miércoles, 30 de noviembre de 2011

San Juan de la Cruz, el sufí

San Juan de la Cruz, el sufí
Ebrios de amor divino, al-Kauthar
Portada del libro-disco de Pedro Burruezo
Las grandes estaciones de la perfección en la vida espiritual también pueden verse a la luz del yihad interior. Para llegar a apartarse de las impurezas del mundo y reposar en la pureza de la Presencia Divina es necesario un intenso yihad, ya que nuestra alma tiene sus raíces profundamente hundidas en este mundo transitorio que el hombre caído confunde con la realidad
Seyyed Hossein Nasr
Los paralelos entre San Juan e Ibn al-Arabi no constituyen un caso aislado o excepcional. Las modalidades del arte poético del sufi de Murcia parecen ser representativas de una larga tradición árabe de poesía mística comentada. San Juan coincide con estos otros poetas musulmanes de la misma manera en que coincide con Ibn al-Arabi: su concepción de la metáfora y del lenguaje poético es asombrosamente cercana a la de numerosos sufis místicos y sus comentadores
Luce López-Baralt
Otro maestro dijo: “Aunque viese cómo entran los bienaventurados en el Paraíso y los condenados en el Fuego, no podría elegir en cuál de las dos moradas quedarme”. Este es el estado de aquel servidor cuya elección y deseo propio ha desaparecido y no le queda más voluntad que la Voluntad de Dios
Ibn Atà Al-lâh de Alejandría
La palabra “místico” sólo es adecuada como traducción de “sufi” si se emplea en su sentido original, esto es, como designación del hombre que tiene acceso, o busca acceso, a “los Misterios del Reino de los Cielos”, pues el sufismo es, en el marco del islam, la vía que conduce a la trascendencia de la propia alma, es decir, la vía que permite “dejar que el propio espíritu se eleve por encima de uno mismo”, ya que allí donde cesa el ego es donde comienzan los Misterios Celestiales
Martin Lings
Cuando el cuerpo se inclina en adoración
El corazón es un templo
Rûmî
Las gentes duermen
Cuando mueren (cuando muere el ego, se entiende), despiertan
Hadiz
Antiguamente, el hombre perfecto del Tao era sutil, penetrante, y tan profundo que apenas era entendido… Al regreso al origen se le llama paz; significa regreso al destino. Al regreso al destino se le llama eternidad. A aquél que conoce la eternidad se le llama iluminado… En este estado supremo él puede alcanzar el Tao. Aquél que alcanza el Tao jamás perece. Aunque el cuerpo perezca él nunca muere
Lao Tse
Aunque es de noche
San Juan de la Cruz
La primera vez que tuve un contacto serio con los versos de San Juan de la Cruz fue a través de un disco de Enrique Morente (que se fue de este mundo mientras escribía estos ensayos) dedicado a la poesía del gran místico español, “Aunque es de noche” (1992, Zafiro). En aquellas piezas, algunas de ellas de una belleza inconmensurable, la mística de San Juan de la Cruz tomaba forma de “quejío”, pero un “quejío” no habitual, sino morentiano, lleno de melismas muy almibarados, largos, lentos. Especialmente bella era y es la composición “Aunque es de noche”, unos tangos que dan título al disco y en los que Morente transmitió los versos de San Juan con insólita y certera beldad, ahondando en su dirección espiritual y casi reinventándola.
Por aquel entonces yo era un chaval, con una vida más o menos cafre, muy poco dada a misticismos y, menos aún, a religiosidades. Por aquellos años, como tantas personas en España y en Europa, confundía/mos lo espiritual con la nefasta imagen de la Iglesia Católica en las últimas décadas, con el nacionalcatolicismo franquista y qué sé yo. Con el tiempo, y a través de llegar a ver la Naturaleza como una teofanía (es decir, como una manifestación de lo divino), entré en contacto con ecologistas como Edward Goldsmith y Jerry Mander, cuya visión espiritual de la ecología me cautivó. Esos textos, directa o indirectamente, me pusieron en contacto, a su vez, con perennalistas como René Guénon, Frithjof Schuon, Ananda K. Coomaraswamy, Martin Lings, Hossein Nasr y otros.
Ya era creyente, pero me faltaba empezar a ver, pues es conocido que muchos maestros sufis han dicho, más o menos, esto: “Los creyentes creen… Los sufis vemos”. Pero para empezar a ver había que tomar compromiso con una tradición en concreto y empezar a practicar, profundizar en eso, tomar conciencia, estudiar mucho, multiplicar los actos devocionales y piadosos… Para los tiempos que corren, y en el caso de alguien joven con una vida artística y profesional muy activa, era como pedirle peras al olmo. Así que fui postergando la decisión.
