jueves, 3 de mayo de 2012
Los señores del rayo en la cueva de las Cruces (Estado de México)
Los señores del rayo en la cueva de las Cruces (Estado de México)
Estado de México
Cultura
Historia de México
Por: Pablo Vargas Rivera
La ceremonia del 3 de mayo, día de la Santa Cruz, es organizada por los graniceros, quienes tienen la facultad de atajar el granizo, de curar a otras personas y alejar el mal tiempo de los campos de cultivo.
El transcurrir del tiempo y el conocimiento de los fenómenos naturales son algunas de las preocupaciones más antiguas de la humanidad, así como los efectos devastadores producidos por el desequilibrio de las fuerzas de la naturaleza, a pesar de los grandes avances científicos y tecnológicos con que cuentan ahora los sistemas meteorológicos. Es de suma importancia para algunos hombres y mujeres (autodenominados trabajadores temporaleños o “graniceros”) ofrecer un día al año la transparencia del alma que se entrega vestida de flores y esperanza para ese día y en algún rincón del planeta, como la cueva de las Cruces, donde se da cita un conjunto de personas en los que la fuerza del rayo les ha impuesto su misión, la cual asumen en armonía con los fenómenos atmosféricos que son decisivos en el ciclo agrícola de los pueblos del Altiplano central de México.
La ceremonia del 3 de mayo es la clara evidencia de la conexión que existe entre el hombre y la naturaleza.
Los graniceros son gente que ha dedicado su vida a trabajar la tierra, y es ahí, en su desempeño, donde los ha tocado un rayo y han sobrevivido a las terribles descargas de aproximadamente 30 000 voltios. Cuando esto sucede se realiza una ceremonia, llamada de coronación, en alguno de los adoratorios al que concurren hermanos que han sobrevivido a alguna experiencia similar, pues ellos dicen que “esto no es de doctor”; y es en esa ceremonia donde ellos reciben el “cargo”. Esto quiere decir que a partir de ese momento tienen la facultad de atajar el granizo, alejar el mal tiempo de los campos de cultivo y la obligación de organizar la ceremonia el 3 de mayo, día de la Santa Cruz, y otra el 4 de noviembre que cierra el ciclo para dar gracias por los beneficios recibidos.
Otra particularidad de los graniceros es la de curar a otras personas con sus manos acompañado de sus rogativas al Todopoderoso; también hay casos en los que se les amplía la visión a través de los sueños y así pueden comunicarse con el espíritu de las montañas y los elementos sagrados.
El origen de los graniceros se remonta a la época prehispánica, cuando formaban parte de la jerarquía sacerdotal y se les conocía como nahualli o tlaciuhqui.
La ceremonia del 3 de mayo en la cueva de las Cruces es un ritual que marca el temporal para los pueblos cercanos a los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, en la confluencia de Puebla, Morelos y Estado de México.
El año pasado, con el permiso de los guardianes de esta tradición, pudimos trasladarnos a ver el ritual de la Santa Cruz en la cueva de las Cruces, que está situada al sureste del Estado de México, entre los municipios de Tepetlixpa y Nepantla.
La joven mañana en que se hace presente anualmente este grupo de peregrinos de la fe, iluminados por el rayo, unen su firme devoción, su tiempo y con el fuego de las primeras brasas que arden se eleva trenzado el copal y el aire; la luz de las primeras velas encendidas empieza a fundirse en esta boca de la tierra en donde la sencillez de las almas coronadas y la devoción de los participantes integran sus cánticos de alabanza al Creador y a los elementos del cosmos.
El trabajo se reparte entre los participantes que se integran realizando distintas labores: unos atienden el fogón, otros desenvuelven los objetos que se ofrendarán dentro de la ceremonia y otros más limpian el lugar. El ritual empieza y nos acercamos al Mayor de esta tradición, don Alejo Ubaldo Villanueva, quien desempacaba un selecto grupo de angelitos de barro de hechura artesanal que al momento son redecorados con alegres y brillantes colores. Don Alejo nos comentaba que estos ángeles permanecerán durante el temporal al pie de las cruces, ya que son como guardianes o soldaditos que cuidan en silencio el tiempo en que transcurre el temporal. Mientras esto sucedía, otra parte del grupo se encargaba de tapizar con vivas flores lanzas coloridas que a lo largo de la ceremonia realzarán la entrada del adoratorio donde se encuentran expuestas antiguas cruces, que tienen en el lugar más de cien años representando el espíritu de finados hermanos temporaleños, quienes son recordados por nombre y apellido dentro de las evocaciones a lo largo de este trabajo de temporal que vincula la prosperidad y la fertilidad y que produce el agua sobre las semillas encomendadas a la tierra.
