miércoles, 8 de diciembre de 2010

El Mito del judaísmo de Cristo

El Mito del judaísmo de Cristo
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::"¿Era Jesucristo, humanamente hablando, racialmente hablando, un judío? Quien quiera que afirme tal cosa, proclama su ignorancia, si confunde raza y religión; su desprecio por la verdad si, conociendo la historia de Galilea, afirma que los galileos eran judí­os." (Joaquín Bochaca)

La Verdad es lo que se hace creer, decía Voltaire. Hoy, es una de esas "verdades" el judaísmo de Cristo. "Jesucristo fue judío", es frase que, pronunciada sólo un par de siglos ha, podía costar a su autor el incurrir en los rigores de la Inquisición. Hogaño, esta frase, a fuerza de ser repetida, impresa y oralmente, millones de veces, de ha convertido en un axioma, en un lugar común en algo tan indudable que, si aún de repite a menudo es casi con el único objetivo de servir de escudo o de fianza moral a tal o cual grupo de judíos, para precaverse de la reacción de los no-judíos contra sus métodos comerciales, políticos o sociales. Cuando alguien dice, por ejemplo, que los inventores y la inmensa mayoría de propagadores del Comunismo son judíos; que judíos son en abrumadora mayoría los miembros del "racket" internacional de la finanza y que también lo son -y lo fueron- tal o cual traficante de pornografía, estafador, criminal crapuloso, Ginzberq, Stavisky, Caryl Cheesmann, etc, en vez de replicar con argumentos lógicos y coherentes -como puede evidentemente hacerse, con mayor o menor fortuna- un enjambre de piadosos clérigos y bondadosos seglares os dirán, con unción que "también nuestro Señor, Jesucristo, fue judío".

Y lo que más nos sorprende es que, en insólita vecindad con esos píos personajes, y haciendo coro con ellos, de hallan los anticristianos por definición, ateos, comunistas y toda la variada fauna de compañeros de viaje. En realidad para un Cristiano y, concretamente, católico, Jesucristo no pudo ser judío. El católico que tildare de judío a Cristo cometería una herejía. Por lo menos, mientras que un nuevo Concilio superaperturista no modificare el Credo y, allí donde durante siglos de ha dicho "concebido por obra y gracia del Espíritu Santo de mandará decir, por ejemplo, concebida por obra y gracia de Samuel Levy". Un judío según el Talmud, según la legislación del actual Estado de Israel, y según seis años de tradición universalmente conocida, es descendente de un judío y de una judía. Para el creyente, Jesucristo es hijo de Dios, no de un hombre. Esto deja zanjado el asunto para el católico y para la mayoría de protestantes de buena fe.

Humanamente hablando, sólo puede considerarse judío a Jesucristo partiendo de indemostrados prejuicios o arropándose en la más crasa ignorancia. Es sabido que Cristo era galileo. La palabra Galilea (che Gelil haggoyim) significa textualmente "distrito de paganos".[1] Parece ser que este rincón del Norte de Palestina, tan alejado de su centro espiritual, Jerusalén, no tuvo nunca, racialmente hablando, una población homogénea y pura, ni siquiera en los tiempos antiguos que Galilea era la patria de las tribus de Naftalí y Zabulón.[1] Neftalí, sobre todo, de caracterizó desde el principio por su extracción muy mezclada[1] y su población no israelita de concentró sobre todo en Galilea. Cuando, diez siglos antes de Cristo, Israel de escindió en dos reinos independientes, Judea y Galilea, no hubo ningún lazo político entre ambos territorios, como no fuera en muy cortos intervalos... y es la unión política solamente, y no una relativa identidad de creencias religiosas lo que asegura la fusión de los pueblos.

En el año 720 a.C. Galilea había siso devastada por los asirios, y su población bien en su totalidad, según el historiador judío Graetz, bien en sus cuatro quintas partes, según el historiador Roberson Smith, deportada, siendo sustituida por gentes procedentes de Asiria y Grecia, semíticos y Arios los primeros, y arios puros los segundos. Entre los dos historiadores coinciden en que, además de asirios y griegos de permitió la instalación de numerosas tribus de pastores escitas.

