viernes, 27 de enero de 2012

para que quiere el judio slim tanto dinero si viene la III guerra mundial

Slim versus televisoras
Leo Zuckermann
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De un lado está el empresario más rico del mundo, Carlos Slim, con una fortuna, según Forbes, de 53 mil 500 millones de dólares. El dinero que tiene es su principal fuente de poder. Con él puede comprar los recursos materiales y humanos necesarios para tratar de ganar cualquier batalla.
Su interés es defender la posición dominante de que goza en uno de los mercados más rentables que hay: las telecomunicaciones. En este sector hay mucho dinero en juego. Lo sabe porque desde ahí ha construido la fortuna que posee. Naturalmente quiere proteger el cuasi monopolio que tiene en la telefonía fija y móvil en México.
Sin embargo, también quiere entrar al mercado de la televisión abierta (al de cerrada ya entró con éxito gracias a una alianza con MVS en Dish). No es que la televisión sea un negocio tan rentable como otros que tiene. Lo que la televisión da es poder político: una gran capacidad de influencia en la sociedad. Quizá Slim sea el hombre más rico del planeta pero, en la práctica, los dueños de las televisoras tienen más poder que él entre la clase política. Para alguien que quiere ser Presidente, por ejemplo, es más importante una buena relación con las televisoras que con el empresario más próspero del mundo. ¿De qué sirve tener la mayor fortuna si uno no cuenta con pantalla para influir en la sociedad? Slim, con su gran chequera, quiere su propia estación de televisión abierta. Prácticamente es lo único que le falta en su amplio portafolio de negocios.
Del otro lado están las televisoras propiedad de Emilio Azcárraga (mil 500 millones de dólares, de acuerdo con Forbes) y Ricardo Salinas (diez mil 100 millones). Combinadas las fortunas de los dueños de los grupos Televisa y Salinas suman 11 mil 600 millones de dólares. Esto quiere decir que, por cada dólar que poseen los propietarios de las televisoras, Slim tiene 4.6. Si este fuera un juego donde el dinero determinara el resultado, el dueño de Grupo Carso ganaría. No obstante, Televisa y TV Azteca poseen algo que Slim no tiene: el poder de la pantalla chica.
Es curioso ver unidos a los dos competidores de la televisión abierta. Los motiva su interés de participar en el muy rentable negocio de las telecomunicaciones. Si bien Azcárraga y Salinas tienen fortunas que ya quisiera cualquiera, ellos quieren todavía más. Así es la condición humana. Quieren alcanzar los niveles de Slim. Y la manera de hacerlo es quitándole un pedazo del pastel de las telecomunicaciones al dueño de Telmex-Telcel, quien naturalmente no los quiere dejar. Utiliza el poder de su red para defender su cuasi monopolio: cobra altas tarifas por conectarse a ella.
Se trata, en suma, de una disputa territorial. Por un lado Slim quiere entrar al terreno de las televisoras para tener mayor influencia política y social. Lógicamente, las televisoras no quieren que un jugador con tanto dinero entre a este mercado ya que, con su chequera, Slim puede producir buenos contenidos, jalar puntos de audiencia y atraer a diversos anunciantes, todo lo cual significaría una pérdida de ingreso para Televisa y TV Azteca. Del otro lado, las televisoras quieren un pedazo del muy rentable negocio de las telecomunicaciones para que sus propietarios puedan dar un salto cuántico en sus fortunas. Evidentemente Slim no quiere esto porque una mayor competencia bajaría las tarifas y él perdería ingreso.
¿Quién va a ganar? El pronóstico es reservado. Mucho dependerá de la postura que tome el único jugador que puede equilibrar el juego hacia un lado u otro: el gobierno. Nos gustaría que la posición gubernamental fuera a favor de los consumidores, promoviendo una mayor competencia en ambos mercados. Pero, por la coyuntura que estamos viviendo, creo que Calderón escuchará ofertas de ambos lados a fin de maximizar los beneficios para él y su grupo político. El Presidente sabe —y ya le dieron una probadita con el caso de Carmen Aristegui— que vienen ataques muy duros en su contra, sobre todo en el año más difícil del sexenio, que es el séptimo. En este sentido, Calderón va a necesitar aliados que lo defiendan de las posibles ofensivas en su contra cuando deje la Presidencia.

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