Entre tanto, los preparativos continúan y, con el permiso del Mayor, el compadre Tomás reparte pulque servido en hojas de maíz a modo de jícara para los presentes, momento relajado en el que todos nos presentamos con el resto del grupo y así se inicia el acercamiento, y se da un intercambio de incógnitas como los nombres o el por qué se está allí. Mientras esto ocurría el ambiente se transformó en el momento en que el Mayor don Alejo se levanta de su asiento a un costado del altar, y entona un cántico al Señor de Chalma mientras se dirige a este espacio donde la devoción es capaz de abrir una puerta al diálogo con las fuerzas sagradas que moran en aquel sitio sagrado. Detrás de él una pequeña procesión se encamina hasta la parte baja del altar donde permanecimos el resto de la ceremonia. Así, durante un espacio de tiempo considerable, al cielo y a sus ángeles se les da las gracias por recibirnos en el lugar; se pide porque los hombres tengan su pan de cada día y el copal humea en las manos del Mayor. El conjunto luminoso de los arreglos florales y las velas encendidas acompañan los cánticos de la tradición cristiana referentes a la Santa Cruz; después de cierto tiempo se abre un silencioso espacio de reflexión; posteriormente cada uno de los participantes integra de uno en uno los ramos de flores con los que se saluda a los puntos cardinales. Una vez consumado este acto don Alejo, junto con don Jesús, proceden al vestimiento de las cruces del interior de la cueva. Esto lo hacen con un listón blanco de aproximadamente dos metros de largo que queda enlazado por el centro de la cruz; una vez que se cumplió con esto, en él se clavan vistosas flores de papel, todo acompañado del canto que une los lenguajes solemnes de la naturaleza con la fe del hombre que va de su mano. Una vez más los participantes cumplen con la misión encomendada por don Alejo para que los angelitos de barro que trabajarán durante las aguas como guardianes o soldaditos, sean presentados al pie de las cruces que conforman estos adoratorios.
El Mayor continúa y ahora es el momento de ofrecer a los cielos las escobillas y palmas benditas (instrumentos de que se sirven los graniceros para alejar el mal tiempo, el granizo, el agua de lluvia o cualquier otro fenómeno atmosférico que amenace los campos de cultivo), evocando rogativas y pidiendo por los que trabajan la tierra, porque el mal tiempo se vaya a alguna peña y porque el rayo no le pegue a ninguna persona, todo acompañado del ceremonioso humo que se desprende de su copalera.
Inmediatamente después, la reflexión vuelve a invadir con su silencio y las mujeres y los hombres con más experiencia comienzan a tender una hilera horizontal de manteles sobre el piso en la parte baja del altar donde serán depositadas las ofrendas, que por lo general contienen frutas y pan, platos con mole y platos con chocolate y amaranto en pedazos, vasos con dulce de calabaza, arroz, tortillas, etcétera. Esto se ofrece también a los ángeles temporaleños y se saluda a los puntos cardinales; luego, poco a poco y de forma ordenada, se deposita la ofrenda hasta que se convierte en una aromática y colorida alfombra que expone el trabajo y la esperanza de esta gente. Una vez que el espacio es llenado viene un canto y después don Alejo eleva una petición por los alimentos que están presentes en la ofrenda; luego, don Alejo es asistido por algunos de sus acompañantes graniceros para hacer algunas curaciones a los participantes, acción en la que él y sus compañeros visualizan alguna deficiencia en las personas a las que están limpiando, puesto que ahí podrían coronarse o solamente tener aire.
Posteriormente se da paso a la comida con tortillas hechas a mano que se comparten, así como el arroz y el mole. Acto seguido se hace un canto con referencia a los “señores de la escoba” para que puedan levantar la mesa y retirarse del lugar con mucha gratitud. Se agradece la compañía de los espíritus y la de quienes asistieron a la ceremonia extendiéndoles la invitación para continuar con esta tradición el 4 de noviembre de ese mismo año. El ritual culmina con la repartición, entre los asistentes, de los alimentos ofrendados.
Deseamos manifestar nuestro profundo agradecimiento a todas las personas que ese día llegaron y también a las queno llegaron, así como a las familias de los graniceros por el apoyo y el interés de salvaguardar las antiguas tradiciones que hacen de México un país especial.
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