viernes, 8 de abril de 2011

Y ahora... Costa de Marfil

Y ahora... Costa de Marfil


El conjunto de potencias occidentales a las que Julian Assange
califica (tras haber leído decenas de miles de cables secretos) como
El Imperio occidental cuyo centro de gravedad está en Estados Unidos,
avanzan en su inexorable proyecto: el control de África y la
explotación a un costo irrisorio de sus extraordinarias y abundantes
materias primas antes de que China y otras potencias emergentes se
adelanten. “Casualmente” el Congo, Libia y Costa de Marfil comparten
una misma característica: sus recursos naturales son excepcionales. Es
penoso oír en tertulias de máxima audiencia nacional que “Estados
Unidos no interviene en África porque allí no hay petróleo”. En África
hay grandes reservas de petróleo y otra multitud de materias
estratégicas y valiosas. Y Estados Unidos está interviniendo desde
hace tiempo en ese prometedor continente. Está interviniendo con una
inusitada energía en el África Central desde 1990, sirviéndose primero
de Uganda y más tarde de Ruanda para controlar el Zaire/Congo e
impedir que llegue a ser una nación fuerte y dueña de sus recursos.
En 1990, este bloque occidental aún no estaba consolidado. El primer
paso fue doblegar a la Francia de François Mitterrand, una Francia
demasiado independiente y demasiado poderosa aún en África. Tras una
“magistral” campaña internacional de propaganda y de otra militar muy
“eficaz” (que provocó, eso sí, las mayores mortandades habidas tras la
Segunda Guerra Mundial), Francia fue barrida de manera “brillante” de
Ruanda primero y del Zaire/Congo después. Ahora, Estados Unidos ni tan
sólo debe dar la cara en estas “intervenciones humanitarias”: su
lacayo Nicolas Sarkozy está feliz de jugar a héroe. Desempeña ahora en
Libia y Costa de Marfil el papel que el astuto Toni Blair desempeñó en
Irak. De paso, en Costa de Marfil, que es el objeto de este artículo,
seguramente restituirá en su privilegiada posición a muchas empresas
francesas que nunca perdonaron la deriva nacionalista de Laurent
Gbagbo, tras las elecciones libres y democráticas del 2000.

Sobre el “escándalo geológico” del Congo ya se ha dicho casi todo:
coltán, cobalto, diamantes, oro... Libia, por su parte, tiene
gigantescas reservas de gas y las mayores de petróleo de toda África.
Ya se levantan las voces que explican que los hasta ahora desconocidos
rebelde libios fueron preparados en Egipto y financiados por Estados
Unidos y Europa. En cuanto a Costa de Marfil, los tertulianos suelen
ocultar (¿o es que ni tan sólo lo conocen?) que es la locomotora
económica del África del Oeste; que ha sido el tercer productor
mundial de café hasta que la guerra le fue impuesta; que produce el
40% del cacao mundial; que ocupa igualmente una puntera posición
mundial en cuanto a producción de nuez de cola, de caña de azúcar, de
ananá y de plátano; que compite con el enorme Brasil en exportación de
madera; que recientemente se han descubierto en su territorio
importantes yacimientos de petróleo y de otros minerales
estratégicos... Por esta razón, explica nuestro amigo el investigador
Charles Onana, las potencias occidentales quieren un hombre de paja a
la cabeza del país.

Los tertulianos tampoco explican que Alassane Ouattara, aquel que “la
comunidad internacional” (es decir, el Imperio occidental) presenta
unánimemente (con la misma unanimidad con la que se engañó al mundo
sobre los acontecimientos de Ruanda) como el noble vencedor de las
elecciones (aunque el Consejo Constitucional proclamó a Laurent Gbagbo
vencedor con un 51,45%), es un hombre de las potencias occidentales
(fue director para África del Fondo Monetario Internacional); es un
hombre que en 2002 empezó a acosar y debilitar al Gobierno legítimo
financiando una rebelión que atacó el país desde el norte; es un
hombre, en definitiva, de turbio historial. De hecho, la ex
congresista estadounidense Cynthia Ann McKinney nos confesaba estos
días que cuando estaba en el Congreso recibió una llamada telefónica
de Alassane Ouattara desde el yate de Henry Kissinger. Una llamada
parecida a muchas otras que recibió durante sus años como congresista
y que pretendían comprar su conciencia, una llamada con el objetivo de
solicitarle ayuda para llegar como fuese a la presidencia de Costa de
Marfil.

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