La cosmología original de la Ismailiyya
La visión cosmogónica descrita por los primeros ismailíes
31/07/2014 - Autor: Yibril ibn al-Waqt
- Fuente: Webislam
El cosmos ismailí
El pensamiento proto-ismailí datado desde el siglo II de la hégira lunar
(siglo VIII de nuestra era), fue elaborado por los primeros discípulos y
seguidores del Imam Ismâ'il ibn Ya'far, quienes se reunían en torno al círculo
del Imam Ya'far al-Sâdiq. Ello refleja la estructura básica primordial de un
sistema de reflexión religioso-cosmológica con carácter fuertemente gnóstico, en
la cual se enmarcan fehacientemente dos principios fundamentales en la
concepción ismailí que son la cosmogonía y la historia sagrada.
El tratado más antiguo del ismailismo es el
Umm al-Kitâb (arquetipo
del libro), preservada actualmente por los ismailíes
Nizârî
Mu'minshâhî, comunidad genuina que se encuentra en el Gorno-Badajshan, en
las montañas del Pamir entre Tayikistán y Afganistán. El texto refleja fielmente
la idea de la convicción de que a cada realidad
zâhir (exterior,
exotérica), corresponde una realidad
bâtin (interior, esotérico). Esta
distinción entre los aspectos
zâhir y
bâtin está enfocada
principalmente en las sagradas escrituras y en las leyes religiosas de los
Ahl al-Kitâb (la Gente del Libro). En consecuencia, el
zâhir
consiste en lo aparente y literal, generalmente aceptado por el significado
de las escrituras reveladas y sus leyes establecidas, que cambia con cada
Profeta, es decir, que las leyes religiosas enunciadas por los Profetas se
sometieron a cambios periódicos, y que tuvieron que ser distinguidos de su
significado interior y oculto. Así mismo, el
bâtin consiste en las
haqâ'iq (verdades espirituales) ocultas en las escrituras reveladas y
en las leyes decretadas que permanecen inmutables y eternas, y se hacen
evidentes en éstas a través de la explicación del
ta'wîl (exégesis,
interpretación esotérica), que es a menudo basado en el significado místico de
las letras y los números, adscritas a la ciencia del
Kitâb al-Yafr
(libro escrito por el Imam 'Alî ibn Abî Tâlib, de exégesis predictiva de
los valores numéricos de las consonantes iniciales que forman los primeros
versículos de veintinueve suras coránicas).
Estas verdades eternas de la religión islámica, pudieron explicarse sólo para
aquellos que se habían iniciado en la
da'wa (convocatoria) ismailí y
que reconocían la autoridad de la enseñanza del Profeta Muhammad, del Imam 'Alî
y la de los Imames de Ahlul-Bayt, legítimos sucesores del linaje original, como
las fuentes únicas del
ta'wîl en la era islámica. De este modo, los
ismailíes llegaron a ser considerados por el resto de la comunidad musulmana
como los más representativos de la proposición shií del esoterismo por
excelencia en el Islam.
Ahora bien, la doctrina gnóstica-cosmológica de los primeros ismailíes puede
ser reconstruido a partir de la evidencia fragmentaria conservada en los textos
ismailíes tardíos, la cual nos dice, que en el origen de los orígenes, el
mubdi' (principio arcano) instaura una luz de la cual proceden tres
kalimat (verbos, palabras), designados como
irâdah (voluntad),
amr (imperativo interior) y
qawl (imperativo proferido), es
decir, desde el inicio del misterio de los misterios, la Creación es la voluntad
de un imperativo que profiere el verbo. El
qawl que recapitula la
triada, es el verbo creador, es decir, la
mashî'a (vocación, intención)
del ser puesto en el imperativo
kun (esto). Dicho de otro modo, en el
principio se crea primero el
nûr (luz), a través de su irâdah y
mashî'a, la cual es dirigida con el imperativo coránico creativo de
Kun Fayakun (sé y ello es). La grafía árabe de este imperativo esencial
evidencia las siete letras, que son las siete letras fuentes, la primera
manifestación de la ley del septenario o de la héptada.
De estas siete letras proceden los siete elementos primigenios: Del primer
instaurado,
nûr, es creado el espacio; de los tres
kalimat son
respectivamente creados, el agua, la tiniebla y la luz visible, es decir, la luz
de los cielos y la tierra; y de esta segunda triada proceden respectivamente, el
humo o vapor cósmico, el limo o barro, y el fuego. Siete fuentes están así en el
origen de la Creación primordial, los primeros efectos de esta ley del
septenario se manifiesta en los siete cielos creados del principio-vapor, y en
las siete tierras creadas del principio-limo, como siete ramificaciones que
derivan de las siete fuentes.
Por otro lado, los nombres que designan las tres
kalimat totalizan
en su grafía árabe, doce letras, que es la primera manifestación de la dodécada.
