martes, 1 de noviembre de 2011

Los musulmanes no creen en el pecado original

Los musulmanes no creen en el pecado original
Capítulo 9 del libro 'Islam para ateos' (ed. Palmart)
Pensamiento - 31/10/2011 8:45 - Autor: Ali González y Vicente Haya - Fuente: Webislam
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Etiquetas: islam, ateos, pecado original, fitra, inocencia, adan, eva

¿Tienen culpa los recién nacidos?
El Corán dice en 20:114: “En verdad, hicimos previamente un pacto con Adán y él lo olvidó, pero no lo encontramos contumaz (firme en su desobediencia)”, y en 20:119: “luego, su Señor lo hizo su elegido, volvió sobre él y lo dirigió por el camino recto”. Estos sencillos versículos marcan la diferencia entre un dîn como el Islam que tiene en Adán su primer profeta y una religión como la católica que le achaca nuestra naturaleza caída, nuestra tendencia al pecado, nuestra maldad natural.
Confrontada a la idea católica de la “naturaleza caída” del ser humano, el Islam habla de la fitra, el fondo primordial de la naturaleza humana y lo que rige inocentemente desde su interior todo lo viviente. Todo lo que existe y vive es naturalmente bueno, y su mera existencia es alabanza al Señor de los mundos. Por eso, el musulmán no pretende ser otra cosa que hombre, por eso no necesita imitar a los ángeles, porque sólo con ser hombre es perfecto. El Islam es la recuperación de un presentimiento primordial y universal: todos los seres son perfectos tal como son.
Jamás admitiría un musulmán que el ser humano es malo por naturaleza. Ni siquiera el que ejerce el Poder es malo por naturaleza. Esta pretensión de poder le viene impuesta por su ignorancia respecto a lo que no ha experimentado y por el padecimiento del poder de otros de que ha sido (o es) objeto. Para no caer en la trampa del Poder conviene seguir un dîn como el Islam que te sugiere estar atento a tu fitra.
Según un célebre hadiz, Muhammad trasmitió que Allâh había dicho: “No me abarcan los Cielos ni la Tierra, pero sí me abarca el corazón del que se abandona a mí”. Es decir, que el corazón del ser humano tiene una capacidad infinita. A esa capacidad se la llama en árabe fitra, naturaleza original. El ser humano es el recipiente en el que habita ese contenido inmenso; el desarrollo material de esa aspiración latente por lo Absoluto. Ésta es la maravilla que nos libera de creer en nuestra maldad natural, el saber que el ser humano es una construcción sobre esa fitra en la que cabe Allâh.
Allâh no es un saber hermético del ser humano, sino aquello a lo que se inclina la fitra de todo lo que existe: lo inmensurable, lo desmedido, lo inagotable, ya sea en la desproporción del universo o en la imperceptibilidad del menor de los microorganismos. Allâh nada tiene que ver con las dimensiones creadas: es lo abismal que hay en cada instante de vida. A esa verdad inexpresable es a lo que tiende la fitra humana. El Islam es el camino hacia ella.
El Islam es apertura sincera hacia la Verdad y es sencillez absoluta. Por ello, fitra e Islam se corresponden. Muhammad dijo: “Todo recién nacido está en la fitra. Son sus padres los que lo hacen judío, cristiano o mazdeo”, y sus compañeros apostillaron: “...o musulmán”, y él dijo: “No. El Islam es la fitra”. Los musulmanes pretendemos llegar al punto en el que estábamos cuando nada sabíamos ni teníamos proyecto alguno de vida, porque la vida no necesita de ningún plan consciente para desarrollarse. Tu vida nunca necesitó controlar los procesos que te hicieron desde niño: el sol que te calentaba, las cualidades de la comida que te alimentaba, los movimientos de tu cuerpo que te hacían respirar dormido o cerrar los ojos por un resplandor, etc., todo funcionaba sin que necesitase de tu visto bueno. ¿Por qué ahora desconfías de lo que gobernaba esos procesos y tratas de controlarlos?
