lunes, 23 de abril de 2012

Al Popocatepetl le llaman "don Goyo" por Gregorio López

Gregorio López Nuestro querido México ha recibido a un sinfín de personajes a lo largo de la historia, desde aquellos que lo han visitado quedándose profundamente enamorados de él, hasta otros que se arraigaron temporal o definitivamente a nuestras tierras, trayendo consigo ideas y sentires, compartiendo conocimientos y progresos, mezclándolos con nuestra variada cultura para que, después de haberlos vertido en esta gran olla, obtuviéramos la consolidación de este cambiante y progresista sentir que es la cultura de nuestra nación. Es por ello que nunca dejo de mencionar que México ha sido un cruzar de todas las vertientes y culturas del mundo siendo así, axis mundi, el centro de lo sucedido, centro de lo que esta sucediendo. Quisiera llevarlos de la mano a viajar primeramente por la España del siglo xvi, esa tierra que se encontraba en un momento importantísimo ya que estaba en ebullición su llamada Época de Oro, después de haberse fundado la primera Universidad en Coimbra por los agustinos y la segunda para 1212 en Palencia, seguidas por las de Zaragoza, Valencia, Sevilla Lérida y Huesca, con sus pensadores Francisco de Vitoria, fray Luis de Granada, Benito Arias Montaño, Luis Vives y fray Luis de León, sus dos grandes místicos (curiosamente de origen sefardí) Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, y en su literatura con mencionar a un Miguel de Cervantes tenemos bastante. En el plano político contrareformista tenemos al gran Ignacio de Loyola y Juan de Ávila consolidando su reconquista y en sus conquistas descubriendo y ensanchándose cientos de veces en sus nuevos territorios. Gregorio López nace el 4 de julio de 1542, día de San Gregorio de quien a la usanza antigua llevaba su nombre y cuyo apellido suponemos sea el suyo, en la Real Villa de Madrid, bajo el reino de don Carlos V, y el papado de Pablo III. Se menciona en sus biografías que a la temprana edad de 8 años dejo la casa paterna para huir a la sierra en calidad de ermitaño de donde fue rescatado por su padre y más tarde fue puesto al servicio del Rey Felipe II como paje, cargo que demuestra un influyente, ancestral y noble origen. Pocos años después deja esa vida y deambula por entre conocidos conventos quedándose en el de Guadalupe, en Extremadura, donde decidió embarcarse a la tan famosa ciudad de México Tenochtitlán en la Nueva España. Es notable la constancia con la que este convento de Guadalupe invade nuestra historia. En el año de 1562 y con 20 años de edad, el enigmático Gregorio López desembarcó en Veracruz, y tan solo al llegar empezó su magnánima caridad regalando a los menesterosos todas sus ropas blancas traídas de España, lo que demuestra su influyente persona al haber podido embarcarse en esas flotas, perdiéndose en los tiempos una posible verdadera identidad, y en la calidad de sus ropajes las costumbres de una notoria clase alta. Se dirigió hacia la ciudad de México quedándose en Zacatecas, no en busca de la explotación de las riquezas de la plata sino en el deseo de adquirir el oro de la caridad. Se estableció en una cueva en la Hacienda de Aramaxeque cuyo propietario, el capitán don Pedro Carrillo de Ávila, lo describe así: “Un mancebo espigado, de gentil disposición y talle, de poco mas de veinte años, sin pelo de barba, descalzo sin camisa ni sombrero con un saco de sayal hasta el tobillo, ceñido con una cuerda”. Pero nada es nuevo bajo el sol, las malas lenguas lo obligaron a dejar su situación ermítica para llevarlo a una huerta dentro del pueblo para verlo asistir a misa los días de guardar. Esta obligatoriedad le colmó y, con veintiocho años, comenzó nuevamente su peregrinar hacia la capital del Virreinato. En su camino se desvió a las Huastecas donde enfermó gravemente pero aceptó quedarse en una habitación pagada con su trabajo. Meditaba horas de pie. Sabemos que consiguió le prestaran un compás, un mapamundi y varios libros con los que demuestra sus estudios anteriores. Siempre en continua peregrinación, temiendo ser conocido por los hombres, se estableció en las cercanías del Santuario de los Remedios. Aquí hago nota de mi visita a tal santuario donde observé que la cara de la Virgen, como posiblemente todo su cuerpo, es de marfil con destellos de manufactura asiática. Estando en los Remedios muy enfermo decidió ir a Huastepec donde estaba el Hospital de la Cruz, fundado por Bernardino Álvarez, perteneciente al Marquesado del Valle (esta es otra institución hospitalaria de ayuda y caridad fundada, como el Hospital de Jesús en la ciudad de México, por patrocinio o fondos dados por el insigne conquistador Hernán Cortés o su heredad y que al día de hoy sigue funcionando como la asistencia más antigua de América). Huastepec era famoso por todos los Virreinatos, ya que sus 78 camas podían proporcionar no solo aguas termales, una variedad de plantas medicinales y las conocidas acertadas cirugías allí practicadas, y tenía ahora la presencia, cuidado y milagrosas sanaciones del hombre celestial, Gregorio López. En sus nueve años de estancia en Huastepec escribió tratados de herbolaria y medicina, los cuales fueron profundamente difundidos por su acertado conocimiento. También compuso su Tratado del Apocalipsis cuidadosamente revisado por el Santo Oficio, sin poderle imputar falla alguna. Acabando su estancia en el Hospital de Santa Cruz buscó alojarse en el pueblo de Santa Fe a dos leguas de la ciudad que se encontraba a cargo del dean y Cabildo del obispado de Michoacán, pues tanto ésta Santa Fe como la de Tzintzuntsan fueron fundadas por el piadoso Vasco de Quiroga. En Santa Fe Gregorio era visitado incluso por el célebre Virrey Luis de Velasco, marqués de Salinas, quien comentaba la capacidad que tenía de ver la solución a todos los problemas, tanto personales como de gobierno, en forma. López tenía, como sabio del renacimiento, gran luz y sabiduría; sus conocimientos lo hacían un gran astrólogo, cosmógrafo y geógrafo aparte de haber siempre demostrado un conocimiento detallado tanto del mundo material como del espiritual, la vida detallada de todo santo y clásico personaje, su extensa cultura, refinamiento y educación llevaron a decir de él que posiblemente fuera Carlos, hijo de Felipe II o tal vez un hijo bastardo del mismísimo rey. El sábado 20 de julio de 1593, a los 54 años, murió. Fue velado en la iglesia de Santa Fe, donde los oficios de difunto fueron a cargo de Alonso de la Mota y Escobar, dean de la Catedral y electo Obispo de Guatemala. Regalado de flores de todos los indios que le brindaron un adiós sentido, fue sepultado en la Iglesia de Santa Teresa la Antigua y posteriormente en el altar de la capilla del Santo Cristo al pie del altar mayor y del lado del evangelio de la Catedral Metropolitana. Gran personaje digno de ser recordado ya que tanto quiso y estudio a nuestro país, tanto amor y ternura dio a los pobres que las flores de su corazón siguen despidiendo su aroma.

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