domingo, 23 de octubre de 2011

Ali Shariati: islamo-marxista y protestante musulmán

Ali Shariati: islamo-marxista y protestante musulmán
Irán: variaciones revolucionarias. El debate teológico-político en Irán (5)
Pensamiento - 10/02/2011 7:51 - Autor: Seyyed az-Zahirí - Fuente: Webislam
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Etiquetas: ali shariati, islamo-marxismo, teologia liberacion, revolucion, iran

Ali Shariati (1933-1977), uno de los más influyentes pensadores musulmanes del pasado siglo
Mención más detenida merece Ali Shariati (1933-1977), como intelectual de cabecera del movimiento revolucionario, uno de los pensadores musulmanes más influyentes de la segunda mitad del siglo XXI (1). Su visión del islam estaba más cerca de la izquierda tercer mundista que de los clérigos chiítas de Qom y de Nayaf. Estudió letras en la Universidad de Teherán y sociología e historia de las religiones en Paris, donde fue discípulo de Luis Massignon. En Europa se hizo miembro de la Confederación de Estudiantes Iraníes, una organización revolucionaria opuesta al régimen Pahlavi. Formó parte del movimiento de renovación islámica “los adoradores socialistas de Dios”. Pasó varias veces por las terribles prisiones del Shah. Fue compañero de luchas en Argelia de Franz Fanon, teórico de la descolonización. Un aforismo resume su compromiso político y rechazo del quietismo, sea este laico o religioso: “Si no estás en el campo de batalla, poco importa si estás en la mezquita o en el bar”. Shariati combina las referencias a la historia y la teología islámica con conceptos y citas de pensadores como Kierkeggard, Sartre, Camus, Heidegger o Marcuse (2).
Shariati fue por encima de todo un ideólogo, el constructor de una ideología de combate basada en el islam. Para lograr este objetivo, se embarca en análisis históricos, teológicos, sociológicos o filosóficos. Pero esto no hace de él ni un historiador ni un teólogo ni un sociólogo ni un filósofo. Es todas estas cosas, pero solo como un asunto derivado. En uno de sus escritos nos dirá: “No soy uno de esos”. Su desprecio del conocimiento académico es sintomático. Shariati aspira a llevar el conocimiento a la calle, hacerlo operativo. Para ello, no duda en releer (reinventar, más bien) la historia completa del chiísmo en clave revolucionaria, de una ideología una y otra vez derrotada por la conspiración de los poderosos, que él se propone recuperar para el presente.
Shariati escribe y habla enteramente para su presente, lo hace con una voz emocional y eléctrica, abiertamente panfletaria. Los análisis y datos objetivos están ahí para reforzar el llamamiento a la acción, como un elemento que refuerza su dramaturgia revolucionaria. Lo mismo puede decirse de todas las personalidades evocadas: Ali, Huseyn, Fátima, Abu Dharr… dejan de ser personas de carne y hueso, son tratados como “personajes conceptuales”, cada uno de ellos expresa de forma dramática una idea central de su ideario. Pero es precisamente este escribir para el presente lo que otorga a sus escritos un tono ahistórico: el presente en el que escribe es tu presente, hay momentos en que la palabra salta las edades y sitúa en un mismo plano a un autor y a sus lectores. En un momento de una de sus conferencias, puede pararse y preguntar a la audiencia, sonriendo: ¿estamos en el siglo VII o en el XX? En ese momento es cuando la magia se ha operado: Ali no es una figura del pasado, sino una fuerza latente en cada uno de los jóvenes que escuchan a Shariati. Hay que escuchar alguno de los discursos grabados de Shariati para comprender el alcance de su impacto, la conmoción desde la cual nos habla. Un cataclismo, un llamamiento que surge desde la convicción más absoluta. O tal vez mera retórica, presentada por un agitador en un envoltorio de emociones y de símbolos, con el fin de encandilar a las masas oprimidas… En cualquier caso, su voz sigue llegándonos de forma poderosa, porque la lectura que propone del islam todavía es necesaria: el colonialismo sigue siendo el elemento central de las relaciones entre occidente y el mundo musulmán. En este sentido puede decirse que la obra de Shariati no ha sido superada. Más bien, los acontecimientos actuales (invasiones de Irak y Afganistán, continuación del genocidio palestino) refuerzan su mensaje. Con una excepción: tan solo la Revolución que él mismo ayudó a forjar parece desmentirlo, conducir al pensamiento islámico a la superación de la “ideología islámica”.
Todo el pensamiento de Shariati se enmarca en el contexto de la colonización, con la tensión entre islam y secularismo, oriente y occidente, nacionalismo y colonialismo, socialismo y capitalismo, lo propio y lo impropio. La liberación a la que aspira no puede reducirse a un renacer del pensamiento religioso o de la piedad de las masas. Se trata más bien de la reconstrucción de la identidad irano-chiíta, en la cual el islam actúa como elemento aglutinador e impulso revolucionario, como aspiración interior al bien y a la justicia, como canto de esperanza de los desheredados de la tierra.
En el pensamiento de Shariati se extrema y es llevada a su paroxismo la contradicción señalada al referirnos al concepto de occidentaminación de Al-e Ahmad. Lo que hizo Shariati fue precisamente adaptar el islam a conceptos y marcos referenciales propios de un pensamiento sociológico post-religioso, especialmente el marxismo. Y lo hizo en abierto combate con aquellos componentes del islam que no cuadraban con su concepción del mismo como ideología política:
Shariati, en su diligente intento de transformar la complejidad histórica y diversidad doctrinal del islam en una ideología política unificada, que estuviese mejor preparada para la modernidad de su agenda revolucionaria, fue, en efecto, un vanguardista de la recolonización cultural. Profundamente alienado y ocultamente resentido con respecto al núcleo operativo del carácter y la cultura islámica heredada, y al mismo tiempo fascinado por la efectividad de las ideologías políticas “occidentales” (particularmente el marxismo), trató de revolucionar el islam para hacerlo más capaz de competir, en una época de ideologías en conflicto. La revolución permanente fue su último objetivo, la expresión más externa de sus más íntimas creencias (3).