Pero, aunque no formularizara el compromiso todavía, el pacto con el no visto, ya iba haciendo mis escarceos, al tiempo que “The Ecologist”, la revista “prima” de “The Ecologist UK”, dirigida por EcoActivistas (grupo del que soy miembro fundador), se encaminaba cada vez más hacia una línea de ecología profunda, alejada de los tópicos del sector “eco”. Empecé poco a poco a sumergirme en el islam y a profundizar en su esencia más primordial, el sufismo, a la vez que también oteaba los horizontes de otras confesiones tradicionales. Algunos creen que el sufismo es el islam más “light”, pero es al contrario. Es la mismísima esencia del islam, como muy bien dice Sheick Khaled Bentounès. Una esencia que incide principalmente en el “dickr” o invocación y en la dimensión más esotérica de la espiritualidad, alejada de la obsesión por las formas (aunque los cinco pilares son respetados, cumplidos y amados), una obsesión tan propia de estos tiempos de enorme confusión, los tiempos que anteceden al cambio de ciclo. Todos estos contactos, viajes y lecturas fueron modelando mi corazón lentamente, pero de una forma segura, hacia un estado concreto de conciencia. Probablemente, no llegaré nunca a ser un “gnóstico”, un hombre integral, una persona rebosante de santidad y de conocimiento, pero todas esas experiencias fueron y siguen dejando su poso, o al menos eso creo.
Ya como converso al islam, a mediados de los años 2000, volví a interesarme por la poesía de San Juan de la Cruz. Aunque todavía no como iniciado en la vía de una “tariqa” (o cofradía, u orden iniciática, dirigida por un “sheyck” o maestro vivo) en concreto (en el momento en que escribo estas líneas tampoco pertenezco a ninguna “tariqa”, pero quizás cambie la situación en breve), mi corazón estaba en ese momento, y espero que hasta el final de mis días en este mundo psicofísico, absorto en el amor por la Divinidad y en el camino del sufismo, enmarcado en el islam más primigenio, que nada tiene que ver con lo que el 98% de los occidentales creen saber de los musulmanes (literalmente, creyentes, o siervos, voluntariamente sometidos) y que tampoco tiene del todo que ver con lo que algunos presuntos musulmanes hacen o creen saber del islam.
Como dijo una vez el cantante Yusuf Islam, otrora Cat Stevens: “Menos mal que conocí antes al islam que a los musulmanes”, aserto reconocido por muchas personas de entidad y sabiduría, sobre todo en esta época de confusión. Mi inmersión en el islam tuvo que ver muy poco con cuestiones políticas, costumbrismos árabes, folclorismos, bodas, etc. Me interesaban y me siguen interesando las prácticas esotéricas, el perennalismo y llegar a estados “in-alterados” de conciencia que permitan un conocimiento verdadero sobre la realidad. Dicho de otro modo: aprender a desvelar. Fui directamente a las fuentes y, especialmente, bebí de la sabiduría de maestros y entendidos que hablaban un lenguaje ajeno a folclorismos y fetichismos pseudoesotéricos. La práctica constante me permitió empezar, aunque muy lentamente, a vislumbrar cómo la apertura del ojo del corazón puede permitirnos acceder a otras formas de comprender el mundo ajenas a los principales y dictatoriales axiomas y dogmas de la sociedad moderna, tan marcada por el mecanicismo, el cartesianismo, el desarrollismo, el cientifismo, etc.
Pero, bueno, a lo que íbamos. Volví a leer a San Juan de la Cruz con un pequeño pero esperanzador bagaje de experiencias relacionadas con las prácticas espirituales vinculadas a ciencias tradicionales, sagradas, verticales. Y la lectura, a la luz de ese nuevo mundo, o más bien de una nueva concepción del mundo, de los versos del místico… dio lugar a otra forma de entender a San Juan de la Cruz… o de percibirlo de otra forma.
En 2009, yo tenía ya algunas de las composiciones de este libro-disco. Un día, vino a visitarme Sheyck Abdelah Morales y, para no estar por la calle hasta la hora de la salida del tren de su regreso a Valencia, vino por la tarde a uno de los ensayos de Burruezo & Bohemia Camerata. Ya habíamos publicado “Multaqa Antigua Contemporània” (K Industria) y preparábamos una serie de conciertos basados en un repertorio que vinculaba a las tres tradiciones abrahámicas, siempre desde un punto de vista heterodoxo, nada ortodoxo, y nada, digámoslo así, “naturalista”. “Multaqa” (“encuentro amistoso” en árabe clásico) significó empezar a adentrarse en raíces espirituales antiguas con unos ojos contemporáneos. No al estilo de los músicos que recuperan músicas medievales, por ejemplo, incluso con instrumentos de la época. Nosotros estaríamos en las antípodas de todo eso. A mí lo que me interesa es el alma de una idea, no exactamente sus formas externas o la manera en que se manifiesta. Se puede hacer música sufi sin ni siquiera cantar en árabe, urdu o persa. En uno de los descansos del ensayo, interpreté para Sheick Abdelah alguna pieza de este nuevo disco. Especialmente, recuerdo que canté con mi guitarra un esbozo de “Ebrios de amor divino, Al-Kauthar”, en la que, aunque de forma embrionaria, ya estaban dibujadas en la composición, por aquel entonces, los aires medievalistas, tanto de la cristiandad como los aires moriscos. A Sheyck Abdelah le sorprendió la mezcla de las dos tradiciones en una misma composición. Entonces, él me habló de Los Alumbrados y, según sus teorías, yo vi disipadas todas mis dudas. En su opinión, la mística de San Juan de la Cruz estaba absolutamente entroncada con el sufismo y, posiblemente, en ello había ejercido una notable influencia la corriente de Los Alumbrados. Sheick Mohámmed Ventura también me había hablado en alguna ocasión de San Juan de la Cruz como de un sufi trasladado de época y lugar, lo recuerdo vagamente. Mi reencuentro con la poesía de San Juan de la Cruz, bajo la influencia sufi, me había hecho ver un lazo de unión entre el místico cristiano y los poetas sufis del Al Andalus medieval y de toda la “Umma” o comunidad islámica.
