miércoles, 20 de julio de 2011

Las máscaras de la trampa afgana - Walter Goobar

Las máscaras de la trampa afgana - Walter Goobar El asesinato del hermanastro del presidente afgano Hamid Karzai, que era un importante narcotraficante, colaborador de la CIA y figura clave en la estratégica ciudad de Kandahar, destroza la la narrativa de que “la Otan está ganando” la guerra en Afganistán.


Por Walter Goobar

El asesinato de Ahmad Wali Karzai, hermanastro del presidente afgano, Hamid Karzai, ha demostrado que el presidente-marioneta es incapaz de proteger incluso al más poderoso de los Karzai. El asesinato del hermanastro presidencial, que era un importante narcotraficante, colaborador de la CIA y figura clave en la estratégica ciudad de Kandahar, destroza la narrativa de que “la Otan está ganando” la guerra en Afganistán.

Este viernes, el Washington Post reveló que el hombre que mató al hermanastro del presidente, fue durante muchos años un aliado de Estados Unidos en la guerra contra los talibanes. El asesino, Sardar Mohammed, un comandante de policía y guardaespaldas privado del hermano del presidente afgano, mantuvo varias reuniones y contactos con altos oficiales de los ejércitos de Estados Unidos y Reino Unido y jugó un importante papel en varios arrestos de la insurgencia talibán.

Uno de los hermanos de Karzai y un oficial afgano han explicado que los talibanes lo convencieron para matar a Ahmed Wali Karzai hace pocos meses.

Sardar Mohammad, un comandante de confianza de Karzai, de la misma tribu Popolzai, mató a Ahmed Wali de dos tiros en la cabeza, “por drogas” y por motivos personales.

El portavoz de los talibanes Usuf Ahmadi asumió la responsabilidad del atentado: “Es uno de nuestros máximos logros desde el comienzo de la Operación de Primavera. Asignamos recientemente a Sardar Mohammad para que lo matara, y Sardar Mohammad también llegó a ser un mártir”.

Durante al funeral de Ahmed Wali Karzai, se produjo un atentado suicida que se cobró otras seis vidas que convierte a 2011 en el año más mortífero para los civiles en la década de guerra afgana, con al menos 1.462 bajas hasta junio.

Un dicho afgano establece que “quien controla Kandahar controla Afganistán”. Puede ser una exageración, pero el enfoque contrario sí es cierto: sin controlar Kandahar no se puede controlar Afganistán. Ahmed Wali Karzai era el señor de la región, corrupto y violento, que tocaba todos los instrumentos para congeniar con los narcotraficantes o para tratar con las fuerzas aliadas.

Los talibanes no sólo controlan el 70 por ciento de la superficie de Afganistán, sino que están ganando la batalla de relaciones públicas. Desde la primavera de 2010, han logrado matar al jefe provincial de policía de Kandahar, al vicegobernador, al jefe de distrito de Arghandab y al vicealcalde de la ciudad de Kandahar. Ahora, con la muerte del hermanastro presidencial liquidaron a uno de los principales colaboradores de Washington en todo el sur de Afganistán, que es el hogar espiritual y terreno preferido de los talibanes.

Además de ser un importante contrabandista de opio y agente de la CIA, el hermanastro del presidente oficiaba como gobernador de facto de la región y como comandante de la Fuerza de Ataque Kandahar, un grupo paramilitar privado que ayuda a las Fuerzas Especiales de Estados Unidos y a la CIA en asesinatos selectivos de altos comandantes talibanes.

Cuando el presidente Barack Obama expresó dudas sobre el valor de una gran escalada en Afganistán, el general David Petraeus le aseguró que él y sus generales lo habían calculado todo, que bastaría con 33.000 soldados más. Ni siquiera asignaron analistas de la CIA para hacer una Estimación Nacional de Inteligencia (NIE), que normalmente es un paso de rigor antes de tomar alguna decisión presidencial significativa como un incremento a gran escala de una guerra.

