Parábola del árabe, el judío y el burrito
Por DANIEL SALAS - Publicado el 12-01-2009
No recuerdo cuándo leí esta historia. De todos modos la escribo aquí tal como la quiero recordar.
Un árabe y un judío eran vecinos y vivían en paz. El árabe era dueño de un burrito. Un día que su esposa estaba enferma y no tenía cómo pagar las medicinas, el árabe toca la puerta del judío y le pide dinero a su vecino a cambio del animal. Se realiza el negocio.
Tiempo después, es el judío el que necesita dinero para reparar su casa. Toca la puerta de su vecino y le revende el animal. El judío regresa contento con el dinero y el árabe se alegra de poder recuperar al burrito.
Pasan los años y el judío y el árabe se intercambian sucesivamente el animalito. Pero un día, uno de ellos (no se sabe cuál) tenía que llevar una pesada carga a la ciudad y necesita comprar o alquilar el asno. Toca la puerta de su vecino, quien le responde diciéndole que ya no lo tenía pues se lo había vendido a otro.
– Tonto — le dijo el primero — ¿acaso no te diste cuenta que gracias a ese burrito podíamos vivir los dos?
La historia no explica, sin duda, cómo funciona la economía (en el mundo hay más de una mercancía). Pero sí explica qué hace posible la convivencia. La pregunta que uno debe hacerse es ¿quién vendió el animal? Es decir, quién fue el que no se dio cuenta (o se olvidó) de que el comercio hacía posible que ambos vivieran en paz.
Tal como lo veo, la respuesta puede estar aquí:
No todos los árabes, no todos los musulmanes, creen en la desaparición del otro. No todos son tan tontos como para sacar del mercado aquello que une a los pueblos y preserva la prosperidad. Pero algunos de ellos, sin duda, creen que por encima del intercambio hay una ley divina que prohíbe la paz.
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