Para mí había sido como una intuición, confirmada por Sheyck Abdelah y la revelación de Los Alumbrados (aunque, quién sabe, la relación San Juan/sufismo podría tener otros orígenes). Y confirmada, después, por otros textos que leí de autoridades en la poesía y en la mística de San Juan de la Cruz, como Luce López-Baralt, Terry Graham o Annemarie Schimmel. No había dudas, aunque yo lo había descubierto, por mi ignorancia, a través de la intuición (tan redentora). El gran místico de la cristiandad, con apenas conexiones con poetas hispánicos anteriores y posteriores, había bebido de las fuentes primordiales del sufismo, especialmente de los poetas y santos sufis del Medioevo en Al-Andalus y/o de los sufis de la escuela de los shadilíes. Luego, veremos cómo se expresan esas coincidencias y esa tan profunda influencia.
Terry Graham, en “Revista Sufí”, señala: “En el ambiente estimulante de la Universidad de Salamanca es posible que San Juan, así como Fray Luis, tuvieran acceso a elementos de tradiciones más antiguas, a pesar de que en ella no se enseñaba el árabe, lo cual indica que no se incitaba a investigar ningún aspecto del entorno islámico. Algunos sugieren que, mientras Fray Luis y Santa Teresa quizás fueran de ascendencia judía, San Juan podría descender de un linaje árabe musulmán, y ser así heredero de una cierta experiencia conservada en la familia y proveniente de esa cultura condenada. Los tres exhibían un conocimiento de ciertas materias que se habían convertido en vestigios culturales, activamente suprimidos, de hecho, en la España de los Reyes Católicos y de la Inquisición, materias a las que no tenían acceso, en el ambiente de persecución reinante, los clérigos confinados en las torres de marfil de los recintos monásticos. Todo esto sin embargo, a falta de pruebas firmes, permanece como mera especulación”.
Según algunos de los textos consultados, no existen pruebas certeras de que el contacto con los sufis llegara por la lectura de libros en árabe o traducidos. Tampoco tenemos la total seguridad de que San Juan de la Cruz perteneciera a alguna familia de “nuevos cristianos” que, para no verse obligados a abandonar la Piel de Toro, renegaran públicamente del islam para seguir practicándolo en la clandestinidad de sus casas, aunque hay quien asegura que, efectivamente, San Juan era descendiente de andalusíes. Mi amiga Pilar Garrido, conocida por sus libros en torno a estos temas, señala que, parece ser, los últimos datos aportados por las postreras investigaciones al respecto afirman que, efectivamente, quedaría demostrado que San Juan de la Cruz podría haber tenido acceso a textos sufis en árabe y que su linaje cofrade sería incontestable. A eso apuntan los textos más recientes de Luce López-Baralt.
Pero, en cualquier caso, durante algunas épocas de la era medieval, en Al-Andalus, el sufismo impregnaba a buena parte de la población del Oriente de la “Umma”, una parte notoria. El arte, la poesía, la música, la espiritualidad y hasta la arquitectura de muchos árabes y conversos (no de todos, claro) estaban impregnadas de una forma de concebir el mundo donde prima una visión unitaria del universo, el concepto de “tawhid”, la unidad y la unicidad divinas. Y, aunque no todos fueran iniciados sufis, ni mucho menos, en ese contexto tradicional, diríase que una gran parte de la población vivía en ese embeleso constante, en ese pertenecer a algo que embriaga y que quema sin que existan llamas. Esa consagración al Amado queda muy bien explicada en estos versos de San Juan de la Cruz: “Quedéme, y olvidéme, / el rostro recliné sobre el Amado, / cesó todo, y dejéme, / dejando mi cuidado, / entre las azucenas olvidado”.
¿Cómo pudo llegar el sufismo hasta San Juan de la Cruz? Pues parece que está bastante claro. Pero desarrollemos también una teoría delirante… afín a todo el delirio generalizado de este libro-disco. La corriente de Los Alumbrados… podría proceder de antiguos andalusíes que, tras el no cumplimento por parte de los Reyes Católicos de los acuerdos de paz tras la toma de Granada, que culminó con la orden del cardenal Cisneros de la expulsión definitiva y la cristianización forzosa, muchos andalusíes cristianos “nuevos” siguieron practicando en la clandestinidad el islam. Cuando, años después de la sublevación morisca de las Alpujarras, las cosas se pusieron muy mal para algunos de esos descendientes de andalusíes, algunos sufis optaron por hacerse monjes. En el silencio monástico o no, según cada orden, o en la lejanía de parroquias de pueblos poco frecuentados por autoridades inquisitoriales, podrían seguir practicando la doctrina de la unidad y de la unicidad divinas… a oscuras, es decir, al margen de la “Umma”.
