¿Racismo, sólo en Estados Unidos? La discriminación histórica hacia los migrantes en México

Claro: todos en México queremos que se respeten a nuestros compatriotas del otro lado de la frontera y que el racismo de ciertos sectores  norteamericanos se detenga, pero, ¿cómo nos hemos comportado nosotros históricamente con los migrantes que llegaron a nuestro país, aquellos que llegaron por voluntad propia y aquellos que llegaron por la fuerza?
En su pifia semanal, Trump dio un discurso sobre la solidaridad norteamericana con los irlandeses en el marco del Día de San Patricio. El rigor protocolario hubiera salido a la perfección de no ser porque el mandatario norteamericano tuvo el desliz de mencionar un “proverbio irlandés” que en realidad eran versos de un poeta nigeriano. (Vía: The Guardian)
La metida de pata del presidente se unió a la petición que ayer le hiciera Enda Kenny, actual presidente de Irlanda, de ser clemente con los migrantes, especialmente con los de nacionalidad irlandesa que son, según cálculos, más de 50,000 en Estados Unidos. (Vía: Univisión)
Ambos hechos nos recuerdan que los irlandeses, como los italianos, fueron dos sectores migrantes ampliamente perseguidos en el Estados Unidos en el pasado. Los señalamientos discriminatorios de los que eran objeto no son muy distintos a los que reciben nuestros connacionales del otro lado de la frontera. Aunque la persecución hacia alemanes y polacos no fue menor, acaso el maltrato hacia italianos e irlandeses fue más notorio pues suelen profesar una religión distinta (católica) a la de la mayoría anglosajona (protestante).

Por un lado celebramos la cancelación del veto migratorio cuando está ampliamente documentado el maltrato y las vejaciones criminales que sufren los migrantes en nuestro país de camino a la frontera norte. Exigimos a los Estados Unidos que respete los derechos humanos de nuestros connacionales cuando no respetamos en casa los derechos humanos propios y ajenos. (Vía: New York Times)
Visto así, en nuestro (mal)trato histórico hacia los migrantes, se juntan dos de nuestras peores conductas: el racismo y la xenofobia. Como apunta Federico Navarrete en su “Alfabeto racista“:
Podríamos afirmar, sin exagerar, que en nuestro país lo único que no discriminamos es la discriminación misma. Los mexicanos somos practicantes continuos e incansables de un auténtico arcoíris de prejuicios: desde el desprecio a las mujeres, a los homosexuales y a las personas transgénero, pasando por el cultivo de todo un folclor despectivo contra “nacos”, “negros”, “argentinos” y “chinos”, hasta los menosprecios a los más pobres y la exclusión a quienes practican religiones diferentes o hablan distinto. (Vía: Horizontal)
Por supuesto, no se trata de censurar los legítimos reclamos hacia el gobierno de Trump y su acoso hacia los migrantes. Sin embargo, entender y conocer, aun someramente, el maltrato histórico que hemos dado en México a los extranjeros que no son blancos nos pueda ayudar a distinguir cómo discriminamos aún y de qué forma. Podríamos centrarnos en dos casos específicos: nuestros trato hacia la comunidad afrodescendiente y hacia la comunidad china.

¿De dónde viene la palabra “chamuco”?

La población negra en México es tan presente como ubicua: su legado es perceptible en la comida, el habla y la música pero al percepción más común es que en nuestro país no floreció la migración africana. Esto se revela como una falsedad al ver que palabras como “jarocho” querían decir en un principio “negro”. Según Gonzalo Aguirre Beltrán, el gentilicio proviene de la palabra española “jaro” (cerdo) que se unió al diminutivo peyorativo “cho” para calificar a la población negra que vivía más allá de las murallas de la ciudad de Veracruz durante la Colonia.
La población negra en México, libro clásico sobre el tema, de Aguirre Beltrán, revela por ejemplo que palabras y toponímicos comunes como “chancla”, “chamuco” o “Mocambo” provienen de África o que la famosa “china poblana” no era tal, sino negra.  Los negros fueron un amplia mano de obra en los tiempos en que los indígenas no podían ser esclavos.
Según estimaciones de Aguirre Beltrán hubo un momento de la historia de la Nueva España, hacia el 1740, que había más negros que españoles en México. Sin embargo, esa línea graduada que es la pigmentación de la piel en nuestro país (contraria al brusco contraste de Estados Unidos: o blanco o color) ha permitido que la descendencia africana pase “desapercibida” ante los ojos mestizos.
Actualmente más de un millón de personas en nuestra país descendientes de esclavos venidos de África se identifican como “negros”, “morenos” “mulatos” o “afroamericanos y su población se concentra en estados como Guerrero, Oaxaca o la zona sur del estado de Veracruz, estado por cierto, plagado de toponímicos africanos como Mandinga. (Vía: Animal Político)
A esto podríamos agregar a uno de los héroes más olvidados en nuestras aulas: Yanga, el príncipe gabonés que dirigió la primera rebelión exitosa del continente y dio como fruto la primera colonia independiente de América, el pueblo de San Lorenzo de los Negros, hoy Yanga, en el Estado de Veracruz.
Como muestra de la atroz conducta racista que aún pernea en nuestra actitud hacia connacionales y migrantes afrodescendientes, está el caso de dos mexicanos que fueron deportados a Haití y Honduras, respectivamente, pues las autoridades migratorias mexicanas aseguraban que no hay afrodescendientes en México. En ambos casos se logró una repatriación exitosa, pero el gobierno mexicano no ofreció una disculpa. (Vía: BBC)

La nao que naufragó en Torreón

El caso de la migración china en México no es menos paradigmático. La sinofobia mexicana tiene, cuando menos, un siglo de historia. Un último caso tan triste como célebre sería el de Edward Chien Chi Chien, empresario chino estadounidense denunciado por tener secuestradas a seis personas de nacionalidad china que vivían en su fábrica. Trabajaban sin recibir salario. Incluso les habían quitado su pasaporte y la visa que, según fuentes, el mismo empresario dueño de una fábrica de sandalias les había tramitado. (Vía: La Jornada)
El escritor saltillense Julián Herbert abordó en su libro La casa del dolor ajeno la matanza de chinos en Torreón durante la revolución mexicana. Por décadas los torreonenses culparon a Pancho Villa de la matanza donde murieron 303 chinos en 1911, cuando Herbert señala a los mismos habitantes de Torreón y el clima de sinofobia que había caracterizado a autoridades y habitantes de México y Estados Unidos desde finales del siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX.
Podríamos pensar que ambos casos, el de la fábrica en Nuevo León y el de la matanza de Torreón, son caos aislados. Por desgracia son apenas los casos más extremos de la sinofobia mexicana. Para muestra están los insultos que suelen espetar las redes al secretario de gobernación Osorio Chong, desde los “chino Chong” que suenan en Facebook hasta los “Osorio ching chang Chong” que decía Brozo cada mañana en su noticiero.

Hay una linea directa de sinofobia desde la matanza del 15 de mayo de 1911 en Torreón hasta liberación de seis personas que sobrevivían en condiciones infrahumanas.
El accionar vecino obliga a repensar nuestra conducta. Por desgracia, en ese tema no hay forma de salir inocentes. ¿Acaso las acciones de Trump nos obligarán a cambiar nuestra conducta hacia los migrantes? ¿El gobierno y la sociedad podrán reconocer eventualmente que México no siempre ha sido una inocente palomita con los que llegan a nuestro país? Al final del día, fue en México, un 17 de octubre del 68, durante nuestras olimpiadas que se dio la histórica protesta de los guantes negros.