El húngaro Ferenc Zajhty pretende que "los judíos estaban seguros de que Jesús no era de su raza".[1] Zajhty asegura que, en el siglo VII a.C. el rey asirio Salmanasar de llevó cautiva a "toda la población", entonces parcialmente judía Galilea. Los pastores escitas y los nuevos colonos griegos, asirios y macedonios que subsiguientemente ocuparon el espacio de las poblaciones desplazadas, adoptaron el credo religioso judío pero, según expresión de los propios judíos, estaban "únicamente bajo leyes judías". Los judíos -termina Zajhty- nunca aceptaron a los galileos como verdaderos descendientes del santo Patriarca Abraham.[1]

Durante los siglos que preceden al nacimiento de Cristo, de constata la inmigración de numerosas colonias de fenicios y Griegos en Galilea, según Houston Stewart Chamberlain[1] y especialmente, Reville[1] quien precisa que las inmigraciones de los semitas (fenicios) superaron en razón de dos a uno las de los arios (griegos y macedonios). Alejandro Magno, en 331 a.C. expulsó a los pobladores de Samaria, reemplazándolos con macedonios; una importante parte de esos macedonios emigró, a su vez, a la "Tierra de los Gentiles" o Galilea.[1]

Está fuera de toda duda que en las tierras de Galilea, fecundas y de fácil acceso -al revés de Judea, prácticamente incomunicada- cohabitaban multitud de razas, con la excepción de la propiamente llamada raza judía. En el Antiguo Testamento se cuenta[1] cómo los pobladores de Galilea interpretaron la multiplicación de las bestias salvajes en su territorio como un signo de la venganza de los dioses del país, y delegaron una embajada al rey de los asirios pidiéndoles les enviara un sacerdote israelita de los que él tenía cautivos, y el sacerdote vino y enseñó a los galileos "el culto del Dios de Jerusalén". Así fue cómo los habitantes de la Palestina Septentrional (Samaria y Galilea) llegaron a ser judíos por la religión, aún cuando los samaritanos llevaran muy poca sangre judía en sus venas, y los galileos prácticamente ninguna.

Graetz afirma que, entre las invasiones -seguidas de deportaciones- de los asirios, un pequeño número de judíos había vuelto a infiltrarse en Galilea, dedicándose a actividades comerciales y cambistas. Según el Libro I de los Macabeos, el caudillo hebreo Simón Tharsi reunió a todos los judíos que habían vuelto a Galilea y les obligó a regresar a Judea, A TODOS, SIN EXCEPCION en el año 164 a. C.[1]

La originalidad del carácter nacional galileo queda marcada por otro signo infalible: la lengua. En los tiempos de Cristo, en Judea de hablaba en Arameo. El hebreo, ya entonces lengua muerta, sólo sobrevivía en los escritos sagrados. Los galileos empleaban un dialecto del arameo tan diferenciado del empleado por lo judíos que hasta una sirvienta lo podía reconocer ("Tu lengua te ha traicionado" le grita una sirvienta del Sumo Sacerdote a San Pedro).[1] A los galileos les estaba prohibido rezar en voz alta puesto que "su pronunciación defectuosa excitaba la hilaridad".[1] Renan, igualmente, confirma la imposibilidad de los galileos para pronunciar las guturales.[1] Este hecho según Chamberlain, denota una anomalía de la estructura de la laringe de lo galileos, comparada con la de los judíos, y la existencia, así demostrada de un carácter de orden somático que les diferencia, autoriza la presunción de una fuerte aportación, de sangre aria entre los galileos, pues la abundancia de los sonidos guturales es un trazo común a todos los pueblos semíticos y prácticamente no existe entre los arios.[1]