Sus signos en el cielo son los doce signos del zodiaco, y sus signos sobre la
tierra son las doce
yaza'ir (regiones). Cielos y tierra no era más que
un bloque soldado por las tinieblas. El Principio Divino separa la luz y las
tinieblas; hubo noche y hubo día, corroborando a su vez la ley del septenario,
los siete días y las siete noches de la hebdómada (siete años) y la ley de la
dodécada, las doce horas del día y las doce horas de la noche que forman el
nictémero (un día).
Sin embargo, todos los elementos que proceden de las siete fuentes originales
han sido dispuestas por diadas, y ahí mismo se perfila el misterio del
nacimiento eterno del
dîn (recompensa, religión) que es gnosis. Pues
entre todos los pares de la héptada primordial, que son otros tantos aspectos
manifestados de su imperativo
kun, el Principio Divino elige una para
sí misma, sacado de la quinta esencia de su voluntad profunda y del secreto de
sus misterios, un par respecto al cual todos los demás son otros tantos
símbolos. Es el par formado por el conocimiento y la luz, y esto es el
dîn, la recompensa o religión absoluta en el sentido ismailí,
consistente en el término
kun, en donde sus letras
kâf y
nûn que a través de su duplicación, el nombre adquiere su forma
femenina
kûnî. En el imperativo Divino, el
kûnî es creado a
partir de su luz
qadar (decreto), su visir y su asistente masculino,
formando así los dos primeros
aslan (principios) de la Creación. No
obstante, estos principios están fuera de la heptada original; las letras
consonantes de
kûnî-qadar, también llamadas
hurûf al-'ulwîyya
(letras superiores) son todas las letras y los nombres que emergieron, y con los
nombres aparecieron simultáneamente los mismos entes que simbolizaban. A través
de
kûnî, el Principio Divino produjo todos los
kawwana
(elementos) y por medio del
qadar los determina.
Kûnî y
qadar son también llamados como el
sâbiq
(antecedente) y el
tâlî (precedente) y a menudo son identificados
con los términos coránicos de
qalam (pluma) y
lawh (tabla).
Juntos sus nombres en grafía árabe componen siete letras superiores, que son los
arquetipos de los siete Profetas
nâtiq (enunciador) y sus mensajes
revelados. De
kûnî se creó los siete
karûbîyya (querubines o
arcángeles) con nombres esotéricos fuera de su luz, y de qadar se creó y se
nombró a los doce
rûhânîyya (seres espirituales) intermediarios entre
qadar y
kûnî, que sin embargo, no fue disminuida por su
Creación.
A partir de los dos primeros principios,
kûnî-qadar, proceden los
tres primeros de los
rûhânîyya:
Yadd,
Fath y
Jayâl, identificados con los tres ángeles
Yibrîl (Gabriel),
Mikâil (Miguel) e
Isrâfil (Rafael), que asumen un papel
primordial y son descritos como parte de una péntada junto con el
kûnî
y el
qadar, que median entre el mundo espiritual y el mundo
sensible.
El mundo material y sensible fue producido por
kûnî a través de la
Creación inicial del aire y el agua, lo que en lenguaje esotérico, son nombrados
respectivamente como el
'arsh (trono) y el
kursî (escaño). Las
siete esferas y los siete mares de la Creación corresponden a los siete
karûbîyya y los doce signos del zodiaco pertenecen a los doce
rûhânîyya. Así tenemos la formación de la héptada y la dodécada
terrenal.
No obstante, antes de la creación de
qadar,
kûnî por un
momento no vio a ningún otro ser fuera de sí misma y orgullosamente pensó que
estaba sola. Inmediatamente seis
hudûd (rangos espirituales) emanaron
de ella a través del Principio Divino, con el fin de enseñarle que había un
Único omnipotente por encima de ella, sin el cual no tendría poder. Tres de
estos rangos están por encima de
kûnî y tres debajo de ella. Entonces
kûnî reconoció a su Principio, testimoniando
Lâ ilâha illâ
Allâh.
Considerando esto en términos gnósticos,
kûnî aparece como el Alma
universal, principio activo del mundo y
qadar es identificado
expresamente como el
Âdam al-Samâ'î (Adán celestial). Luego, además de
la creación,
kûnî ordenó a los
karûbîyya,
rûhânîyya y
hudûd a postrarse ante
qadar, al cual deseaban entregar el
mandato. Todos obedecieron excepto
Iblîs, el primero de los rangos
inferiores, quien fue por lo tanto expulsado de los rangos y maldecido. Este
evento en el mundo superior fue duplicado en el mundo inferior, de cómo
Iblîs, de acuerdo con el Sagrado Corán, se negó a postrarse ante el
Âdam al-Millî (Adán de la comunidad religiosa), en señal no de
adoración, sino de reconocimiento de su superioridad sobre vosotros: «
Y
recuerda cuando Nosotros dijimos a los ángeles ¡Prosternaos ante Adán! Y todos
ellos se prosternaron excepto Iblîs, que se negó y se llenó de arrogancia, y fue
de los que no creen» (Suratul-Baqara 2, ayat 34). Los cinco rangos
restantes, quienes se sometieron a la obediencia de
kûnî, fueron
tawahhum,
irâdah,
mashî'a,
bidâyya y
martaba.
