viernes, 25 de marzo de 2011

¿El planeta vive una hora de los terremotos?

¿El planeta vive una hora de los terremotos?
Internacionales
La catástrofe sufrida por el pueblo japonés, tras el potente terremoto y tsunami del viernes 11 de marzo, atribula nuevamente a una comunidad mundial todavía no repuesta del dolor por la tragedia de Haití, de similar origen.

Cómputos preliminares señalan que el País del Sol Naciente sufre la pérdida, posiblemente, de hasta 10 mil habitantes, entre los ahogados por el maremoto y los sepultados por los escombros de las ciudades derruidas en el nororiente del país.

A ello se añaden la angustia y la tensión ocasionadas por las constantes réplicas del sismo y la alarma ante los accidentes radiactivos en algunas centrales nucleares situadas en áreas de los cataclismos.

Sus gobernantes estiman estar inmersos en la peor crisis de su historia desde los días de la II Guerra Mundial.

Y preocupa sobremanera comprobar cuán vulnerables son todavía los habitantes de la Tierra ante eventos naturales de tal magnitud -en este caso un movimiento telúrico de 9,0 grados en escala Richter-, incluso en naciones de un alto desarrollo industrial y humano.

Desde la segunda mitad del siglo XX los japoneses han trabajado con denuedo en la creación de una arquitectura antisísmica eficaz que los proteja de las consecuencias de catástrofes naturales de esta índole y, en efecto, cuentan con edificaciones muy seguras.

Si algún país se considera modélico en el mundo, en el esfuerzo efectivo por la construcción de edificaciones antisísmicas, ese es Japón, con instituciones y una ciudadanía respetuosa de legislaciones estrictas al respecto.

No es por gusto tal empeño. Los nipones han sufrido varias veces los embates de la energía procedente de las entrañas de la Tierra.

Saben del dolor como nadie, pues todavía sufren las consecuencias del criminal bombardeo atómico a Hiroshima y Nagasaki, realizado por Estados Unidos en 1945.

Conjuntamente con Filipinas y Nueva Zelanda, su archipiélago está situado en el llamado Cinturón de Fuego del Pacífico, junto a las costas occidentales de América.

Ello supone un gran riesgo sísmico y volcánico. El gran terremoto ocurrido en Tokio, la capital, en 1923, los marcó para siempre.

Aunque nadie dudaba que la capital, hoy la megaciudad más poblada del mundo, con más de 30 millones de habitantes, seguía estando entre las regiones más vulnerables del planeta, al igual que el resto de la nación, tal vez se esperaba evitar una buena parte de los horrores vistos y vividos en los últimos días.

El riesgo de accidentes nucleares ensombrece la situación, alarma a sus habitantes, muchos de los cuales escapan por miedo a las radiaciones, lo que añade sufrimiento a ese pueblo.

En el resto del mundo se escuchan voces que exigen replanteos sobre el uso de la energía nuclear y por estos días crece el debate, incluso en países de la lejana Europa, integrantes de la Unión Europea.

Pero es obvio que Japón podrá renacer de ese golpe, como ya lo ha hecho otras veces, con mayor celeridad y mejores posibilidades que los abrumados habitantes de Haití, todavía asolados por una grave crisis humanitaria, a poco más de un año de su desastre.

Y sin ánimos de hacer comparaciones en cuanto a magnitud del dolor se refiere, no dejo de pensar que siguen siendo más vulnerables los habitantes de los pueblos más pobres del planeta, sin recursos ni preparación para afrontar tales retos y golpes de la vida.

Haití sufrió un terremoto mucho menor, con siete grados en la escala Richter, y no padeció los embates de un tsunami.

Sin embargo, el seísmo segó 318 mil vidas, hirió a 350 mil y dejó sin techo a más de un millón 500 mil personas. Su capital, Puerto Príncipe, quedó prácticamente en ruinas.

Precisamente, el próximo 8 de abril se celebrará una nueva reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, bajo la dirección del presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, que debe dar un "empujón", según sus palabras, a la ayuda ofrecida por la comunidad mundial al pueblo haitiano.

No es un secreto para nadie que la mayoría de las promesas han sido demoradas e incumplidas y todavía el país más pobre de América no se recupera totalmente de las consecuencias del terremoto y de una mortífera epidemia de cólera, secuela del sismo.

Los científicos afirman que los terremotos nada tienen que ver con el cambio climático, son parte de los procesos geológicos normales, hoy más evidentes por la propia existencia y crecimiento de las poblaciones humanas, y el desarrollo de sus instrumentos de medición y comunicación, más precisos y globales.

No se puede ignorar, empero, que los últimos sismos coinciden en tiempo con las catástrofes generadas por el calentamiento global y ello agrava la situación de numerosas comunidades humanas en la única Tierra en que habitamos todos.

Atendible resulta la opinión del prestigioso sismólogo chileno Sergio Barrientos, quien llamó la atención sobre lo que el consideró concentración de terremotos de excepcional potencia ocurridos en el planeta, algo que considera verdaderamente inusual.

Se refería al terremoto de Sumatra (Pacífico) en 2004 (9,2 grados), al de Chile en 2010 (8,8 grados) y al de Japón del pasado viernes, con 9,0 grados. Los eventos de ese tipo deben ocurrir cada 25 o 30 años, en su opinión.

"Da la impresión, precisó el científico, de que vinieran agrupados. Eso hay que estudiarlo y estoy seguro de que debe generar una nueva línea de investigación al respecto.

Un motivo más para que el mundo siga alerta

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