El islam no es considerado tan sólo como una doctrina religiosa o una práctica de adoración consistente en rezos, ayunos, peregrinaciones… El islam es un movimiento social, no puede ser separado de sus componentes sociales y de su dimensión histórica. Pero más que el islam, deberíamos decir el chiísmo. Para Shariati el chiísmo es “el verdadero islam”. En este punto el maniqueísmo es llevado al delirio. Asocia el sunnismo al Califato omeya y abbasida, al islam de la espada y la opresión, a los jeques que viven en suntuosos palacios, servidos por esclavos y coleccionando concubinas. El chiísmo en cambio significa justicia e imamato (gobierno religioso). Los sunníes son crueles, sucios y lascivos: pequeño-burgueses de la era pre-industrial. Los (verdaderos) chiítas son nobles, populares, virtuosos. Y las guerras pasadas entre sunníes y chiítas son en realidad guerras entre la opresión y la justicia (4). Aquí se ve la unión de nacionalismo, islam y socialismo, conjugados en una narración histórica risible, tendente a halagar a sus oyentes. El chiísmo duodecimano está indisociablemente vinculado con el destino de Irán como nación, marca su papel peculiar en la historia universal.
En un texto titulado “¡Escucha, hermano!” traza su visión de la historia universal como la lucha constante de los oprimidos por su liberación, frustrada una y otra vez por la reacción violenta de los opresores. Los grandes profetas son los liberadores de la tiranía: Zoroastro, Mani, Buda, Confucio, Lao Tse... Curiosamente, Shariati sólo menciona a profetas surgidos dentro de la rama “aria” (así es calificada por él mismo), como si estos se relacionasen más con “lo iranio” que no los profetas “semitas”, de la rama de Abraham (los mencionados en el Corán). Una y otra vez el mensaje liberador de los profetas ha sido aplastado, transformado en una nueva idolatría o superstición al servicio del poder. Shariati habla en primera persona y asume la voz de los esclavos de todas las edades. La humanidad se sume en la desesperación…
Pero entonces, hermano, me llegaron noticias que un hombre llamado Muhámmad (paz y bendiciones) había bajado de una montaña y había gritado a las puertas del un templo: “Yo he venido de Dios”. Temblé ante el temor de que esto no fuera más que una nueva forma de decepción, una nueva opresión, y cuando empezó a expresar sus ideas yo no le creí. “Yo he venido de Dios. Dios ha querido que todos los esclavos y la gente pobre sean ayudados para que hereden la tierra”… Creí en él y tuve fe en él, porque su palacio era unas cuantas habitaciones de barro que él mismo había ayudado a construir. Su lugar de descanso era una lámina de madera cubierta con hojas de palma de dátiles.
Sin embargo, una vez más el mensaje liberador corre el riesgo de ser manipulado, puesto al servicio de los poderosos:
Y luego hermano, vi cómo una vez más se construían grandes y gloriosos templos en su nombre, y cómo se blandían las espadas, en cuyas hojas desnudas se leían versos coránicos sobre el yihad. Otra vez las arcas del tesoro público estaban repletas con los frutos de los que habíamos sido despojados. Representantes de este hombre [Muhámmad] cayeron de nuevo sobre nuestras aldeas y se llevaron a nuestros hijos como esclavos para sus líderes y jefes tribales. Vendieron a nuestras madres en el mercado de esclavos, mataron a nuestros hombres en el nombre de una “Guerra Santa” y saquearon todas nuestras pertenencias en el nombre de “impuestos religiosos”. Perdí la esperanza… Una vez más a costa de grandes sufrimientos, los gloriosos mihrabs, los grandes palacios como el Palacio Verde de Damasco y los palacios de los Califas de las Mil y Una Noches de Bagdad, fueron construidos a expensas de nuestra sangre y de nuestras vidas y esta vez esto fue hecho en el Nombre de Dios.