Esta doctrina cosmológica-cosmogónica ismailí, explica cómo la actividad
creadora divina, a través del intermediario de
kûnî y
qadar,
da a luz a los seres del mundo celestial y espiritual, y también representa la
creación del mundo sublunar y terrenal que culmina en la génesis del hombre.
En cuanto a la historia sagrada o hierohistoria cíclica, el Creador instituyó
sobre la tierra una élite espiritual de hombres que son los templos del verbo
profético, los tesoros de su sabiduría y los hermeneutas de su revelación.
Forman una jerarquía esotérica cuya estructura simboliza con la del universo;
cada grado de su jerarquía es en efecto, lo esotérico de una forma exterior,
algo que es simbolizado por un fenómeno visible que constituye su símbolo, en
otras palabras, cada uno simboliza con lo otro. Decimos que en el origen de la
héptada primordial se encuentran los siete
karûbîyya, que son los
arcángeles extasiados de amor que el Principio Divino ha creado en el pleroma
celestial. Estos
karûbîyya son las formas teofánicas de los siete
nombres divinos que son llamados los siete Imames de los nombres y cuyas formas
de manifestación arquetípica en este mundo fueron a su vez, por sus altos
conocimientos, los siete grandes Profetas.
En primer lugar, decimos que está el
nâtiq (enunciador), aquel que
comunica lo exotérico de las revelaciones divinas. Cada uno de los grandes
Profetas es designado como Imam-Nâtiq, que simboliza con el sol que es su forma
exotérica. En segundo lugar, está aquel que es su
bâb (umbral), su
prueba, en el que está investido lo esotérico, designado como Imam-Wasî, Imam
heredero de un Profeta, que es el
asâs (fundamento) del imamato de su
período, la luna es su manifestación exotérica y su símbolo. Por otro lado,
están los
dâ'îs (emisarios) que «convocan» y que tienen a las estrellas
como elemento exotérico y simbólico. Así, los siete grandes Profetas simbolizan
con los siete cielos, los siete Imames del período de cada gran Profeta
simbolizan con las siete tierras. Conjuntamente a ellos están los doce
nuqaba (guías espirituales), que acompañan a cada gran Profeta
simbolizado con los doce signos del zodiaco y los doce
huŷŷat
(garantes) que responden para cada Imam, simbolizado con las doce
yaza'ir (regiones).
De acuerdo a esta visión cíclica, los ismailíes sostienen que la historia
religiosa de la humanidad progresó a través de siete
dawr (eras,
épocas) proféticas de diversa duración, cada una de ellas inaugurada por un
Profeta-Nâtiq, llevando un mensaje revelado por lo Divino, el cual en su aspecto
exotérico contiene una ley religiosa. Cada uno de los primeros seis grandes
Profeta-Nâtiq, como:
Âdam (Adán),
Nûh (Noé),
Ibrâhîm
(Abraham),
Mûsâ (Moisés),
'Îsâ (Jesús) y Muhammad, fueron
a su vez sucedidos por un
wasî (legatario espiritual), también llamado
sâmit (silencioso) y más tarde
asâs, que eran quienes
revelaban a la élite, las verdades esotéricas contenidas en la dimensión
bâtini del mensaje de la época. Cada
wasî fue sucedido por
siete Imames, quienes custodiaban el verdadero significado de las escrituras
sagradas y las leyes en sus aspectos
zâhir y
bâtin. El séptimo
Imam de cada era, se eleva en el rango y se convierte en el
nâtiq de la
siguiente era, abrogando la ley de la época anterior y enunciando una nueva.
Este patrón sólo cambiaría en la séptima era final de la historia.
En la sexta era perteneciente al Islam, fue la época del Profeta Muhammad,
quien era el
nâtiq, a su vez el Imam 'Alî fue el
wasî (el
asâs), y Muhammad ibn Ismâ'il fue el séptimo Imam y el
nâtiq
de la séptima era escatológica, que retornaría como el
Qâ'im
(resurrector), el
Mahdî (salvador), que abrogaría la ley del Islam
y revelaría las verdades esotéricas de las revelaciones anteriores. Durante su
ausencia, el Imam-Nâtiq Muhammad ibn Ismâ'il fue representado por doce
huŷŷat que residieron en las doce
yaza'ir de la tierra. Debajo
del Imam y los
huŷŷat hubo una jerarquía de
dâ'îs que estaban
encargados de la iniciación e instrucción de la
da'wa de los discípulos
que hacían un juramento de iniciación y mantenían su voto en secreto.
En conclusión, esta visión cíclica original de la historia religiosa
proto-ismailí fue modificada después de la reforma doctrinal del Imam Muhammad
'Ubaydullâh al-Mahdî bil-lâh en el inicio de la dinastía del califato Fatimí. De
este modo, la séptima era había perdido su apelación de Espera exterior y
cronológica, y fue propuesta infinitamente en el devenir escatológico, y que más
tarde con el advenimiento de la
Qiyamat al-Qiyamat (la Gran
Resurrección) del ismailismo Nizârî, es concebido la eternidad del Imam-Qâ'im en
su forma interior e individual del creyente.
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