La esencia de esa vía podría haber ido influenciando a otros monjes y personas de a pie hasta crearse una corriente que incluiría otras consideraciones espirituales más confusas, desordenadas y alejadas de las esencias primordiales; en algunos casos la doctrina degeneraría hasta formulaciones aberrantes, partiendo, eso sí, de sustancias sufis más o menos legítimas. Los Alumbrados, decimos, crearían influencias en otros monjes y en el pueblo llano. Algunas de estas ideas, ese caldo de cultivo, podrían haber influenciado a San Juan de la Cruz.
Se ha señalado que la influencia sufi en el área peninsular contribuyó, dentro de la cristiandad, “al desarrollo de la mística del Libre Espíritu, que empezó a expandirse hacia finales del siglo XIII, y que fue divulgada por hombres comúnmente llamados begardos o de la pobreza voluntaria, que constituían un contrapunto laico de las órdenes mendicantes, franciscanos y dominicos, fundadas en el siglo XIII. Los begardos vagaban por el mundo como monjes errantes, mendigando en grupo de forma ruidosa. Estos adeptos a la herejía del Libre Espíritu, estos begardos, creían, al igual que los posteriores Alumbrados españoles, que habían llegado a una perfección tan absoluta que eran incapaces de pecar”.
Como para estos begardos, Los Alumbrados, según Pedro Santonja, en “La doctrina de los alumbrados españoles”, “el amor de Dios es el todo, y las Sagradas Escrituras la fuente de la verdad (la verdad evangélica). Pensaban que Dios exime del cumplimiento de las demás reglas externas; de ahí su posición a los rituales grandiosos y de ahí también su inclinación por la oración mental, frente a la oración vocal o de coro, y frente a los cultos externos. Consideraban innecesarios los ritos y ceremonias de la Iglesia y la reverencia a las imágenes (trozos de madera, según decían), la penitencia exterior, las obras con esperanza de premio o por temor al castigo”.
Hay elementos, como la no adoración de iconos, que nos hacen pensar de forma relativa en el islam. En cuanto a la recompensa y el castigo, veamos unos versos de la gran poetisa sufí Rábi’a: “Oh, Dios, si Te adoro por miedo al Infierno, quémame en el Infierno; y si Te adoro por la recompensa del Paraíso, exclúyeme del Paraíso; pero si Te adoro por Ti mismo, no me ocultes Tu belleza eterna”. Estuviera influido o no San Juan de la Cruz por Los Alumbrados, o perteneciera a una familia de criptomusulmanes iniciados, ¿qué más da? Lo cierto es que la presencia sufi en sus versos y en su mística es notable y exquisita.
Esa presencia no alberga duda alguna cuando el lector, conocedor de las sutilezas sufis, localiza paralelismos incuestionables. Los especialistas, como López-Baralt y Terry Graham, entre otros, señalan varias evidencias. Cabría reseñar, para empezar, que la poesía de San Juan de la Cruz poco tiene que ver con los poetas españoles anteriores, lo que le convierte en un caso muy excepcional en la nómina de nuestros cantores líricos. Por otro lado, indiquemos que, en palabras del citado Graham, “sus construcciones poéticas, como las de los sufis, no son meras metáforas. Son símbolos visionarios, que expresan el estado espiritual del poeta, y están, por tanto, sujetos a diferentes interpretaciones de acuerdo con el contexto que refleja el estado del poeta”.
Sigamos aseverando que, como los sufis más elevados, San Juan de la Cruz utiliza símbolos muy mundanos para crear sus parábolas místicas. Así, el poeta es la mujer, la enamorada, que sueña con el Amado, un símbolo que evoca, claro, el amor divino. La embriaguez y el vino siempre rondan, como alusión al éxtasis místico, algo recurrentemente utilizado por Hafez, Rûmî y muchos otros. Citemos, como han señalado los expertos, que, como en el caso de algunos sufis, de un verso a otro verso San Juan de la Cruz pasa de una cosa a otra, dando cierta impresión surrealista. Digamos, así mismo, como señala Graham, que “San Juan nos ofrece un comentario sobre sus poemas, como hicieron Ibn Al-Arabi, Ŷāmi, ′Erāqi y otros en las áreas persa y árabe; la principal característica del comentario de San Juan consiste, como en el caso de los sufis, en que, lejos de ser literal o alegórico, está con frecuencia compuesto de términos puramente visionarios, al igual que el poema al que se refiere, de forma que el analista, a menudo, en lugar de ofrecer una interpretación lógica para una construcción poética o para una frase, define un símbolo en términos de otro”.
En no pocas ocasiones, San Juan nos habla de pájaros que vuelan alto, alto… Los amantes de la poesía sufi saben que el pájaro es el alma que vuela hacia el encuentro con el Amado: “La blanca palomica / al arca con el ramo se ha tornado, / y ya la tortolica / al socio deseado / en la riberas verdes ha hallado”. Las lámparas, las llamas, son la luz de la misericordia divina que alumbra la contemplación del Amado: “¡Oh llama de amor viva / que tiernamente hieres / de mi alma en el más profundo centro! / Pues ya no eres esquiva, / acaba ya, si quieres; / ¡rompe la tela de este dulce encuentro!”.