Es en este momento cuando surgen las figuras salvíficas del Imam Ali y del Imam Huseyn, como conciencias despiertas del islam, capaces de mantener viva la llama revolucionaria, el mensaje originario de liberación y de recusación de cualquier forma de opresión. La idealización de ambas figuras está en el centro del mensaje de Shariati:
Encontré a un hombre (Ali) de yihad, a un hombre de justicia, una justicia cuyo primer sacrificio fue él mismo. Un hombre cuya esposa (Fátima) trabajaba y sufría. Ella, la hija del gran Mensajero, como mi propia hermana, supo de pobrezas y privaciones. Saboreó la pobreza y el hambre, justo como lo habíamos sufrido nosotros. Hermano, encontré a un hombre cuya hija (Zaynab) e hijo (Husein) heredaron una bandera roja que ha estado en nuestras manos a través de la historia, y en las manos de nuestros líderes… Los amigos del Mensajero han abandonado la choza y Ali está solo. Su esposa ha muerto. El va a las palmeras de Bani Nayar y le habla a Dios sobre los sufrimientos que tú y yo debemos sobrellevar. Le temo a los imponentes templos, a los aterradores castillos y a los tesoros que fueron colmados con nuestra sangre y sufrimientos. He buscado refugio en esta casa. He puesto mi frente contra la puerta de esta casa abandonada y he llorado por la tristeza de los siglos, hermano. Hermano, él y todos sus leales han sido de nuestra sufrida raza. Usaba la belleza de las palabras para hablar sobre nuestra salvación y nuestra pena. Por primera vez habló de belleza no para justificar la pobreza y el encuentro con los poderes, sino, al contrario, para nuestra salvación y toma de conciencia… Usó su sable no para defenderse a sí mismo, ni a su familia, ni a su raza ni a su país, sino para derrotar a los poderosos. Lo usó mejor que Espartaco y con mayor sinceridad de lo que nunca hayamos conocido. Pensaba mejor que Sócrates, pero no para probar nobles virtudes éticas, prohibidas a los esclavos, sino para demostrar los valores de la humanidad… Él no tiene ni un mihrab ni una mezquita. Él mismo se sacrificó en nuestros altares. Es una manifestación de justicia y de pensamiento; pero no en un rincón de la biblioteca de un colegio o academia, ni en las jerarquías académicas de los eruditos quienes se sientan en un rincón con un pensamiento profundo, sin considerar el destino del pueblo, las penalidades de las criaturas, el hambre de las masas. Al mismo tiempo que se dirige hacia los cielos, escucha el llanto de un niño huérfano que lo hace estremecer. Cuando está en oración olvida los dolores de su cuerpo y lo filoso de una daga…
Junto a la figura del Imam Ali, el Imam Huseyn es el catalizador de todas las energías y esperanzas de los oprimidos. Shariati desarrolló una y otra vez toda una filosofía del sacrificio. El shahid (comúnmente traducido como mártir) es aquel que se sacraliza al sacrificarse por sus ideales, capaz de absorber en su persona toda la sacralidad de las ideas y valores por los cuales da su vida:
Un shahid es alguien que niega su existencia entera por el ideal sagrado en el cual todos creemos. Es natural que toda la sacralidad de dicho ideal y de esa meta sea trasladada a su existencia. Es cierto que su existencia ha devenido de golpe no-existencia, pero él ha adquirido todo el valor de la idea por la cual se negó a si mismo. No sorprende saber que, a los ojos de las gentes, él mismo haya devenido sagrado. En esta vía, el hombre deviene hombre absoluto, pues ya no es más una persona, un individuo. Él es «pensamiento». Ha sido un individuo que se ha sacrificado por un «pensamiento», y ahora él mismo es «pensamiento». Por esta razón, nosotros no reconocemos a Huseyn como a una persona particular, que fue hijo de Ali. Huseyn es un nombre para islam, justicia, imamato y unidad divina.
En otro texto dramatiza el sentido del sacrificio del Imam Huseyn, poniendo en primer plano su dimensión política, de modo que apenas quedan dudas sobre su implicación en el presente. La exaltación del sacrificio del Imam Huseyn es una invitación a repetirlo, a rebelarse en contra de la tiranía sin temor a la muerte, pues gracias a esta muerte cualquier musulmán puede sacralizar su miserable vida:
El Imam Huseyn, como líder responsable, ve que si se acepta y calla el islam será transformado en la religión de las élites gobernantes. Será reducido a un poder económico y militar, y poca cosa más. Será idéntico a otros regímenes y poderes de este mundo… La responsabilidad de resistir y de combatir todos estos crímenes contra el pueblo y traiciones hacia su pensamiento, la responsabilidad de preservar esta gran y divina Revolución, todo ello cae sobre los hombros de un sólo hombre… Mirad a Huseyn. Se despoja de todo, deja su ciudad y busca la muerte en la sublevación… Escoge este camino como un medio de poner en evidencia los falsos velos que cubren el repulsivo rostro del poder gobernante… Ser Huseyn lo hace responsable de realizar el yihad contra toda forma de corrupción y crueldad… Es en este momento cuando la muerte de un ser humano garantiza la vida de una nación. Su shahadat es el medio por el cual la fe se mantiene firme. Da testimonio de que grandes crímenes, desilusiones, opresiones y tiranías nos gobiernan. Prueba que la verdad está siendo ocultada. Revela la existencia de valores que están siendo destruidos y prohibidos. Es una protesta roja contra la soberanía negra. Es un grito de angustia en medio del silencio que ha ahogado las voces de las gentes. La shahadat da testimonio de aquello que los poderosos desean que permanezca oculto. Es un símbolo de lo que debería ser, pero nos es negado. Es dar testimonio de lo que está sucediendo en un tiempo de persecución y de silencio y, finalmente, la shahadat es la única razón de la existencia, el único signo de un estar presente, el único medio de ataque y de defensa y el único modo de resistencia, de modo que la verdad, el derecho y la justicia permanezcan vivos en una época y bajo un régimen vanidoso, falso y opresivo.
Estos fragmentos nos muestran un tipo de discurso desarrollado por Shariati: más literario que teológico, más apasionado que dogmático. No hay referencias apenas a la teología islámica anterior, ni al fiqh tradicional, ni al rol de los ulema. El Ali que evoca Shariati no es el de los juristas. Sus dichos no son invocados para justificar la existencia de determinadas leyes que deben ser obedecidas sin chistar por los chiítas. Cuando afirma que Ali “no tiene ni un mihrab ni una mezquita, sino que se sacrificó en nuestros altares”, está devolviendo su figura al pueblo, conectando con la religiosidad popular ajena al pensamiento religioso elaborado en los centros de saber tradicionalistas. Ese nuestros designa a los desheredados de la tierra, los mismos que evocó Franz Fanon con un lenguaje secular. Al hacerlo en un estilo cargado de dramatismo (incluso algo naife), está conectando con los dramas y fiestas populares, las famosas Taziyeh, el teatro religioso-épico iraní sobre el martirio de los imames, en el cual se escenifica la arrogancia de los poderosos y la humildad de los verdaderos creyentes.
