jueves, 6 de enero de 2011

Las revelaciones de un periodista sueco sobre el escándalo del supuesto robo de órganos en Israel

Las revelaciones de un periodista sueco sobre el escándalo del supuesto robo de órganos en Israel


“Se roban a nuestros hijos para quitarles los órganos”




AUTOR: Donald BOSTRÖM

Traducido por Victoria Blanco




Podrían llamarme “celestino”, dijo Levy Izhak Rosenbaum de Brooklyn, Estados Unidos, a quien creía ser un cliente en una grabación secreta con un agente del FBI. Diez días después, a fines de julio de este año, Rosenbaum fue arrestado y un gran enredo de lavado de dinero y comercio ilegal de órganos al estilo de Los Sopranos quedó al descubierto. El rol de Rosenbaum como celestino no guardaba relación alguna con el romance, sino que se trataba de la venta y compra de riñones en el mercado negro de Israel. Rosenbaum dice que compra los riñones por USD10.000 a la gente pobre. Luego, vende los órganos a pacientes desesperados en los Estados Unidos por USD160.000. Las acusaciones han sacudido al ámbito de los transplantes en Norteamérica. De ser ciertas, esto implicaría que el tráfico de órganos se ha documentado por primera vez en EE.UU., señalan los expertos al New Jersey Real-Time News.


Joven palestino arrojando piedras y botellas a los soldados israelíes al Norte de Cisjordania, área en la cual Bilal Ahmed Ghanem fue asesinado y luego abierto en un hospital. Foto: Donald Boström


Bilal Ahmed Ghanem de 19 años fue asesinado y raptado por los solados israelíes. Su cuerpo fue devuelto con puntos desde el abdomen hasta el mentón. Foto: Donald Boström


Levy Izhak Rosenbaum siendo llevado por los agentes del FBI. Se sospecha que Rosenbaum actúa como intermediario en el tráfico de órganos humanos. Foto: AP


Ante la pregunta sobre la cantidad de órganos que ha vendido, Rosenbaum responde jactándose: “Bastantes. Y nunca he fallado”. Desde hace tiempo que este negocio se está llevando a cabo. Francis Delmonici, profesor de cirugía de transplante en Harvard y miembro de la Junta directiva de la National Kidney Foundation (Fundación Nacional de Riñón), señala al mismo periódico que el tráfico de órganos, similar al que tiene lugar en Israel, también se lleva a cabo en otros lugares del mundo. Según Delmonici, de las 5–6.000 operaciones que se realizan al año, alrededor del diez por ciento de los transplantes de riñón en todo el mundo se realizan ilegalmente.

Se sospecha que los países en los cuales se practican estas actividades son: Pakistán, Filipinas y China, donde supuestamente los órganos son extraídos de los prisioneros que se han ejecutado. No obstante, los palestinos también abrigan serias sospechas de que Israel captura hombres jóvenes para utilizarlos como reserva de órganos del país, una acusación muy grave, con suficientes interrogantes como para motivar a la Corte Penal Internacional (CPI) a iniciar una investigación sobre posibles crímenes de guerra.

Israel ha sido reiteradamente el blanco de las críticas debido a sus formas poco éticas de tratar el tema de los órganos y los transplantes. Francia fue uno de los países que dejó de participar en la colaboración de órganos con Israel en los noventa. El periódico Jerusalem Post escribió que “en breve, se espera que el resto de los países europeos siga el ejemplo de Francia”.

La mitad de los riñones transplantados a israelíes desde comienzos de 2000 han sido comprados ilegalmente en Turquía, Europa Oriental y América Latina. Las autoridades sanitarias israelíes tienen pleno conocimiento de este negocio pero no hacen nada para detenerlo. En una conferencia realizada en 2003, se demostró que Israel es el único país occidental cuya profesión médica no condena el comercio ilegal de órganos. Según Dagens Nyheter (5 de diciembre de 2003), dicho país no toma medidas legales en contra de los médicos que participan de este negocio ilegal, sino que por el contrario, los directores médicos de los hospitales más importantes de Israel están involucrados en la mayoría de los transplantes ilegales.