Y, en la más absoluta refinación sufi-islámica, en algunos de los versos leemos entre líneas alusiones a la unidad dentro de la multiplicidad, o, dicho de otra forma, alusiones al ya mentado concepto de “tawhid”. Es la dialéctica de los contrarios, tan propia del mundo islámico, que no es exactamente algo paradójico. Sí, la paloma, la palomica de San Juan, es un alma, encendida por la llama, alumbrada por las lámparas, que ansía volver a allí a donde pertenece, recuperar su pretérito edénico, reencontrarse con el paraíso aquí y ahora, formar parte de la Unidad, de la corriente de la Fuente de la Abundancia edénica, “Al-Kauthar”.
Jorge Cadavid, en webislam, ha dicho: “A semejanza del taoísmo y del zen, el pájaro sufi establece una relación tácita entre revelación mística e inspiración poética y prové la metafísica necesaria para su comprensión. Las palabras son el vehículo para el íntimo deslumbramiento y el silencio es su oración. ‘En verdad, venimos de Dios, y a Él regresamos’, afirma el versículo de ‘la sabiduría del retorno’. Este reflujo (tentativa de inmersión en lo Absoluto) o viaje hacia el interior divino ha sido encontrado por estos místicos a través de dos vías de ascesis: la meditación y la poesía (ojos de la imaginación)”.
Aunque, realmente, sería más propio, como me comenta mi ya citada amiga Pilar Garrido, hablar de mundo imaginal y no imaginario. En fin, las coincidencias entre las sutilezas de sufis de Al-Andalus y de Oriente con la poesía de San Juan son muchísimas y necesitaríamos innumerables páginas, como los libros de los eruditos académicos (de los que quisiera distanciarme), para enumerarlas todas. Vayamos a otros asuntos que nos interesan más profundamente.
Veamos ahora que la influencia del sufismo en la mística de San Juan de la Cruz va mucho más allá de algunas/múltiples coincidencias literarias en su poesía. Ya lo dijo Ibn Al-Arabi de Murcia: “Quienquiera que construya su fe exclusivamente sobre pruebas demostrativas y argumentos deductivos… construye una fe en la cual es imposible confiar. Porque él está afectado por lo negativo de las constantes objeciones. La certeza (‘al-Yaquin’) no proviene de las evidencias de la mente, sino que brota de las profundidades del corazón”. Esto es exactamente, más allá de las coincidencias comentadas anteriormente, donde más observo la ascendencia sufi de la poesía de San Juan de la Cruz. El desvelo es interior. La Divinidad se encuentra, la encuentra el místico, la pueden encontrar los que se inician… en las profundidades de nuestra alma. No hacen falta pruebas. No hacen falta argumentos.
Un “hadiz” o dicho del Profeta Muhámmad (s.a.s.) dice: “El conocimiento interior es uno de los Secretos de Al-lâh. Es sabiduría salida del tesoro de Su Sabiduría que él vierte en el corazón del que quiere de entre Sus siervos”. Es difícil que en estos momentos de noches oscuras, incluso en otros momentos en que las revelaciones religaron al hombre con su ser primordial, pueda todo el mundo alcanzar a comprender ciertas cosas. Está documentado que Abú Hurayra, uno de los compañeros de Muhámmad (s.a.s.), dejó sentenciado: “He guardado como un tesoro en mi memoria dos depósitos de conocimiento que recibí de Muhámmad (s.a.s.). Uno de ellos lo he divulgado; pero si divulgase el otro me cortaríais la cabeza”. No es de extrañar, para el iniciado conocedor de algunos de los misterios mejor guardados del mundo espiritual, que un sufi como Sheick Ahmad Al-Alawi llegara a escribir: “Existe una jerarquía entre los que están velados: los que están velados con respecto a su Señor, y los que están velados con respecto a sí mismos. Y el que está velado con respecto a sí mismo tiene un velo más espeso que el que está velado con respecto a su Señor”.
En términos taoístas, el capítulo undécimo del “Tao te King” de Lao Tse lo resume muy bien:
Treinta radios convergen en un solo centro
Del agujero del centro depende el uso del carro
Hacemos una vasija de un trozo de arcilla;
es el espacio vacío de su interior el que le da su utilidad
Construimos puertas y ventanas para una habitación;
pero son estos espacios vacíos los que la hacen habitable
Así, mientras que lo tangible tiene ventajas, es lo intangible de donde proviene lo útil
Quizás, San Juan de la Cruz había ya comprendido, también, que lo importante no es llenar lo íntimo, sino vaciarlo, para que sea ocupado por lo Absoluto. Recordemos al místico quietista Miguel de Molinos (1628-1696) en su “Guía espiritual” (Ed. José Ángel Valente, Barral, Madrid, 1974): "Lo que tú has de hacer será no hacer nada, procura en esa nada sumergirte… Lo que importa es preparar tu corazón a manera de un blanco papel, donde la divina sabiduría pueda formar los caracteres a su gusto".
