domingo, 27 de mayo de 2012
El Nafs y la vuelta a Allah
El Nafs y la vuelta a Allah
15/09/1997 - Autor: Abdelmumin Aya - Fuente: Verde Islam 7
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El nafs no es una invención perversa de la Naturaleza. Hemos malinterpretado el dictado de los maestros espirituales de eliminar nuestro nafs. En realidad, no hay invenciones perversas en la Naturaleza. El nafs es el modo de organizarse la existencia para que cada cosa vele por sí misma. Y cuando un sheij le aconseja a alguien hacer desaparecer su nafs, en realidad lo que le está pidiendo es que dé cumplimiento a esa necesidad de su naturaleza de extender los límites de su “yo” —lo que le preocupa, lo que ama, aquello por lo que moriría— tan lejos cuanto le sea posible. Porque no otra cosa es la vida altruista de los que viven para los demás que un “yo” tan grande como la sociedad entera, y, llevado más allá, no otra cosa que identificar el propio nafs a la unidad fundamental de la Naturaleza —a la que llamamos Allah— es la unión mística. El místico no es el hombre que, llegado a un punto determinado de su vida, ha comenzado a destruir su “yo” por ser éste falso y conducente a todos los vicios y errores.
En primer lugar, que el hombre tenga conciencia de sí mismo no es una idea falsa ni es erróneo que el hombre crea en la realidad de su nafs, como una hoja de árbol no se equivocaría si tuviera conciencia de ser hoja. El nafs no es una estructura ilusoria de la realidad. En esto se diferencia el Hinduismo del Islam. La hoja es tan real como todo el árbol de la que forma parte. Lo cual no quiere decir que esa hoja pensante que hemos puesto de ejemplo no obtenga una más amplia comprensión de sí misma, una plena comprensión de sí misma, dentro del todo en el que se encuentra. Pero el árbol no es más verdad que la hoja. Más aún, el árbol es real porque son realidad sus hojas, sus raíces, sus ramas y sus flores. Lo que nos lleva a considerar lo Uno y lo Múltiple, Allah y sus Manifestaciones, como diferentes puntos de considerar lo real.
En segundo lugar, los errores —e incluso las maldades— que comete la criatura al actuar no deben de atribuirse a su nafs. El daño que se hace la criatura a sí misma con estos actos no es causada porque el hombre obedezca los impulsos de su nafs sino porque confunde lo que le es beneficioso con lo que le perjudica. La función del nafs no es saber lo que le conviene —para eso tiene un corazón— es conseguir para la criatura lo que ésta estima que le conviene.
Por eso un hombre con un corazón sano que obedezca a su nafs no se equivocará. Enderezar el corazón —tras de lo cual todo lo demás se endereza por sí mismo— y no atentar contra esa organizacion básica de la existencia que es el nafs sino llevarla a su plenitud, debe ser nuestro objetivo como buenos musulmanes.
En conclusión, cuando un maestro de sabiduría te dice que te desprendas de tu nafs no está hablándote como lo haría el sacerdote cristiano que te aconseja que te libres de las tendencias pecaminosas que dicen que todos tenemos, sino como los animales en crecimiento mudan la piel que se les ha quedado pequeña. Esa piel, que fue tremendamente útil mientras era la medida exacta del animal, pero que asfixia a la propia naturaleza que quiere seguir creciendo.
Trataremos de demostrar en este artículo que el místico no es una rareza de la Naturaleza sino su pleno cumplimiento, su hombre perfecto, su hombre universal, su insan al-kámil.
Lo que existe —la manifestación de Allah— se organiza mediante la división en individualidades, cada una de las cuales se ocupa de preservar su parcela de existencia.
El místico no es una excepción. No es alguien que trata de desarticular lo existente por medio de esa especie de boicot ontológico que sería pretender abolir el “yo”, sino, más bien al contrario, el místico es la expresión más perfecta de la Ley de Allah en la Naturaleza, cuyo dictado desde la célula al hombre es extender el “yo” tanto cuanto se pueda.
El objetivo del místico es el tawhid, que no es un pensamiento ni una creencia, sino una misión: hacer posible lo Uno. Esta misión del místico consiste en ser esa parte de la existencia que estando en continua vuelta a Allah hace posible la conciencia de unidad del todo. Su misión es ser los ojos de Allah, y sus oídos, y sus manos...
Demasiadas veces se nos ha propuesto la imagen del místico como alguien extraño, alejado de las actividades corrientes, famélico, huesudo, insomne, insensible al frío o al calor, al cariño de su familia o a las injusticias sociales, esto es una caricatura del místico.
Fundamentalmente el místico no es alguien que haya destruido su “yo”, su unidad como ser vivo, sino al contrario: con el contacto con Allah la criatura se hace más saludable, más alegre, más fuerte, es más capaz del amor social, familiar, ecológico y del amor de su propio cuerpo. Y es que Allah es la fuente de la vida y vivir cada vez más en Él es vivir cada vez más plenamente.
