lunes, 28 de noviembre de 2011

Reconfiguración estratégica

Reconfiguración estratégica
El mundo, en alas de la crisis, está pasando por una etapa de rediseño geopolítico, de la que lo menos se puede decir es que reviste contornos implacables y que no quedaremos ajenos a ella.
Por Enrique Lacolla


En marzo del año pasado, en el artículo titulado De Afganistán a Malvinas, poníamos de relieve el carácter implacable y dinámico del accionar del imperialismo en el paisaje internacional. Era evidente que, a pesar de una crisis económica creciente, el sistema proseguía su marcha hacia la hegemonía y que si en su interior acentuaba las políticas de ajuste, en el terreno global pronunciaba una actividad expansiva de carácter cada vez más militar. Decíamos entonces que el sistema imperial era como un ciclista, que sólo con el movimiento continuo puede no perder el equilibrio.

Poco más de un año y medio de emitido ese pronóstico, hemos de constatar que, lamentablemente, el mismo se ha cumplido. Acabamos de presenciar un acto de agresión desnuda y atroz, la guerra desencadenada contra Libia con pretextos banales o prefabricados, y la eliminación física de un gobernante que se erigía en un obstáculo para esos planes o que simplemente estaba situado en una posición geoestratégica apetecible, que hacía rentable su eliminación. La persecución de Muammar el Gaddafi y su liquidación en una tarea conjunta de la aviación de la OTAN y de sus personeros en el terreno es un ejemplo del modus operandi que ha adoptado el imperialismo. Este reviste una ferocidad que ha roto todos los parámetros de la ley internacional y a la que sólo la intoxicación informativa y el ruido comunicacional pueden disimular, desfigurando los contornos de un episodio que no es otra cosa que un crudo y nudo acto de barbarie, derivado de las políticas del colonialismo que ejemplificaron las potencias europeas y Estados Unidos a lo largo de toda su historia.

De poco le valieron al coronel Gaddafi las amistades adquiridas con los socios de la alianza atlántica, y Libia, que era el estado más moderno, alfabetizado y económicamente equilibrado de África, padece hoy la destrucción de su infraestructura y se enfrenta a las delicias del libre mercado, a una casi segura guerra intestina y a una muy probable partición, mientras las potencias de Occidente extienden allí sin trabas sus negocios y se preparan para explotar la cabeza de puente que han abierto hacia el África subsahariana.

El revoltijo organizado por la alianza atlántica en el país norteafricano tiene, por supuesto, muchas aristas. No se trata sólo de desbarrancar a un Estado organizado (de acuerdo a sus propias leyes desde luego, no a las que convenían a Occidente) y de sacarle provecho. El diseño geopolítico es más vasto y no se lo puede disociar de una reconfiguración del mapa mundial, reconfiguración que es como un taburete con muchas patas. En primer lugar está la aproximación al África negra y la contención de la creciente presencia de China en una región provista de recursos infinitamente variados y de gran valor económico y militar. Esta aspiración es coherente con los movimientos que cabe detectar de parte de Estados Unidos en el Este de ese continente. En el Cuerno de África, por ejemplo, se está registrando un aumento del accionar norteamericano, desde luego puesto bajo la advocación del combate al terrorismo.

En la devastada Somalia está teniendo lugar una guerra en sordina conducida por EE.UU., Francia y Kenya. A mediados del mes pasado efectivos kenianos penetraron en el hambreado ex estado somalí, para combatir a insurgentes islámicos. Su avance fue preparado por los “drones” –aviones no tripulados norteamericanos-, que se dedicaron a atacar blancos puntuales con el fin de eliminar a los cabecillas islamistas. Mientras tanto navíos franceses bombardearon objetivos en la costa con igual propósito.(1) La acción norteamericana fue transparentada por el Washington Post, en su edición del 27 de Octubre, aunque el enfoque que le dio fue técnico, referido a los alcances operativos de este nuevo tipo de accionar bélico, sin ingresar al examen de las facetas legales y políticas de esa nueva ingerencia del poderío militar norteamericano en otro escenario muy alejado de casa. La información no fue desmentida por el gobierno de Obama, aunque sí lo fue por el de Nicolás Sarkozy.

Otro tema es que las tropas especiales de Estados Unidos se están desplegando en Uganda, lo que puede suponer un anticipo de una ingerencia mayor de ese país en los asuntos de la región. Tal involucramiento iría en el mismo sentido que ha tenido en Libia: se tratará de poner a Somalia y Yemen en la línea de fuego y de hacer pie en Sudán, Uganda y Eritrea, a fin de incidir en los asuntos locales e ir armando otro contrafuerte antichino en la región para explotarla en forma exclusiva. Dado el carácter primario del desarrollo del Estado en algunos de esos países la tarea podría cumplirse con pocos efectivos muy especializados y aprovechando las ventajas que da la tecnología frente a las eventuales y dispersas resistencias que puedan encontrarse.

