La rebelión de los árabes
Ramzy Baroud
Counterpunch
Traducción para Rebelión de Loles Oliván
Una omnipresente sensación de asombro parece envolver a las sociedades árabes en todas partes. Lo que está ocurriendo en el mundo árabe es más que una simple revolución en sentido político o económico; de hecho, está trastocando la propia autodefinición de lo que significa ser árabe, tanto individual como colectivamente.
Hollywood ha caricaturizado y humillado durante mucho tiempo a los árabes. La política exterior estadounidense en Oriente Próximo se ha visto favorecida por las representaciones simplistas, degradantes y a veces racistas de los árabes en los medios de comunicación. Toda una generación de pseudointelectuales ha construido sus carreras desde el convencimiento de que disponen de la clave para entender a los árabes y el patrón aparentemente predecible de su comportamiento.
En la actualidad estamos viendo cómo Libia —una sociedad que no llevaba camino de ser una sociedad civil y que se encontraba en una prolongada fase de cerco— está literalmente haciendo Historia. La fuerza colectiva mostrada por la sociedad libia es, cuando menos, imponente. Igualmente digna de alabanza es la forma en que los libios han respondido a los peligros y desafíos crecientes. Pero lo más importante es la naturaleza espontánea de sus acciones. Los esfuerzos diplomáticos, la organización política, las iniciativas revolucionarias estructuradas y el alcance de los medios de comunicación simplemente han ido por detrás de la senda y las demandas del pueblo. Los libios han encabezado la lucha, y todos los demás o la han aceptado o han jugado el papel de espectadores.
Hay en marcha algo nuevo y fascinante aquí —un fenómeno de acción popular que hace inadecuada cualquier comparación histórica-. Los estereotipos occidentales han servido durante mucho tiempo a un importante (y muchas veces violento) objetivo: reducir al árabe mientras se apuntalaban las invasiones israelíes, británicas y estadounidenses en nombre de “la democracia”, “la libertad” y “la liberación”. Los que sostenían la “antorcha de la civilización” y supuestamente inspiraban una indiscutible superioridad moral se otorgaron a sí mismos un fácil acceso a las tierras de los árabes, a sus recursos, a su Historia y, sobre todo, a su propia dignidad.
Sin embargo, aquellos que al definir a los árabes establecieron el discurso de los prejuicios para satisfacer sus objetivos coloniales —desde Napoleón Bonaparte a George W. Bush— únicamente han demostrado ser unos pésimos estudiantes de Historia. Adaptaron los relatos históricos para satisfacer sus propios diseños, siempre asignándose a sí mismos el papel de libertadores y salvadores de todo lo bueno sin perjuicio de la civilización y la democracia. En realidad practicaron lo contrario de lo que predicaban, causaron estragos, retrasaron las reformas, cooptaron la democracia y dejaron siempre tras de sí un rastro de sangre y destrucción.
En la década de 1920, Gran Bretaña troceó y después recompuso Iraq territorial y demográficamente a conveniencia de su particular agenda política y económica. Se perforaron pozos de petróleo en Kirkuk y en Bagdad, más tarde en Mosul y en Basora. La singularidad cultural de Iraq no fue más que una oportunidad de dividir y conquistar. Gran Bretaña se aprovechó de la mezcla étnico-religiosa-tribal hasta la maestría. Pero los árabes en Iraq se rebelaron en varias ocasiones y Gran Bretaña reaccionó de la manera que lo haría con un ejército en un campo de batalla. La sangre iraquí corrió en abundancia hasta la revolución de 1958, cuando el pueblo consiguió liberarse de reyes títeres y de colonizadores británicos. En 2003, los batallones británicos regresaron portando armas aún más letales y discursos más deshumanizadores, imponiéndose a sí mismos como nuevos gobernantes de Iraq con Estados Unidos a la cabeza.
Los palestinos —al igual que los árabes de otras sociedades— no se quedaron atrás en cuanto a su capacidad de movilizarse en torno a una plataforma política decidida y altamente progresista. De hecho, Palestina vivió su primera rebelión abierta contra la ofensiva colonial sionista en el país y contra el complaciente papel británico por defenderla y trabajar para garantizar su éxito hace muchas décadas (mucho antes de que Facebook y Twitter llegaran a la escena revolucionaria árabe). En abril de 1936, los cinco partidos políticos palestinos se unieron bajo el paraguas del Alto Comisionado Árabe dirigido por Haj Amin al-Huseini. Una de sus primeras decisiones fue reunir Comités Nacionales en toda Palestina. En mayo, al-Huseini convocó la primera conferencia de los Comités Nacionales en Jerusalén que conjuntamente declararon una huelga general el 8 de mayo de 1936. La primera acción conjunta palestina para protestar por los diseños sionistas-británicos en Palestina no fue violenta. Al emplear medios de desobediencia civil, el levantamiento de 1936 tuvo como objetivo enviar un duro mensaje al gobierno británico acerca de que los palestinos estaban unificados a nivel nacional y eran capaces de actuar como sociedad firme y segura de sí misma. La administración británica en Palestina no había tenido en cuenta hasta ese momento la reivindicación palestina por la independencia y prestó poca atención a sus quejas incesantes sobre la amenaza creciente del sionismo y de su proyecto colonial.
La furia palestina se tornó violenta cuando el gobierno británico recurrió a la represión masiva. Se había querido enviar un mensaje a los palestinos de que el Gobierno de Su Majestad no se dejaría intimidar por quienes consideraba insignificantes fellahin o campesinos. Los seis primeros meses de la sublevación, que duró en sus diferentes manifestaciones y fases tres años, se caracterizó desde el principio por una huelga general ampliamente secundada que se extendió desde mayo hasta octubre de 1936. Palestina simplemente se paralizó en respuesta a la convocatoria de los Comités Nacionales y de al-Huseini. Ello irritó a los británicos que veían a los “residentes no judíos de Palestina” como campesinos deplorables y conflictivos, con una dirección indómita. En pocos años, los palestinos lograron desafiar los conocimientos convencionales de los británicos, cuya estrecha comprensión orientalista de los árabes como seres inferiores, con menos derechos, o sin ellos —un modelo que tomarían más adelante los sionistas y los responsables israelíes— los dejó incapaces de considerar cualquier otra respuesta a un levantamiento legítimo que las medidas coercitivas.
El precio de la revolución es siempre muy alto. Entonces, miles de palestinos fueron asesinados. Hoy en día, los libios están cayendo en una cantidad intolerable. Pero la libertad es dulce y varias generaciones de árabes han demostrado la voluntad de pagar el alto precio que exige.
La sociedad árabe —sean los huelguistas de Palestina en 1936, los rebeldes de Bagdad de 1958, o los revolucionarios de Libia, Túnez y Egipto de 2011— se mantienen, en cierto sentido, invariables, tan decididos como siempre a ganar la libertad, la igualdad y la democracia. Y sus verdugos siguen igualmente desquiciados, utilizando el mismo lenguaje y brutales tácticas militares.
Los estudiosos neoconservadores de la Iniciativa de Política Exterior y en otros lugares deben estar experimentando una “conmoción y pavor” intelectual, aún cuando siguen en su afán de controlar las riquezas y el destino de los árabes. Las sociedades árabes, sin embargo, se han levantado en un llamamiento unificado por la libertad. Y el llamamiento es ahora demasiado fuerte para que se pueda silenciar.
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