sábado, 14 de abril de 2012

MONTE TLÀLOC

MONTE TLÀLOCTexto y Fotografías : RUBÉN B. MORANTE


La Zona arqueológica a mayor altura de Mesoamérica
Durante la celebración de Hey Tozoztlí,
todos los grandes jerarcas de los pueblos del valle de México
acudían caminando al Monte a rendirle culto a Tláloc.


Sin prosa alguna, como si tuviésemos todo el tiempo del mundo para deambular entre sus parajes, partimos por la brecha que sale de Río Frío. Caminamos por varias horas entre un bosque de coníferas, ascendiendo por una terracería amplia y de poca pendiente que corre hacia el oeste.

Por más de tres horas, hacia la izquierda, el fondo de la cañada, nos acompaña un arroyo. De su presencia solo nos avisa el rumor del agua.

Por fin llegamos, sin darnos cuenta, a la alta montaña, donde el viento es delgado y transparente. Allí están las fuentes del Río Frío y vemos nacimientos que brotan por doquier; estamos por encima de los 3500 m snm, Ante nosotros aparece un valle angosto y largo que corre de este a oeste entre los cerros Telapón, hacia el sur, y Tláloc, cuya cúspide se aprecia al norte entre el follaje de los pinos.

El Tláloc es un pico trunco que sobrepasa el límite arbóreo y donde, evidenciando su origen, las rocas volcánicas de colores pajizos marcan la diferencia con la línea de verdor conífero.

“En este cerro, en la cumbre de él, había un gran patio cuadrado, cercado de una bien edificada cerca de estado (sic.) y medio, muy almenada y encalada, la cual se divisaba de muchas leguas.

” La fidelidad de la descripción de fray Diego Durán, quien al parecer no ascendió al Monte Tláloc sino que obtuvo los datos de algún informante, podemos constatarla hoy a pesar de la destrucción que el tiempo y el hombre ocasionaron y ocasionan. A nadie le queda duda de que este es el sitio a que se refiere el cronista. Se trata de una hermosa montaña, la más septentrional de la Sierra Nevada, cuyas faldas se desparraman en los estados de México, Puebla y Tlaxcala.

Las ceremonias que allí se efectuaban también son descritas por el fraile y nos hablan de la revelación de la zona: “Enderezábase esta fiesta para pedir buen año, a causa de que ya el maíz que habían sembrado esta todo nacido.

Acudían a celebrarla...el gran rey Motecuhzoma, al monte referido, con todos los grandes de México, de caballeros y señores de Acolhuacán, Nezahualpiltzintli, con toda la nobleza de su tierra y reino. Luego, al mismo efecto, y juntamente, venía el rey de Xochimilco y el de Tlacopan, con todos sus grandes señores. De suerte que acudían al cerro tlalocan toda la nobleza de ka tierra, así de príncipes y reyes como de grandes señores; así de esta parte de la Sierra Nevada, como de la otra”.

Durán narra con lujo de detalle los pormenores de esta festividad, llevada a cabo en las vísperas del cuarto mes de su calendario, en la celebración de Huey Tozoztli o “gran punzada” (llamada así por que en ella los participantes se picaban con puntas de maguey diferentes partes del cuerpo). Los altos jerarcas pernoctaban en la montaña y para ello se les preparaban “grandes y vistosas chozas y ramadas”. Al amanecer entraban al santuario de Tláloc, llamado Tetzacualco, construido de piedra y con techo de madera. Allí se encontraba la imagen del dios y...”A la redonda de él había cantidad de idolillos pequeños, que lo tenían en medio como a principal señor suyo, y estos idolillos significaban todos los demás cerros y quebradas que este gran cerro tenía a la redonda de sí, los cuales tenían sus nombres conforme al cerro que representaban...”.

Una de las ofrendas encontradas en el santuario

Los grandes señores según su rango, entraban uno a uno y colocaban sobre el ídolo ricas vestimentas y una corona, la cual solo Moctezuma podía ponerle en la cabeza. El rey de Texcoco, Nezahualpilli, quien seguía en jerarquía, debía ajustársela en el cuello, luego penetraba el de Tlacopan y por ultimo el de Xochimilco, quien ponía la corona a los pies de la estatua. También le ofrendaban collares, brazaletes, ajorcas y gran variedad de alimentos.

Concluida la ceremonia, todos bajaban a comer en los pueblos de las orillas del algo de Texcoco, donde los esperaban sendas embarcaciones cuyos fuertes remeros los conducían a toda prisa hasta el remolino de Pantitlán donde aguardaban los sacerdotes del Templo Mayor, quienes un día antes, en el espacio sagrado de Tláloc, al lado de Huitzilopochtli, habían iniciado al mismo tiempo que en la cumbre del cerro la celebración a los dioses del agua.

