lunes, 27 de febrero de 2012

La centrifugadora iraní

La centrifugadora iraní La amenaza de Teherán de cerrar el estrecho de Ormuz hace temer un ataque israelí,
sobre un fondo de revueltas árabes, elecciones en EEUU y rechazo de Rusia y China

10:41


El presidente iraní observa centrifugadoras de uranio en la central nuclear de Natanz. / oficina del presidente de la república islámica de irán la opinión
Ormuz es la palabra clave para oteadores de conflictos. El estrecho, de 63 kilómetros de largo y 40 de ancho, por el que circula a diario el 20% del petróleo mundial y el 40% del producido en Oriente Medio está en el punto de mira desde que, a finales de diciembre, Irán amenazó con cerrarlo si se le somete a un embargo petrolero. La respuesta oficial de Washington a este desafío fue rápida y clara: el Pentágono tiene medios para reabrirlo. La respuesta real es más compleja: una carta en la que advierte a Teherán de que Ormuz es una "línea roja" que no debe ser traspasada y le invita a volver al diálogo sobre su supuesto programa para fabricar bombas atómicas

EUGENIO FUENTES | A CORUÑA Estados Unidos no es el único país al que incumbiría seriamente el hipotético cierre del estrecho de Ormuz y que ha respondido al desafió amenazador de Irán. Hay más respuestas. La de Israel, por ejemplo, amenazado de extinción por el presidente iraní, Ahmadineyad, y acusado del asesinato, el pasado día 11, de un científico nuclear iraní. O la de la UE, que mañana intentará, en la estela de EEUU, acordar un embargo y un bloqueo parcial de activos del banco central iraní. O las de Rusia y China, principales valedores de Irán, que se oponen tanto a una acción militar como a un endurecimiento de las sanciones. Está claro que la centrifugadora iraní gira cada vez más rápido y que se ha convertido en el vértice donde confluyen las aristas más escabrosas de la política mundial.

Lo cierto es que Irán es una china en el zapato de EEUU desde que, en 1979, los ayatolás liquidaron el régimen del Sha, privando a Washington del que, junto a Israel, era su puntal más sólido en Oriente Medio. La china se convirtió en escupitajo al ojo cuando, en noviembre de ese año, fue tomada la embajada de EEUU en Teherán con 66 rehenes estadounidenses en su interior.

La crisis duró 444 días, fue el aldabonazo fundacional del nuevo régimen y enterró al presidente Carter. Un año después de la toma, y tras fracasar la operación Garra de Águila para liberar a los rehenes, Carter fue desalojado de la Casa Blanca por Reagan. El nuevo presidente, que controlaba resortes de los servicios secretos desleales a Carter, logró que su toma de posesión, en enero de 1981, coincidiese con la liberación de los rehenes por Teherán. Para entonces Irán llevaba ya varios meses en guerra con Irak, que, espoleado por Carter, había invadido el país en septiembre de 1980, iniciando un monstruoso conflicto de desgaste que finalizó en tablas en 1988.

La guerra del Golfo, primera demostración de fuerza de EEUU tras la caída del Muro, volvió enemigo al antaño aliado Saddam Hussein. Irán pasó a segundo plano hasta que, en 2002, Bush hijo lo integró junto a Corea del Norte en aquel Eje del Mal diseñado para justificar la guerra de Irak, el más escandaloso de los múltiples negocios rentables ideados por el vicepresidente Cheney. Y en eso llegó Ahmadineyad.

La invasión de Irak en 2003 fue la puntilla para el proceso reformista pilotado en Irán desde 1997 por el presidente Jatami, un conciliador que endureció sus posturas al tomar Bush el relevo de Clinton en EEUU. En las elecciones de 2005, Irán entregó la presidencia a Ahmadineyad, un individuo romo de discurso populista y agresivo que había pasado por los pelos a la segunda vuelta. Ahmadineyad tardó solo cinco días en reactivar el programa nuclear iraní, suspendido en 2004 por Jatami.

Desde entonces, los planes atómicos de Teherán se han convertido en uno de los culebrones de fondo de la geopolítica. Irán, segundo exportador de petróleo tras Arabia Saudí, sostiene que su programa de enriquecimiento de uranio busca obtener combustible para usos civiles que le permita ser menos dependiente de su propia producción de hidrocarburos e incrementar sus exportaciones para financiar mejor su desarrollo económico.

EEUU y la UE, por el contrario, denuncian que el objetivo es fabricar bombas atómicas. Entre unos y otros, la Agencia Internacional para la Energía Atómica (AIEA), vinculada a la ONU, ha venido desarrollando con altibajos desde hace una década una labor de inspección e informe que, tras la sustitución del egipcio Mohamed El Baradei por el japonés Yukiya Amano en 2009, se alinea cada vez más con Occidente.

A día de hoy, ya nadie duda que el poder disuasorio inherente al arma atómica es el objetivo de Teherán, máxime cuando su mayor enemigo, Israel, es potencia nuclear. Un informe de la AIEA del pasado noviembre, que Irán considera basado en intoxicaciones de espías, refrendó la tesis occidental, elevó el nivel de las sanciones y levantó el telón del actual capítulo del culebrón, alimentado por un Ahmadineyad que, tras su fraudulenta reelección de 2009 y las subsecuentes revueltas, tiene problemas crecientes con la cúpula clerical dominante.

Más allá del contenido del informe, que no aventura el tiempo necesario para que Irán haga un primer ensayo nuclear, su importancia radica en ser arma arrojadiza en el debate sobre el éxito o el fracaso de la política de diálogo iniciada en 2009 por Obama. Un debate que se desarrolla sobre un complejo decorado en el que figuran elementos en apariencia tan dispares como las revueltas árabes, los choques sectarios en el mundo islámico, el mal entendimiento entre Israel y EEUU, la influencia creciente de Irán en Afganistán o los particulares intereses de Rusia y China.

Obama, el ejecutor de Bin Laden cuyo electorado aplaude más o menos la salida de Irak y los planes para dejar Afganistán, sabe que el republicano que intente desalojarlo de la Casa Blanca utilizará el dossier iraní como prueba de su debilidad en política exterior. Pero también sabe que, si descarrila, esta crisis reventará Oriente Medio. De ahí que su política se guíe por un doble juego: un discurso duro combinado con contactos bajo la mesa para que Irán vuelva a un diálogo que se rompió por última vez en enero de 2011. Obama es quien ha impulsado el endurecimiento de sanciones mediante el aislamiento financiero del banco central iraní y la búsqueda de un embargo petrolero al que aún no ha logrado sumar a aliados como Japón, Corea o India.

Israel es partidario de métodos expeditivos contra quien, además, financia el islamismo radical de Hamás (Gaza) y Hezbolá (Líbano). La diplomacia francesa, empeñada en endurecer pronto las sanciones, sostiene que si estas no funcionan, Israel atacará a Irán este verano. Con el ánimo israelí muy caldeado, el máximo jefe militar del Pentágono viajó el jueves a Israel para intentar coordinar puntos de vista.

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