viernes, 16 de septiembre de 2011

¿Cómo se puede ser judío y criticar a la vez a Israel?

¿Cómo se puede ser judío y criticar a la vez a Israel?
Daños Colaterales
Irene Selser
2011-09-15•Fronteras
.El debate que genera esta pregunta ha vuelto a cobrar fuerza en vísperas del pedido de los palestinos al Consejo de Seguridad de la ONU de ser reconocidos como Estado soberano, al igual que lo es Israel. Sin embargo, es un debate tan antiguo como el conflicto que estalló entre los residentes palestinos y los colonos judíos que en 1948 fundaron su propia entidad en tierras del protectorado de Palestina bajo mandato británico, pero que para los judíos es y será siempre Eretz Israel, la Tierra de Israel prometida a ellos por Dios y de donde fueron expulsados en el siglo I de nuestra era. En muchos versículos de la Biblia los israelitas son llamados el pueblo de Sión, uno de los nombres bíblicos de Jerusalén y de Eretz Israel, en alusión al Monte Sión que rodea la Vieja Ciudad, disputada además desde tiempos remotos por las tres grandes religiones monoteístas: judíos, musulmanes y cristianos.

Del Monte Sión se deriva el término “sionismo” acuñado en 1890 por el editor austriaco de origen judío Nathan Birnbaum, y puesto en práctica a partir de 1897 por la Organización Sionista Mundial, fundada ese año en Basilea por el periodista austro-húngaro Theodor Herzl, considerado el padre del sionismo. Herzl lo definió como un movimiento político, nacionalista y laico, cuya meta era restablecer en Sión una patria —moderna— para el pueblo judío y fomentar la migración judía hacia Jerusalén, como “la casa” para todos los judíos perseguidos o no del planeta.

Los intereses coloniales de Gran Bretaña y EU fueron decisivos para impulsar desde 1917, con la Declaración Balfour, respaldada por la Sociedad de Naciones (antecesora de la ONU) el entonces llamado Hogar Nacional Judío, insistiendo el sionismo en que los judíos eran primordialmente un grupo nacional, como los rusos o los polacos, y no un grupo religioso como los musulmanes o los católicos. Como grupo nacional, pues, tenían derecho a un Estado y al estatus de nación. Es, ciertamente, la misma demanda que reclaman para sí los palestinos, que de 1948 a la fecha se han quedado apenas con un tercio de lo que eran sus tierras cuando se implantó el Estado de Israel.

De esta identificación como grupo nacional surge la respuesta al supuesto dilema enunciado en el título. Así, lo mismo puede un judío criticar las políticas del Estado de Israel si difiere con ellas, como lo hacen respecto del suyo un estadunidense, un italiano o un francés sin ser por ello acusados de “traición”. El problema es que desde 1948 los grupos gobernantes en Israel han construido construir una simbiosis cuasi religiosa en la figura “judío-Estado de Israel”, como si ellos fuesen la encarnación del mandato divino y no lo que son, dirigentes con su propia ideología y con intereses tan terrenales como la política, las finanzas y la hegemonía.

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