En el verano de 1992, Ehud Olmert, por ese entonces ministro de salud, intentó abordar el problema de la falta de órganos lanzando una gran campaña cuyo objetivo era que la sociedad israelí se registrara para la donación de órganos post mortem. Se distribuyeron medio millón de folletos en los periódicos locales. El mismo Ehud Olmert fue la primera persona en inscribirse. Un par de semanas más tarde, el periódico Jerusalem Post informaba que la campaña era un éxito. No menos de 35.000 personas se habían registrado. Antes de la campaña, la cantidad de personas registradas hubiera sido de 500 en un mes normal. Sin embargo, en el mismo artículo, el reportero Judy Siegel escribió que la brecha entre la oferta y la demanda era aún grande. Había 500 personas en espera para un transplante de riñón, pero sólo se pudieron realizar 124 transplantes. De 45 personas que necesitaban un hígado, sólo tres pudieron operarse en Israel.

Durante la campaña, jóvenes palestinos empezaron a desaparecer de sus aldeas en Cisjordania y en Gaza. Después de cinco días, los soldados israelíes los devolvían muertos, con sus cuerpos abiertos.

La aparición de los cuerpos aterrorizó a la población de los territorios ocupados. Había rumores acerca de un aumento estrepitoso en la desaparición de hombres jóvenes, con subsiguientes funerales nocturnos de cuerpos sometidos a autopsias.

Por aquel tiempo, me encontraba en la zona trabajando en un libro. En varias ocasiones, miembros de las Naciones Unidas se me acercaron expresando su preocupación por lo sucedido. Dichas personas me confirmaron que el robo de órganos definitivamente ocurría, pero que no se les permitía hacer algo al respecto. Con motivo de una misión para una red televisiva, viajé a la zona y entrevisté a numerosas familias palestinas en Cisjordania y en Gaza, quienes me contaron como sus hijos habían padecido la extirpación de sus órganos antes de ser asesinados. El joven Bilal Ahmed Ghanem, quien arrojaba piedras, fue uno de los ejemplos con los que me encontré en este espeluznante viaje.

Era cerca de la medianoche cuando el estruendo del motor de una columna militar israelí sonaba en los alrededores de Imatin, una pequeña aldea al norte de Cisjordania. Sus dos mil habitantes estaban despiertos. Estaban quietos, esperando, como silenciosas sombras en la oscuridad, algunos tendidos sobre los techos, otros ocultos detrás de las cortinas, de las paredes o de los árboles que brindaban protección durante los toques de queda, pero aún así ofrecían una visión completa hacia lo que se convertiría en la tumba del primer mártir de la aldea. Los militares habían cortado la electricidad y el área se había vuelto una zona militar cerrada, ni siquiera un gato podría moverse sin arriesgar su vida. Sólo llantos ahogados interrumpían el silencio abrumador de la noche oscura. No recuerdo si temblábamos por el frío o por la tensión. Cinco días antes, el 13 de mayo de 1992, una fuerza especial israelí había utilizado el taller de carpintería de la aldea para una emboscada. La persona que debían neutralizar era Bilal Ahmed Ghanem, uno de los jóvenes palestinos que arrojaban piedras y le complicaban la vida a los soldados israelíes.

Como uno de los líderes de los jóvenes que arrojan piedras, Bilal Ghanem era buscado hace un par de años por el ejército. Junto con otros jóvenes que arrojaban piedras, él se ocultaba en las montañas Nablus, sin ningún techo sobre su cabeza. Ser atrapado significaba tortura y muerte para estos jóvenes; debían permanecer en las montañas a toda costa.

El 13 de mayo, Bilal hizo una excepción, cuando por alguna razón pasó indefenso por el taller de carpintería. Ni siquiera Talal, su hermano mayor, sabe por qué tomó ese riesgo. Quizá los jóvenes ya no contaban con alimentos y necesitaban reabastecerse.

