lunes, 30 de septiembre de 2013

¿Y los arsenales químicos de EE.UU., Rusia, Israel?

27/09/13

¿Y los arsenales químicos de EE.UU., Rusia, Israel?

Shlomo Aronson, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Hebrea y experto en armas nucleares israelíes, señaló que “la razón por la que Israel no hace público el hecho de que tiene armas nucleares y químicas es porque así se asegura de que no entren en el discurso público, mientras que sus vecinos se dan por enterados de que atacarnos tendría un precio muy alto”

Página 12

El secretario de Estado John Kerry le dictó a Siria un plazo de siete días para proporcionar su inventario de armas químicas. Ninguna ley o resolución de las Naciones Unidas establece un plazo tan perentorio para ello –el lapso normal se estima en 60 días–, pero Damasco causó el asombro de Washington: proporcionó la lista requerida un día antes de su vencimiento (www.mcclatchydc.com, 20-9-13). También dejó mal parado a Moscú: Putin había expresado su desconfianza en que esto fuera posible.

Los funcionarios estadounidenses que cotejaron los datos pertinentes brindados por la Organización para la prohibición de las armas químicas (OPAQ) señalaron que la relación presentada por el gobierno de Bashar al Assad es “sorprendentemente completa” (//edition.cnn.com, 21-9-13). La OPAQ tiene su sede en los Países Bajos y está encargada de la aplicación de la Convención de la ONU sobre la prohibición del desarrollo, producción, almacenaje y uso de armas químicas y sobre su destrucción, vigente desde abril de 1997.

Estas presiones a Siria del Este y del Oeste no disimulan hechos manifiestos de los que las ejercen. EE.UU. incumplió la meta fijada para 2012 por la Convención que le imponía destruir lo que resta de su propio arsenal de armas químicas, y nunca apuró a Israel, su gran aliado de Medio Oriente, para que ratificara dicho tratado, que firmó en 1993; la sola firma no lo convierte en Estado Parte vinculante. Washington acabó con el 90 por ciento de su arsenal químico declarado cuando firmó la Convención en 1993, pero aún posee unas 3000 toneladas de esas armas que sigue almacenando. Rusia, por su parte, liquidó el 60 por ciento de sus reservas, pero todavía conserva unas 16.000 toneladas, según estimaciones de la OPAQ (www.washingtonpost.com, 22-9-13). Haced lo que yo digo, pero no lo que yo hago.

Se podrá aducir que ni Washington ni Moscú hacen uso de esas armas, pero aún se recuerda que cuando Irak invadió a Irán en los años ’80, Saddam Hussein las empleó a gusto abastecido por EE.UU. Por otra parte, estos retrasos de las dos grandes potencias en terminar con sus respectivos arsenales químicos aseguran la cobertura y el silencio de Israel sobre sus armas químicas y nucleares. Shlomo Aronson, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Hebrea y experto en armas nucleares israelíes, señaló que “la razón por la que Israel no hace público el hecho de que tiene armas nucleares y químicas es porque así se asegura de que no entren en el discurso público, mientras que sus vecinos se dan por enterados de que atacarnos tendría un precio muy alto” (www.abc.es, 17-9-13). De los 183 países que firmaron la Convención, sólo Israel y Myanmar no la ratificaron.

Obama no ha perdido las ganas de atacar a Siria, aunque la propuesta rusa inició un paréntesis diplomático. Ese fue uno de los ejes del discurso que pronunció el martes pasado en la sesión inaugural de la 68ª Asamblea General de la ONU que tiene lugar en Nueva York: el mandatario estadounidense demandó que el organismo internacional apruebe una resolución que autorice el uso de la intervención militar en Siria si su desarme químico no se concreta (www.washingtontimes.com, 24-9-13). De hecho, este mes han fracasado ya tres intentos de resolución del Consejo de Seguridad de la ONU en razón del veto de China y Rusia a que tal exigencia se incluyera (www.reuters.com, 24-9-13).

El Premio Nobel de la Paz 2009 no se privó de ensalzar las guerras que su país ha desatado. En su discurso, se jactó de que “EE.UU. es excepcional, en parte porque hemos mostrado la voluntad, sacrificando sangre y reservas, de luchar no sólo por nuestros propios intereses, sino por los intereses de todos”. Aunque el uso del adjetivo “excepcional” podría tal vez aludir a Rusia, más bien parece dirigido a la opinión pública estadounidense, pues aumenta su rechazo a una guerra contra Al Assad. La encuesta más reciente de CBS News/The New York Times revela que el 68 por ciento de los entrevistados opinó que EE.UU. no tiene responsabilidad alguna que atender en Siria (www.cbsnews.com, 24-9-13).

El primer ministro francés, François Hollande, se mostró como un excelente escudero de Obama. Justificó la necesidad de incluir el tema de la intervención armada en Siria afirmando que la falta de acción ha permitido que los grupos terroristas se aprovechen de “la inercia de la comunidad internacional” para imponerse sobre la oposición moderada (EFE, 24-9-13). Olvidó mencionar que EE.UU. y sus aliados Turquía y Arabia Saudita se han ocupado de abastecer de armas y equipos precisamente a esos terroristas.

“¿Dónde encontrar un hombre que ha olvidado las palabras? Me gustaría conversar con él”, dijo el filósofo chino Zhuang Zhou en el siglo IV antes de Cristo. Hollande, como tantos otros “olvidadizos” de hoy, hubiera sido su hombre.

http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-229835-2013-09-26.html

¿Qué es Palestina?

¿Qué es Palestina?