Louis Marschalsko, hace notar que las viejas leyes judías protegían a los judíos al máximo y que la sentencia de muerte sólo podía imponerse a un ladrón o a un estih, es decir a una persona que intentara persuadir a los judíos de abandonar su creso o causar una brecha en su unidad racial. Según las antiguas leyes y costumbres judías, la posibilidad de escapar de la pena de muerte quedaba abierta en todos los casos, y hasta el último instante. En el camino entre la prisión y el lugar de ejecución de colocaba un observador cada cien pasos. El deber de dichos observadores era indicar si algún nuevo testigo deseaba aportar testimonio suplementario de descargo en favor del reo. Dicho testigos de última hora se daban a conocer levantando su mano derecha. El reo tenía, así, derecho a nuevo juicio, y, en ocasiones, según la calidad de la nueva prueba aportada, era indultado ipso facto. Es rarísimo que en la procesión que siguió a Cristo harta el Calvario, nadie, ni uno sólo de sus apóstoles, ni uno siquiera de sus discípulos, ni uno sólo de los judíos que lo vitorearon el domingo anterior en Jerusalén, levantara su mano para testificar en su favor y salvarlo, y aquí, según Marschalsko, reside la prueba decisiva de que Él no era judío, pues el privilegio de un nuevo juicio o de una amnistía -que podía obtenerse aduciendo algún acto meritorio del reo- sólo era aplicable a los judíos, y de él quedaban excluidos los gentiles, los extranjeros, y los que dependían de la ley judía pero no eran racialmente judíos.) [1]

Según "Aryas"[1] una prueba más de que Jesús no era judío, los constituyen las dos representaciones suyas encontradas en las catacumbas, y que le muestran con faz netamente aria. Por otra parte, la tradición, latina, bizantina, nos muestra siempre retratos de un Cristo rubio, dolicocéfalo, de un tipo ario bien caracterizado. ¿Simple azar?. Parece muy dudoso.

El historiador francés Patry[1] recuerda que en la época de Jesús, Galilea y Perea tenían su propio tetrarca autónomo, mientras Judea e Idumea estaban sometidos a un procurador romano. La separación política entre judíos de raza -dice Patry- y judíos de religión, los primeros en Judea y los segundos en Galilea, era completa. Subraya Patry que los contemporáneos de Jesús le llamaban "el Galileo" y "el nazareno" y no "el betlehemita". De donde resulta -concluye el citado Patry- que Jesús no era un judío semita, porque los judíos semitas no tenían derecho a habitar en Palestina[1].

¿Era Jesucristo, humanamente hablando, racialmente hablando, un judío? Quienquiera que afirme tal cosa, proclama su ignorancia, si confunde raza y religión; su desprecio por la verdad si, conociendo la historia de Galilea, afirma que los galileos eran judíos. Para observar cuan burdo es el error que consiste en confundir raza y religión, fijémonos en esos demasiados numerosos núcleos de budistas que existen en Occidente, particularmente en Flandes y en Holanda, o en los campesinos serbios, bosnios, albaneses que profesan la religión musulmana, importada por los otrora dominadores turcos, y preguntémonos a quien se le ocurriría llamar árabe a un rubio metalúrgico de Belgrado o chino a un contable de Amberes.

Que judíos y galileos se consideraban como miembros de dos comunidades fundamentalmente diferentes puede comprobarse por poco familiarizado que se esté con los textos evangélicos: San Juan, cada vez que se refiere a "los judíos" parece designar a alguien extranjero, y en el mismo evangelio se dice que "los judíos decían que ningún profeta ha salido jamás de Galilea".[1]

