jueves, 5 de abril de 2012

lopez obrador un suicidio para mexico


López Obrador, el predicador


Julián Andrade

Andrés Manuel López Obrador es un predicador. Quiere sacarnos de la inmoralidad en la que vivimos y reeducar a quienes no lo apoyan.

Es un político que se siente bien en la polarización y no en el acuerdo. Hay buenos y malos, los primeros están con él y los demás son aliados de la “mafia en el poder”.

Este domingo dejó claro que será candidato presidencial y que no esperará a una coalición de izquierda ni al posicionamiento de otros aspirantes, de modo particular Marcelo Ebrard, el jefe de Gobierno de la ciudad de México.

Esto es un suicidio para la izquierda. López Obrador cuenta con un voto duro casi inamovible, pero también con una opinión negativa en aumento. No será un candidato que pueda crecer mucho en los próximos meses y es probable que inclusive esté en el tope de sus posibilidades.

López Obrador también representa lo más viejo de la izquierda y del priismo corporativo. Anuncio de becas para adultos mayores, estudiantes y discapacitados. Una receta que ya le funcionó en el pasado, aunque represente en el fondo una falacia.

No propone mejor educación, sino una que acepte a cualquiera. Se confunde el derecho a la educación, con la obligación de proporcionarla bajo cualquier hipótesis.

Acusa a los ricos y magnifica las posibilidades de su república “amorosa”, donde los ciudadanos observarán, de modo acrítico, cómo son llevados al nuevo paraíso nacional.

Insiste en que los medios lo bloquean, pero viene de un carrusel de entrevistas en varias cadenas de radio donde dijo lo que quiso sin censura alguna.

Amenaza que siendo presidente “impulsará los contenidos positivos” en la prensa, la radio y la televisión.

Insiste en descalificar a quienes para bien, o para mal, lo encumbraron políticamente y en no pocas ocasiones sin crítica.

Lo más inquietante, sin embrago, es su llamado al tribunal de las buenas costumbres. Pone nervioso el asunto, porque lo dice quien tiene al que fue su tesorero, Gustavo Ponce, en un penal de máxima seguridad por lavado de dinero. Porque se le olvida que el encargado de seguridad, cuando era jefe de Gobierno, ahora duerme en una cárcel porque está acusado del homicidio de un general del ejército.

Quiere “una nueva moralidad” y lo dice cobijado por expertos en política clientelar.

¿De qué moralidad habla? Es imposible saberlo, aunque una pista la da su convicción de que él representa la única esperanza para México.

Todo se perdona a los que abrevan en su gobierno legítimo y en su campaña presidencial.

Mientras, la izquierda organizada alrededor de Jesús Ortega observa —desde su alianza con el PAN—, sin mucho qué hacer, cómo un ex priista está a punto de destruir el viejo anhelo de una formación progresista y moderna capaz de disputar el poder.

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