Por otra parte, como los “fuqara” (los seguidores de una vía iniciática sufi), San Juan de la Cruz muestra en su poesía que la humildad y la práctica constante son el camino de lo sagrado. En “El libro de la Vía”, Faouzi Skali, miembro de la Tariqa Qadiriyya Bouchichiyya y discípulo de Sheick Sidi Hamza al-Qadiri al-Buchichi, explica: “En su tiempo, Sidi Abu Madyan prohibía toda lectura sobre sufismo a sus discípulos, salvo los ‘hikam’ de Ibn Ata Al-lâh. Era preferible vivir de una manera directa la experiencia más que tener una idea preconcebida, que podría constituir ella misma un velo. El verdadero conocimiento no se obtiene más que cuando uno lo pide sinceramente, con humildad. La manera de dirigirse hacia Él es parecida a la de una persona que quiere beber agua de un arroyo: deberá inclinarse para beber. El agua está siempre situada en el lugar más bajo y nos es necesario ser como el agua. Aquel que únicamente se basa en los escritos de los maestros sufis no hace otra cosa que seguir sus chilabas. Los métodos apropiados a la enseñanza varían en función de las condiciones de la época y sólo un maestro vivo detenta las llaves de la progresión iniciática. La ciencia verdadera os vendrá del interior, de vuestro corazón”.
La poesía de San Juan nos muestra que hay conocimiento, pero, sobre todo, que hay entrega, práctica, sencillez, humildad, arrobo. De la erudición podemos obtener claves que nos muestren el contacto de San Juan con el sufismo, pruebas, evidencias… El “mûrit” despierto, sin embargo, no necesita pruebas: lee en San Juan la transformación que está viviendo en su interior.
Aunque podríamos dedicar todo un libro a la interpretación en clave sufi de la poesía de San Juan de la Cruz, influida por los grandes poetas místicos medievales de Al-Andalus y de algunos otros lares, es obvio que la gran lírica, cuando es verdaderamente grande, y la de San Juan lo es, escapa a una clasificación rigurosa y esterilizante, escapa a una sola forma de comprensión. Así, hay estudiosos e incluso colectivos a los que les gusta leer los versos del gran místico español a la luz de una concepción erotizante de su poesía, como quien lee a Omar Khayyam en clave punk. Los versos que ahora citaré pueden conducir a error al profano, pero el iniciado sabe de qué está hablando el místico: “Gocémonos, Amado, / y vámonos a ver en tu Hermosura / al monte y al collado, / do mana el agua pura; / entremos más adentro en la espesura”.
En mi caso, cuando leo “aunque es de noche”, aparte de las consideraciones y simbolismos que tiene la noche en la poesía sufi, siento que mi corazón se estremece, porque veo algo profético en esa obra y leo entre líneas que nos está hablando de, quizás, “la hora undécima” (ver capítulo II de este mismo libro). A pesar de la oscuridad total en que se mueve la sociedad tecnocientífica, a pesar de que los ojos del corazón se encuentran completamente aturdidos en el caso de millones y millones de seres, a pesar de que la sociedad del hombre moderno niega de forma rotunda cualquier cosa que tenga que ver con los velos, con lo sagrado, con la trascendencia, porque es de noche, a pesar de ello, digo, cuando los enamorados baten sus alas y comienza la ascensión, se hace la luz, poco a poco, porque, si no, nos cegaría, pero la luz llega, tarde o temprano, porque “su claridad nunca es oscurecida / Mas toda luz de ella es venida…”, como nos aclara San Juan de la Cruz.
Hoy, los científicos noéticos están estudiando al gran místico español y a otros muchos místicos de otras tradiciones espirituales para confirmar que las prácticas devocionales, nuestro corazón, la oración, la vía, la intención de nuestra mente, los actos piadosos… pueden incluso modificar la realidad física: curar o acelerar la cicatrización de una herida, aumentar la producción de una cosecha, limpiar la atmósfera de malas energías… Chamanes, místicos, maestros espirituales… de todas las tradiciones lo saben desde hace milenios. Pero, claro, eso no está en manos de todos. Hay que practicar, ejercitar esas artes, dominar y autodominarse. Ahora, científicos noéticos como Lynne McTaggart y otros lo están descubriendo y aportan datos científicos que miden lo intangible a partir de estudios complicadísimos realizados a doble ciego.
El éxtasis místico, arrobo sólo concebible para los que de creer han pasado a ver, es un volver al eje, una liberación inaudita. El “Tasawwuf” es una ciencia arcana, pero reveladora. Es una ciencia sagrada. El sufi podría ser como la copa de un licor embriagador. La copa es la ley, las formas. Y el licor es el contacto con lo divino. Sin ley, sin la copa, el licor se derramaría. Sin el licor, la copa estaría vacía, sin contenido. ¿Y si el gran místico español de la cristiandad hubiera sido un iniciado del “Tasawwuf”? A nadie debería extrañarle del todo. Además, en todo caso, sería un “feed back” sin acoples. Un “retorno”, un camino de ida y vuelta, sin, como digo, acoples, el ruido que se produce cuando acercas la guitarra eléctrica al amplificador o el micro al bafle. Al fin y al cabo, el islam, que es en términos esotéricos el sello de la profecía, la última revelación, certifica la validez de todo lo dicho por todos los profetas que han pisado la faz de la Tierra hasta la llegada de Muhámmad (s.a.s.).
