jueves, 14 de julio de 2011

Cabral asesinado por los zetas

Cabral
Escribe Ángel Gavidia Ruiz
Médico y Poeta. Nació en Mollebamba (Santiago de Chuco) el 28 de Mayo de 1953 graduándose de médico cirujano en la Universidad Mayor de San Marcos. Publicó conjuntamente con Carlos Bueno y Hamlet Israels “Camino de los Sauces donde suele cantar la lejanía” en Lima 1977. Ha formado parte del Grupo literario “Raíz Cúbica” de Cajamarca, “Greda ” de Trujillo.
Yo no sé si Facundo Cabral fue poeta. Pero estoy seguro, sí, que fue un gran criador, un pastor exitoso de palabras: ariscas unas, otras no tanto, otras mansas como tiernos corderos, todas útiles para el hambre del alma. La palabra se acostumbraba en Facundo Cabral. Se acostumbraba tanto que rápidamente adquiría su dejo, su hondura, el trajín de sus andanzas incluyendo el polvo inevitable de los viejos caminos. Sea hablada o cantada la palabra brotaba repleta de su humanidad, de su ser místico y pagano, ascético y voraz disfrutador de vida, sabio. Porque Facundo era un hedonista de a de veras, por eso se había vuelto experto en reconocer la chafalonía, el contrabando, la impostura, con las que se atosigan muchos desperdiciándose lastimeramente. Contaba que un día sorprendió a la madre Teresa de Calcuta curando unas heridas que inundaban el ambiente de un olor intolerable. Yo no lo haría, madre, ni por un millón de dólares le dijo el cantautor. Yo tampoco lo haría por un millón de dólares- contestó la religiosa. Lo hago por amor…




Resiliencia es una palabra prestada de la física para que los psicólogos denominen el fenómeno por el cual la adversidad (la terrible adversidad) lejos de liquidar a los individuos que la sufren les permite levantarse más fortalecidos, crecer como mejores seres humanos. Es el caso de Cabral. Su padre abandona a su madre un día antes de que él naciera. A los 7 años, la madre agobiada por la pobreza lleva al niño a la estación del tren y lo embarca a la aventura. Hay acá una anécdota interesante. El niño logra entrevistarse con Evita Perón pidiéndole trabajo. La mujer del líder justicialista comentaría entre aliviada y sorprendida: por fin alguien me pide trabajo y no limosna. Ella lo ayudó mucho. Pero el futuro cantautor cae precozmente en el alcoholismo y hasta en la delincuencia por la que estuvo encarcelado. Un sacerdote jesuita le enseñó a leer y a escribir en la cárcel. Un vagabundo le leyó “El Sermón de la Montaña” y lo inició en una religiosidad sin secta como refiere César Lévano. El periodista cita también una escueta autobiografía: “fue mudo hasta los 9 años, analfabeto hasta los 14, enviudó trágicamente a los 40 y conoció a su padre a los 46. El más pagano de los predicadores cumple 70 años y repasa su vida desde la habitación de hotel que eligió como última morada”, probablemente esta autobiografía fue escrita hace 4 años por que el payador nació en mayo de 1937. Y sí, pues, a la dureza de su infancia, adolescencia y primera juventud se añade un accidente de aviación en la que fallecen su hija y su esposa. En él calzan los golpes vallejianos, aquellos “como del odio de Dios”. Pero resiste, como aquel aromo estrujado por la roca, golpeado por la inclemencia de los vientos, al que cantara con tanta intensidad y ternura su paisano Atahualpa Yupanqui, aquel sufrido arbolito “con un alma tan linda que en vez de morirse triste hace flores de sus penas”.
Decía Cabral que su madre murió contenta porque entre otras cosas había notado que su hijo cada vez se parecía más a lo que él cantaba. Quizás por esto su palabra tenía tanto peso; es que iba cargada de su propia vivencia. Existía una correspondencia perfecta entre la palabra y la acción, conducta inusual en estos tiempos de apariencias, de manipulaciones, de vedadas estrategias que sin embargo son indispensables para llegar al “éxito” entre comillas. Facundo Cabral decía que la felicidad estaba dentro de uno mismo y más al alcance de lo que nos parece; decía también que el perdón aliviana la vida enormemente (él perdonó a su padre, al que muchas veces quiso romperle el alma. Al encontrarlo por primera vez, a los 46 años, todo el odio almacenado durante tanto tiempo se vertió al suelo con un enorme abrazo). Manifestaba que las mejores y más bellas cosas son gratuitas ( y eso que no conoció el ocaso en la playa de Huanchaco ni un alejado caserío liberteño llamado Cundurmarca). Y, claro, era firme en el cuidado de su libertad: Vivía en los hoteles, en los aviones, en el diálogo con sus ávidos seguidores y también en los espacios que le daba su soledad proteica y liberadora.
Quiero ver su muerte como una severa llamada de atención al mundo. Un mensajero de la paz, un obediente hijo de Dios cae acribillado en una calle de Guatemala. Centenares de prójimos nuestros han muerto ya allí ante la indiferencia de muchos, de todos. La muerte de Cabral los desentierra, los muestra con su dolor callado. Demasiado simbólica esta muerte. Demasiado sonora. Enormemente vergonzante. Y como siempre Cabral diciendo su verdad sin pudor y respaldándola con su propia (terrible) muerte. Honrémosla recuperando nuestra capacidad de indignación, la lucidez y la cordura.
Se nos fue el Maestro llevándose su camisa Lee azul, su casaca de cuero, sus anteojos oscuros. Pero desde aquí, desde estas breves líneas le pido que nos deje sus alas.

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