Ali, Huseyn, Abu Dharr… todos los grandes héroes del islam chiíta son precursores de todas las revoluciones. Abu Dharr es retratado como un héroe de la revolución francesa, un abanderado de la libertad, la igualdad y la fraternidad universal. Dentro de esta mitología, Fátima Zahra constituye el modelo de la perfecta revolucionaria, todo coraje (5). Fátima deja de ser la mujer doliente, la sufrida viuda típica de la narrativa popular, y pasa a ser una mujer plenamente de su papel en el desarrollo de la libertad. Shariati se queja de que los iraníes no la hayan convertido en su Juan de Arco nacional. Una mujer capaz de levantar a la nación en contra de las ocupaciones extranjeras. Pero también un modelo de feminidad virtuosa para todas las mujeres musulmanas, en oposición al modelo de la “mujer europea” promiscua e inmoral de la burguesía urbana. Oriente está siendo atacado por Occidente. La mujer es una pieza central en este ataque. La sociedad de consumo ha transformado a la mujer en un producto, ha sustituido el amor por el sexo. Se conmina a la mujer a liberarse de sus propias tradiciones, es decir: de aquello que en verdad constituye su dignidad como mujeres. No se quieren mujeres con sentimientos, sino duras y competitivas. La miopía patriarcal de los mullahs favorece esta deriva, en la medida en que no tiene respuestas para los retos del presente. Las cosas han cambiado, la figura de la mujer tradicional ha quedado superada, no puede satisfacer a las jóvenes de hoy. Hay que devolver a la mujer musulmana (chiíta) su dignidad y sus derechos. El islam revolucionó la situación de las mujeres, el Profeta fue un libertador. El modelo a seguir es el de Fátima. Fátima es la paciencia y la capacidad de sufrimiento, la constancia más allá de las dificultades. Es la hija perfecta de un padre perfecto, la esposa diligente de un marido ideal, la madre amorosa de los mejores hijos… Un círculo perfecto de perfección y dicha, que hacen de la familia chiíta un santuario de beatitudes. Pero también un espacio de sosiego interior que capacita a los creyentes para la lucha suprema por la igualdad y la justicia universal. Nada tiene que ofrecer el corrupto occidente a quien ya lo tiene todo.
Fátima aparece como un halo en los semblantes de todos los oprimidos que más tarde son las multitudes del Islam. Todos a los que se les ha usurpado, extorsionado, oprimido, hecho sufrir, todos aquellos cuyos derechos han sido destruidos y sacrificados por la opresión y han sido engañados, tienen el nombre de Fátima como eslogan… Fátima es la mujer que el Islam quiere que sea una mujer. El concepto de su semblante lo dibuja el Profeta mismo. La fundió y la hizo pura en el fuego de las dificultades, la pobreza, la resistencia, la comprensión profunda y el prodigio de la humanidad. Ella es un símbolo en las distintas dimensiones de ser una mujer. El símbolo de una hija cuando está frente a su padre. El símbolo de una esposa cuando está frente a su marido. El símbolo de una madre cuando está frente a sus hijos. El símbolo de una mujer responsable y luchadora cuando está frente a su tiempo y el destino de su sociedad. Ella misma es un Imam, una guía, esto es, un excepcional ejemplo de alguien a seguir, un tipo ideal de mujer y un testimonio para cualquier mujer que desea “ser ella misma” por propia elección (6).
Como vemos, nada de esto tiene que ver ni con la historia ni con la religiosidad tradicional, ni con la tradición jurídica del islam, ni con su mística, ni con su filosofía. El islam de Shariati es algo enteramente nuevo. Bebe de las hagiografías populares, puestas al servicio de una lectura marxista de la historia. ¿Mala literatura, cursilería populista? Sin duda, pero también un llamamiento, la expresión de una necesidad de encontrar nuevos modelos en una época de crisis, en la cual la “propia cultura” se siente amenazada por fuerzas poderosas. Es en esta situación que Shariati explora todas las posibilidades heredadas del islam, con el fin de forjar una nueva mitología revolucionaria.
Al presentar el islam según las categorías de la sociología occidental, esta reivindicando su papel de intelectual laico y su derecho a utilizar un lenguaje religioso, a dirigirse al pueblo, a conectar con las energías desbordadas en las celebraciones sangrientas del martirio del Imam Huseyn, a dar una dimensión ideológica a dichas manifestaciones. En una frase: esta construyendo una mitología de base religiosa al servicio de una revolución política. Al poner el elemento político por encima del resto (mística, filosofía, islam popular, ciencias religiosas y jurídicas) lo que hace es reducir el islam a un paradigma utilitario. Y esto no lo hubiera podido realizar sin la mediación orientalista: en París fue discípulo de Luis Massignon, sobre el cual ha dejado sobradas muestras de admiración. La perspectiva orientalista le permitió reducir la increíble riqueza de la tradición islámica a una narrativa esencialista. Por ello, no sería exagerado incluir a Shariati en la lista de los orientalistas que más han contribuido a divulgar una imagen esencialista e ahistórica del islam… aunque esta vez se trate de una visión idealizada.
Siendo uno de ellos, reivindicó un papel central para los intelectuales laicos. Siendo conocedor tanto de las ciencias occidentales como del pensamiento autóctono (nativo, religiosa y sociológicamente hablando), el intelectual laico musulmán se sitúa en el punto de contacto conflictivo y es capaz de realizar el discernimiento necesario que haga posible la renovación de la religión en la modernidad. El intelectual laico es un puente entre la realidad histórica, las aspiraciones de las gentes y el pensamiento islámico tradicional. Su rechazo del colonialismo y de la occidentalización no le condujeron al rechazo de todo lo extranjero. El renacimiento musulmán no puede prescindir de las aportaciones de la ciencia, vengan estas de donde vengan. La exigencia de la independencia no significa el aislamiento del mundo. Los musulmanes no deben cerrarse a ninguna forma de conocimiento, deben ser capaces de apropiárselas para sus propios fines. Para Shariati, la secularización y el abandono de la religión está en la base de la explotación del hombre por el hombre, de la dominación capitalista. La resistencia religiosa a la aculturación y al desarraigo es necesariamente anti-capitalista, pues los pueblos sin historia ni cultura son más fáciles de explotar. Es imposible pensar una resistencia a la explotación de espaldas a la religión, y aún menos en el “tercer mundo”.