Los textos coránicos inciden una y otra vez en la validez de la palabra de todos los demás y, especialmente, de Jesús (Issa, el Ungido), uno de los profetas de la Humanidad de mayor rango y hombre de unas cualidades divinas sin parangón. De alguna manera, la esencia de la palabra de Issa está, también, en la mística sufi. Aunque Issa hace hincapié en el amor, mientras que el Qur’an incide en la necesidad de conocimiento. Muchos son los sufis y musulmanes que han escrito acerca de Issa. Nos interesa, especialmente, una frase de Jesús: “¡No vine a poner paz, sino espada!” (Mateo: 10, 34). Está aludiendo, creemos, a lo que en términos islámicos es la “yihad”, pero no aquella de la que hablan en todo momento los medios de información sembrando la confusión por ignorancia y desconocimiento, sino la “yihad” de carácter más elevado: es decir, la gran guerra que todo hombre y mujer que se precien de pertenecer a una vía mística deben librar contra sus egos, apegos, orgullos, pasiones, debilidades, vanidades… Faouzi Skali, en su libro “Jesús en la tradición sufí” (Chandra Edit), pone diversísimos ejemplos de cómo la figura de Issa y su espiritualidad influyeron a no pocos poetas y místicos sufis. No como un Dios, claro, pues, a diferencia de en el cristianismo, en el islam no hay trinidad, sino unicidad divina, sino como un hombre de atributos divinos incomparables, un elegido, un enviado. El significado espiritual y más esotérico de “yihad” es la lucha contra uno mismo, hasta abatirse en la unidad divina, de lo que Issa, el Ungido, era un maestro de maestros. No es de extrañar, pues, que su figura fuera y siga siendo ejemplar para tantos maestros sufis y musulmanes en general.
Cualquier místico, proceda de donde proceda, aunque puede alcanzar la luz siguiendo una vía concreta, no se cerrará nunca a conocer otras posibilidades. No se trata de crear sincretismos, tan al estilo de la “New Age”, que, a la postre, acaban convirtiéndose en una vía “espiritual” sin Dios, sin compromiso, sin devoción y sin sustancia. No se trata de crear sincretismos, sino que esa posibilidad de llevar nuestra mirada hacia otras vías no es otra cosa que la desesperada necesidad de saber que tienen los allegados de la Divinidad. Como escribe muy bien Martin Lings acerca de Sheyck Ahmad Al-Alawi: “Pero el sufi, que trata de impregnar todo su ser con el Qur’an, no puede dejar de estar interesado, potencialmente, en todas las demás religiones de origen celestial en cuanto manifestaciones de la Divina Misericordia, en cuanto Signos (de Dios) en los Horizontes. Digo ‘potencialmente’ porque puede que nunca entre en contacto directo con otras religiones, y en cualquier caso se verá más o menos obligado a mantener exteriormente los prejuicios de la gran mayoría de sus correligionarios a fin de no crear escándalo. Pero, en la medida en que los comparta, estos prejuicios serán como hilos de telaraña que obstaculizan su visión, prestos a ser barridos al menor contacto”.
Esa necesidad de comprehender mirando hacia otra partes es lo que ha traído a San Juan de la Cruz hasta este libro pues, lejos del orgullo de sentirse único conocedor de la verdad, el místico ahondó en sabidurías que venían de lejos, tomando su esencia, precisamente lo que hoy necesita la soberbia cultura contemporánea, antropocentista, etnocentrista y exclusivista. La cultura moderna se presenta a sí misma como la única que puede proporcionar bienestar al ser humano. Sus dogmas mecanicistas y cientifistas presentan el mundo como un laberinto de casualidades en el que la conciencia y cualquier cosa que nos relacione con algo trascendente queda completamente barrido, negado y presentado como herejía del nuevo orden tecnocientífico. Además, para tener acceso a alguna forma de verdad, sólo vale el método científico, que, en vez de analizar la realidad de una forma holística, debe descomponerla, fragmentarla, para tener acceso a pequeñas verdades que no son ciertas desde un punto de vista global, de la misma manera que una pantalla de TV rota en cientos de fragmentos no nos permitirá ver la imagen proyectada entera y tal como es. La ciencia y la tecnología, hoy en manos de las empresas y los estados, en muy poca medida al servicio de la Humanidad, han creado una nueva religión con sus gurús, sus dogmas, sus formas de abducción a la población (los medios de masas) y hasta con sus nuevos templos (laboratorios, centros de alto rendimiento, naves interestelares…). En ese sentido, la vía espiritual y la grandeza de San Juan de la Cruz son formas de beldad y de sabiduría que continúan vigentes. Más que vigentes, son necesarias para que el hombre moderno actual no continúe con su descalabro hasta un punto en el que, como decía mi gran maestro Edward Goldsmith, “cualquier cosa sea posible, cualquier cosa excepto la vida del ser humano sobre la faz de la Tierra”.
Ebrios de amor divino, Al-Kauthar
De la misma forma que Morente tomaba los versos de San Juan para darles una dimensión jonda, para nada incompatible con su origen espiritual, aquí, en “Ebrios de amor divino, Al-Kauthar”, los versos del místico son revisitados desde un prisma medievalista completamente contemporáneo. La melodía y la interpretación de los versos tienen aires de la cristiandad, perfumes monásticos, aromas gregorianos. Al mismo tiempo, en otra parte de la composición, el coro cita algunos de los sagrados 99 nombres/atributos de Al-lâh. De esta manera, las dos místicas quedan entroncadas para ilustrar, con partitura, el arcano caso de la poesía de San Juan de la Cruz, poesía cuyos orígenes se funden con la de los grandes maestros del sufismo del Al-Andalus medieval. Pues, al fin y al cabo, de lo que se trata es no de caminar hacia un lado o hacia otro, sino de abajo hacia arriba. Como resume en otros versos el mismo San Juan de la Cruz: “Tras de un amoroso lance, / y no de esperanza falto, / volé tan alto, tan alto, / que le di a la caza alcance.”.