Roger Garaudy

Según la definición de la Encyclopoedia Brittannica, en la cual abunda también la Encyclopoedia Universalis, Palestina es el territorio puesto bajo mandato británico desde 1923 a 1948. Medida histórica de un cuarto de siglo para una de las civilizaciones más antiguas de la historia, y fronteras que indican tan sólo la relación de fuerza entre las potencias coloniales establecida por la Sociedad de Naciones después de la primera guerra mundial.
Por extraño que pueda parecer no cabía otra definición geográfica para Palestina que la que el colonialismo le había dado, tal como se indica más arriba.
No podía ser de otra manera, puesto que los colonialistas habían repartido una «umma» árabe-islámica en función de sus relaciones de fuerza (igual que lo hicieron con respecto al África Negra, en 1875, en la Conferencia de Berlín), y en consecuencia el destino de Palestina estaba vinculado a la solución que se daría al «Problema de Oriente», es decir, a los problemas planteados por la decadencia del Imperio otomano.
Las potencias colonialistas, en el curso de la guerra de 1914-1918, ya se habían repartido los despojos del Imperio turco, incluso antes de haber logrado la victoria sobre su aliado alemán.
El Mandato británico, cualesquiera que fuesen las pe­ripecias que pudiera sufrir, creadas por la impaciencia de los sionistas en precipitar el curso de los acontecimientos, se caracterizaba por una tendencia principal, definida, desde 1921, por "Sir Hubert Young, uno de los dirigentes de la «Colonial Office»: «El problema que debemos resolver ahora consiste en encontrar una táctica y no una estrategia. La idea estratégica general, tal como yo la concibo, es la inmigración progresiva de los judíos a Palestina hasta proporcionarles una mayoría aplastante en el país..., pero dudo que estemos en situación de confesar a los árabes lo que significa realmente nuestra política »[1].
La definición de Palestina durante el último siglo de su historia, desde el Congreso de Basilea, en 1897, a 1985, puede ser ésta: Palestina es el sector del mundo árabe donde la potencia colonialista ha violado más abiertamente sus promesas de independencia. Tal es la causa de que el Mandato británico trazara sus fronteras geográficas.
Si dejamos a un lado esta definición colonialista de Palestina y de sus fronteras, ¿qué es Palestina en la historia?
¿Será el «país de la Biblia»? ¿Cuál de ellos? ¿La «Tierra prometida»? o ¿la «Tierra conquistada»? Esto sería olvidar que la «Tierra prometida» (Gen. 15, 18): «desde el río de Egipto al Gran Río (Eúfrates), fue así delimitada «por proyección», según la «Tierra conquistada», la del Reino de David; la «promesa», situada, de acuerdo con la Biblia, en el siglo xx antes de nuestra era, no fue registrada por escrito hasta por lo menos en tiempos del Reino de Salomón, es decir, más de mil años después.
¿Será el país de los filisteos, invasores mediterráneos del siglo xin antes de nuestra era, que efectivamente dieron su nombre a esta tierra, de la que sin embargo sólo ocuparon la costa y únicamente durante algunos siglos? Herodoto designa a Palestina como la comarca que se extiende desde el sur de Siria hasta Egipto. Y los romanos, después de la rebelión de Bar Kochba, en el año 135 después de Jesucristo, llaman Palestina a esta provincia de su Imperio.
¿Será la «provincia de Damasco» del Imperio otomano?
¿O «Eretz Israel», la expresión que sólo muy rara vez aparece en la Biblia[2], pero que ha sido difundida por la literatura rabínica y explotada por el Estado sionista? Esto sería olvidar que la región costera, en particular Acre y Jaffa al norte, y Gaza al sur, no formó jamás parte de un Estado judío, ni siquiera del Reino de David, hasta que Eretz Israel se convierte en el mito fundador del Estado sionista.
Todas estas definiciones y delimitaciones han sido atribuidas a esta realidad histórica por sus invasores o sus colonizadores temporales: griegos, romanos y bizantinos, ingleses o sionistas.
Entre los desiertos de la Península arábiga al sur, y las llanuras desérticas de Anatolia al norte, entre los ricos deltas del Tigris y del Eúfrates al este, y del Nilo al oeste, se extiende esta zona privilegiada a la que el historiador americano Breasted, a principios del siglo xx, dio el nombre de Creciente Fértil, dibujada, desde el Golfo Arábigo, por el valle del Eúfrates, el curso del Oronte, y asimismo el litoral mediterráneo hasta el Delta del Nilo.
Palestina está situada en el cuerno occidental de este Creciente Fértil. Su emplazamiento, su estructura y sus límites geográficos, así como su población histórica, no determinan su destino, sino que crean las condiciones de un papel específico en el desarrollo espiritual del hombre a partir del Creciente Fértil.
Situar a Palestina en la historia, donde sólo constituyó una entidad separada en función de la codicia de sus conquistadores del exterior (conquista romana, invasión de las Cruzadas, colonización inglesa, luego sionista), es tomar conciencia de tres constantes milenarias.
1) Palestina no es sino un miembro de una unidad orgánica más vasta: es indivisible, desde la prehistoria, del conjunto del Creciente Fértil, es decir, de toda la región adonde, a partir de la cantera árabe, no cesaron de emigrar o de establecerse, de una manera casi continua, nómadas procedentes de Arabia, y se asentaron algunas veces, de forma temporal o definitiva, en Mesopotamia o en los lugares que hoy día son conocidos como Si­ria, Líbano y Palestina. Cualesquiera que sean los nombres que se les den: amorreos desde finales del tercer milenio, arameos a finales del segundo milenio, o cananeos como suelen ser llamados más comúnmente, no designan etnias sino hegemonías sucesivas en el seno de una misma población semítica que tiene sus orígenes en la Península arábiga.
En el ámbito de este conjunto sería igualmente arbitrario oponer radicalmente a nómadas y sedentarios. Ante todo porque el término de «nómada» encierra una serie de matices: hay nómadas «puros» que no se establecen jamás, otros que realizan recorridos regulares, con estacionamientos seden­tarios temporales que los convierten en agricultores, otros que incluso participan, periódicamente, en la vida ciudadana, por su comercio o ciertos trabajos, antes de partir de nuevo. La delimitación no es por tanto tajante entre estos «nómadas» y los «sedentarios» agricultores o ciudadanos, sobre todo si se tiene en cuenta que toda esta gama (nómadas puros, nómadas semiagricultores o semiurbanos) se da en el interior de una misma tribu, y que cuantos la forman están vinculados por lazos de sangre y de origen. Así pues, no es posible constituir una historia según el esquema simplista y maniqueo del antagonismo permanente e irreductible entre nómadas y sedentarios. Antes al contrario: estas infiltraciones y estas transiciones entre los diversos modos de vida han dado al conjunto del Creciente Fértil una unidad mediante la sedi­mentación milenaria de poblaciones de lengua semítica y de origen arábigo.
Esta unidad se manifiesta también por medio de la complementariedad y la cooperación de sociedades de estructura y de orientación diferentes: Tiro era la capital marítima de Galilea, los galileos tenían sus empresas comerciales en Tiro, y los tirios sus sucursales en Galilea.
Relaciones análogas existían entre Sidón y Damasco, entre Trípoli y Roma.
De esta forma una cadena sin fin enlazaba el sur y la costa mediterránea de una parte, y Mesopotamia que iba a desembocar en el Golfo Arábigo.
2) Esta unidad se expresa en el plano de la cultura y de la inteligencia. Para empezar, los descubrimientos efectuados hace un siglo, y en esencial los más recientes en Ras Shamra (Ougarit), en Mari, en Ebla desde 1975, ponen de relieve la importancia de esta región. Ebla fue el centro más importante del Próximo Oriente a partir del tercer milenio (hacia 2.300); Ougarit, habitado desde la Edad de piedra, alcanzó, a mediados del segundo milenio, su apogeo cuando se establecieron allí los cananeos, que hablaban la antigua lengua árabe (llamada semítica) de sus antepasados de la península.
Esta región constituía uno de los «principales puntos de encuentro de los pueblos y de las culturas»[3].
De la estratificación de los pueblos nació una sedimentación cultural, o mejor una evolución orgánica de una misma cultura, por integración y síntesis de experiencias sucesivas, y no por enfrentamiento y rechazo. Es significativo que los hallazgos más recientes, los de Ebla (a partir de 1975), hayan revelado una lengua «eblaita», parecida al cananeo: esta lengua semítica utiliza la escritura cuneiforme de los sumerios, 2.300 años antes de nuestra era. «Según una regla sin excepción para el Próximo Oriente, los sirios utilizan al mismo tiempo el sistema gráfico cuneiforme y las dos lenguas mencionadas, o sea, la sumeria y la acadia. Se escribía de la misma forma en Mari o en Ebla... Todas estas lenguas se aproximan mucho al acadio, semítico como ellas»[4].
Los nómadas amorreos, diseminados en Mesopotamia, parecen haber asimilado rápidamente la gran civilización elaborada por los sumerios y los acadios. Fundaron, sobre las ruinas del imperio de Ur, una serie de reinos dinásticos, el más reciente de los cuales, Babilonia (1894 antes de la era cristiana) iba a restaurar, bajo Hammurabi (1728-1686), su séptimo rey, la unidad perdida... Un concierto de naciones fue así instaurado... cuna de una civilización original[5].
Más de ciento cincuenta cartas de Hammurabi nos demuestran el extraordinario interés que ponía en fomentar las obras públicas, al objeto de facilitar las comunicaciones a través de todo el Creciente Fértil, ya se tratase de canales, caminos o templos.
La estela donde está grabado su código, descubierta en 1902 y conservada en el Museo del Louvre, es significativa del auge cultural y político característico del Creciente Fértil.
Hammurabi no pretende llevar a cabo una ruptura: su Código integra las aportaciones de Sumer y las aportaciones semíticas de Akad. Se trata ya del código de una sociedad de mercaderes, mientras que, trece siglos después, la ley romana de las «Doce tablas» no será sino una ley de campesinos primitivos, y, ocho siglos más tarde, el Código de la Alianza de Moisés, como veremos más adelante, resulta anticuado comparándolo con el de Hammurabi.
En las tierras del Creciente Fértil maduraron, pues, lentamente, los temas capitales de la espiritualidad ulterior: trascendencia y más allá de la vida, unidad de Dios, profetismo revelando la voluntad de Dios, y la Ley, cuyo prototipo es el Código de Hammurabi. Todo esto era el bien común del conjunto del Creciente Fértil: desde la Mesopotamia de Hammurabi al Egipto de Akhenaton (hacia 1350): la gran visión semítica del mundo había penetrado en Egipto, con los hyksos, desde el siglo xvi antes de la era cristiana.
A este respecto, tanto por lo que se refiere a los hyksos como, después de éstos, a los asirios, que se apoderan de Mari en 1200, conviene rectificar, a la luz de las recientes excavaciones, una perspectiva histórica largo tiempo desvirtuada: no se trata, en ninguno de los dos casos, de una oleada de bárbaros que destruían a su paso las civilizaciones anteriores. Todo lo contrario: cuando se pasa de lo acadio a lo asirio, a lo neobabilónico, por ejemplo, no se trata de etnias diferentes, sino de dinastías. El país cambia de dueños, pero la continuidad de una civilización se afirma: se trata de mantener el control y la seguridad de la inmensa red vial del Creciente Fértil, abierta a todas las incursiones nómadas. Este man­tenimiento de las posibilidades de intercambio comercial y cultural provocaba evidentemente la cólera de las bandas nó­madas que esperaban sacar provecho de la anarquía (la Bi­blia se hace eco de estas circunstancias, Jonás 3, 4 y 6, 11; Nahum 1, 3 y 3, 7; Sofomas 2, 13). Este punto de vista pre­valeció hasta nuestros días, en que, especialmente, los asirios y los hyksos son presentados como destructores y devastadores. Cuando los asirios, en el siglo xm, dominan toda la red vial de la región, hasta el Mediterráneo y una parte de África, no solamente no la destruyen, sino que conservan su unidad y su seguridad; no solamente no destruyen la cultura aramea cuando se apoderan, en 732, de la última capital aramea, Damasco, sino que, por el contrario, la protegen, difundiendo en la inmensa región que controlan su lengua, el arameo, que se convertirá en la lengua común de toda esta «Koiné» durante casi un milenio (el arameo será la lengua que hablará Jesucristo, siete siglos después). Asimilan la cultura de los arameos, y les confían el desempeño de tareas de ministros, de funcionarios, de educadores. Se habla con frecuencia, en los manuales de historia, de crueldad, de enemigos sometidos a torturas, que son, por desgracia, acciones que caracterizan a todas las domi­naciones (Ramsés II, al que los mismos historiadores exaltan, no se privó de hacer que sus matanzas fuesen glorificadas en todos los bajorrelieves de su palacio), empero se habla con menos frecuencia de las bibliotecas de los asirios, recientemente ex­humadas, y de su indudable influencia en el terreno de la integración cultural. Es cierto que los asirios destruían los palacios y las fortalezas de los vencidos, pero no sus templos ni su lengua, ni su cultura; antes bien, recogieron su herencia, y la propagaron.
Otro tanto había sucedido con respecto a los hyksos, que no eran en absoluto unos devastadores primitivos, sino amorreos que conservaron el legado de la religión y de la cultura de Mesopotamia y de Siria, cuyo acervo difundieron a lo largo de toda la costa mediterránea. Las excavaciones no han revelado, a su paso por Palestina, en el siglo xvi, destrucción alguna de obras de la cultura o de la fe elaboradas en Cana entre los siglos XVM y XVII. Aportaron este patrimonio a Egipto, donde conocerá un breve pero fulgurante florecimiento, dos siglos después, con Akhenaton, que tropezará con las reacciones de rechazo por parte de la casta sacerdotal contra el monoteísmo amorreo.
