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jueves, 12 de noviembre de 2020

Batalla de Tablada

 Batalla de Tablada

El 11 de noviembre del año 844 el emirato de Córdoba al mando de Abderramán II derrota a los vikingos en la batalla de Tablada (Aljarafe, provincia de Sevilla).
Por todos es conocido el afán conquistador del pueblo vikingo, pero lo que casi con toda seguridad desconocíamos, es que el día 11 de noviembre del año 844, el cuarto emir Omeya, Abderramán II, evitó el asedio por parte del pueblo escandinavo a Al-Andalus.
Todo comenzó en agosto del citado año, cuando un gran ejército de vikingos arribó a la costa norte de españa arrasando todo lo que encontraron a su paso y la misma acción llevaron a cabo en Lisboa, los vikingos siguieron bordeando el océano Atlántico y llegando a Cádiz, encontrando el cauce del Guadalquivir y adentrándose aguas arriba a sabiendas de las riquezas con las que contaban los habitantes de aquellas tierras. Fue así como una potente flota vikinga de más de ochenta naves y cerca de 4 000 guerreros llegaron a Sevilla, como era habitual en todas y cada una de las incursiones que los vikingos realizaban a aquellos territorios que descubrían, no sentían ningún reparo en aniquilar a todo aquel que se cruzaba en su camino. Durante una semana, los vikingos estuvieron arrasando y aniquilando a la población de Sevilla y en sucesivas semanas llegaron a la ciudad de Córdoba hasta que Abderramán II fue conocedor de lo que estuvo acaeciendo y ordenó formar un potente ejército para repeler la incursión escandinava.
Fue en la batalla de Tablada (en el siglo IX pueblo y actualmente barriada de Sevilla), donde el ejército del emir Omeya logró aplastar a los invasores. La horda vikinga no disponía de caballos y sus conocimientos ecuestres eran prácticamente nulos. En los enfrentamientos que se sucedieron en días posteriores la caballería del emir estragaría a los nórdicos. El envés del infierno se abatiría sobre estos rudos guerreros-exploradores. La umma (comunidad de musulmanes) podía respirar por algún tiempo.
El general Ibn Rustum ordenó la decapitación fulminante de los prisioneros supervivientes a la vista de sus camaradas. Un millar de ellos fueron enterrados vivos con la cabeza al aire y se ordenó a la caballería almohade pasar al galope en repetidas ocasiones sobre ellos. Más de treinta naves capturadas arderían sin remisión. Algunas cabezas cortadas soportarían grandes candelas que iluminarían durante el ágape con el que sería homenajeado el triunfador. Todas las palmeras de Sevilla fueron profusamente decoradas para la ocasión con más de quinientas cabezas vikingas recordando a los sevillanos que el horror había tocado a su fin. Desde aquellas cuencas con sus ojos vacíos, finalmente los normandos contemplarían con sosiego la eternidad.
Nunca más se volvería a documentar en Al-Ándalus otro strandhógg (como llamaban en su lengua a estas campañas de saqueo). E total de la baja vikinga fue de 1000 muertos, treinta naves reducidas a cenizas y a
mas de 400 prisioneros.
El resto de la flota vikinga decidió volver por dónde había venido y el emir llevó a cabo toda una labor reconstructiva de aquellas poblaciones que fueron destruidas por los piratas, tales como Carmona o Coria del Río, de hecho, aquellos que fueron hechos prisioneros poblaron esos lugares de nuevo no sin antes haber sido convertidos al islam. Otros fueron forzados a servir en la guardia del emir, asentándose cerca de Sevilla donde un siglo después sus descendientes fueron celebres por sus quesos.
Llevó a cabo también toda una reconstrucción de murallas y afianzó aquellas que no habían sufrido daños.
No obstante, los vikingos volvieron a asediar otras zonas de Península Ibérica en sucesivas ocasiones hasta que en el año 971 ese asedio fue frustrado y la flota vikinga completamente aniquilada ya que el Califa Al-Haken II los interceptó evitando que tocaran tierra.

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