Basándose en los datos que nos proporciona la Historia, en Palestina existía una rola raza pura; una raza que, mediante severas prescripciones se preserva de todo contacto con los demás, y que se llama la raza judía. Hemos dicho -y creemos haber demostrado- que es prácticamente imposible que Jesucristo, el "Hombre" Jesucristo, insistimos en ello, perteneciera a dicha raza. Para los que, negliqiendo los datos históricos, prefieran acomodarse con los árboles genealógicos que de Él nos ofrecen los Evangelios de San Mateo y San Lucas, solamente podemos decir una cosa; esas genealogías se refieren a San José, y San José no es el verdadero padre de Jesucristo, según los creyentes... y tampoco pudo serlo para los no-creyentes, dada su edad cuando re produjo el nacimiento de Jesús. Con referencia a Su Madre, María, los Evangelios canónicos, nos dicen que era hija de Joaquín y Ana, y que nació cuando esta había pasado ya la edad de maternidad. En uno de los Evangelios apócrifos, rechazados por la Iglesia Católica, se atribuye la paternidad de Jesucristo a un soldado romano, distinguido por su bravura y apodado, por eso mismo, "Pantera". Este Evangelio es citado por Heckel en uno de sus estudios sobre los primeros tiempos del Cristianismo.[1] Así pues, hasta aquellos que pretendan encon-trar en Jesucristo todos los defectos deberán aceptar esta evidencia hereje.

¿A qué raza perteneció Jesucristo? La honestidad intelectual impide dar una respuesta categórica, al menor una respuesta categórica de tipo positivo. Negativamente, se puede aseverar que Jesucristo no fue -no pudo ser- judío.[1] Richard Wagner. "Religión y Arte" pag. 18 La personalidad de un hombre queda impresa en su obra. Así, como la Novena Sinfonía sólo pudo ser concebida por un europeo, o la doctrina confucionista por un chino, aunque se ignorara todo de la personalidad de su autor, es evidente que el Cristianismo o el cuerpo doctrinal que ha pasado a la posteridad con ese nombre, no pudo ser obra de un judío. El gran historiador del Derecho Jherinq, dice: "El Cristianismo representa una victoria sobre el judaísmo, y encierra en sí, desde su primer origen, un germen ario".[1]

La situación en Galilea entre Fenicia y Siria autorizaría, en principio, la presunción en favor de una ascendencia primordialmente asiria, pero nunca judías. Algunos autores, como Chamberlain, Harnack, Huqo, Winckler, entre otros, inclinan a creer, sin poder afirmarlo resueltamente, que Jesucristo descendía de griegos emigrados a Galilea en el siglo IV a.C.[1] Las descripciones que de su aspecto físico nos han dejado muy escasos documentos y una relativamente abundante tradición oral, nos lo presentan como un ario, pero nada puede afirmare en concreto, excepto que no fue judío. Sus discípulos eran Galileos, como El, con una sola excepción. La excepción fue Judas Iscariote, es decir, Judas de Kerioth, "una ciudad de la tribu de Judá".[1]

Jesucristo no fue tal judío. No hay judíos en el nacimiento del Cristianismo, exceptuando, tal vez, a San Pablo. Pero si se quieren encontrar judíos en el principio de la Gesta Cristiana, es evidente que se halla un nombre que, siendo él un auténtico judío, desempeñó un papel de primera magnitud en la misma: Judas Iscariote.

Al lado de la pía contra-verdad del judaísmo de Cristo se ha venido gestando, hasta convertirse en otro moderno axioma, el de la identidad entre antisemitas[1] y Nazismo, o cualquier otro movimiento o doctrina de semejante cariz. Por otra parte, y con una ausencia total de pudor, se está pretendiendo crear una imagen en la cual, la Iglesia Católica -y con ella las demás confesiones cristianas- se presenta como abanderada del sedicente Pueblo Elegido, protegiéndole contra los abusos y las persecuciones de los impíos. Por ejemplo, los cardenales Mercier, belga, Mundelein de Chicago, y otros, montaron en Bíblica cólera en 1938, porque Hitler prohibió a los judíos de Alemania desempeñar cargos públicos. Lo cómico del caso es que tal disposición tenía un precedente, dado por S.S. el Papa Honorio III que, en su Bula del 29 de abril de 1221, "Ad nostram noveritis audentiam" prohibía a los judíos de los Estado Vaticanos el ejercicio de cualquier carga público, les obligaba a llevar sobre la ropa un distintivo especial, visible a veinte pasos de distancia y establecía, a su intención un "números clausus". La clásica objeción: "eso fue hace mucho tiempo", que puede ser válida en cualquier otro caso o aplicada a cualquier otra entidad, no lo es cuando de aplica a la Iglesia Católica, que es, por definición, universal, que está por encima del Espacio y del Tiempo, y para quien unos cuantos siglo no cuentan gran cosa.