3) La unidad de civilización y de fe, en esta inmensa área del Creciente Fértil, no admite parangón con la de un imperio, como el Imperio romano, encerrado en el interior de su «limen», defendido por sus propios ejércitos, y considerando, a la manera de los griegos, que todo aquel que no hablara su lengua y no compartiese su cultura era un «bárbaro», alguien que no podía ser otra cosa que esclavo.
En el Creciente Fértil no existe esta segregación. La gran civilización no era defendida solamente por un ejército, sino también por su cultura que le permitía civilizar incluso a sus vencedores y asimilarlos. Las relaciones entre ciudadanos y nómadas, y esta capacidad de abertura y de integración, se expresan ya en la epopeya de Gilgamesh, patrimonio común, durante siglos, no solamente de Sumer, heredero, de lengua no semítica, de esta tradición y de esta función de fusión, de síntesis, de asimilación a lo otro y de lo otro, sino de todo el Creciente Fértil: el héroe Gilgamesh, principe de la ciudad, se enfrenta, en combate singular, al nómada Enkidu: El triunfo corresponde al príncipe, pero el enfrentamiento no termina con la destrucción del contrario. Antes bien, entre los dos héroes, una vez Enkidu ha asimilado la cultura urbana, nace una amistad y una fra­ternidad profundas: juntos emprenderán la extraordinaria aventura de la conquista de la inmortalidad, del más allá, en la cual se expresa ya la angustia de la trascendencia de lo cotidiano. Y cuando Enkidu muera para proteger a su amigo, la desesperación de Gilgamesh constituye la mejor prueba del sentido de la interioridad alcanzado por esta cultura.
Es significativo que, en una versión siria, muy anterior a la de la Biblia, donde se evoca la lucha entre Abel y Caín, el enfrentamiento no termina con el asesinato de Abel, sino con una reconciliación. La versión pública será escrita mucho después, cuando la casta sacerdotal dominante, rompiendo con la tradición semita, rechaza la asimilación y busca el aislamiento tribal para la eliminación del otro (como comprobaremos más adelante en el libro de Josué, el de las «exterminaciones sagradas»).
Por consiguiente, en todo el perímetro del Creciente Fértil los invasores procedentes de Asia central no chocarán solamente con una frontera y con ejércitos, con una civilización que defiende a la civilización (una civilización jamás puede ser defendida únicamente por un ejército), de suerte que los invasores, procedentes de las estepas de Asia central, aunque resulten vencedores por la fuerza de las armas, son absorbidos por la cultura de los vencidos y asimilan su civilización: así ocurrió con los kasitas quienes, integrándose en este mundo y en su civilización, instauraron una dinastía duradera en Mesopotamia (1595-1155).
No siempre fue así, desde luego: los goutis (2250-2120), procedentes a su vez de las estepas, rechazan esta asimilación y su dominación dura tan sólo un siglo.
Otro ejemplo es el de los hititas (1650-1230), cuya dominación sólo fue duradera, en Siria, después de su asimilación, como los kasitas.
El ejemplo de los romanos es aún más significativo: Palmira, centro de intercambio y de irradiación de la cultura y de las artes de toda la región, integrando, en un arte oriental, las aportaciones partas y helenísticas, había constituido, a principios del siglo m, en razón de la debilitación de Roma, una cierta independencia, y podía tomar el relevo del Imperio romano que fallaba en la resistencia que se veía obligado a oponer al empuje de los invasores oriundos de Asia central.
Podía hacerlo merced a la fuerza misma de su civilización. El emperador Aureliano se encarnizó, en 272, en la destrucción de la ciudad. Al no concebir la defensa sino en términos militares, el Imperio prefirió negociar con las tribus «bárbaras» en las fronteras del Rhin y del Danubio. La «limes» se derrumba, y el desencadenamiento de los godos arrollará a la propia Roma.
¿Por qué no se han apercibido los historiadores de esta ley profunda de la historia milenaria del Creciente Fértil?
La razón principal consiste en un prejuicio de orden religioso: el papel de Palestina, de la «tierra santa», en la ima­ginación de los pueblos, será estudiado a fondo en la segunda parte de este libro, dedicado a la génesis del mito del exclusivis­mo hebreo.
La adopción, por Occidente, del cristianismo como rea­lización de las «promesas» bíblicas hechas a los patriarcas, la concepción teológica según la cual el Antiguo Testamento era una prefiguración alegórica del Nuevo Testamento, ha conducido a conceder a estos textos una importancia tal que ha ocultado todo lo demás. Este deslizamiento de la teología en la historia ha hecho que fuesen tomados por relatos fidedignos los símbolos teológicos grandiosos de la Biblia. Para los historiadores que no comparten la fe judía o la cristiana, los textos bíblicos, incluso después de profundas críticas, han quedado como el armazón, o al menos la hipótesis de trabajo inicial, para analizar la historia del Oriente Medio. Basándonos en el estudio de la prehistoria de esta región y de la civilización cananea, demostraremos hasta qué punto esta visión teológica, consciente o inconscientemente, ha falseado la de los arqueólogos.
Nuestra tarea primordial en la primera parte de este trabajo será contribuir a levantar esta pesada hipoteca que gravita sobre la investigación histórica.
No obstante, el prejuicio religioso no ha sido el único en hipotecar la historia.
Existe también en Occidente un prejuicio cultural, hondamente arraigado desde el Renacimiento: no ya sólo el del excepcionalismo judío, sino el del excepcionalismo griego: el «milagro griego».
Lo mismo que el prejuicio religioso del excepcionalismo judío ha presentado el monoteísmo como un relámpago surgiendo en un desierto religioso, y ha construido, a partir de ese momento, una historia lineal que va desde Abraham a la filosofía de la historia del Hegel, de igual modo de prejuicio cultural del excepcionalismo griego entraña la reanudación de la misma oposición del relámpago y del desierto: el «milagro griego», y la «barbarie» ambiente, como si la cultura helénica hubiera surgido de la nada (o poco menos) como Minerva surgió armada de la cabeza de Júpiter.
Se llama, por ejemplo, «filósofos griegos», antes de Só­crates, a una pléyade de pensadores geniales: Tales, Anaxímenes, Anaximandro, Parménides, Haráclito, todos ellos de lengua griega, pero que han nacido y trabajan en una satrapía del Imperio de Persia, en Asia Menor, en Mileto, en Elea, en Efeso, y cuyo pensamiento se nutre de toda la cultura de Asia, de Persia, del Creciente Fértil, y, por añadidura, de la India. De este modo se le atribuye a Grecia algo que no deriva en absoluto del pasado griego, sino que constituye, por el contrario, la evidencia de su origen asiático.
Asimismo se llama Padres griegos, en la historia cristiana, al maravilloso florecimiento teológico nacido brotado en el suelo asiático de toda la cultura que irradia en torno del Creciente Fértil, crisol de los mensajes divinos. Sus principales centros fueron Antioquía (en la Siria actual), Capadocia (en la Turquía actual), Alejandría (en el Egipto actual), desde Ignacio de Antioquía, Policarpo de Esmirna, a Justino, nacido en Naplouse, Palestina, a Tertuliano, nacido en Cartago, en el actual Túnez, formado en el escuela de «montañismo» de Asia Menor; desde Clemente de Alejandría y el egipcio Orígenes a los Padres de Capadocia como Gregorio de Naziance y Gregorio de Nicea, a Juan Crisóstomo de Antioquía, Efrén el Sirio, Cirilo de Jerusalén y Cirilo de Alejandría, hasta San Juan Damasceno.
Las joyas espirituales más bellas del pensamiento cristiano viviente nacieron por tanto en el Creciente Fértil (como el propio Jesucristo), y en el área geográfica donde alcanzaba su irradiación: en Asia Menor y en África del Norte. Este ex­clusivismo de Occidente conduciría al Gran cisma.
Para encajar la historia de Palestina en el Creciente Fértil, tenemos que romper con este etnocentrismo occidental, empezando por el mito del pretendido «milagro griego».
Para ilustrar con un ejemplo los perjuicios de esta «deso­rientación» de la historia en beneficio de Occidente y del helenismo, Palmira, centro de irradiación de todas las culturas del Próximo Oriente, ha sido considerada con demasiada frecuencia como una simple parada de la civilización grecorro­mana, cuando lo cierto es que se trataba de una capital que organizaba toda la red de comunicaciones viales, lugar de in­tercambio cultural y espiritual, desde el Mediterráneo hasta las Indias.
Peor aún: se ha encontrado «arqueólogos» para tratar de explicar Ras-Shamra (Ougarit), como «una parada comercial» de los chipriotas, a partir del prejuicio según el cual Grecia es el centro y la fuente de toda civilización, mientras que, como veremos, los descubrimientos hechos en este emplazamiento arqueológico demuestran que se trata de una centro de cultura cuya influencia se extendía a todo el Creciente Fértil.
Hemos visto cuáles son las consecuencias políticas de esta visión cultural falseada: el Imperio romano, que no se identi­ficaba con lo que existe de específicamente oriental en la civilización de Palmira, en lugar de ver en ésta el centro civilizador que podía preservar el patrimonio humano frente a los invasores procedentes de Asia Central, prefiere destruirla, en 272, porque no era romana.
Finalmente, un tercer prejuicio ha pesado como una losa sobre esta historia: el prejuicio político-militar del Imperio y de la nación.
En la tradición occidental, al igual que la historia hebrea ha permanecido como el prototipo de la religión, y el «milagro griego» como prototipo de la cultura, el Imperio romano se ha mantenido como el prototipo de la unidad política.
Un territorio encerrado por fronteras, protegido por un ejército encargado de contener los asaltos de los bárbaros (es decir, de todos los demás), y un pueblo sometido a una misma ley, de la que el Código de Justiniano ha constituido, a su vez, el prototipo, reactualizado por el Código Napoleón.
Este esquema de una sociedad «cerrada» continúa siendo el de todos los nacionalismos y de todos los racismos, desde el paneslavismo al pangermanismo, desde Maurice Barres a Charles Maurras, desde Mussolini a Hitler. No examinaremos aquí, de momento, las implicaciones políticas, sino solamente los daños culturales que acarrea al prohibir la comprensión de lo que pueden ser las sociedades «abiertas», del tipo de las que el Creciente Fértil proporcionó uno de los primeros modelos: una red articulada de civilización, en cuyo interior no sólo se afirman, sino que se fecundan mutuamente las unidades interdependientes.
El proyecto de Hammurabi (1728-1686), tal como aparece en sus cartas, es significativo por su respeto de las peculiarida­des regionales en todos los niveles: administrativo, lingüístico, religioso y legislativo. Es el polo opuesto del Imperio romano.
En este movimiento de intercambio y de síntesis, de asimila­ción y de integración, se crea orgánicamente un mundo; y no imperios.
Una civilización que unifica sin dominar, que civiliza sin desposeer.
Una civilización abierta, que intercambia, recibe y da, hos­pitalaria y emigrante, apegada a su suelo y atraída por lo lejano.
La historia del Creciente Fértil, que es la de una epopeya auténticamente humana: la de la maduración milenaria, mediante una revolución continua, de dimensiones humanas de trascendencia y de comunidad, no puede, menos que cualquier otra, reducirse a la historia de los reyes y de las guerras. Ningu­na historia, por otro lado, puede reducirse a ello. Pero, si bien es cierto que, después de Ibn Khaldoun y de Montesquieu, la historia enseñada ya no es exclusivamente la de las dinastías y las batallas, todavía sigue siendo en exceso la historia de las dominaciones.
Al no tener la historia una significación auténticamente humana si no nos ayuda a prefigurar el futuro, a concebir una política que, a su vez, carece de significación realmente huma­na a no ser que sea la historia en trance de construirse, el ensayo que hemos emprendido para situar la historia de Palestina.
Como crisol de los mensajes divinos, nos conduce a un proble­ma más vasto, que plantearemos con angustia y con esperanza, porque, de su solución, depende hoy día el porvenir del planeta: ¿elegiremos el modelo de las sociedades cerradas, y crearemos un futuro de imperios enfrentados en un «equilibrio de terror», o por el contrario, escogeremos el modelo de sociedades abiertas, para edificar un mundo de diálogo y de fecundación mutua, en el que las creaciones específicas de cada cual afirman su originalidad no por el rechazo del otro, sino por la integra­ción, la asimilación de lo humano y de lo divino de lo que el otro es portador?
De esto depende la vida o la muerte de nuestros hijos: ¿dejar que se destruya a sí mismo un mundo imperial, o construir un mundo armonioso?
Nuestra investigación histórica no tendría sentido si no fuera, a través de una meditación sobre Palestina en la historia, y sobre este crisol de los mensajes divinos, una contribución para aportar la respuesta.
[1] Doreen Ingrams: Palestine Papers (1917-1922) Seeds of conflict: N. Y. Brazilles, 1973, p. 14
[2] Pire R. de Vaux, Histoire ancienne dlsraél, Ed. Galbalda, Pan*. 1971, página 18
[3] «Au pays de Baal et d'Astarté». (Sous la direction de Pierre Amiet), p. 17.
[4] Ibídem. p. 68.
[5] Ibídem. p. 103.