Podemos imaginarnos la presesión en la cúspide del Tláloc. Cuando el Sol de levante pinta de rojo el paisaje, cuando sale del Tlapcopa, lugar del árbol de turquesas, los reyes suben poco a poco con el rostro hacia el oriente por la gran calzada de más de 100 m. de largo. La pendiente es ligera, pero la altura enrarece el aire, altera la percepción e induce al misticismo... La calzada es un pasadizo bordeado por murallas que impiden atisbar el entorno. Al final sólo se ven las nubes y el firmamento. Es un ascenso al mismo cielo, al primer cielo, lugar del Tlalocan y la luna.

Por fin, al final de la calzada se abre el espacio del dios, recinto cuadrado con santuarios almenados, pequeña representación del cosmos indígena: una réplica de la morada de Tláloc. En las esquinas, cuatro templetes, están los aposentos de los ministros del dios que mencionaban los códices, libros de sabiduría milenaria. Cuando Tláloc lo ordena, van al centro del gran patio y toman el agua de cuatro barreñones para regar las sementeras de los alrededores, y lanzan rayos al golpear con palos sus recipientes.

Los pasos seguidos en la ceremonia eran estrictos y reflejaban la estratificación social, la estructura política y las relaciones entre las distintas étnicas que ocupaban el valle de México. Recordaban la organización de los pueblos y mantenían el orden.

El sonido de las caracolas, los teponaxtles, las chirimías, las ocarinas y las flautas era transportado por el viento de la montaña hasta muy lejos. Al parecer no había bailes, sólo una gran solemnidad propia del entorno. La escenografía era única: un teatro sagrado constituido por el paisaje que forman volcanes y cordilleras, valles y cañadas, cielo, sol, nubes y un horizonte lejano que las alturas y el misticismo acercan hasta pensar que se tiene al alcance de la mano.

Hoy, cuando penetramos al viejo recinto, no podemos sustraernos a una sensación que no se vive en ninguna otra de las grandes montañas de México; no podemos evitar un sentimiento distinto al que tenemos al visitar cualquier otro sitio arqueológico. Estamos a 4120 m sbm y aun cuando ya no se encuentran los templos, las construcciones y los idolillos que representaban las montañas del entorno, allí está el paisaje sagrado: hacia el sur el Telapón, el Iztaccíhuatl y el Popocatéptl; hacia el norte el Cerro Gordo en el valle de Teotihuacan; hacia poniente el valle de México rodeado por el Teutli, el Ajusco y las sierras de Monte Alto y de las Cruces; hacia el oriente los valles de Puebla y Tlaxcala, y más allá el Cofre de Perote, el Pico de Orizaba y la Malinche, estos últimos evidenciando un extraordinario alineamiento.

Fue este último hecho el que hace 7 años llamó mi atención hacia el Monte Tláloc y me llevó a marcarlo en uno de los mapas de mi ensayo Los alineamientos mágicos de las pirámides mesoamericanas, editado en 1986. Posteriormente constate que se trataba de un sitio realmente importante. Señalado por la línea Pico de Orizaba-Malinche, el santuario de Monte Tláloc fue específicamente construido como un lugar de oración, de culto y, a diferencia de otros sitios, no podemos notar ningún interés de carácter económico, político o militar que motivara lasa construcciones de la cúspide. El lugar fue exclusivamente un santuario que una vez al alo recibía a los altos jerarcas de los alrededores, incluyendo al Huey Tlatoani de Tenochtitlan, Motexuhzoma Xocoyotzin.

Vista de los volcanes desde el Monte Tláloc


El Monte Tláloc, la zona arqueológica de mayor altitud en Mesoamérica, pudo ser utilizado también como un extraordinario observatorio astronómico. Así, desde este punto podemos ver que los días 9 y 10 de febrero son de gran importancia ya que el sol aparece sobre el macizo Pico de Orizaba-Malinche, saliendo sobre la Malinche el 9 y sobre el Pico de Orizaba el 10, fechas en que para los acolhuas de Texcoco terminaba un xihuitl o año. Luego de los equinoccios y del solsticio de verano, el sol regresa al macizo Pico de Orizaba-Malinche los dos primeros días de Noviembre, los días, sagrados de los muertos, marcando, además de estas fechas trascendentes, el periodo de 260 días del Tonalpohualli o calendario ritual. Este periodo también se destaca en la Gruta del Sol de Xochicalco y es un alineamiento muy parecido al que descubrió el señor Romero de Toluca y que estudio Jesús Galindo en Malinalco.