Shariati evoca los mitos del chiísmo, pero no es un pensador reaccionario, en el sentido de refugiarse en las tradiciones y negarse al cambio. Se trata de un típico intelectual de izquierdas del Tercer Mundo durante los años de la descolonización. Busca en el islam la fuerza para una radical transformación social, que logre la liberación del ser humano de las relaciones de poder establecidas desde el capitalismo. Lo que Shariati cree que el islam puede aportar a las sociedades musulmanas es aquello que en Europa conoce como Ilustración. En un texto clarificador, titulado Where Shall we Begin?, defiende la necesidad de emplear un discurso religioso, con el objetivo de liberar a los musulmanes y conducirlos hacia los ideales de la Ilustración. Pero Shariati tiene una visión propia de la misma:
Un “alma ilustrada” es una persona auto-consciente de su condición humana en un marco histórico y social determinado, y cuya lucidez inevitable y necesariamente le carga con un sentido de responsabilidad… Similares a los profetas, las almas ilustradas no pertenecen necesariamente a la comunidad de los científicos ni al campo de las masas quietistas e ignorantes. Son individuos despiertos y responsables, cuyo más alto objetivo y responsabilidad consiste en despertar el gran don divino de la auto-conciencia (khod-agahi) entre las gentes. Sólo la auto-conciencia puede transformar a las masas estáticas y corruptas hacia una actitud dinámica y creativa, que fomente a los grandes genios y de lugar a grandes saltos, que a su vez sean el trampolín para el surgimiento de la civilización, la cultura y los grandes héroes… Aunque no sea un profeta, un alma ilustrada debe desempeñar el papel del profeta para su sociedad. Debe predicar el llamado a la conciencia, la libertad y la salvación a los oídos sordos y cerrados de la gente, encender el fuego de una nueva fe en sus corazones, y mostrarles la dirección social en medio de una sociedad estancada.
Si la misión de los profetas ya no es traer un libro revelado y un a legislación divina, sino llamar al pueblo a rebelarse contra la opresión, entonces el “hombre ilustrado” está llamado a ocupar su puesto. En consecuencia, Shariati toma conciencia de las necesidades de su tiempo y ocupa su papel de intelectual que debe guiar a las masas ignorantes. Escribe de forma didáctica y sugerente, como musulmán ilustrado que habla para musulmanes no ilustrados, que deben ser liberados tanto del peso aplastante de las tradiciones alienantes, como de las injusticias sociales que padecen. Para que deseen ser liberados, el musulmán ilustrado debe conmoverlos tanto como convencerlos. Y para ello es necesario apelar a los sentimientos religiosos, profundamente inscritos en las masas.
Pero esta ilustración no procede de sus mayores o menores estudios universitarios, ni de sus lecturas. Un alma ilustrada lo es antes de ir a la universidad. No hay un prototipo de “hombre ilustrado”, e incluso puede ser analfabeto, como puede ser un ulema o un campesino o un obrero. Se trata de aquel que ha adquirido un grado de conciencia superior al resto sobre la situación del ser humano en la tierra, que abarca un conocimiento de los fines últimos de la existencia, pero también de las circunstancias sociales y del medio en el cual la búsqueda interior se desarrolla. Un alma ilustrada une lo individual y lo social, y es esta unión lo que lo hace capaz de desarrollar su lucha, de emprender el yihad necesario para transformar la sociedad.
No existe un modelo unívoco de Ilustración, y esta debe ser contextualizada. Las mismas ideas que son necesarias en un contexto pueden ser nocivas en otro. Se equivocan aquellos que pretenden que la Ilustración europea ofrece un modelo universal que debe ser implantado en todo el mundo. En este caso, la Ilustración no será más que la dimensión ideológica de la colonización y de la occidentalización forzada de los países musulmanes, siempre de lado de los colonizadores y los intereses occidentales. Lo mismo sucede con ideas tales como la democracia o la justicia de genero. Ilustración no es occidentalización. Una de las grandes diferencias se da entre el papel otorgado a la religión. La Ilustración europea es anti-clerical, una reacción justificada por los abusos de la Iglesia. De ahí que los intelectuales europeos sean escépticos ante cualquier posibilidad de unir progreso social y religión. Shariati se refiere a su amigo Franz Fanon:
Franz Fanon, al cual conozco personalmente y cuyos libros traduje al persa, era pesimista sobre la contribución positiva de la religión al movimiento social. Tenía, de hecho, una actitud anti-religiosa hasta que yo le convencí de que en algunas sociedades en las cuales juega un papel importante en la cultura, la religión podría, mediante sus recursos y efectos psicológicos, ayudar a la persona ilustrada a liderar su sociedad hacia el mismo destino tomado por Fanon a través de medios no religiosos… A esto añado que los sentimientos anti-religiosos de Fanon parten de la experiencia religiosa europea durante la Edad Media, y la liberación de las sociedades europeas durante los siglos XV y XVI. Pero no podemos hacer extensiva esta experiencia al mundo islámico.
¿Por qué? Por la sencilla razón de que, según Shariati, el mundo islámico se encuentra en estos momentos precisamente en su Edad Media religiosa, en un periodo pre-renacentista. Shariati tiene una magnífica opinión sobre el Renacimiento, lo considera el momento clave en el cual aparece el humanismo y se gesta la futura Ilustración. Shariati es un humanista, que apela constantemente al despertar individual y a la dignidad humana.