La era del nacionalismo, según The National Interest

La era del nacionalismo, según The National Interest



Paul Pillar, becario de la Brookings Institution y del Centro de Estudios de Seguridad de la Universidad de Georgetown, plantea asombrosamente La era del nacionalismo ( The National Interest, 1/9/13).


The National Interest, fundada por el superhalcón israelí-estadunidense Irvin Kristol, cuenta como presidente honorario a Henry Kissinger y es publicada por The Center for the National Interest, anteriormente The Nixon Center, cuya tendencia consiste en promover la perspectiva realista (sic) de Estados Unidos en política exterior.

Cabe recordar que la tesis doctoral de Kissinger versó sobre el orden mundial plasmado en el Congreso de Viena de 1814, como continuación del orden del Estado-nación y su soberanía, establecidos en Westfalia en 1648.

Al perder sus dos guerras en Afganistán e Irak, ¿el grupo neoconservador straussiano de The National Interest adopta el nacionalismo como medida de protección del futuro de Estados Unidos?

Paul Pillar juzga que no ha sido sencillo definir la era presente desde el colapso de la URSS y el comunismo en Europa oriental. Fustiga la nomenclatura inherentemente insatisfactoria de la cuarta (sic) guerra mundial (CGM) en contra del Islam radical promovida por algunos (sic) después del 11-S. El terrorismo es solamente una táctica que ha permeado durante milenios, mientras el Islam radical es parte marginal de un fenómeno más amplio, insuficiente para reconfigurar los asuntos globales.

Si se mira a la historia en retrospectiva, se decantan en las pasadas dos décadas las consecuencias del fenómeno conocido como nacionalismo ahora en forma plena e irrestricta, cuando “tomó tres siglos y medio para que sus componentes básicos –el Estado soberano, la vinculación popular al Estado y su diseminación global– emergieran con plena fuerza”.

A su juicio, los ingredientes del nacionalismo pueden ser añejos por siglos, pero su resultado combinado, visto globalmente, es nuevo. Vivimos hoy la era nacionalista.

Rememora que la parte más importante del concepto del choque de civilizaciones de Samuel Huntington –que desarrolló las ideas de la CGM– abulta a la religión.

Desecha uno a uno los conceptos del mundo unipolar, a la misma multipolaridad (más desde el punto de vista económico), el G-2 (Estados Unidos y China), el G-8 o el G-20, y hasta la no polaridad de Richard Haass (presidente del influyente Consejo de Relaciones Exteriores: CFR, por sus siglas en inglés), pero ninguno cumple la visión integral que acontece en el planeta.

Desmenuza el nacimiento del Estado nación en la Paz de Westfalia de 1648 que marcó el fin de la teológica Guerra de los 30 Años, lo cual codificó el concepto de la soberanía del Estado: una estructura política de Europa del siglo XX, que con otros procesos permea­ría la fuerza del futuro nacionalismo.

Cita el libro Después del nacionalismo del historiador británico E. H. Carr, de entonaciones marxistas, en el que aborda la socialización de la nación que incluye la extensión de las franquicias y el creciente papel económico (¡supersic!) del Estado.

Paul Pillar admite que el paroxismo del nacionalismo deletéreo nutrió a la Primera Guerra Mundial y dejó un considerable sentimiento nacionalista que alimentó la segunda vuelta de carnicería dos décadas más tarde.

A juicio de Paul Pillar, Carr creyó en forma idílica que las guerras del nacionalismo se desvanecerían con los avances de tecnología militar, especialmente del poder aéreo, que harían a las fronteras estratégicamente menos significativas que antes, mediante el establecimiento de organizaciones regionales múltiples.

Según Pillar, Carr se equivocó sobre su pronóstico del nacionalismo. Da el ejemplo del renacimiento nacionalista en un diminuto país como Kosovo, ya no se diga en el mismo país de Carr: Gran Bretaña, que nunca pudo acercarse lo suficiente a la Europa continental.

La descolonización del mundo en vías de desarrollo, que llegó a su pico en los años 60 del siglo pasado y continuó mucho después, exhibió la equivocación conceptual de Carr. Pese a su sello europeo, el Estado westfaliano se ha expandido en todo el mundo.

Paul Pillar aduce que la competencia entre izquierda y derecha se volvió una competencia entre Occidente y Oriente que disfrazó muchas de las consecuencias del nacionalismo desde Alemania occidental hasta Yugoslavia y Checoslovaquia.

Argumenta que el Estado nación es la realidad definitoria (sic) de nuestro tiempo y que la era del nacionalismo hoy es producto de la condición humana (¡supersic!).

Se basa en el imperativo territorial del autor Robert Ardrey, donde la posesión de un pedazo bien definido de la superficie terrestre constituye el rasgo dominante de muchas especies más cercanamente relacionadas a los humanos que desemboca en el Estado nación y sus imperativos institucionales que se agregan a rasgos biológicos y evolutivos, a los que se suman los mitos nacionales.

Aporta como ejemplo el nacionalismo en China y Japón. En efecto, el noreste y sureste asiáticos viven un intenso y vibrante nacionalismo en medio de sus regionalismos específicos y de su participación en lo que les conviene en la globalización.

Aun el magnificente experimento supranacional de Europa muestra serias fisuras balcanizadoras.

Ejemplos similares abundan desde América Latina, pasando por África y Asia central hasta Rusia. Aun en el Medio Oriente, Paul Pillar considera que el nacionalismo triunfa sobre la religión, lo cual, a mi juicio, puede ser muy discutido en espera del resultado final de la mezcla insólita de sus específicos conflictos teológicos-sectarios. Bueno, siempre existen excepciones a las reglas.

Sostiene que Estados Unidos exhibe mayor nacionalismo que cualquier otro país y que denominan excepcionalismo (nota: que el mismo presidente ruso Vlady Puttin fustigó en su célebre artículo a The New York Times, 11/9/13).

Sin duda, ningún país promueve, defiende y consolida su soberanía nacionalista como Estados Unidos en todos los rubros de su vida sin excepción; si no, que nos pregunten a los mexicanos, sus vecinos nacionalistas incómodos.

Una frase implacable de Paul Pillar: La intensidad del nacionalismo de Estados Unidos apunta a las principales implicaciones prescriptivas de vivir en la era nacionalista cuando los hacedores de la política deberían estar conscientes de los sentimientos nacionalistas ajenos.

Concluye que ningún modelo único en el mundo puede generar una gran estrategia para todos los propósitos. Pero el mejor ajuste para la era nacionalista es un realismo pragmático que toma como ingrediente básico de los asuntos globales los intereses paralelos algunas veces conflictivos de las naciones estado individuales, mientras reconoce el poder que puede ser generado por los sentimientos nacionalistas dentro de las naciones estado.

¿Podrá el excepcionalismo de Estados Unidos, un jingoísmo a carta cabal, reconocer el nacionalismo mexicano transhistórico para forjar una óptima vecindad?

A mi juicio, se asienta la desglobalización, concomitante al regionalismo y al retorno de sus específicos nacionalismos de esencia evolutiva sicobiológica.

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EE.UU. está posibilitando un "Siriastán"

EE.UU. está posibilitando un "Siriastán"



EE.UU. está posibilitando un "Siriastán"

Asia Times Online

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Si se necesitara alguna evidencia adicional para destruir el mito de una “revolución” que lucha por una futura Siria “democrática”, las grandes noticias de la semana eliminaron cualesquier duda.

Once, trece o catorce brigadas “rebeldes” (según la fuente) han abandonado al “moderado” Consejo Nacional Sirio (CNS) respaldado por EE.UU. y al no tan libre Ejército Libre Sirio (ELS). Los dirigentes del montón son los demenciales yihadistas de Jabhat al-Nusra, pero incluyen a otros malucos como las brigadas Tawhid y Tajammu Fastaqim Kama Ummirat en Alepo, algunas de ellas hasta hace poco parte del agonizante ELS.

Los yihadistas prácticamente ordenaron que la miríada de “moderados” se sometiera, “se unificara en un claro marco islámico”, y jurara lealtad a una futura Siria con la sharía como “única fuente de legislación”.

Un tal Ayman al-Zawahiri debe de estarlo pasando bien en su confortable escondite a prueba de drones en algún sitio de los Waziristanes. No solo porque su llamado a una yihad multinacional –al estilo Afganistán de los ochenta– está dando resultados, sino también porque el CNS dirigido por EE.UU. ha sido desenmascarado como el roedor desdentado que es realmente.

Y los hechos en el terreno lo siguen corroborando. El Estado Islámico de Irak y el Levante respaldado por al Qaida se apoderó de un pueblo cerca del cruce fronterizo Bab al-Salam con Turquía que estuvo en manos del ELS, porque el ELS fue acusado de luchar por la “democracia” y de tener estrechos vínculos con Occidente. Falso: el ELS quiere esos vínculos pero bajo un régimen controlado por la Hermandad Musulmana. El Estado Islámico de Irak y el Levante –del cual Jabhat al-Nusra es el principal componente sirio– quiere un Siriastán "talibanizado".