La línea Pico de Orizaba-Malinche-Monte Tláloc tiene un azimut de alrededor de 15.5 grados, y su la prolongamos hacia el poniente, tal como lo propuse en 1986 (pp. 26 y 44), y prolongamos hacia el sur el eje de Teotihuacan, tendremos una perpendicular exacta entre ambas líneas. Además de esto, el doctor Tichy (1979 , 1983 y 1988) ha resaltado la importancia de este ángulo en un sistema de ejes radiales que encontró tanto en el valle de México como en los de Puebla y Tlaxcala, ya que la mayoría de los sitios que estudió presentaban una desviación cercana a este ángulo.

Las dudas aquí surgen en cuanto a la selección del sitio y a la idea primaria de su utilización como lugar sagrado y de culto. Wicke y Horcasitas (1957) nos dan la, hasta la fecha, descripción más completa del lugar, ya que hacen excavaciones por dos días en diciembre de 1953 y recogen material que da indicios sobre las primeras ocupaciones. Se trata de cerámica Mazapán. O sea del periodo que del año 1000 al 1150 de nuestra era. Es de estilo tolteca e indica una fuerte probabilidad de que este pueblo haya sido el primero en ocupar la cumbre como sitio de culto


El cofre de Perote desde la cima del Monte Tláloc

Pomar dice que Nezahualpilli ordenó labrar otra imagen de Tláloc que substituyera la anterior, pero cuando esto se hizo, un rayo la destruyó, por lo que de inmediato retornaron la vieja a su lugar .
Mirando hacia el este, esta escultura tenía un recipiente lleno de hulli en la cabeza, en el cual ocasionalmente depositaban maíz, chile y frijoles. Ixtlixóchitl menciona que el santuario, que estaba en lo más alto de la sierra de Texcoco, fue visitado por Xólotl, el rey chichimeca, quien desde allí observó los valles de México y Puebla. Se sabe también por el cronista Muñoz Camargo, que los chichimecas subían al monte Tláóc y cazaban en sus laderas, hacia el lado de Tlaxcala, región conocida como Poyauhtla. Es posible que exista una confusión en las crónicas debido a este nombre de las faldas tlaxcalteca, ya que el Pico de Orizaba o Citláltepetl, es mencionado por algunos cronistas como Sahún con el nombre de Poyauhtécatl, con el cual también se menciona al Tláloc.

Las crónicas dicen que se llamó así al Pico de Orizaba debido a que algunos habitantes de la región de Poyauhtlán fueron a poblar sus laderas; sin embaargo, para ver el pico de Orizaba desde dicha zona es necesario subir al santuario de la cúspide del Tláloc. Surgen entonces la pregunta acerca de si la relación de nombres, e incluso la propia migración, puedan ser indicadores de observaciones astronómicas del alineamiento y unión entre las dos montañas en los días Nemontemi que cerraban el año.

En la actualidad, el Monte Tláloc parece seguir siendo un lugar sagrado para todos los pueblos, y se sabe que algunas personas suben a él desde las laderas tanto del lado de Texcoco como de Puebla. En mis visitas he advertido ofrendas de granos monedas y veladoras, así como imágenes de la religión católica colocadas en su santuario hecho con piedras labradas superpuestas pertenecientes a las antiguas construcciones, pero de reciente apilamiento. También pueden observarse varias cruces de madera, banderas blancas y pequeñas capillas de piedra. Pregunté a los habitantes del poblado de Santa Cruz Otala, Puebla, quienes, al igual que la gente de Río Frío, son los que llevan su ganado a pastorear a la zona. Ellos me dijeron que sabían desde hace mucho tiempo que esa montaña podía hacer erupción ya que había espantado a sus antepasados con fuertes rugidos subterráneos; fue entonces cuando se colocaron las cruces con lo que los ruidos cesaron.

Las semillas que vi en una botella, eran de todo género de plantas cultivadas en la región: calabaza, maíz, fríjol, garbanzo y trigo, cada una de ellas cuidadosamente depositada en un estrato del recipiente de cristal. Al regresar unos meses después volví a ve la botella con sus granos, la veladora y sus monedas en su platito de aluminio, sin embargo, las imágenes del Sagrado Corazón, San Judas Tadeo y la Virgen de los Remedios ya no estaban, acaso por que al ser estampas de papel cubiertas tan sólo una mica, se habían volado con el fuerte viento. De cualquier manera, está claro que los ritos siguen celebrándose ya que la colocación de granos ante deidades católicas es una evidente reminiscencia de los granos puestos en el recipiente de la imagen de Tláloc, acción de la que nos hablan los cronistas.

No he podido presenciar las ceremonias que se hacen actualmente en el sitio.
Un velo de misterio sigue envolviendo a Tláloc; no sabemos casi nada acerca de lo que significó esta montaña y tampoco de lo que sigue significando para muchos de nuestros compatriotas. Creo que si lo supiéramos, esas incursiones antes del amanecer, esas esperas en la madrugada, las mismas noches sobre el hielo, bajo el granizo y el aguanieve con el sonido de los fuertes vientos y el correr de las nubes, no serían iguales.

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