Es contra la religión como instrumento del poder contra la cual se alzó el Renacimiento y el humanismo occidental, alcanzando grandes logros para la humanidad en su conjunto. Renacimiento-Ilustración son el binomio de todo lo bueno generado por Europa, aquello que los musulmanes deberían adoptar. Pero esta Ilustración fue posteriormente aplastada por la nueva religión de los poderosos: el capitalismo. Este ha dado paso al colonialismo, justo aquello que los europeos tratan de imponer al mundo islámico.
Queriendo escapar a la opresión de los poderosos y dueños de esclavos, el hombre se vuelve hacia las grandes religiones y escucha a los profetas: pero no sufre los combates y los martirios más que para convertirse en víctima de magos, califas, brahmanes, y aún peor, del negro y mortal caos de la Iglesia medieval... Generaciones han luchado y se han sacrificado para provocar un Renacimiento, para movilizar a la humanidad hacia la conquista de la ciencia y de la libertad, para liberarla de todo lo que ha tenido que sufrir en nombre de la religión... Ganada al liberalismo, la humanidad ha escogido la democracia en lugar de la teocracia, como vía de liberación. Se ha visto atrapada por un capitalismo puro y duro, en el que la democracia ha resultado ser tan decepcionante como la teocracia. El liberalismo parece ser pues un régimen en el que la libertad no existe más que para los arrogantes, que rivalizan en golpes y saqueos.
Volvemos una y otra vez a la dialéctica (coránica) entre religión establecida y mensaje profético. Abrahám, Zoroastro, Mani, Buda, Confucio, Moisés, Lao Tse, Jesús, Muhámmad… Todos ellos trajeron un mensaje liberador, en nombre de un Dios igualitario y justo, pero sus mensajes fueron aplastados por los poderosos, quienes trataron de apropiárselos. La misma dialéctica ha sucedido en occidente, pero esta vez con un lenguaje secular. El anti-clericalismo no ha logrado evitar que las ideas del Renacimiento y de la Ilustración degenerasen en nuevas formas de opresión. La lucha de la humanidad se repite, como un arquetipo ineludible. El individuo ilustrado se hace consciente de ello, y utiliza las armas de su tiempo para revivir la causa universal de la justicia.
No se trata pues de rechazo de occidente, ni de su cultura y su filosofía, como si fuera algo monolítico. No todo en occidente está perdido. Shariati ve una convergencia entre los movimientos de liberación surgidos en occidente y la causa del islam: “El verdadero islam es socialista, y el verdadero socialismo es islam”. Se comprende pues que Shariati haya sido calificado como islamo-marxista, y la ideología que construyó como un marxismo islamizado. Aunque algunos pretenden negar que Shariati fuese marxista, en base a sus críticas a determinados aspectos del marxismo, lo cierto es que él consideró el islam enteramente desde una óptica marxista. El islam es adaptado a la perspectiva marxista y sirve de mero vehículo para los objetivos de todo marxista revolucionario: la lucha por una sociedad sin clases. Shariati es anti-capitalista, acusa a la burguesía de todos los males y defectos, analiza la sociedad en términos de estructura y superestructura, y habla de la “sagrada alianza” de romper “la alianza entre el bazar y la mezquita”. La revolución islámica que propone es la del proletariado. No se trata de un marxista “ortodoxo”, pero no cabe duda alguna de que se trata de un marxista convencido (7).
Como era de esperar, fue acusado de comunista por parte del stablishment religioso, celosos guardianes de un campo que consideraban propio. Y no hay que olvidar que en ese momento el comunismo era presentado como una ideología atea y el peor enemigo del islam por parte de los clérigos. Para evitar cualquier confusión, escribió algunos textos en los cuales marcaba su terreno y se distanciaba del marxismo (8)… O más bien: de lo que él consideraba como “marxismo científico”. Aunque estas puntualizaciones son realizadas siempre desde una perspectiva sociológica e histórica y nunca teológica. Es decir: se desmarca de las corrientes occidentales (marxismo, existencialismo) utilizando una metodología occidental.
Para lograr una sociedad sin clases en el mundo islámico, hay que pasar por el islam. ¿Tiene sentido tratar de implementar unos conceptos desarrollados en una sociedad industrial a una sociedad agraria? ¿Tiene sentido tratar de conducir a unas masas profundamente religiosas a través de una ideología atea? En cualquier caso, se trata de un anacronismo, un grave error que ha conducido a la fractura entre los intelectuales de izquierdas del Tercer Mundo y sus pueblos, una fractura que el propio Shariati se niega a asumir y trata por todos los medios de evitar:
Combatir el islam del mismo modo que los ilustrados de la Europa de los siglos XVI y XVII combatieron el cristianismo sería un grave error… Una persona ilustrada en el mundo islámico no puede cometer el error de ignorar los sentimientos religiosos existentes hoy en día entre las masas musulmanas, como parte de su auténtica religión, histórica y culturalmente hablando… Una persona ilustrada debe estar atenta a todos aquellos elementos reaccionarios que han ido siempre en contra de las masas, y que siempre han jugado un papel importante en su explotación y su destino – el uso indebido de la religión como un arma para desviar la atención de las gentes de los temas económicos, haciéndoles pensar tan solo en el pasado.