Las bandas yihadistas de la línea dura en Siria pueden contar hasta con 10.000 combatientes; pero son responsables de lo que podría decirse que es un 90% de los combates duros, porque son los únicos con experiencia en el campo de batalla (al incluir a iraquíes que combatieron contra los estadounidenses y chechenos que combatieron a los rusos).

Al mismo tiempo, y no por accidente, desde que el príncipe Bandar bin Sultan, asumió la dirección de la yihad siria por encargo del rey saudí Abdalá, el CNS de la Hermandad Musulmana, alineado con el “moderado” Catar, ha sido progresivamente marginado.

Queremos las cabezas de esos pacifistas

Pero si hablamos de desastres, nada se compara con la excusa del gobierno de Obama de una “estrategia”, que teóricamente se limita a armar y entrenar extensivamente al eslabón más débil –bandas seleccionadas del ELS infiltradas por agentes de la CIA– y al “escrutinio” de armas que caen en manos de yihadistas. Como si la CIA tuviera inteligencia local fiable sobre la miríada de fuentes de financiamiento y logística yihadistas basadas en el Golfo.

Ahora el CNS, el ELS y el así denominado “Comando Militar Supremo” en el exilio dirigido por el grandilocuente general Sali Idriss no son más que un chiste. Todo el asunto ocurrió mientras el líder del CNS al-Jerba estaba en la Asamblea General de la ONU en Nueva York, donde se reunió con el secretario de Estado John “Asad-es-como-Hitler” Kerry. Kerry no habló de armas sino de más “ayuda” y de futuras negociaciones en la eternamente postergada conferencia Ginebra II. Al-Jerba estaba furioso. Y para colmo, algunas de sus bandas del ELS se unieron abiertamente a al Qaida.

¿Por qué? Hay que seguir la ruta del dinero. Así funciona, en pocas palabras. Por lo menos la mitad de las “brigadas” del ELS están formadas por mercenarios financiados desde el extranjero. Combaten donde sus amos –que los arman y les pagan– les dicen que lo hagan. El “Comando Supremo” controla, en el mejor de los casos, un 20% de las brigadas. Y esa gente ni siquiera vive en Siria; están basados en el lado turco o jordano de la frontera.

Los yihadistas mercenarios, por otra parte, están a tiempo completo en el terreno. Es la verdadera fuerza combatiente, reciben sus salarios a tiempo y sus familias están bien atendidas.

Por lo tanto, para todos los propósitos prácticos ahora se trata de una guerra entre el Ejército Árabe Sirio (EAS) y un montón de yihadistas. Por supuesto esto NO lo explicarán los lánguidos medios corporativos a la opinión pública occidental.

Ahora imaginad a esos fanáticos de la sharía, decapitadores y devoradores de hígados, dispuestos a ir a la conferencia Ginebra II para negociar un alto el fuego con el Gobierno sirio y un posible acuerdo de paz con el eje OTAN-Casa de Saud. Obviamente no va a suceder, como el propio príncipe Bandar bin Sultan telegrafió en persona en Moscú al presidente ruso Vladimir Putin.

Peor todavía, desde el punto de vista de Washington, no hay modo de justificar por qué pueden tener lugar negociaciones significativas. Hasta los infieles perplejos con medio cerebro de Washington serán capaces de ver la conexión con hordas de “rebeldes” sirios que se unen a al Qaida inmediatamente después del ataque de al-Shabab contra el Westgate Mall en Nairobi.

Sobra decir que Bagdad está enloqueciendo ante estos eventos. El Estado Islámico de Irak y el Levante está aumentando los atentados con coches bomba y los ataques suicidas en el propio Irakq, porque el apóstata gobierno al-Maliki dirigido por chiíes es un objetivo en la misma medida como el secular Bacher el-Asad. Cuesta creer que hace solo cinco meses, yo haya estado escribiendo sobre el advenimiento del Emirato Islámico de Siriastán. Ahora es obvio hasta qué punto el “invisible” al Zawahiri y el astuto príncipe Bandar bin Sultan se han apropiado de la “estrategia” de Washington para conseguir lo que realmente quieren.


Pepe Escobar es autor de Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007) y de Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge. Su libro más reciente es Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009). Contacto pepeasia@yahoo.com
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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/Middle_East/MID-02-270913.html

Narcocultura

Narcocultura



La representación del comercio ilegal de drogas y sus capos está en expansión. Corridos, películas, series, telenovelas, ropa, libros: un universo simbólico narra, cuando no glorifica, el tráfico –en particular, entre México y los Estados Unidos, y en general, a toda Latinoamérica– que causa muertes cotidianas y, aun así, para millones, constituye la única salida a la miseria.

