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lunes, 30 de octubre de 2017

Límites islámicos al islamismo

13/07/2004 - Autor: Abdel Haqq Salaberria - Fuente: EL CORREO
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Islamismo
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Durante la última jornada del excelente y exitoso seminario Representaciones árabes contemporáneas, organizado por Arteleku en Donostia, tuvimos la oportunidad de estrenar un vídeo titulado Voces del pensamiento crítico actual árabe realizado y presentado por Gema Martín Muñoz, profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico en la Universidad Autónoma de Madrid, y Rafael Ortega, historiador y especialista en el Mundo Árabe.
Entre otros importantes, interesantes y poco accesibles testimonios, se encontraba uno especialmente significativo. El ayatolá chií Mohamed Hussein Fadlallah, líder espiritual de Hezbolá, es considerado un líder reformista y modernista moderado. Según el propio testimonio de Gema Martín Muñoz, que acudió a su domicilio de Beirut para realizar la entrevista, la casa de este ayatolá es visitada por una peregrinación de personalidades del mundo árabe, islamistas o laicos, de derechas e izquierdas, que lo respetan como un símbolo vivo de la resistencia del pueblo árabe. Hay que recordar que Hezbolá consiguió liberar a Líbano de la ocupación israelí, una victoria sin precedentes en más de medio siglo de humillaciones para los árabes.
En la entrevista, el discurso de este líder del Partido de Dios era muy grandilocuente y lleno de palabras amables y reconciliadoras, sobre todo hacia el cristianismo. Palabras de tolerancia con otras creencias, de amistad con los hermanos suníes -especialmente en Irak-, de democracia y derechos humanos, salían de la boca del hombre que hace unos veinte años emitió una fatwa que incitó a los chiíes de Líbano a organizar los atentados suicidas contra la Embajada norteamericana de Beirut y contra un puesto de control estadounidense en la capital libanesa. Ambos atentados dejaron cientos de muertos y precipitaron la retirada de las tropas estadounidenses desplegadas en Líbano en 1983. Todo parecía discurrir según un guión que bien podría haber suscrito Kofi Annan, y que incluía la condena de los atentados del 11-M. Pero llegó al asunto de la desesperada situación de Palestina. En este caso el razonamiento era, más o menos, el siguiente: ¿Qué pueden hacer los palestinos contra las sofisticadas armas del Ejército de Israel? Ellos utilizan lo único que tienen, su cuerpo, y se lanzan como bombas humanas contra un invasor que les priva de todo. No son terroristas, son mártires. Hay muertes civiles, de acuerdo. Pero los palestinos no persiguen matar a inocentes sino atacar la seguridad de Israel, y están legitimados para ello.
El Islam no es una doctrina política, algo maleable según las diversas coyunturas humanas. Admite cierta interpretación y hay jurisprudencia diversa, pero tiene cuestiones ineludibles y fronteras infranqueables. Una de ellas es que los medios están perfectamente delimitados y sólo a través de esos medios establecidos, y no de otros, se alcanza el fin esperado. Eso nos lleva a dos cuestiones claves en el asunto de los suicidas y de las estrategias de guerra de algunos grupos autodenominados islámicos, no sólo en Palestina, sino en el terrible escenario bélico mundial de la actualidad: la cuestión del valor de la vida, especialmente la humana; y la cuestión de la yihad, sus requisitos y limitaciones.
Para el Islam, como para toda la tradición judeo-cristiana, la vida es don y propiedad divina. El ser humano sólo es un califa, es decir, un representante o administrador de Dios en la Tierra, que debe rendir cuentas de esa administración. Si al sacrificar un animal el musulmán debe hacerlo en nombre de Dios es, entre otras cuestiones, por respeto al propietario de esa vida. La norma general es no matarás. La propia vida de un individuo tampoco le pertenece a éste, por lo que el Islam tampoco admite el suicidio.
Respecto a la yihad son necesarias una serie de circunstancias que no se dan ni por asomo en ningún conflicto conocido. Para empezar debe realizarse en nombre del Islam y en defensa de un territorio en el que se aplica la Sharia en su totalidad. La decreta un emir, no el líder de un grupo político mesiánico o el presidente de una república bananera. Primero se debe ofrecer el Islam a los adversarios, y si lo rechazan se les ataca. No debe matarse a ancianos, niños y mujeres, salvo que éstas participen en la batalla. No pueden envenenarse las aguas, ni talar árboles, ni usar fuego. No se debe combatir contra un enemigo que supere una relación de dos a uno a los musulmanes, salvo que los musulmanes tengan mejores armas y estén claramente mejor preparados. Se deben respetar todos los pactos a los que se llegue con el enemigo y los salvoconductos. Está claro que no se contempla ni el acto suicida ni la matanza de inocentes. Cuando no se puede combatir, la jurisprudencia aconseja huir al territorio musulmán más cercano bajo la tutela de un emir, o bien quedarse bajo el yugo de los enemigos, siempre y cuando permitan la práctica del Islam y se realice una continua invitación al invasor a que abrace el Islam. Una actitud semejante, practicada por las cofradías sufíes del califato oriental, convirtió a los salvajes invasores mogoles en la base de un nuevo y poderoso califato.
A un agnóstico puede sonarle ridículo que, en una situación desesperada, lo único que le queda al creyente es volverse a Dios. El verdadero creyente lo practica. Además, los musulmanes tienen una fortaleza inexpugnable: sus cinco pilares (fe, oración, ayuno, impuesto y peregrinación). Si los musulmanes se dedicaran más a construir la Casa del Islam en vez de empeñarse en combatir en la Casa de la Guerra, la ayuda, que sin duda necesitan para sobrevivir al holocausto que están sufriendo, vendría sin demora. Esto es de obligada creencia para un musulmán. La desesperación representa una falta absoluta de fe y es dar entidad a poderes ajenos a Dios, lo cual supone una falta gravísima en nuestra Sharia. La llave para salir de esta prisión está en los cinco pilares de nuestra religión, abandonados en parte para seguir el camino de la dialéctica modernista y reformista, un falso ídolo que exige el sacrificio de nuestros hijos y la corrupción de nuestros corazones con odio.
Yalal al-Din Rumi, maestro sufí universalmente reconocido, dijo en una ocasión: «Si algún musulmán tiene dudas de que lo prometido u ordenado por Dios es posible, es un hipócrita. Si cree que lo que Dios le ha ordenado hacer no es posible hacerlo, que golpee fuertemente su cabeza contra un muro. Algo evidentemente no funciona bien en su cabeza. Y si después sigue creyendo que es imposible, que se golpee más fuerte».
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