La vocación de ponerle música no naturalista y sí de autor, contemporánea, es para incidir, como inciden todos los textos y músicas de este libro-disco, en que una parte de la sabiduría medieval no sólo es vigente en nuestros días, sino que, además, es más oportuna que nunca. Pero la mirada tiene que ser diferente. Hay que leer no literalmente, sino de forma simbólica, traducida a nuestro tiempo, a nuestro espacio. Aquí se mezclan la poesía mística claramente en clave sufi de San Juan de la Cruz con algo que le es afín: algunos de los 99 nombres sagrados de Al-lâh. Aquí enumero algunos:
El Omnicompasivo, El Misericordioso, El Soberano, El Santísimo, El Dador de Paz, El Guardián de la Fe, El Protector, El Todopoderoso, El Glorioso, El Creador, El Que Da Vida, El Modelador, El Perdonador, El Que Controla Todo, El Que Da Todas Las Cosas, El Proveedor, El Que Da Apertura, El Omnisciente, El Que Constriñe, El Que Expande, El Que Humilla, El Que Exalta, El Que Honra, El Que Deshonra, El Que Todo Lo Oye, El Que Todo Lo Ve, El Juez, El Justo, El Sutil, El Omnisapiente, El Clemente, El Grande, El Que Todo Lo Perdona, El Más Agradecido, El Altísimo, El Más Grande, El Protector, El Sustentador, El Suficiente, El Glorioso, El Benevolente, El Guardián, El Que Responde A Las Súplicas, El Indulgente, El Sabio, El Amantísimo, El Más Venerable, El Resucitador, El Omnipresente, La Realidad, El Cuidadoso, El Omnipotente, El Invencible, El Amigo Protector, El Digno de Alabanza, El Contador, El Originador, El Que Tiene Poder Para Crear De Nuevo, El Dador De Vida, El Que Da La Muerte, El Perdurable, El Sustentador De La Vida, El Absolutamente Perfecto, El Absolutamente Excelente, El Uno, El Único, El Eterno, El Que Hace Avanzar, El Que Hace Retroceder, El Primero, El Último, El Evidente, El Oculto, El Responsable De Todo, El Más Ensalzado, El Bueno, El Que Acepta El Arrepentimiento, El Que Castiga Justamente, El Que Perdona, El Bondadoso, El Poseedor De La Soberanía, El Majestuoso Y Benevolente, El Justo, El Que Junta, etc.
Aunque esto no estaba preparado, pues el óbito de Enrique Morente se dio, de forma inesperada, mucho después de la composición de esta pieza y en el transcurso de la producción de este libro-disco, sirva esta pieza, esta canción, y este ensayo, como homenaje a Morente y su gran atrevimiento por, en su momento, tener la valentía de llevar los versos de San Juan de la Cruz a las armonías jondas. Curiosamente, los “experimentos” más conocidos de Morente son los que datan de la década de los 2000, pero fue mucho antes cuando su lírica jonda voló tan alto, tan alto, como el poeta afirmaba en el verso citado anteriormente. Aunque la versión que aquí presentamos no tiene nada que ver, en lo formal, como la versión que hiciera el genio granadino de los mismos versos del mismo poeta, el fin es el mismo: poner en solfa el sentimiento de alguien que vive en un éxtasis místico continuo.
Ebrios de amor divino, Al-Kauthar
Aquella eterna fonte está escondida…
¡Qué bien sé yo do tiene su mánida!
En esta noche oscura de esta vida…
¡Qué bien sé yo por fe la fonte frida!
Aunque es de noche…
Al-lâh
Al Batin (el Oculto), Al Karim (el Generoso),
Al Haqqim (el Sabio). Al Latif (el Sutil)
Su origen no lo sé, pues no le tiene…
Mas sé que todo origen de ella viene.
Sé que no puede haber cosa más bella
Y que cielos y tierra beben de ella…
Aunque es de noche…
Al-lâh
Al Batin (el Oculto), Al Karim (el Generoso),
Al Haqqim (el Sabio). Al Latif (el Sutil)
Bien sé que suelo en ella no se halla
Y que ninguno en puede vadealla
Su claridad nunca es oscurecida
Mas toda luz de ella es venida…
Aunque es de noche…
Al-lâh
Al Batin (el Oculto), Al Karim (el Generoso),
Al Haqqim (el Sabio). Al Latif (el Sutil)
Música: Pedro A. Burruezo
Letra: Resumen del poema “Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe”. San Juan de la Cruz. Siglo XVI. Más algunos de los 99 nombres de Al-lâh.
Instrumentación:
Pedro Burruezo: voz, guitarras, laúdes, percusión, efectos
Jovic Sagristà: bajo
Josep Ramon Roy “Mon”: piano
Wafir S. Gibril: violín, ûd
Iván Lorenzana: violonchelo
Dicker: Yusuf Mahdi, Zaqaryya Burruezo
Coros: Burruezo, Sagristà
Antoni Baltar: Programación

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