Lo que es válido en un tiempo y lugar determinados, no es necesariamente extrapolable a otro diferente. Este ha sido el gran error de los intelectuales modernistas del pasado. Al confundir ilustración con occidentalización, se han convertido en agentes del colonialismo. Por eso es tan necesario separar lo uno de lo otro, y ser capaces de pensar una vía propia hacia la Ilustración. Y este pasa ineludiblemente por el islam chiíta. Forzando la analogía con respecto a la historia cultural occidental, Shariati habla de la necesidad de un “protestantismo islámico” (9). Emancipar y guiar a la gente significa librarles de las supersticiones, de la crueldad y la ignorancia dominantes en las sociedades musulmanas. Este “protestantismo islámico” tendría los siguientes objetivos:
1. Extraer y refinar las enormes potencialidades de nuestra sociedad y convertir los elementos degenerados y paralizantes en energía y movimiento.
2. Transformar los conflictos sociales y de clase existentes en conciencia y despertar de la responsabilidad social, utilizando habilidades y capacidades artísticas, oratorias y literarias, así como otros medios disponibles.
3. Superar la siempre considerable brecha entre la “isla del individuo ilustrado” y la “costa de las masas”, mediante el establecimiento de vínculos de consanguinidad y comprensión, y poniendo la religión, que puede ser revivida y generar movimiento, al servicio del pueblo.
4. Arrebatar el arma de la religión a aquellos que inmerecidamente se apoderaron de ella para sus fines personales, adquiriendo así la energía necesaria para motivar a la gente.
5. Potenciar un renacimiento religioso a través del cual, mediante la vuelta de la religión a la vida y al dinamismo, al poder y a la justicia, pueda por un lado neutralizar a los agentes reaccionarios de nuestra sociedad y, por otro lado, salvar al pueblo de aquellos elementos que son utilizados para narcotizarlo. Al lanzar un renacimiento de este tipo, estos elementos hasta ahora narcotizantes serán utilizados para revitalizar, dar conciencia y luchar contra la superstición. Por otra parte, devolver la confianza a la auténtica cultura de la sociedad permitirá la recuperación y el renacimiento de la independencia cultural frente al acoso cultural de Occidente.
6. Por último, eliminar el espíritu de imitación y de obediencia, que es el sello distintivo de la religión popular, y reemplazarlo por un revolucionario y crítico espíritu agresivo de razonamiento independiente (iÿtihad). Todo esto puede ser logrado a través de un movimiento religioso reformista, que extraerá y refinará la enorme acumulación de energía en la sociedad, iluminará la época y despertará a la generación actual.
Es por estas razones que yo, como profesor consciente, que ha pasado del abismo de los dolores y la experiencia de su pueblo y de su historia, tengo la esperanza de que el individuo ilustrado alcanzará una progresiva auto-conciencia. Porque mientras que nuestras masas necesidad de auto-conciencia, nuestros intelectuales progresistas están necesitados de “fe”.
Leyendo estos pasajes (y a pesar de esta última alusión a su necesidad de fe, palabra que pone entre comillas), uno podría preguntarse si en realidad Shariati era exactamente musulmán o no, por lo menos en el sentido tradicional del término. No se trata tampoco de “autenticidad cultural” o de una cuestión de identidad colectiva, sino de una toma de conciencia de la realidad social en la que trabaja y de búsqueda de una mayor eficacia. Los argumentos mediante los cuales Shariati defiende el apelar a la religión son meramente utilitarios y el objetivo inequívocamente político. No habla de sumergirse en el Corán como palabra revelada, ni de la obligación de seguir la guía de Dios. No habla de la fe en la Última vida, ni de la necesidad y beneficios de la práctica de adoración. Lo que le interesa del islam es su dimensión social. Esta dimensión es evidente, pero al separarla de la cosmovisión espiritual y de la práctica de adoración donde se inserta queda mutilada. Nos hayamos ante un claro ejemplo de reducción del islam a una ideología de combate, típica de algunos movimientos islamistas del pasado siglo.
Como es evidente por todo lo anterior, para Shariati no se trata tan solo de evocar el islam, sino de transformarlo en base a las necesidades del presente. En este punto no cabe duda de que Shariati puede ser calificado como “reformista musulmán”. Su lucha no es tan sólo externa (contra la occidentalización y el colonialismo), sino también interna (contra las visiones reaccionarias del islam). No toda forma de religiosidad se adapta a un discurso socialmente activo. Shariati es consciente de que la religión sin una conciencia histórica y social puede ser tan alienante e instrumento de los poderosos como el ateísmo, y también es consciente de que éste puede ser liberador en determinadas circunstancias. De ahí se deriva una crucial diferenciación entre dos tipos diametralmente opuestos de entender la religión. Una de sus conferencias más memorables —impartida en Teherán el año 1970— lleva el título de Religión versus religión. Por un lado existe la “religión de la revolución” y por otro la “religión de la legitimación”. La primera es eminentemente igualitaria, trabaja en la dirección de abolir las diferencias económicas y de clase, en base a la idea del tauhid: la unicidad de todo lo existente. La segunda es aquella que fue calificada por Marx como “el opio del pueblo”, pues se ha convertido en una idolatría al servicio de los poderosos, se limita a sustentar el status quo y a predicar una piedad quietista y descomprometida, plagada de supersticiones y de tradiciones muertas, ejerciendo una coacción sobre las masas y favoreciendo la perpetuación de las desigualdades.