Todo salió según lo planeado para la fuerza especial israelí. Los soldados apagaron sus cigarrillos, apartaron las latas de Coca-Cola y apuntaron tranquilamente a través de la ventana rota. Cuando Bilal estuvo lo suficientemente cerca, sólo bastaba con apretar los gatillos. El primer disparo impactó en su pecho. Según los aldeanos que presenciaron el incidente, luego recibió un disparo en cada pierna. Posteriormente, dos soldados salieron del taller de carpintería y dispararon a Bilal en el estómago una vez. Por último, lo tomaron por los pies y lo arrastraron hacia arriba por los veinte escalones de piedra de la escalera del taller. Los aldeanos cuentan que tanto las Naciones Unidas como la Media Luna Roja se encontraban cerca, oyeron los disparos y se acercaron en búsqueda de personas heridas que necesitaran ayuda. Se produjeron algunos entredichos respecto de quién debería hacerse cargo de la víctima. La discusión culminó cuando los soldados israelíes cargaron a Bilal gravemente herido en un jeep y lo llevaron a las afueras de la aldea, donde un helicóptero militar los aguardaba. El joven fue llevado a un destino desconocido por la familia. Cinco días después, él volvió muerto y envuelto en una tela de hospital verde.

Un aldeano reconoció al capitán Yahya, el líder de la columna militar quien había transportado a Bilal desde el instituto forense Abu Kabir, fuera de Tel Aviv, hacia el lugar de su morada final. “El capitán Yahya es el peor de todos”, me susurró un aldeano al oído. Después de que Yahya descargó el cuerpo y reemplazó la tela verde por una de algodón liviano, algunos familiares hombres de la víctima fueron escogidos por los soldados para encargarse de excavar y mezclar el cemento.

Junto con los ruidos secos de las palas, se podían oír las carcajadas de los soldados quienes, mientras esperaban el regreso a casa, intercambiaban algunas bromas. El cuerpo de Bilal yacía con el pecho descubierto a medida que descendía a su última morada. De repente, para los pocos allí presentes, se hizo evidente el abuso al que el joven había sido expuesto. Obviamente, Bilal no era el primer joven palestino en ser enterrado con un tajo desde su abdomen hasta su mentón.

Las familias de Cisjordania y de Gaza sentían que sabían exactamente lo que había sucedido: “Nuestros hijos son utilizados como donantes de órganos involuntarios”, afirmaron los familiares de Khaled de Nablus, al igual que la madre de Raed de Jenin y los tíos de Machmod y Nafes de Gaza, quienes también estuvieron desaparecidos por unos días para luego aparecer por la noche muertos y con sus órganos extirpados.

“¿Por qué retienen los cuerpos por hasta cinco días antes de permitirnos enterrarlos? ¿Qué sucedió con sus cuerpos durante ese tiempo? ¿Por qué realizan autopsias en contra de nuestra voluntad cuando la causa de muerte es obvia? ¿Por qué devuelven los cuerpos de noche? ¿Por qué lo hacen con escolta del ejército? ¿Por qué cierran el área durante el funeral? ¿Por qué cortan la electricidad?”. El tío de Nafe estaba muy perturbado y con muchos interrogantes.

Ya no quedaba duda alguna para los familiares de los palestinos muertos respecto del motivo de estos asesinatos, pero el vocero del ejército israelí afirmaba que las acusaciones sobre robo de órganos eran totalmente falsas. “Todas las víctimas palestinas son sometidas a autopsias como procedimiento de rutina”, dijo. Bilal Ahmed Ghanem fue uno de los 133 palestinos asesinados de distintas formas ese año. Según las estadísticas palestinas, entre las causas de muerte se incluían: asesinato en la calle, explosión, gas lacrimógeno, choque intencional, ahorcamiento en prisión, asesinato en la escuela, muerte en el hogar, etc. Las edades de las 133 personas asesinadas abarcan desde los cuatro meses hasta los 88 años de edad. Sólo la mitad de ellas, 69 víctimas, fueron sometidas a autopsias. La autopsia de rutina de los palestinos asesinados, de la cual hablaba el vocero del ejército, no guarda relación alguna con la realidad en los territorios ocupados. El interrogante persiste.

Sabemos que existe una gran necesidad de órganos en Israel, que existe un vasto comercio ilegal de órganos que tiene lugar desde hace años, que las autoridades están al tanto de su existencia y que los médicos en puestos gerenciales en los grandes hospitales, al igual que algunos funcionarios, participan de este comercio en distintos niveles. También sabemos que los jóvenes palestinos desaparecieron, fueron devueltos después de cinco días, por la noche, en secreto, con sus cuerpos cosidos después de haber sido abiertos desde el abdomen hasta el mentón.

Ya es tiempo de que este macabro negocio salga a la luz, que se sepa lo que está sucediendo y lo que ha pasado en los territorios ocupados por Israel desde que comenzó el Intifada.

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