Si no fuera porque el místico es un “yo” con el mismo derecho de expansión que todos los otros, si no fuera porque en el proceso de la unión mística no se va deteriorando su “yo” sino fortaleciéndose y ampliándose, el contacto con su Creador seria destructor para la criatura.
El hombre desde su adolescencia a su edad adulta se preocupa de su “yo” y de lo suyo, y está bien que así sea. Como está bien que determinadas personas lleguen más lejos y hagan suyas las necesidades y problemas del cuerpo social, no “negándose a sí mismos”, como nos ha enseñado el Cristíanismo, sino dando rienda suelta a su “yo” más amplio, que el hombre ordinario apenas comprende. E idéntico es lo que ocurre con el místico.
El camino del místico no es un camino de renuncia y sufrimiento. El que esto diga no entiende la mística, al menos, la mística islámica. El verdadero místico hace cada una de las cosas que hace porque se lo va pidiendo su propia naturaleza. Como al hombre ordinario su cuerpo habitualmente le pide alimento, al místico a veces le pide estar una noche entera en contemplación.
Esto lo ve el hombre vulgar e identifica no comer, no dormir o ser casto con estar más cerca de Allah. ¡Qué error tan penoso a la Naturaleza! ¡Al menos si lo imitara cuando come, duerme o hace sexo, si no por ello se acercara más a Allah tampoco se alejaría! Pero destruir gratuitamente a la Naturaleza es no saber nada. El místico obedece a su naturaleza cuando come y cuando ayuna.
Cada acción, siempre que siga la naturaleza, es perfecta. Comer acerca tanto a Allah como no comer, y viceversa, comer aleja tanto de Allah como no comer, todo depende del momento, de lo que la naturaleza esté demandando en ese instante. Lo fundamental es oir a la propia naturaleza y seguir sus dictados.
Occidente ha demonizado el cuerpo, pero no hay otra voz de Allah para la criatura que la que oye en su propio cuerpo, un todo unido, con carne, mente y corazón, que no se contradicen.
La mortificación, la renuncia a placeres que deseamos tener y que no tienen nada de ilegítimos, es abominable en el Islam y es el principal enemigo del místico. “El camino recto es un camino llano pero los ignorantes prefieren los caminos escarpados”, dijo Lao Tsé-
Y podemos leer en el Corán:
“wa nuyássiruka 1i l-yusrá (Os facilitaremos lo que es fácil)”
(Sura 87).
El místico es el hombre perfecto en tanto que es la máxima expresión de aquello que organiza lo existente: el “yo” que distingue a un ser de otro y que diferenciando las partes del todo lo hacen posible. Sin entender el “yo” no puede comprenderse ni a la Naturaleza ni a Allah.
Hasta ahora hemos intentado explicar que el camino del místico no es un camino de renuncia a nada ni de sufrimiento. Es, en realidad, lo contrario: es el camino que va acompañado del placer que otorga la Naturaleza cuando sus necesidades son cubiertas, ya que es una necesidad la que hace que el místico trate de agigantar los límites de su “yo”, sintiéndose más realizado y más en las dimensiones que le son propias.
Muchas veces nos hemos planteado este dibujo mental del camino del místico, de la vuelta a la naturaleza original:
El adulto se ve como la máxima expresión de un “yo” que se va formando desde la edad infantil; y el místico es el que trata, desandando lo andado, destruyendo el nafs que ha construido desde que era niño hasta llegar a la edad adulta, de volver a la inocencia.
El esquema no es completamente erróneo, pero parte de un error lamentable: considera al místico alguien que se sale de la expresión natural del cosmos, alguien que se sale de la norma, un elemento distinto e incluso discordante, porque en lugar de preservar el “yo” que ha conseguido de adulto, lo destruye. Alguien al que imaginamos cuando llega al final de su proceso como algo inservible a sí mismo y a su sociedad.
Ya hemos visto que el místico no destruye nada. Aquel que siente la fuerte pulsión por volver a Allah no es más que ese lugar de la Naturaleza donde el nafs no se detiene en los límites de “lo mío” sino que sigue más allá hasta la Unidad que hace posible el cosmos entero.
El esquema sería más acertadamente este otro:
Siendo todas estas diferentes expresiones del nafs una diferente medida en que el individuo protege lo que existe: protegerse a sí mismo, proteger a su familia, proteger a su sociedad, hacer posible el tawhid.
Deseo acabar con unas palabras de Kitaro Nishida, célebre filósofo japonés con el que mi pensamiento tiene una fuerte deuda, que dicen:
“Hay quienes se preguntan repetidamente por qué es necesaria la religiosidad (léase: el afán de trascendencia del hombre). Eso equivale a preguntar por qué es necesario vivir. La religiosidad no existe independiente de la vida del “yo”. Sus exigencias son las exigencias de la misma vida. Tal pregunta indica una falta de tensión en la vida del “yo”.
Según he aprendido de él, el ateo es un hombre cuyo “yo” no tiene la suficiente fuerza para pretender hacer suyo el cosmos entero.
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