miércoles, 30 de diciembre de 2009

el fin del mundo? waqi´'a

¿QUÉ ES LA WÁQI'A?


BOLETÍN N° 40 -07/2005


Abdelmumim




La wâqi'a —el Fin del Mundo— no es un hecho futuro. Hablando con propiedad el futuro no pertenece al mundo de lo real. La wâqi ‘a sucedió ante Muhammad como puede suceder en tu experiencia de Allâh. Si consideramos el Corán en el orden en que se produjo la Revelación, nos damos cuenta que las suras mecanas —las primeras reveladas— hablan de un modo casi obsesivo de la Hora, del Acontecimiento. Es de este modo como comienza la Revelación, con un lenguaje denso, violento y terrible. Y no se habla de esta cósmica catástrofe en futuro, sino en pasado. A través del Profeta no se predice el Fin del Mundo, se cuenta; porque en la Cueva de Hira asistió al espectáculo de la destrucción del mundo.
El Evangelio es “una buena nueva”; el Corán es “una advertencia”. Es una advertencia terrible: ¡ El mundo ha sido destruido!! El Universo que consideramos como firme y seguro saltó en pedazos, se disolvió en la Unidad. En el Islam no se nos ofrecen dogmas de fe, sino las extrañas impresiones de los que —ahora, ya— contemplan la realidad desde al-âjira, los que han vivido el Fin del Mundo, la desaparición de todo en Allâh... «Todo desaparecerá excepto la faz de Allâh», fue experimentado por Muhammad.
El mundo de después de la Hora es puro tawhîd, tiene la consistencia de Allâh. El mundo de después de la Gran Destrucción está revestido con las cualidades de Allâh. El Islam es el resultado de la experiencia del Profeta de la wâqi ‘a: el Cielo se ha desnudado, la tierra ha sido replegada y las montañas han sido reventadas y vuelan por los aires con la levedad de «las motas de polvo que iluminan los rayos del sol» (habà mumbaçç).
Lo que quedó tras la wàqi ‘a fue el Islam. Un camino hacia Allâh. El camino de cuando no queda nada salvo el propio camino. Un camino sin mundo hacia Allâh es lo único que se ha salvado de la Gran Catástrofe. Por eso para nosotros “ser musulmanes” y “estar vivos” es la misma cosa: porque no hay mundo fuera del mundo de Allâh, y no hay vida fuera de vivir el Islam, el sometimiento a lo sagrado.
Y en este camino nuestro modelo es el Profeta. Porque es el hombre que sobrevivió a la Gran Extinción. Su modo de vida es el modo de vida del que sobrevive a la Desaparición del mundo, aquel cuyos pasos ya sólo pisan el universo de Allâh. Los musulmanes somos supervivientes, y nos comportamos con la dignidad de los supervivientes: somos alegres por que sabemos del valor de cada cosa de las que ya han sido destruidas, somos apasionados porque sabemos que no puede perderse un instante de sensación, somos cariñosos porque participamos conscientemente del Amor que crea el mundo en cada instante, somos leales porque sabemos que nuestras ligazones son lo que mantiene unido el universo, el rahim de Allâh, etc. Había algo en la estructura más interna de la conciencia del Profeta que le hizo sobrevivir a la wàqi’a; nosotros ignoramos qué fue exactamente lo que hizo a su corazón soportar el peso de la Revelación, y es por esa razón por la que a veces los musulmanes imitan del Profeta incluso lo más anecdótico o —aparentemente— menos significativo (la apertura entre sus paletas, la posición de las piernas al comer, etc). “Tal vez imitándolo todo nos hagamos poseedores de su secreto”, se dicen algunos musulmanes a sí mismos; otros, optan directamente por imitar sólo sus virtudes humanas. Es cuestión de opciones, pero la voluntad es la misma: seguir los pasos del Profeta. Hay muchos modelos de hombre, pero la experiencia del musulmán, formulada en su «Nada existe salvo Allâh (là ilàha il-là llàh), no puede llevarse a cabo sin seguir los pasos del que ya vivió la Gran Catástrofe, y esto da sentido a la segunda parte de la shaháda: Muhammad rasùl-lulàh. Muhammad, que es la capacidad del hombre de contener la Revelación; Muhammad, que es todos los Profetas: vive con Adán la Creación del Mundo, con Noé la destrucción de la Historia y la vuelta de todo a la vida, con Abraham la intuición de lo sagrado, con Jesús la borrachera de Allâh, porque a Allàh no lo agota ningún esfuerzo.
Cuando el Corán te habla de la Hora, no pretende asustarte ni llenar de quimeras tu mente, sino moverte a El, y lo hace invitándote a que sientas en ti mismo la Gran Destrucción después de la que resucitarás con el mundo. Las montañas son tus huesos, el sol es tu cerebro, la luna tu corazón... La Hora es tu Hora. Parece querer decirnos el Corán “destrúyete en Allàh”. O mejor, “ Sabes que no pasa un instante en que no seas disuelto en Allâh?”. Si puedes vivir tu destrucción y la destrucción de lo que te rodea asistirás al milagro del jalq al-yadd (la creación continua).
` Y con esa experiencia tremenda, aniquiladora de la nafs, reductora hasta la extinción (fanà), que le ha llevado más allá del límite de lo humano, Sidna Muhammad ¿qué hace? Funda una nación. Una nación en Allâh. Allâh, la roca sólida, lo único que no conoce el ocaso, Allâh que no ceja, que es acción, actividad, impulso incesante. Allàh se convierte en la solidez íntima de la nación de los musulmanes, lo que hace que no sean hombres dispersos «como copos de lana al aire». Una nación que se dispone a vivir en un Universo transformado por que lo relevante a partir de ahora será sólo y únicamente la presencia de Allâh en cada cosa. Todo lo que en principio al-Nabí supo de Allâh fue el resultado de la brutal sacudida que es para el ser humano la desaparición de la multiplicidad. Y asiste a la reconstrucción de la existencia “desde el otro lado”. Desde el lado de Alláh. Esta es la experiencia mística. Y en esto educamos a nuestros hijos desde que comienzan a memorizar Corán. Empiezan por las suras más cortas, las del final del Corán, que son precisamente las que hablan de la Hora. Es por esa razón que el musulmán mama desde pequeño la radical unidad del mundo en Allâh, la sola realidad de Allâh. No valoramos el mundo desde la fantasía del aislamiento de los seres, sino en tanto su profunda unidad esencial en Allâh. Nosotros no sabemos demasiado; no tenemos grandes conocimientos de Tecnología ni hacemos Ciencia, pero nuestro Islam nos impulsa irresistiblemente desde niños a vivir el tawhîd, la reunificación de todo en Allâh. Y en esa vivencia somos consistentes, inexpugnables, preclaros frente a los que carecen defurqân, de criterio de lo que existe de verdad y lo que es fantasmagoria.
Nos dice la tradición que por tres veces el ángel Yibril abrazó al profeta. Su último abrazo lo mató para el mundo, tras de lo cual Muhammad conoció la Resurrección en Allâh. En adelante únicamente existiría en Allâh. Pero no por ello se alejó un ápice del mundo. Al contrario, la resurrección —la del Profeta, como la de cada uno de nosotros— intensifica la ubicación en el mundo, te instala más hondamente en la realidad, en tu propia realidad, te hace “ser más”, haciéndote así conocer la yanna en vida. La yanna, la inmersión absoluta en la rahma, la existencia vívida desde Allâh.

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