Año 6. Edición número 280. Domingo 29 de Septiembre de 2013

El domingo pasado, mientras AMC emitía en los Estados Unidos su penúltimo capítulo, Breaking Bad recibía el premio Emmy a la mejor serie al que ya había estado nominada tres veces antes. Casi 6 millones de personas vieron el comienzo de la última temporada del programa con mejor crítica este año, según el Guinness de los Récords. El prestigioso semanario The New Yorker le dedicó un perfil al protagonista Bryan Cranston, quien encarna a un profesor de química de escuela secundaria que tras un diagnóstico de cáncer inoperable –y varias decisiones libres– se convierte en un poderoso traficante de metanfetamina en la cara de su cuñado de la DEA. Por su gran popularidad en la Argentina, donde AXN la transmite los domingos a las 22, Breaking Bad se compra trucha en cualquier venta de películas en internet y ha inspirado remeras estampadas con sus personajes (62 a 149 pesos en Mercado Libre). Pero aunque trabaja la misma simpatía sin fronteras por el ángel caído que hizo conmovedor a Tony Soprano, el simbolismo de la historia de Walter White es distinto en los Estados Unidos y en México que en la Argentina.
En México, el tráfico de drogas representa 30.000 millones de dólares anuales y desde la declaración de guerra a los cárteles del ex presidente Felipe Calderón en 2006, se ha cobrado 60.000 vidas a julio del año pasado, aunque las cifras extraoficiales hablan de 100.000 a hoy.
En los Estados Unidos se halla su mayor mercado de consumo, cuya ilegalidad permite el volumen del negocio.
Cuando la televisión global toma el tema del narcotráfico y la frontera para hacer una de las mejores series de la última década, se puede considerar que la narcocultura ha pasado de la marginalidad donde nació a la popularidad. Junto con las drogas que viajan de sur a norte, cruzan el castellano los narcocorridos, las narcopelículas, las narcotelenovelas, la narcomoda textil; se hace el arte sobre el tráfico, se venera al santo de los narcos, se graban las baladas sangrientas del Movimiento Alterado, se publican libros de ficción y de investigación periodística.
Así como la caída de la Unión Soviética abrió paso a la globalización capitalista como nunca antes se había experimentado, también permitió el surgimiento y la consolidación de mafias que operan con la exacta lógica del capital pero sin ley. Si se piensa que el desastre de las hipotecas sub-prime que explotó de los Estados Unidos al mundo en 2008 fue legal, no alcanza la imaginación para abarcar el potencial destructivo –hay quien habla de insurgencia– de los carteles mexicanos que trafican cocaína, heroína, marihuana y metaanfetamina.
También la captura y muerte del colombiano Pedro Escobar Gaviria en 1993 ayudó a que el control del tráfico hacia el ávido mercado estadounidense –que además tiene la particularidad de pagar en armas sofisticadas, no sólo en bolsos de dinero negro– pasara de manos y creciera. Las organizaciones narco cuentan hoy con seudoejércitos armados, casas operativas, funcionarios públicos a sueldo, materia prima y tecnología para elaborar sus productos, logística de transporte, contactos al otro lado de la frontera, una relación violenta con el Estado y la sociedad civil ya sea por la corrupción o por la tortura y la muerte. Y esa mutación alumbró una cultura derivada.
Durante la Guerra Fría, el espionaje creó un héroe, no siempre moral, que se ha mantenido vivo en –por ejemplo– los recientes James Bond. Sin embargo, infinidad de baladas que cantan (a veces por encargo) a los traficantes y superan al gangsta rap, películas directas para DVD e internet en las que hay más extras en charcos en sangre que protagonistas, telenovelas taquilleras –como Sin tetas no hay paraíso o La reina del Sur, basadas a vez en los libros de Gustavo Bolívar y Arturo Pérez-Reverte–, ropa que glamoriza caras de famosos capos o armas como el fusil de asalto AK-47, entre otros fenómenos, hacen pensar que en este nuevo orden mundial “el 007” ha sido reemplazado por gente como Joaquín el Chapo Guzmán, líder del Cartel de Sinaloa que se escapó de la prisión de máxima seguridad de Puente Grande y sigue prófugo, al que la revista Forbes atribuye una fortuna de 1.000 millones de dólares y ubica en el puesto 63 de los más poderosos del mundo.
¿Forbes se ocupa de un delincuente?
Sí: http://www.forbes.com/profile/joaquin–guzman–loera/.
Tal vez no haya mejor prueba de que existe una narcocultura, aunque Breaking Bad, que hoy termina en los Estados Unidos, le gane en fascinación por su narrativa sin concesiones.
Por el mal camino. Walter White es un profesor de química de escuela secundaria que no logró doctorarse y continuar en la empresa que cofundó en la universidad con una novia y un amigo (que pasaron a ex en ambas categorías al enamorarse), y mientras ellos acumulan ganancias millonarias, él gana un sueldo tan modesto que debe completar con un trabajo en un lavadero de autos. Tiene un hijo adolescente con parálisis cerebral y una mujer con un embarazo tardío e inesperado. Su depresión se refleja en su mirada perdida mientras atraviesa el suburbio de Albuquerque, Nuevo México. Hasta aquí, Breaking Bad parece indigna de su creador, Vince Gilligan, un ex autor de Los expedientes secretos X.
Entonces a Walt le diagnostican un cáncer de pulmón fulminante. A él, que nunca ha fumado. Advierte que su seguro de salud no le cubre el tratamiento sino mínimamente y que dejará al discapacitado, la embarazada y la niña por nacer con una hipoteca impagable y cuentas médicas que garantizarán su pobreza. Este retrato típico de la clase media estadounidense que vive en el constante borde del precipicio financiero toma un giro extraordinario porque Walt explota (aunque hacia dentro) y extorsiona a un ex alumno suyo, Jesse Pinkman, quien sintetiza y vende mentaanfetamina, para que le abra el negocio y vendan un producto de tan alta calidad que rápidamente le permita pagar por su tratamiento y dejar forrada a su familia.
Tan brusco es el giro que, una vez en el mal camino (mejor traducción de Breaking Bad que el nombre que llevará su adaptación al mercado hispano, Metástasis), el señor White produce una de las transformaciones de personaje más profundas que se han visto en televisión. Si la mayoría de las series apuesta a la estabilidad de sus personajes (Maggie, la hija menor de los Simpsons, lleva 24 años como bebé), el cambio del buen padre y trabajador sacrificado a capo del tráfico y asesino hace única a Breaking Bad, que ha recibido 48 reconocimientos de la industria televisiva estadounidense por su guión y sus actuaciones.
Cranston ganó –entre otros premios– tres Emmys y cree que este papel será la primera línea de su obituario. En su loa a Breaking Bad, el escritor Stephen King arriesgó que sólo la hallaba comparable a Twin Peaks, la obra de David Lynch, y que muchas de sus escenas parecen “una cruza de Sin lugar para los débiles (la película de los hermanos Coen sobre el libro de Cormark McCarthy) con el espíritu malevolente de la versión original de El loco de la motosierra(de Tobe Hooper)”.
La profunda oscuridad de la serie se alivia con el cómico abogado y consigliere Saul Goodman, el más turbio en oferta en todo Nuevo México, personaje que generará su propia serie, Better Call Saul (¡Mejor llame a Saúl!, su slogan publicitario), en la cual se contarán los años anteriores de un profesional con amplia visión del derecho: “De multas de tránsito hasta homicidio múltiple, Saul Goodman y Asociados es el proveedor integral para todas sus necesidades legales”.
Desde la producción de metanfetamina a la comercialización, desde el lavado de dinero en la cadena de comida rápida Los Pollos Hermanos (nombre más que verosímil para un restaurante mexicano en los Estados Unidos), desde las bandas narcos locales hasta el tráfico internacional, nada se ahorra del negocio en la metamorfosis de Walt en el poderoso Heisenberg, como se hace llamar. Werner Heisenberg formuló el principio de incertidumbre en mecánica cuántica: puede el espectador proyectarlo al derrotero de los personajes, y a su propia vida, y enfrentará el planteo moral que tanto ha discutido la crítica que menos se molesta por la bondad o la maldad de los actos de políticos y personajes de Wall Street.
No falta siquiera el narcocorrido, la balada tradicional mexicana que cantaba las hazañas de los héroes de la Revolución como Pancho Villa y Emiliano Zapata, el narco ha cambiado en sus contenidos. Cantan Los Cuates de Sinaloa “Negro y azul” en la segunda temporada de Breaking Bad: “Anda caliente el cartel, / al respeto le faltaron. / Hablan de un tal Heisenberg, / que ahora controla el mercado. / Nadie sabe nada de él, / porque nunca lo han mirado. / El cartel es de respeto / y jamás ha perdonado. / Ese compa ya está muerto / nomás no le han avisado”.
Weeds, que muestra a una madre de familia sola que, para mantener su nivel de vida en California, comienza a vender marihuana, fue otra serie de la narcocultura. Una comedia original para la empresa de streaming Netflix,Orange is the New Black, se basa en las memorias de Piper Kerman –libro que volvió a la lista de más vendidos– sobre su temporada en la cárcel por haber transportado dinero de una operación de drogas de su novia. Aunque la adaptación recayó en la creadora de Weeds, Jenji Kohan se centra menos en el narco que la cárcel de mujeres. The Bridge, en cambio, adapta al narco la serie original sueco-danesa sobre un asesino que deja dos mitades de cuerpos en el puente de doble jurisdicción nacional entre Malmö y Copenhague: aquí se trata de un homicida que trabaja en la frontera entre Texas y Chihuahua y la trama está impregnada de la apatía policial ante la pila de muertos en Ciudad Juárez y el poder de los carteles.
De capos y muñecas. La Reina del Sur fue la producción más cara de la historia de Telemundo: 10 millones de dólares para un culebrón basado en la novela del español Pérez-Reverte, quien dijo: “Teresa Mendoza (el personaje de la traficante) es la típica espectadora analfabeta de culebrones que hay en América Latina. Ella misma es un personaje de culebrón a la que le pasan cosas”. El final de la historia de la mexicana que se enreda en las mafias del narco fue el más visto en todos los Estados Unidos, no sólo en las cadenas hispanohablantes: 4,2 millones de espectadores.
El género no ha tenido tanto éxito en México como en Colombia, donde existe una fuerte tradición de culebrón con todos sus ingredientes: el triángulo amoroso, el ascenso social, el choque entre la tradición y la modernidad. Esos temas se exasperan en la narcotelenovela, donde la traición adquiere mil formas alimentada por la codicia, el ascenso social es meteórico y justifica cualquier cosa, y la tradición vuela por los aires porque el dinero negro es un viaje de ida y, sin esperanza, no hay sistema ético que valga la pena.
Por ser una sociedad conservadora, varias voces se alzaron contra la pionera y Top 1, Sin tetas no hay paraíso. El público iba por otro lado –63 puntos de rating–, desesperado por conocer más sobre Catalina, una joven del pueblo de Pereira que quería ser amante de los narcos pero, como ellos las prefieren pechugonas, debía hacer cualquier cosa para ponerse implantes. La cadena Caracol vendió los derechos a España, donde se hizo una remake (Sin senos no hay paraíso) igualmente taquillera, que también se vio en los Estados Unidos. El autor del libro original, Bolívar, también escribió El Capo, y lo adaptó para RCN.
Otro que adaptó su obra no fue un escritor sino un narco arrepentido, Andrés López López. Tras convertir sus memorias El Cartel de los sapos en la narcotelenovela El Cartel –cuya producción descomunal se recuperó en la venta de la tira a 14 países, entre ellos los Estados Unidos–, López hizo también el guión de Las fantásticas, otro culebrón basado en su libro en coautoría con Camilo Ferrand.