El Islam es la vuelta a la simplicidad, y toda elaboración teológica corrompe la fitra. Por eso, el principio básico del Islam es el tauhîd en el que no hay nada añadido a Allâh. La recuperación de la fitra no es un revestimiento de lo que nos es ajeno, sino un desnudamiento de lo que es artificial en nosotros. La espiritualidad no es elevación sino retorno; no es logro sino contentamiento. Es como si con la vida olvidásemos qué somos y qué necesitamos, pero ese conocimiento lo tuviéramos latente (constituyendo lo esencial en nosotros, nuestra fitra): los profetas son los instrumentos con los que Allâh desencadena el Recuerdo (dzikr) mediante el que se contrapesa el olvido natural de Allâh que es llegar a ser hombre.
Como ya dijimos, el universo entero es un signo, y cada una de sus partes es un infinito cúmulo de signos. Allâh no deja de sugerirse a Sí Mismo, y el ser humano presiente eso en lo más hondo de sí, en su fitra, en su naturaleza más íntima. La fitra es la inocencia del ser humano, su bondad, su confianza y su receptividad más primaria. Es ahí, en esos recovecos de su ser, donde el ser humano siente a Allâh. Con el paso del tiempo, la mayoría de los hombres van perdiendo esa esponjosidad, pero la sustituyen por otra intuición igual de efectiva, la del îmân, la sensibilidad espiritual. La fitra es inconsciente, pero el îmân, por el contrario, es consciente y se convierte en sabiduría trasformadora.
Allâh se revela a la fitra en la sencillez, espontaneidad y fuerza de las cosas que nos rodean. La primordialidad y la contundencia de lo que existe son el signo de Allâh. El ser humano presiente el sentido en lo más profundo de la existencia, sin necesidad de explicaciones. Por su parte, para el îmân están los Mensajeros de Allâh, los Profetas, las Revelaciones, que hablan al que desconfía de sí mismo y le permiten recuperar la frescura de la fitra. Se llama mu’min al que responde a la llamada del Profeta porque las palabras de ese mensajero resuenan en lo más hondo de su ser, las reconoce en lo que había olvidado, y se produce en el corazón un reencuentro poderoso que ilumina al mu’min, al que estaba predispuesto para Allâh y sólo necesitaba un estímulo. Mu’min es el que se abandona a Allâh, el sensible ante el desbordamiento de Aquello que lo hace ser, y ahí se universaliza él mismo, se agiganta en ese vórtice de rahma que configura todo lo que existe.
Es importante resaltar, en conclusión, que la fitra es inocencia, no bobaliconería. La fitra no es una naturaleza ecológicamente intachable, aséptica y neutra. Es la base de naturaleza que podemos observar en todos los seres. También es posesiva, violenta, “cruel” según nuestra sensiblería que no comprende que la muerte es parte de la vida y ninguna criatura merece menos la vida que las demás.
Como ya hemos dicho, el musulmán no pretende ser inmaculado, sino ser él mismo, ser auténtico. En la fitra es donde el ser humano es él. Cuando la nafs -dirigida por un corazón sin criterio de realidad (furqân)- no crece en fitra sino que se superpone a ella tratando de crear una existencia separada, entonces el ser humano va hacia su ruina. Cuando el ser humano pretende tener unas necesidades distintas a las que tiene, cuando trata de ser casto o alimentarse del aire, su naturaleza le pasa factura destruyéndolo.
Hablando con propiedad, la fitra específica de lo humano no debe ser recuperada sino construida. Si el ser humano trata de “volver a la fitra” como el que desanda lo andado e intenta ser un “buen salvaje”, no logra más que su involución. El ser humano tiene una fitra que lo rige, adquiriendo en él –como en el resto de los seres- su carácter específico, y en esa fitra tiene cabida el proceso racional, cosa que no pertenece a la fitra del resto de los seres vivos.
Exonerados los musulmanes del pecado original, liberados de la culpa de haber motivado la muerte de Jesús en la cruz para nuestra Redención, el reto de construir nuestra fitra nos aleja tanto del ideal de perfeccionamiento del santo católico como del de la miserabilidad del pecador católico, que, al fin y al cabo, son la misma persona, pues deciden ser santos cada vez que quieren eliminar el placer morboso que les da sentirse pecadores, y pecan una y otra vez encadenados a la ley cósmica de la compensación por haber puesto por meta algo tan fuera de la naturaleza humana como la santidad.

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