En el panfleto "The Jewish Problem as Dealt With by the Popes"[1] se mencionan nada menos que veintinueve. soberanos pontificios que dictaron cincuenta y siete bulas y Edictos relativos a los judíos. Cada uno de estos cincuenta y siete escritos sería considerado hoy "antisemitismo", "neo-nazi" etc. En ellos de ponen una serie de cortapisas a la actividades de los judíos: se les prohibió emplear sirvientes cristianos;[1] sirvientes, cocineras e institutrices cristianas;[1] ocupar cargos públicos;[1] se manda quemar el Talmud;[1] se les obliga a llevar un distintivo especial visible;[1] se recomienda tener mucho cuidado con los conversos;[1] se prohíbe a los cristianos vivir junto a ellos;[1] se renueva varias veces esta prohibición y se prohibió a los judíos practicar la industria;[1] se les obliga a rezar en expiación;[1] se les prohibió la venta de objetos nuevos.[1]

En tan variado repertorio no faltan las deportaciones y los castigos colectivos: Pío V les expulsa de los Estados Pontificios, excepto de las ciudades de Roma y Ancora, aunque reforzando la vigilancia de estos ghettos;[1] Clemente VIII les prohíbe primero la venta de objetos nuevos; luego la de objetos viejos, y finalmente les expulsa de su Sede, Aviqnon;[1] el mismo Pontífice les expulsa, luego de Roma y Ancora (XL), etc, etc, etc.

Los Sumos Pontífices que hoy serían tildados de "antisemitas", fueron, Honorio III, Gregorio IX, Inocencio IV, Clemente IV, Gregorio X, Nicolás III, Paulo III, Julio III, Paulo IV, Pío IV, Gregorio III, Sixto V, Clemente VIII, Paulo V, Urbano VIII, Alejandro VII, Alejandro VIII, -Inocencio XIII, Benedicto XIII, y Benedictino XIV, que batió el record con seis edictos y bulas relativas a los judíos.

El respetable número de veintinueve Papas y cincuenta y siete bulas "antisemitas", podría, aún, ser notoriamente ampliado, de no ser porque, a partir de la bula "Beatus Andreas" de Benedictino XIV (22 de febrero de 1755) -que se refiere al martirio de un niño cristiano por los judíos y cuya severidad de tono no la mejoraría el Dr. Goebbels- la mayor parte de las Bulas y Edictos de refieren ya, a temas generales, ya a cuestiones de doctrina La situación de los judíos en los Estados Pontificios, e incluso en otros soberanos católicos, fue regulada por decretos y ordenanzas papales.

Hacia el triunfo de la revolución italiana de 1759, y la posterior desaparición de los Estados Pontificios, las regulaciones concernientes a los judíos de Roma fueron muy estrictas, con ocasionales relajaciones de severidad. El carácter común de todas las medidas tomadas fue el proteger a las comunidades cristianas contra la penetración de la raza judía y las ideas talmúdicas. Dichas medidas pueden ser agrupadas en cuatro categorías:

1) Medidas de protección directas de la Fe Católica:

Destrucción del Talmud.
Prohibición severa de la enseñanza del Talmud e incluso de la Biblia, sin previo control.
2) Medidas encaminadas a asegurar la separación social de judíos y cristianos:

Confinación en el ghetto.
Prohibición general -a judíos y a cristianos- de cohabitación, en el sentido más amplio de la expresión.
Uso de vestidos y distintivos especiales.
Expulsión absoluta en ciertas áreas.
3) Medidas asegurando la protección de ciertas profesiones, preservándolas de la influencia judía:

Cargos públicos.
Profesiones liberales, especialmente la Medicina.
Enseñanza.
Banca.
Ciertos tipos de comercio.
Propiedad de los terrenos.
4) Medidas concernientes a la Raza:

Prohibición del empleo, por los judíos, de sirvientes "nurses", cocineras, y en general, toda clase de obreras femeninas, no-judías.
Prohibición de matrimonios mixtos (considerado como un principio universal por la Cristiandad).
La carta encíclica de S. S. Benedicto XIV enviada "al Primado, Arzobispos y Obispos de Polonia relativa a las prohibiciones a los judíos residentes en las mismas ciudades y distritos que los cristianos polacos" es un documento que, en la actualidad, le habría costado a su autor, por muy vicario de Cristo que fuese, el honor del patíbulo en cualquier eclesiástico Núremberg. Empieza Su Santidad recordando la tradición católica de la nación polaca y haciendo hincapié en las resoluciones del Consejo de Petrikac (Petrikov), presididas por el nuncio Lipomanus, Obispo de Verona... En dicho Consejo y para la mayor Gloria de Dios "el principio de libertad de conciencia fue proscrito y definitivamente excluido de entre los principios, gobernando la vida pública del reino". Recuerdo, luego, el Vicario de Cristo, las resoluciones del Sínodo de la provincia de Gnesen, en las cuales los obispos polacos tomaron sabias medidas para la preservación de su rey contra la "perfidia judía".

Su Santidad de lamenta, luego, de "catastróficas noticias" que han llegado a su conocimiento. He aquí las "catastróficas noticias"; el número de judíos ha aumentado considerablemente; los judíos de han constituido en monopolios, concretamente en el mercado de licores; se han hecho propietarios de inmensas heredades; y "han levado su osadía hasta el punto de convertirse en recaudadores de impuestos". Llama luego la atención sobre el hecho de que algunas cristianas hayan entrado al servicio domestico de judíos, lo que califica de "monstruosa anomalía". Después de pedir que, como reacción no se cometan abusos y exacciones contra los judíos. S. S. reclama la vuelta "al orden sano de las cosas" y a la completa separación (el Apartheid, diríamos hoy) de ambas comunidades, judía y cristiana, con predominio de esta en la vida civil.

Incluso prescindiendo por un momento de su aspecto divino, una sociedad cómo la Iglesia Católica, dos veces milenaria, no toma sus decisiones alegremente, y sin pensar detenidamente los pros y los contras. Sería insultar gravemente el intelecto y la sensibilidad de veintinueve Pontífices, y de centenares de arzobispos, cardenales, obispos -muchos de ellos en los altares- que dictaron medidas "Antisemitas". Parece lógico suponer que si tomaron tales medidas, sus poderosos motivos tendrían. En los últimos doscientos años. El Judaísmo ha creado dos monstruos, el Capitalismo y el Comunismo, ha perpetrado la Revolución "Rusa" y la expoliación de Palestina, y ha contribuido poderosamente al desencadenamiento de dos guerra mundiales, entre otros muchos "éxitos" a cargar a su cuenta. Estamos convencidos de la existencia de muchos judíos decentes, inocentes de los crímenes que el Judaísmo ha cometido y comete, aunque haremos constar que no hemos encontrado ni un judío -¡ni uno solo!- que se haya desolidarizado de sus congéneres del Kremlin, de Wall Street... o de Palestina.

No vemos, pues, ningún motivo especial para creer que las medidas "antisemitas" de la Iglesia, que debieron ser buenas durante dieciocho siglos, se volvieran malas con la aparición del Comunismo, el Capitalismo y el Estado pirata de Tel-Aviv.

(por Joaquín Bochaca)

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