Escobar, el patrón del mal, cuenta la vida del traficante colombiano más famoso sobre la base del libro La parábola de Pablo, de Alonzo Salazar, y La diosa coronada se centra en las desventuras de Angie Sanclemente, la ex reina de belleza detenida en Argentina. Rosario Tijeras, amar es más difícil que matar es el subproducto de la película de Emilio Maillé basada en la novela de Jorge Ramos, Rosario Tijeras, sobre una mujer abusada en la infancia a quien la venganza hace fuerte en el mundo de los sicarios del narco en el Medellín de los años ’80. Muñecas de la mafia, La mariposa y La viuda explotan todos los estereotipos negativos sobre las mujeres con fondo de poder, cocaína y dinero.
El planteo moral también ha creado polémica sobre estas producciones. “La lección aprendida de las narcotelenovelas es sombría”, cree la académica Katherine Fracchia. “Los personajes inocentes también sufren por el narcotráfico. Las opciones son o involucrarse, disfrutar de los lujos de la vida y sufrir las tragedias del negocio, o no involucrarse y sufrir igual.” Su lectura contrasta con la del periodista colombiano Mario Fernando Prado: “Es inútil tapar el sol con las manos: aquí se da el narcotráfico como flor silvestre”, escribió en El Espectador. “Pero estoy en desacuerdo con la tal apología del dinero fácil que dicen fomentar las telenovelas. Capítulo tras capítulo se les enreda y acaba la vida a quienes disfrutan del sórdido mundo del narcotráfico y afines. No queda títere con cabeza.”
Aquí me pongo a cantar. El narcocorrido es quizá la forma más auténtica de la narcocultura, y sin dudas la primera: el investigador Juan Carlos Ramírez-Pimienta ubicó el primero en El Paso, Texas, en 1931. Cantaba a Pablo González, un traficante de Chihuaha de comienzos del siglo XX: “El sábado 11 de octubre / en el Salón Popular, /ay, quién lo habría de decir, /que al Pablote han de matar. // El Pablote era temido / en todita la frontera / Y quién lo habría de decir / que de ese modo muriera”, comienza “El Pablote”. Pero se asume que el primer narcocorrido en el que se hace mención explícita a las drogas y el tráfico es el de la banda líder del género, Los Tigres del Norte, “Contrabando y traición”, de 1974: cuenta la historia de una texana enamorada de un mexicano que cruza una carga de marihuana de sur a norte y cuando él la vende le extiende su dinero y le dice que se va con otra mujer: “Sonaron siete balazos, / Camelia a Emilio mataba / en un callejón oscuro / sin que se supiera nada”.
El corrido es una tradición épico-lírica de mediados del siglo XIX: “Dentro de una población mayoritariamente analfabeta, el corrido fue crónica, diario, constancia e interpretación de los eventos, escenario de las tragedias y marca de los grandes eventos”, según otro académico, José Manuel Valenzuela Arce. Contó así la Revolución de 1910 y las aventuras de los bandidos que el pueblo veneraba. Como entonces, lo que no sale en los diarios hoy lo cantan estas crónicas. Cada vez cosas peores: si el surgimiento del género con su perfil es de la década del ’70, en los ’80 se consolida alrededor de la figura del narco y en los ’90 describe el estilo de vida que genera el negocio en expansión, la primera década del siglo incorpora la violencia y en esta segunda, la hiperviolencia es la norma.
Doce millones de visitas tiene en You Tube la versión más popular del corrido de los Bukanas de Culiacán “Sanguinarios del M1”, clave con que se conocía a uno de los jefes del Cártel de Sinaloa, Manuel Torres Félix, muerto el año pasado: “Con cuerno de chivo (en la jerga, la AK-47) y bazuka en la nuca /volando cabezas al que se atraviesa /somos sanguinarios, locos, bien ondeados/nos gusta matar. //Pa’dar levantones somos los mejores / siempre en caravana, toda mi plebada (gente)/ bien empecherados (con chalecos antibalas), blindados y listos/para ejecutar”. Hay algunos con picardía, como “Mis tres animales”, de Los Tucanes de Tijuana: “Vivo de tres animales / que quiero como a mi vida, / con ellos gano dinero / y ni les compro comida. // Son animales muy finos / mi perico (marihuana), mi gallo (heroína) y mi chiva (cocaína)”. Pero son los menos: en general se inclinan por textos como el de El Komander: “Cien balazos al blindaje en mi carro dispararon / Creían que iban a matarme, /jamás se lo imaginaban / que las ráfagas de cuerno en mis vidrios rebotaban. // Ya estoy curado de espantos no es la primera / vez que lo hacen, cuando escogí este negocio / sabía que podrían matarme, el problema es que estoy / vivo, y ahora van a lamentarse”.
Antes de que se llamaran narcocorridos eran corridos pesados pero ya hablaban del papel del dinero negro en las comunidades sumergidas por la pobreza y la indigencia, ignoradas por el Estado y con la única atención de los narcos que no olvidan su tierra natal. Uno, “Las divisas”, del disco Corridos pesados de Los Huracanes del Norte proponía inclusive el pago de la tremenda deuda externa mexicana en 1996: “En Michoacán la cultivan / en Jalisco la almacenan / los gringos son quien la compran / y Sinaloa se las lleva. / Esto genera divisas / en dólares pa’la deuda. / Por ahí dijo un sinaloense / si me dejaran sembrar / en término de dos años / la deuda podría pagar”.
Según Cynthia Meléndrez, de la Universidad de Nuevo México, “los narcocorridos exhiben los fallos de las instituciones oficiales; señalan el nacimiento de una nueva realidad económica nacional basada en el narcotráfico y representan la lucha del campesino moderno por la subsistencia”. Que no es nueva.
A comienzos del siglo XX, los chinos llevaron la amapola a Sinaloa; cuando el racismo local los expulsó, los cultivos quedaron y permaneció un pequeño negocio de contrabando, que se amplió durante la Segunda Guerra Mundial cuando un acuerdo secreto entre los Estados Unidos y México permitió la provisión de materia prima para morfina en los hospitales militares. Terminada la guerra, los campesinos volverían a sembrar maíz. Nunca sucedió. Se sumó el cultivo de marihuana y en el llamado triángulo dorado –los estados de Sinaloa, Chihuahua y Durango– la comercialización de cocaína y metaanfetamina.
“La contracultura puede ser cualquier manifestación social, cultural e incluso económica que cuestione estructuras de poder verticales”, define Rogelio Villarreal. Los narcocorridos cumplen todas esas condiciones, a punto tal que en distintos estados mexicanos se han intentado leyes que los prohíban –que terminaron en la recomendación a las radios de que no los pasen– y que, cuando no son un eslabón más en el lavado de dinero (los narcos glorificados pagan a los artistas), constituyen una industria derivada. También corren riesgos como sus inspiradores: quince corridistas han sido asesinados, entre ellos el legendario Chalino Sánchez que respondió al fuego desde el escenario en California y pocos meses más tarde fue emboscado, secuestrado y baleado en la nuca en Sinaloa.
Además de celebridades como Los Tigres del Norte, Los Tucanes de Tijuana, Los Canelos de Durango y Jenni Rivera, la lista interminable de bandas y corridistas incluye nombres con la sutileza de Blindaje Especial, Calibre 50, El CartelSinaloense, Comando Elite, Delito Norteño, Emboscada Norteña, Escolta de Guerra, Gatilleros de Culiacan, Exterminador, Ondeado, Sicilia, Sin Miedo, Komando Suicida, Los Alcapones de Culiacan, Los Más Buscados y Los Perikeros. Forman parte de lo que en Los Ángeles se llama Movimiento Alterado, creación de los productores mellizos Adolfo y Omar Valenzuela, hijos de un narcocorridista sinaloense que llegaron a California en la adolescencia.
Narcowood. En la web del Movimiento Alterado hay, además de corridos, películas: la imbricación de esta cultura, con el narcocorrido en el centro de la red, es tan intensa que se hacen películas a partir de las baladas, baladas a partir de las telenovelas, películas a partir de libros… Las referencias pueden llegar tan atrás como al personaje que Al Pacino encarnó en Scarface, de Brian de Palma, un lord inglés en comparación con los decapitadores del presente: “Al estilo Tony Montana” da nombre tanto a un corrido como a una película.
Una búsqueda simple en You Tube ofrece páginas y páginas de este cine instantáneo, directo para DVD o para internet, con títulos como Las dos caras de la muerte, Carteles unidos, Scarface renacido, Movie: Los Zetas, Sanguinarios del M1, Le firmé un contrato al diablo, Alineando cabrones, 500 balazos, Las dos michoacanas, El patroncito, Los niños del narco, La troca del moño negro, El primer bazucazo, Cara a la muerte, Narco sin ley, La muerte de El Ondeado, El regreso de la Suburban dorada, Los Narcojuniors, El comando del Diablo III, La Hummer y el Camaro azul.
La mayor parte de estas obras hacen quedar a Tiburón, Delfín y Mojarrita como criaturas de Ingmar Bergman. Sirva de caso La Suburban de las monjas, una especie de Los Ángeles de Charlie, con cuatro mujeres que abren la historia practicando tiro y un capo que las usa para traficar y buscar venganza de otro que lo dejó en silla de ruedas. Las actrices, caracterizadas casi como prostitutas, de pronto se ponen un hábito, se suben a una camioneta Suburban roja y pasan los retenes, y hasta sus enemigos, que las saben disfrazadas, insisten en llamarlas “las monjitas” o “las hermanitas”. Termina con balacera y corrido.
Brinde con sangre es una historia de venganza, con el slogan “Sólo la muerte de tus enemigos te traerá la paz”. Cuando un grupo de sicarios elimina a su familia, el pequeño Diego espera crecer para vengarse. Ya grande y narcotraficante, no le basta con cargarse a los asesinos sino que tiene la delirante idea de brindar con su sangre, como anticipa el título. Pero ningún relato puede superar a las propias sinopsis de la web alterada, como la de El 24: “Es un cabrón con muchas agallas, rodeado de lujos y sicarios a sus órdenes. La trama se basa en la búsqueda que lleva a cabo El 24 sobre el paradero de su hermano que fue levantado y ejecutado por el Tumbador, un pistolero despiadado que está pensando en el retiro”.
Hay producciones del cine mexicano de mejor calidad. El infierno, de Luis Estrada, cuenta la historia de Benjamín García (Damián Alcázar), quien dejó a su hermano pequeño y a su madre en el pueblo para buscar un futuro mejor en los Estados Unidos. Veinte años más tarde lo deportan y regresa a San Miguel Narcángel, pero su hermano, importantísimo narco, fue asesinado, y no hay otra fuente de trabajo que el capo del pueblo. A partir del ingreso de Benny a ese mundo, el espectador contará bajas, traiciones y venganzas; verá cómo las armas del grupo se compran a un estadounidense y cómo las autoridades están al servicio del narco y finalmente son reemplazadas por el capo.
Aunque recibió varios premios en 2011, El infierno fue superada por Rescatando al soldado Pérez, de Beto Gómez, una de las películas más taquilleras de México. Tras el homicidio de su padre por una banda de su pueblo paupérrimo, Julián Pérez (Miguel Rodarte) se queda y se convierte en un poderosísimo narco, mientras su madre (Isela Vega) y su hermano menor (Juan Carlos Flores) emigran a los Estados Unidos. En 2003, durante la segunda Guerra del Golfo, el soldado Pérez cae en manos de unos rebeldes iraquíes; la madre de Julián, que lo ha repudiado por su vida delictiva, le dice que sólo lo volverá a recibir si rescata a su hermano.
“Primer punto: ¿dónde chingada está Irak?”, pregunta Julián a su mano derecha, una figura impertérrita que habla con ministros en teleconferencia satelital (y sin pantalones, como para enfatizar su respeto por la autoridad), quien le arma un grupo comando tercermundista: un sicario retirado, un asesino con entrenamiento militar al que sacan de una prisión, un mercenario ruso que canta “Soy rebelde” y un ex amigo y ex socio de Julián. Con humor, la película aborda el narcotráfico, la corrupción política, la locura bélica y la pesadilla del sueño americano. En un flashback, Julián visita a su hermano que vende panchos en un puesto ambulante, adornado con orejas de burro. “¿Y tú crees que en este país te respetan?”, le grita, mientras le arranca el uniforme de un cachetazo. Una vez en Irak, los soldados de George W. Bush los ubican pero no entienden quiénes son: ¿otra facción rebelde? Pero si dejaron una botella de salsa de chile de árbol y un CD con narcocorridos… ¿Aliados? ¿Enemigos? ¿Mexicanos? Gran confusión para la inteligencia militar.
