gemelas que con una convivencia pacífica como la que viene teniendo lugar en ese país norafricano desde hace siglos.
Otros ejemplos que, captados a vuelapluma, pueden causar sorpresa: para empezar, no sólo la actual vicepresidenta de Irán es una mujer (Masumeh Ebtekar), sino que Pakistán (uno de los países que mayores acusaciones de veleidades islamitas ha tenido que soportar en los últimos tiempos) fue -recientemente- presidido en dos ocasiones por otra mujer (Benazir Bhutto, 1988-1990 y 1993-1996). ¿Se conoce, por casualidad, un caso parecido en la historia de México? Es más, ¿abundan, en Occidente, los ejemplos de jefas de Estado o de gobierno? Todo ello por no hablar -en el ámbito educativo- del caso de la Legión de Cristo: una congregación religiosa propietaria de algunos de los centros académicos más exclusivos de este y otros países católicos. ¿Nos hemos parado por un momento a imaginar lo que ocurriría si en lugar de "Legionarios de Cristo" estuviésemos hablando de "legionarios de Mahoma"? ¿Qué no se ha dicho, a lo largo de los últimos meses, de las escuelas coránicas? Los estereotipos, reiterémoslo, siguen pesando más de la cuenta.
Notas
1 Cita tomada del artículo "Islamophobie", de Alain Gresh, en el número de noviembre de 2001 de la versión francesa de Le Monde Diplomatique.
2 En los días posteriores al 11 de septiembre pasado el presidente estadunidense George W. Bush se atrevió a calificar la "guerra contra el terrorismo" de "cruzada".
3 La Escuela de Traduc-tores de Toledo (España) fue fundada -según las crónicas- por el rey de Castilla Alfonso X (apodado El Sabio) en pleno siglo XIII. El centro se convirtió en un foco sin precedentes de irradiación cultural. Allí se traducía del árabe al latín y del latín a las lenguas romances, es decir, al castellano, al catalán, al francés, al italiano, etc.
4 "Another despotic creeds seeks to infiltrate the West", en el International Herald Tribune del 9 de septiembre de 1993.
5 El IDH (Indice de Desarrollo Humano) es calculado cada año por el Programa de Naciones Unidas para el Desarro-llo (PNUD), en función de toda una serie de indicadores sociales y macroeconómicos. Los países analizados son 162. México ocupa el puesto 51.
6 Véase www.forbes.com.
7 Dicha resolución (del 22 de marzo de 1979) califica literalmente al Estado de Israel de "... potencia ocupante ... de los territorios árabes ocupados desde 1967, incluso Jerusalén ...".
8 El pasado 18 de junio y amparadas en el precedente de Pinochet, 23 personas de nacionalidades palestina y libanesa presentaron ?ante los tribunales belgas? una demanda por crímenes contra la humanidad (cometidos durante la guerra del Líbano, en 1982) contra el actual primer ministro israelí. Hace unos días, la justicia belga llamó a declarar a Sharon.
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