sábado, 26 de noviembre de 2011

2012 suicidio colectivo; egocidio

Egocidio
PATXI IZAGIRRE/PSICÓLOGO
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Quiero comenzar mi escrito describiendo lo que entiendo por «ego». Podríamos definirlo como la máscara que necesitamos construir para una individualidad. Es decir, el podernos identificar con unas cualidades que nos diferencien de los otros y a su vez, nos hagan sentirnos alguien. En la construcción de nuestra conciencia psicológica, el ego nos ayuda a filtrar la realidad y también a podernos identificar con unos rasgos de personalidad, referencias de pertenencia sociales y familiares. El ego no se podría definir sin tener en cuenta el entorno en el que se construye. Cuando el rechazo en la adolescencia y la falta de autoestima, llevan a la persona a refugiarse en el aislamiento narcótico, se necesita reconstruir una idea de sí mismo que supere la falta de reconocimiento externo. Construimos una imagen social (ego) que dé sentido y seguridad vital. La construcción de dicha máscara es necesaria para la vida en el mundo cotidiano. Ahora bien, el desarrollo psicológico no acaba aquí y quiero apuntar alguna pincelada al respecto.

Hablar de egocidio nos sitúa ante la trascendencia del ego, y esto quiere decir, «abandonarse al descontrol consciente». Advierto del riesgo de entrar en este tipo de dinámicas cuando aún el equilibrio de la propia identidad está realizándose. La presión grupal escapatoria de la adolescencia es un ejemplo, o la búsqueda de atajos pseudoespirituales puede ser otro truco habitualmente utilizado ante la angustia vital. Es decir, para que se dé el egocidio, previamente debemos tener un ego construido y bien compensado. Entonces podremos hablar de trascender el ego. Con esto quiero decir, que cuando nos sintamos agraviados, poner la otra mejilla quizás sea sinónimo de que no manejamos bien la propia rabia. Cuando lo sepamos hacer, y sólo entonces, quizás podamos no entrar al ataque y entender que es el otro quien está en el error. Trasformar la humillación en humildad y el orgullo en amor propio, son características del egocidio. De esta manera seremos capaces de comunicarnos en un eje horizontal, es decir, desde la igualdad como seres humanos, y no en un eje vertical, es decir, desde el complejo o la soberbia.

Los pensamientos apuntados anteriormente nos recuerdan a ideas trasmitidas desde el cristianismo u otras religiones como el budismo o el islamismo. La cuestión crucial es el discurso que trasmite el orador. Mientras las iglesias se vacían de fieles, las consultas se llenan de personas que desean autorrealizarse. La autocrítica siempre ha sido saludable. Cuando un determinado medicamento no funciona, no es cuestión de aumentar la dosis una y otra vez.

Sabemos que el niño desarrolla el pensamiento mágico y desde la fantasía desarrolla una creencia en elementos existenciales como los reyes magos, los héroes o las princesas de los cuentos. El problema es que desde las religiones con los peques, se trasmite un discurso desmembrado de la inteligencia emocional, y basado por tanto, en la creencia porque sí.

Existe un cada vez mayor número de personas que se inclinan hacia desarrollar sus creencias existenciales, pero no lo encuentran en el discurso religioso. Por ello, todo el movimiento de autoayuda, esoterismo, gnosticismo han tomado el testigo de la liturgia. Ojo, que a veces el narcisismo se esconde también tras la sonrisa profidén del éxito egoico en revistas que venden falsa humildad.

Sufrimos la falta de unos peldaños formativos que nos ayuden a encontrar un sentido a la vida más allá de nuestro ego. A menudo, surge la necesidad de hacerlo tras vivir una tragedia o una fase de angustia vital, entonces la persona se ve abocada a discursos hechos con frases solemnes, que en el mejor de los casos, les lleva a convertirse en devotos desarraigados o imitadores de oriente. La falta de dichos peldaños, no pasa exclusivamente por dar religión o no en las aulas.

La trascendencia del ego, necesita de aprender a pensar desde uno mismo y enfrentarse a la angustia existencial de quienes somos y donde queremos encontrar nuestro camino en el mundo. La maduración de la creencia inocente e ingenua del niño, necesita de los argumentos adultos para apuntalar la credibilidad de seguir viendo el mundo desde esos ojos. Por cierto, siempre está con nosotros dicha mirada, aunque esté enterrada tras muchas capas de cebolla. Esto necesita tiempo y formación, como para sacar el EGA o el Advance, se trata de un idioma diferente y necesario para la vida

Los mimbres para compaginar la formación del ego (identidad) y la trascendencia de éste, hay que enseñar a manejarlos y no memorizarlos doctrinalmente, opino que ya no es suficiente hacerlo desde una vida llena de sentido en el más allá. Dios se hizo hombre y si lo hizo sería para algo, ¿no?

El estímulo a pensar, imaginar y asociar libremente, es un método magnífico para lograr el egocidio, como podemos comprobar en Budismo y psicoanálisis de E. Fromn y Suzuky.

En ocasiones, la depresión, la crisis de ansiedad, la distimia, la alexitimia, el duelo reactivo, los TOC (trastornos obsesivo compulsivos) derivan tras el reajuste de la máscara egoica, en un salto al descontrol madurativo del niño ingenuo que tuvo que refugiarse por el miedo. El soltarse del «caballero de la armadura oxidada» del libro de Fisher reeditado tantas veces como los cuentos de Bucay, nos confirman la necesidad de un tipo de reflexiones cercanas a la trascendencia de nuestro ego. Al principio del artículo menciono la palabra egocidio y lo entiendo como la decisión consciente de abandonarnos desde lo que dicta nuestra lógica para dar un paso más allá. ¿Cuál es dicho paso? Vuelvo a repetir el titulo de un viejo escrito en el que decía que ser bueno no es ser tonto. La bondad como hilo conductor de nuestra conducta es una buena escalera para la trascendencia del ego. Aunque sea al menos como intención, porque todos somos seres humanos y por tanto, con derecho a cometer errores y ser perdonados.

Imaginar por un momento que en la negociación de un conflicto cotidiano, somos capaces de tener en cuenta la petición del otro y «rebajarnos» por tanto, ante las pretensiones de nuestro ego. Estamos seguros que si ambas partes hiciesen lo mismo, el encuentro sería más posible. El orgullo y la venganza son los centinelas de muchos «ismos», dirigidos a mantener la hegemonía de nuestros egos. Si fuésemos capaces de entender que somos inquilinos de la vida y que no nos pertenece, cuidaríamos más nuestra vida y la de los demás. Sólo creemos poseer nuestro ego, pero querido amigo, esto es sólo una ilusión la de creer controlar el mundo de mentira.

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