También el cine de Hollywood ha tocado el tema con suerte diversa, en producciones como Get the Gringo (Adrian Grunberg), Savages (Oliver Stone), Traffic (Stephen Soderberg), Sin lugar para los débiles (Joel and Ethan Coen) y documentales como El Sicario, Habitación 164, de Gianfranco Rosi (basado en el libro El Sicario) y Narco Cultura, del fotógrafo israelí Shaul Schwarz, que se estrenará en noviembre.
A la moda. La ropa que usan Julián Pérez, Benjamín García y los narcocorridistas mezcla el estilo Versace de los narco colombianos con el estilo vaquero: sombreros, cinturones con hebillas enormes y labradas, botas de pieles con puntas metálicas y cadenas, camisas de seda con la Virgen de Guadalupe, bordados de animales u hojas de marihuana, cadenas de oro, celulares decorados con piedras. Cuando siete capos fueron detenidos con chombas Polo de Ralph Lauren, México se llenó de imitaciones que costaban el 10% de los 140 dólares de esas remeras con cuello. “La Polo de Edgar Valdez Villarreal”, “La Polo de José Jorge Balderas”, ofrecían los vendedores callejeros asociando el color de la remera a la que usaba cada narco en su exhibición ante la prensa.
Como Armani, Ed Harris o Abercrombie & Ficht (las preferidas por los narcos actuales y sus hijos, los llamados narcojuniors) son caras para el pueblo trabajador que escucha narcocorridos y sueña con salir de pobre por la vía del delito, cuenta Ramírez-Pimienta que se creó un vacío en el mercado, rápidamente ocupado por marcas alternativas. Así nacieron Anvem, Ántrax y El Cartel. Se trata de jeans, gorras y remeras con decoraciones de calaveras, fusiles, tiras de municiones, granada, la Santa Muerte, retratos de narcos como Rafael Caro Quintero o el santo Jesús Malverde, y para las chicas estampados de La Reina del Sur o billetes de 100 dólares.
El patrono de los narcos. Antes de partir hacia Irak, Julián Pérez y su tropa descabellada van a pedir protección a una de las capillas de Jesús Malverde, cuya historia es acaso una suma de mitos, pero que el sincretismo popular ha convertido en santo contra la opinión de la Iglesia Católica. Hoy existen varios santuarios, el central en Culiacán, donde la gente deja exvotos tan diversos como la primera pesca de camarones en formaldehído, fotos de familia o una AK-47; cuando una banda de narcocorridistas da un concierto frente a la capilla, suele ser en gratitud porque un cargamento pasó la frontera sin problemas.
Malverde, un trabajador ferroviario, vio morir a sus padres de hambre y se lanzó a robarles a los terratenientes que los habían explotado toda la vida y a repartir el botín entre otros necesitados. En la bisagra de los siglos XIX y XX se convirtió en una suerte de Robin Hood: le decían “el Ángel de los Pobres” y “el Bandido Generoso”. Durante el Porfiriato, sus acciones pusieron en jaque al gobernador de Sinaloa, general Francisco Cañedo, quien organizó su cacería. Se dice que lo emboscaron, lo balearon en una pierna y huyó con un compadre; la herida le causó gangrena y pidió a un amigo que fingiera traicionarlo y cobrara la recompensa como último botín a distribuir. La entrega se hizo y Malverde fue colgado en 1909 en el sitio donde hoy se levanta su capilla principal a la que han peregrinado capos como Caro Quintero, Ernesto Fonseca y Edgar Tellez.
Por la popularidad del Bandido Generoso, Cañedo publicó un bando prohibiendo que se lo enterrara; el cadáver pendió del árbol hasta que la ley de la gravedad lo echó al suelo. Los vecinos, sin atreverse a cavar una tumba, se la inventaron encima: el que pasaba dejaba una piedra, y así una montaña de cascotes dio cobertura al muerto.
Escribió María Rivera en La Jornada que cada 3 de mayo, día del santo, la capilla de Culiacán explota: “Al mediodía resulta insuficiente para dar cabida a peregrinos, grupos norteños y tamboras. Según la leyenda, a Malverde le gustaba mucho la música, de ahí que cuando se quiere quedar bien con él hay que dedicarle algunas canciones. Los creyentes no paran de pedir música pese a las tarifas que van de 600 a 2.000 pesos la hora”.
Art–narcó. El año pasado una galería de Los Ángeles, Coagula Curatorial, realizó la primera exposición en los Estados Unidos sobre arte vinculado al tráfico, Narcolandia (We give you guns, you give us drugs, Nosotros les damos armas, ustedes nos dan drogas). El título es mucho más fuerte que su antecesora, la primera muestra de lo que se llama art-narcó, que se realizó en el Museo Universitario de Mexicali, México, en 2005: Las fronteras de la narcocultura. La convocatoria de los gringos Harry Ortiz Liflan y Emelda Gutiérrez da a entender una de las conexiones centrales de este problema social.
Dijo Ortiz Liflan: “Los artistas que participan de Narcolandia saben que una muestra no va a parar la violencia o la corrupción o los abusos de poder o la pérdida de libertades. Narcolandia no va a detener el consumo insaciable de drogas en los Estados Unidos ni impedir que los testaferros compren armas automáticas, ni allanar el camino hacia la legalización de las drogas en el nivel federal. Se trata apenas del reconocimiento de que las cosas están fuera de control”.
Entre los treinta artistas de San Francisco y Los Ángeles se destacaron Karen Fiorito, quien imaginó un Cristo defensor del consumo de marihuana, y Pancho Lipschitz que con su “Sopa de Cabeza” mezcla las decapitaciones con las latas de sopa Campbell’s de Andy Warhol. Como ellos, la mayoría los trabajó con una elaboración artística de la tragedia documentada, casi en las huellas de la intención del “Guernica” de Pablo Picasso.
Narcolandia y Las fronteras de la narcocultura no hacen apología del tráfico, pero otros artistas a sueldo de los capos lo eligen. “Si el narco es kitsch”, escribió la crítica Avelina Lesper, “¿qué resulta más kitsch aún? ¿Comprar una llanta decorada o un coche forrado con tortillas o hacerse una pistola incrustada con diamantes? El narco es ridículo pero esa ridiculez es endémica en el arte contemporáneo y en la estética social”, y a continuación le pasa el trapo a la obra de Teresa Margolles y Eduardo Sarabia, que califica de “propaganda del narco”, “increíbles farsas” y “oportunismo”.
Ficción y realidad. Además de los libros adaptados a telenovelas y películas, una enorme cantidad de títulos ha cubierto el narco, desde el famoso Noticia de un secuestro, del Nobel colombiano Gabriel García Márquez, hasta el reciente<> Los malditos, del periodista mexicano J. Jesús Lemus, a quien le fabricaron una causa y mandaron a prisión por sus denuncias sobre los vínculos entre los carteles y las autoridades. Ese arco va desde Colombia a México, y en ambos países se escribe ficción y no ficción. También en los Estados Unidos el tema ingresó a su enorme industria editorial, a tal punto que el primer libro sobre narcocorridos lo escribió el músico de Massachusetts Elijah Wald.
Colombia publicó primero: La Virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo; El cronista y el espejo, de Óskar Alexis; La lectora, de Sergio Álvarez; Delirio, de Laura Restrepo; El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vásquez, y 35 muertos, de Sergio Álvarez, entre las novelas más citadas. Y en investigación periodística Los jinetes de la cocaína, de Fabio Castillo; Historias del cartel de Cali, de Camilo Chaparro; El patrón, vida y muerte de Pablo Escobar, de Luis Cañón; En la boca del lobo, de William Rempel; Los Pepes, de Natalia Morales y Santiago La Rotta; La bella y el narco, de Javier León Herrera; El hijo del “Ajedrecista”, de Fernando Rodríguez Mondragón; El confidente de la mafia se confiesa, de Gustavo Salazar Pineda; Colombia, guerrilla y narcotráfico, de Oscar Rey. La lista sigue.
México es un venero de textos. En ficción sobresalen Sueños de frontera, de Paco Ignacio Taibo II; la extensa obra de Élmer Mendoza, con Un asesino solitario, Balas de plata y La prueba del ácido (además de dos crónicas de no-ficción,Cada respiro que tomas y Buenos muchachos); La conspiración de la fortuna, de Héctor Aguilar Camín; 2666, de Roberto Bolaño; El testigo, de Juan Villoro; Tiempo de alacranes, de Bernardo Fernández, y La esquina de los ojos rojos, Rafael Ramírez Heredia, entre otros títulos.
En crónica, Carlos Monsivaís realizó la compilación Viento rojo: diez historias del narco en México y Homero Aridjis escribió La Santa Muerte. Varios periodistas han investigado en abundancia: Julio Scherer (Los rostros del narco, La reina del Pacífico, Máxima seguridad: Almoloya y Puente Grande, Historia de muerte y corrupción), Ricardo Ravelo (Los capos, Los Narcoabogados, Crónicas de sangre: cinco historias de los Zetas, Herencia maldita: el reto de Calderón y el nuevo mapa del narcotráfico, Osiel: vida y tragedia de un capo, El narco en México: historia e historias de una guerra), José Reveles (Las historias más negras del narco, El cartel incómodo, Narcoméxico, Levantones, narcofosas y falsos positivos), Diego Enrique Osorno (La guerra de los Zetas y El cartel de Sinaloa), Francisco Cruz Jiménez (Tierra narca y El cartel de Juárez), Edmundo Pérez (Que me entierren con narcocorridos), Anabel Hernández (Los señores del narco): otra lista incompleta.
Tal vez merezca una mención aparte, por su punto de vista distante, el ensayo El narco, del inglés Ioan Grillo. El libro abre con una entrevista en la cárcel de Ciudad Juárez a Gonzalo, un ex policía que pasó 17 años como hombre de logística y asesinato al servicio de los grupos narcos. Torturó y mató a más gente de la que se puede acordar. “Este libro es sobre las redes criminales que le pagaron a Gonzalo para cortar cabezas humanas”, explica Grillo. “Cuenta la historia de la trasformación radical de estos grupos desde traficantes de drogas hasta escuadrones de la muerte paramilitares que han matado a decenas de miles y aterrorizado comunidades enteras.”
Y desarrolla su tesis inquietante: sostiene “que estos gángsters se han convertido en una insurgencia criminal que presenta la mayor amenaza armada contra México desde la Revolución de 1910”. Para Grillo, “las fallas de la guerra de los Estados Unidos contra las drogas y los conflictos políticos y económicos de México han desencadenado esta insurgencia”.
Transnacional. La violencia está en todas partes –como en la fiesta de Ciudad Juárez de hace una semana: 10 muertos– y a la vez es invisible: la tasa de homicidios del DF es menor que las de Chicago, Detroit o Nueva Orleáns, los turistas siguen disfrutando de Cancún y la migración hacia México de norteamericanos, europeos y sudamericanos ha aumentado el año pasado.
Sin embargo, la insurgencia de la que habla Grillo acecha. Y dado que el narco es una red transnacional y reticular, esa ubicuidad global es mucho más peligrosa que la ilegalidad de su metier. “Cada vez más sectores de las diferentes naciones se verán implicados en las redes internacionales de esta actividad”, escribió la académica Lilian Paola Ovalle, “y serán testigos de las transformaciones sociales y culturales que se derivan de su acción”.
La legalización del consumo de ciertas drogas eliminaría el potencial infinito de la ganancia, han argumentado hasta el premio Nobel insospechable de izquierdismo Mario Vargas Llosa.
Quizá menos controversial resulte plantear que mientras haya pobreza extrema y un campesino no pueda vivir de sembrar maíz pero sí de sembrar marihuana, difícilmente cambie la situación. La narcocultura es posible también porque los narcos como Caro Quintero o Guzmán hacen política y han invertido en sus pueblos natales y en las regiones donde se han instalado: de infraestructura pública a narcolimosnas, dice el especialista Jorge Sánchez Godoy, “varios son los casos de construcción de viviendas, obras hídricas y eléctricas o generación de empleos: los narcotraficantes cubren la cuota que los políticos no hacen”. Si el comercio ilícito que masacra es también la supervivencia de comunidades enteras,la narcocultura derivada es el menor de los problemas.