Las conclusiones de dos Estimaciones Nacionales de Inteligencia, realizadas en otoño pasado –una sobre Afganistán y otra sobre Pakistán–, fueron publicadas por WikiLeaks el 25 de julio de 2010. La información sacó a la luz la brutalidad e ineficacia de la guerra dirigida por Estados Unidos en Afganistán, particularmente la esperanza vana de que los paquistaníes cambien su visión estratégica y ayuden a Estados Unidos a sacar las castañas del fuego afgano.

Las revelaciones más explosivas desnudaron el doble juego de la Dirección de Inteligencia de los Servicios paquistaní (ISI). Der Spiegel informó: “Los documentos muestran claramente que esta agencia de inteligencia es el cómplice más importante que los talibanes tienen fuera de Afganistán”.

Los documentos revelaron que los enviados del ISI no sólo estaban presentes cuando los comandantes insurgentes realizaban consejos de guerra, sino que además daban órdenes específicas para realizar asesinatos, incluso, según un informe, un atentado contra la vida del presidente afgano, Hamid Karzai, en agosto de 2008.

El ex jefe de Inteligencia paquistaní, el general Hamid Gul, es retratado como una importante fuente de ayuda a los talibanes e incluso, en otro informe, como un “líder” de los insurgentes. Los informes muestran a Gul ordenando ataques suicidas y lo describen como uno de los proveedores más importantes de armamento a los talibanes.

Aunque el gobierno paquistaní ha desmentido furiosamente las quejas del gobierno de Estados Unidos sobre Gul y el ISI respecto a vínculos secretos con los talibanes e incluso con Al-Qaeda, la evidencia ciertamente provoca serias preguntas sobre lo que los paquistaníes han estado haciendo con los miles de millones de dólares entregados por Washington.

No existe un cálculo estadounidense sobre la cantidad de talibanes que sus fuerzas enfrentan en Afganistán, o es demasiado secreto o demasiado embarazoso para revelarlo. En cuanto a Al-Qaeda en Afganistán, los servicios de inteligencia de Estados Unidos tienen un cálculo de entre 50 y 100; no, no miles, solo entre 50 y 100.

Además, Washington subestima el desafío que supone llevar suministros a sus tropas en Afganistán a través de Pakistán, por el Paso Khyber.

En Estados Unidos, los ciudadanos se quejan por tener que pagar cuatro dólares el galón de nafta. Sin embargo, cuesta 400 dólares llevar ese mismo galón de combustible a un vehículo del ejército o de los marines de Estados Unidos en el interior de Afganistán.

Inmediatamente después de que el gobierno de Estados Unidos decidió “suspender” 800 millones de dólares de ayuda al ejército paquistaní, el ministro de Defensa de Pakistán, Ahmed Mukhtar, declaró al canal local Express TV: “Si todo se pone difícil, retiraremos todas nuestras fuerzas”, sugiriendo que no habrá más soldados de Islamabad para combatir a las guerrillas de mayoría pastún en las áreas tribales.

El ministro Mukhtar no dejó margen de duda: “Si los estadounidenses se niegan a darnos dinero, bueno… No podemos permitirnos que los soldados estén en las montañas durante un período tan largo”.

Esto desnuda que el ejército paquistaní está participando –a disgusto– en el juego de contraterrorismo/contrainsurgencia de Washington en las áreas tribales. Por mucho que Islamabad tema al nacionalismo pastún, el ejército sabe que debe proceder con extrema cautela, de otra manera, enfrentará una masiva rebelión tribal que despedazaría al Pakistán.

Basta con ver lo que piensan el poderoso jefe del estado mayor del ejército, general Ashfaq Parvez Kiani –un favorito del Pentágono– y el jefe del directorado de Inteligencia Inter-Servicios, el teniente general Ahmed Shuja Pasha. A través de sus acólitos dicen que pueden arreglárselas sin los 800 millones de dólares “suspendidos” por Washington, o pedir cualquier cosa que necesiten a China, su “amiga de siempre”.

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