Esta distinción entre dos formas opuestas de religiosidad aparece en el centro del discurso de Shariarti, como una necesidad interna y perfectamente lógica. De ahí que le haya dedicado algunas de sus páginas más memorables y se haya afanado por conceptualizarla, hacerla plenamente transparente. Esta conceptualización se efectúa a varios niveles. En la relación con occidente, se busca la conexión con el Renacimiento y la Ilustración, acuñando el término “protestantismo islámico”, que ya hemos mencionado. A nivel ideológico, Shariati opone el chiísmo rojo al chiísmo negro, lo cual evoca la oposición comunismo-fascismo. En la intra-história del chiísmo, se establece como dicotomía entre el chiísmo alida y el chiísmo safávida. El chiísmo pre-institucional de Ali frente al chiísmo institucionalizado de la monarquía. Shariati cae en un maniqueísmo extremo, expresado en términos de auténtico/desviado, popular/elitista, dinámico/quietista, reaccionario/revolucionario…
Para cuadrar su “islam ideal y revolucionario” con la historia del chiísmo, no duda en criticar prácticas o doctrinas ampliamente reconocidas que no cuadran con sus expectativas, o se esfuerza en darles un sentido totalmente diferente al tradicional (sin que con esto pretendamos decir que dicho sentido haya sido unívoco). Así, será un crítico de la taqiya o disimulo y de la concepción tradicionalista de la ocultación del Imam. También rechaza la doctrina de la predestinación: el hombre de Shariati es un ser libre, dotado por naturaleza de la voluntad y la razón necesaria para forjar su destino. Shariati rechaza estas doctrinas como desviaciones y renuncias al carácter subversivo inherente a la ideología islámica. El verdadero revolucionario (el musulmán auténtico) no se oculta: prefiere el martirio a aceptar las injusticias.
Todo esto lo sitúa en tensión con los clérigos conservadores. Nos equivocaríamos si pensásemos que esta tensión implica una ruptura. Uno de los grandes secretos de la Revolución islámica fue la conexión y colaboración entre intelectuales laicos y clérigos. En el caso de Shariati, esta colaboración se muestra en su adhesión a la asociación islámica Husseynia Ershad, por iniciativa del Ayatollah Morteza Motahhari. Pero esta colaboración no estuvo exenta de tensiones. Mantuvo diferencias con Jomeini y con la idea de un gobierno islámico presidido o tutelado por los clérigos. Sus debates en la escuela de Teherán con Morteza Motahhari pusieron en evidencia la distancia que separa el islam de izquierdas (característico de los movimientos populares), ante el islam jerarquizado de los alfaquíes. Se ha dicho que estas divergencias son más de personalidad que de fondo, y no se puede calificar a Shariati como anti-clerical, como se ha pretendido en ocasiones, pues en todo momento defendió el papel de los clérigos en la Revolución. Sin embargo, es indudable que Shariati fue consciente del peligro que supondría la emergencia de un poder clerical que
so pretexto de defender la religión, se arrogue el derecho de impedir toda reflexión o corriente de ideas que no cuente con su aval [...] y condene como innovación o herejía lo que es una exigencia de la vida y una ley permanente de la creación.
La supremacía de lo religioso-institucionalizado en el campo político era para Shariati una alteración de la naturaleza revolucionaria del chiísmo. Lo religioso debe estar al servicio de la política, y no al revés. Pero, ¿acaso no es esto lo que sucede en la República Islámica de Irán? La mezcla entre política y religión propuesta por Shariati hacen que una y otra posibilidad sean indistinguibles. Si lo religioso ha sido reducido a una ideología política de salvación, puede decirse que ya todo lo político entra en el terreno de lo religioso. La utilización de la religión para lograr objetivos políticos es una arma de doble filo. Shariati no pensó que los clérigos se hiciesen con el control del país. Y tampoco parece querer afrontar el hecho de que los mullahs poseían su propia agenda política, basada en la aplicación de una concepción medieval de la jurisprudencia. Resulta sintomática la ausencia de referencias a la metodología y epistemología del fiqh en la obra de Shariati, así como a los contenidos de la Sharia entendida como ley positiva. Pues si leemos los textos de algunos de los clérigos a los que Shariati dio su apoyo, vemos que estaban proponiendo precisamente esto. En su libro sobre los principios de la jurisprudencia en el islam, Morteza Motahari afirma que la mayoría de las leyes establecidas por la sharia no están sujetas a interpretación, y habla de “los crímenes del adulterio y la homosexualidad” (10), los cuales en el fiqh tradicional chiíta están castigados con la pena de muerte. Y Jomeini dejó claro que la única fuente legítima de las leyes eran los preceptos religiosos, y que estos debían estar bajo el control de los clérigos. Y por mucho que se envuelva en un discurso revolucionario, es evidente que las mismas bases de este pensamiento son reaccionarias. Sorprende la candidez de Shariati en este punto: al apelar a la religión como principal motor del cambio, ¿acaso no estaba ya entregando el control a aquellos que, en la visión de las masas, eran los representantes de la religión?
Murió en 1977, sin poder ver como tanto su sueño (la revolución, el estallido libertario del chiísmo alida) como sus temores (la dictadura de los clérigos, el dominio del chiísmo negro) se hacían realidad.
Notas
(1) En una web dedicada a su memoria pueden encontrarse numerosas de sus obras, mayormente en persa y en inglés, pero también en castellano: http://www.shariati.com/
(2) Una biografía reciente: An Islamic Utopian: A Political Biography of Ali Shariati, de Ali Rahman (I. B. Tauris2000)
(3) Hamid Dabashi, Theology of Discontent, p.115.
(4) Fatima es Fatima, Biblioteca Islámica Ahlul Bait, pág.33.
(5) Fátima es Fátima, Biblioteca Islámica Ahlul Bait.
(6) Fátima es Fátima, p.227-228.
(7) Recomiendo las páginas que Dabashi dedica a analizar la relación de Shariati con el marxismo: Theology of Discontent, pp.135-144.
(8) Marxism and Other Western Fallacies : An Islamic Critique
(9) Teniendo en cuenta este antecedente, resulta irónico que hoy en día se califique como “luteros del islam” a pensadores reformistas o liberales como Tariq Ramadán o Abdelkarim Soroush, de los que se espera desarrollen un islam en las antípodas de la Revolución.
(10) Jurisprudence and its Principles, Tahrike Tarsile Qur'an

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