domingo, 22 de mayo de 2011

Todos somos afrodescendientes

Todos somos afrodescendientes

El color de la piel no es más que un disfraz que oculta nuestra realidad, pero todos somos iguales. La Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) resolvió que en el 2011 se “celebrara” el “Año Internacional de la Afrodescendencia”.

Con esta disposición se está buscando que en todo el mundo se fortalezcan las medidas que beneficien los derechos económicos, culturales, sociales, civiles, políticos y la integración en todos los aspectos. Así como también la promoción de un mayor conocimiento y respeto por la diversidad y cultura de los afrodescendientes. Así mismo, en nuestro país se instituyó el 21 de mayo como el “Día de la Afrocolombianidad”.

Con motivo de la conmemoración de día internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial —el 22 de marzo— el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, hizo un llamado a “participar activamente en la promoción del Año Internacional de los Afrodescendientes y a combatir mancomunadamente el racismo cuando y donde surja”.

Igualmente recordó que: “La discriminación de la cual son objeto los afrodescendientes es perniciosa. A menudo están atrapados en la pobreza en gran medida a causa de la intolerancia, y encima se utiliza la pobreza so pretexto para excluirlos todavía más. Muchas veces, no tienen acceso a la educación a causa de los prejuicios, y luego se alega su insuficiente instrucción como motivo para negarles puestos de trabajo. Estas y otras injusticias fundamentales tienen una larga y terrible historia, incluida la trata de esclavos transatlántica, cuyas consecuencias aún se hacen sentir hoy en día”.

“En este día internacional, hago un llamado a los Estados miembros, las organizaciones internacionales y no gubernamentales, los medios de información, la sociedad civil. Para derrotar al racismo tenemos que acabar con las políticas públicas y las actitudes privadas que lo perpetúan”, agregó.


Recordemos las víctimas
Pero más que un año para celebrar la afrodescendencia debe ser un año para recordar a las víctimas del holocausto de la esclavitud, el colonialismo, Ruanda y cerca del millón de asesinatos en la década de los 90 del siglo pasado y el Apartheid, en particular la matanza de Sharpville de 1960, en la que docenas de manifestantes pacíficos fueron muertos a tiros por la policía de Sudáfrica, sólo por protestar contra las leyes discriminatorias en función de la raza. Matanza que originó el 22 de marzo como día internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial”.

Si recordamos el crimen, que desde el siglo 15 se ha cometido contra el pueblo africano, también debemos preguntarnos ¿de qué sirven estas fechas que decreta la ONU si en la actualidad se sigue violentando tanto a los afrodescendientes como a los pueblos de África?

¿Es suficiente recordar que entre 1521 y 1807 fueron traídos a Hispanoamérica cerca de un millón de personas que llamaban esclavos y que el tráfico estaba abalado por las bulas papales? Si bien conocer la historia es muy importante, al menos para darnos cuenta de la infamia que los países avanzados han cometido sobre los pueblos pobres y olvidados de la tierra, también es muy importante darnos cuenta y expresar nuestra protesta por los crímenes que se siguen cometiendo en el nuevo siglo con la mirada extraviada, la voz perdida y, en algunos casos, con la complicidad de aquellos países que participaron de la alevosía de los siglos anteriores.

Se pueden citar varios casos que indican los actos inhumanos que se están cometiendo en los pueblos africanos.
Ramón Lobo, periodista de guerra del periódico El País de España nos enseña el caso de la violación de mujeres en la guerra del Congo: En su nota periodística del 24 de septiembre de 2010 cita el informe de la oficina de la Alta Comisaría de la ONU para los Derechos Humanos. Dicho informe da cuenta de 350 mujeres violadas en el este de ese país. Lo grave de la noticia es que los Cascos Azules de Naciones Unidas no intervinieron para evitarlo.
Violación de mujeres: “arma de guerra”.

Dice más adelante el artículo: “La violación como arma es un crimen de guerra. En el este de la República Democrática de Congo es una lacra que afecta a decenas, tal vez a cientos de miles de personas. La ONU ha reconocido su fracaso en el caso de 242 mujeres y niños que fueron humillados y violentados entre el 30 de julio y el 3 de agosto de 2010 en una aldea en el Kivu norte, a menos de 30 kilómetros de la base de los Cascos Azules. En otra aldea de Kivu sur 250 personas fueron violadas en el mismo periodo. La ONU ha pedido perdón. No es suficiente”.

En otro artículo del 6 de abril de este año y que tituló “Abiyán no es Trípoli pero casi” el periodista dice: “Da miedo comprobar qué fácil es manipular el odio, dejar que se extienda; todos miran su avance y nadie hace nada, como en Ruanda en 1994. Francia se pone las medallas de la intervención militar en Costa de Marfil. Sacó los helicópteros para que nadie le afee la comparación con Libia. Francia y la ONU han hecho bien en intervenir, aunque la intervención llega tarde. Demasiado tarde”.