Piedra libre para el Imperio

Esto implica la apertura de nuevos escenarios de guerra, sin que medie ninguna declaración en tal sentido y sin que el presidente de Estados Unidos se haya sentido compelido a informar al Congreso. Es curioso, mientras que en el plano de las políticas sociales Barack Obama se ha visto hostigado y sus proyectos rechazados en el Senado y la Cámara de Representantes, su intervencionismo militar en el exterior no ha sido objeto de ningún ataque en la legislatura. Al contrario, como lo demuestran acciones como el asesinato de Osama bin Laden en territorio de Pakistán sin que el gobierno de este país haya sido informado de la operación, y como también lo demuestra la actuación bélica en el Cuerno de África, el curso supone que el Ejecutivo norteamericano dispone de una inédita libertad de acción para actuar las políticas del complejo militar-industrial-financiero.

Todo esto no es sino parte de un plan más amplio que está en curso en estos momentos y que tiene a Siria y a Irán como objetivos, mientras Pakistán aguarda su turno. La mayor preocupación de Washington, la OTAN e Israel reside en Irán, que por su tamaño, población, armamento y riqueza energética se erige como un obstáculo o como una amenaza. Las declaraciones agresivas para con ese país islámico que han proliferado en estos días, en la estela del presunto complot iraní para asesinar al embajador de Arabia Saudita en la capital norteamericana, marcan la pauta de un incremento de la tensión respecto a Teherán y podrían estar preanunciando una ampliación del campo de batalla a un punto en extremo sensible. Han menudeado las demandas para acrecentar las sanciones contra Irán y se ha podido incluso escuchar ante un comité clave del Congreso –el que se aboca a la Seguridad Interna- a un general afirmando que, a partir de la presunta conspiración del Quds,(2) Estados Unidos quedaba habilitado para apretarles el pescuezo a los dirigentes iraníes en represalia. “¿Por qué no los matamos ahora? Hemos matado gente que ha asesinado a otras personas”, dijo el general retirado John Keane.

Por supuesto que esta no es la línea oficial del gobierno de Washington y presumiblemente tampoco su política extraoficial, al menos por ahora, pues la misma lo llevaría a abrir otro frente de guerra en un momento en que la situación económica es muy crítica y en que el compromiso en Afganistán se agrava. Pero las líneas maestras de la estrategia estadounidense no pasan por un compromiso directo en el campo de batalla, al estilo con lo sucedido en Corea, Vietnam o Irak, sino por operaciones encubiertas y desplazamientos de tropas a lugares que se encuentren en las proximidades de los escenarios sensibles. En este sentido la tantas veces anunciada salida de Irak no supone una retirada sino un desplazamiento hacia Quattar. Ahí ya funciona el comando supremo de las fuerzas en el área mesoriental, el USACENTCOM,(3) y desde allí, con el apoyo de la flota que circula por el Océano Índico y el Golfo Pérsico y tiene su base en Diego García, EE.UU. está en condiciones de controlar el área y de intervenir con fulmínea celeridad si así lo decide, aprovechando la supremacía aérea y marítima de que dispone y las fuerzas de despliegue rápido sobre las que viene trabajando por lo menos desde hace tres décadas. .

Los planes del Pentágono, que es obvio son conocidos y aprobados por la Casa Blanca, pasan por el desarrollo de potenciales aliados locales y el fogoneo de sus ambiciones particularistas más que por un despliegue operacional al viejo estilo. Este ambicioso plan de expansión elástica pasa, como bien ha quedado demostrado en los Balcanes, Irak y Libia, por la fragmentación de los estados a partir de las líneas étnicas o confesionales que pueden divisarse, fomentando esas tendencias centrífugas hasta obtener el estallido de las organizaciones nacionales. Es posible que pronto escuchemos hablar mucho de Beluchistán, una región de Pakistán que linda con Irán y está poblada por nucleamientos tribales que se extienden a través de las fronteras. No es un secreto que Estados Unidos favorece la creación de un Gran Beluchistán que integraría las áreas habitadas por esa etnia en Irán y Pakistán. Esa nueva entidad podría ser adecuada para que sirviera los intereses norteamericanos y determinaría el estallido de los dos Estados que hoy la albergan.