Anota también: “Las (presuntas) buenas intenciones tienen efectos colaterales: el intento de evitar una nueva guerra civil ha provocado una segunda guerra civil: más de 1.500 muertos en Abiyán en pocos días, más de 100.000 refugiados en la frontera de Liberia y matanzas terribles como la de Douekoue, en el oeste: cientos de civiles masacrados por las Fuerzas Republicanas de Ouattara. Naciones Unidas ha abierto una investigación. El presidente electo debería abrir otra. Y el fiscal de la Corte Penal Internacional, Luis Moreno Ocampo, tan diligente en Libia, podría abrir una tercera”.

Se sabe que estos conflictos no son gratuitos, hay detrás de ellos muchos intereses. Como dice Lobo, el conflicto de Costa de Marfil está asociado a la producción del cacao; el de Guinea Conarkry a la bauxita y el crimen de Burkina Faso está en el control del algodón. El de la República Democrática el Congo y su problema con los países vecinos está vinculado con el Coltán, mineral disputado por la industria electrónica y que su extracción ha fomentado el mayor conflicto de la historia actual de África.


Lo que se esconde detrás de estos crímenes
De igual manera en Colombia, la violencia sobre la población campesina, y en particular la afrodescendiente, está relacionada con la explotación minera, el control de la tierra para la siembra de la palma de cera y la ganadería. Y tanto en África como en Colombia, los paramilitares son patrocinados por los poderosos tanto nacionales como extranjeros, para sembrar el miedo y la muerte, obligando los desplazamientos.

Los crímenes de lesa humanidad que se han dado tanto en África como en Colombia pereciera que no tuviesen resonancia en la ONU y a pesar de los “golpes de pecho” de secretarios generales y personalidades que ocupan cargos importantes en esa organización, sus declaraciones no pasan de ser un simple saludo a la bandera.
Kofi Annan, siendo todavía secretario general de las Naciones Unidas atribuyó en abril de 2004, a la comunidad internacional la responsabilidad del genocidio de Ruanda de 1994 y anunció un plan para prevenir en el futuro ese tipo de crímenes contra la humanidad.

Consciente de que el riesgo del genocidio sigue siendo real, Annan explicó que el programa se fundamentaría en cinco principios: prevenir los conflictos armados, proteger a la población civil, ponerle fin a la impunidad, dar advertencias serias y precoces y actuar rápidamente y de manera decisiva”. Por lo que sigue pasando en África y Colombia, es fácil deducir que estas declaraciones no sirven de nada.

Considero que este “Año de la Afrodescendencia” debe servir para que reflexionemos sobre el conflicto que se vive en el mundo árabe, africano y colombiano.
Otro aspecto importante
es reconocer el aporte de los africanos y afrodescendientes a la literatura, la música, la danza, las ciencias, el deporte, etc.


La piel no es más que un disfraz
También debemos considerar que el mundo no está dividido en razas, hay una sola: la humana y que todos somos originarios de África como lo demuestran los investigadores de genética poblacional. Uno de ellos es Spencer Wells, quien recorrió todos los continentes recogiendo muestras de ADN. Luego de analizar unas 250 mil muestras de personas de todo el mundo, incluyendo 25 mil de pueblos indígenas, concluyó que quienes nos queremos ver diferentes a los africanos los debemos considerar como nuestros abuelos.

El color de la piel no es más que un disfraz que oculta nuestra realidad, pero todos somos iguales y las pocas diferencias que se manifiestan exteriormente se dan por el recorrido que hicieron al salir de África en diferentes sentidos hace aproximadamente 60 mil años. La dirección que tomaron fue generando rasgos diferentes.

Como dicen los científicos de genética poblacional: “a medida que se desplazaban hacia el norte, la exposición al sol cada vez era menor, por lo que la piel se aclaró para poder sintetizar la vitamina D a partir de una menor cantidad de rayos ultravioleta. Aquellos que partieron a Siberia, por ejemplo, debieron minimizar su superficie corporal para evitar la pérdida de calor en un intento por adaptarse al frío extremo, por eso desarrollaron troncos robustos, dedos regordetes y piernas y brazos más cortos (…).

(…) Por otro lado, entre aquellos que llegaron a Australia o más tarde, a América, la subida del nivel del mar como resultado del fin de la era glacial les cerró el contacto con el continente asiático; ese aislamiento los llevó a desarrollar rasgos distintivos de los de sus antepasados. Algo similar ocurrió con aquellos que se desplazaron a China, que quedaron atrapados entre montañas al norte y océanos al sur, sin contacto con el resto de Asia”.
Debemos sentirnos orgullosos de nuestro origen y considerarnos un solo árbol con múltiples ramas. Así que todos somos africanos.

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