Las únicas cosas que podrían contrarrestar de manera eficiente esta trayectoria, serían la implosión de las sociedades occidentales como fruto de sus problemas internos, o la entrada en liza de otras superpotencias como Rusia y China, que se sienten amenazadas por el apetito occidental. Pero de momento no hay que hacerse muchas ilusiones al respecto: los “indignados” europeos y norteamericanos se han contagiado del legalismo formal que preconiza el sistema y sobre todo no terminan de encontrar los canales políticos a través de los cuales puedan expresarse y gravitar en su propio destino y en el destino de sus países; y Rusia y China vacilan entre asociarse a la globalización -siempre y cuando se les respete la integridad y no se los evalúe como socios menores-, o enfrentarla.

Aquí y ahora

América latina no es extraña a los planes del imperialismo. De momento no estamos inmediatamente amenazados porque la partida grande se juega en otras partes, pero sobran los indicios de que la segmentación de nuestros estados en una segunda balcanización está en la mira de las potencias. Habría que aprovechar este intervalo para fortalecer los lazos que nos unen y –en nuestro caso- ahondar en una lucha popular que de momento tiene el viento en las velas, pero que requiere de consolidaciones prácticas.

En nuestro país se han tomado unos expedientes de urgencia para frenar la corrida contra el dólar desencadenada con toda deliberación por el establishment contra el gobierno apenas se produjo la masiva victoria popular en las elecciones del 23 de Octubre, pero, con ser muy importantes, decisiones como las de obligar a las empresas mineras transnacionales a liquidar sus ganancias en el país u obligar a las aseguradoras a repatriar los fondos que tienen en el exterior, no son suficientes para blindar al país de las presiones de fuera y de adentro. Es verdad que todo debe producirse a su tiempo y evaluando las relaciones de fuerza entre las partes, tal como se ha venido haciendo hasta ahora. Pero es difícil que se encuentre una coyuntura más favorable que la actual o la que se producirá no bien el nuevo Congreso entre en funciones, para llevar adelante las operaciones que deben consolidar una recuperación nacional que arrancó de las tumultuosas jornadas de diciembre de 2001.

La ley de tierras, la reforma de la ley de entidades financieras, la abolición de la carta orgánica del Banco Central y una distribución más equitativa de los recursos a través de una reforma fiscal progresiva, son datos esenciales para la reconstrucción del país.. Nada de esto es revolucionario ni atenta contra los parámetros de una sociedad capitalista concebida con racionalidad, pero proveería de una base sólida a un gobierno que debe industrializar al país y, también, mejorar con urgencia el estatus de sus fuerzas armadas, equivocadamente hostigadas a lo largo de estos años. No nos referimos, por supuesto, a los juicios referidos a las violaciones de los derechos humanos, que es uno de los logros de la actual gestión y que ha cumplido una obra de reparación innegable, sino a la desatención en que han quedado los problemas de la defensa, indistinguibles de los requerimientos de una política exterior sustentable y estrechamente asociada a la de Brasil y otros países latinoamericanos.

Estamos viendo que la reconfiguración global tiene un componente militar muy importante y diríase que decisivo. Para el conjunto de países que conforman la región disponer de unas metas claras en materia de política exterior va aunada a la capacidad que tengan en el sentido de disponer de una capacidad disuasoria ante cualquier ataque a la integridad de cualquiera de sus partes. Ya vimos lo que pasó en Bolivia con la cuestión de Oriente, sabemos de las pulsiones centrípetas que padece Venezuela a partir de las intrigas secesionistas en el estado de Zulia; conocemos la persistente campaña de prensa que se ejerce en torno de la cuestión de la Triple Frontera, así como la agitación ecologista a propósito de la Amazonia, que puede servir de trampolín a un mandato internacional que viole la soberanía brasileña, y estamos conscientes, por fin, en nuestro propio país, de la agitación, por lo general ingenua, pero susceptible de ser manipulada, acerca de una “República Mapuche” que tocaría a extensiones de Argentina y Chile, y que podría coadyuvar a una escisión de la Patagonia, una causa que no dejaría de ser vista con simpatía en los grandes centros del poder mundial.

Todo esto puede parecer fantástico o “apocalíptico” a los observadores que surfean sobre la realidad internacional. Pero, como la historia y la actualidad enseñan, las visiones superficiales y simplistas suelen estar determinadas por los mismos intereses que van al fondo de las cosas y que se preocupan –con demasiado éxito, a veces- en obnubilar la conciencia del peligro en las masas de espectadores ignaros, para mejor operar así el desarme intelectual y fáctico de aquellos a quienes observan como sus presas.

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Notas

1) Global Research del 31/10/11

2) El Quds es una agencia especial de los Guardianes de la Revolución, el cuerpo de élite del ejército iraní, encargada de actividades extraterritoriales. Algo parecido al GRU de la época soviética, o a la CIA norteamericana.

3) El Comando Central de Estados Unidos, encargado de dirigir las actividades militares norteamericanas en el noreste y cuerno africano, la Península Arábiga, el Golfo Pérsico y el Asia Central.

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