viernes, 6 de julio de 2012

LOS CLANES BUROCRÁTICOS MUNDIALES EN MANOS DE JUDIOS SIONISTAS


Etiquetas: capitalismo, economía, marxismo



Por Geidar Dzhemal



ÉPOCA ACTUAL COMO CAMPO DE BATALLA ENTRE LOS CLANES BUROCRÁTICOS MUNDIALES



Indudablemente el mayor mérito del marxismo consistía en que utilizaba el “enfoque de clase”. Esa específica expresión define a la vez varias posturas intelectuales. En primer lugar se trata de la doctrina de la lucha de clases. Representa el fundamento y el nervio del marxismo. Según esta doctrina la humanidad cuya principal ocupación consiste en el intercambio de substancias con el medio que la rodea, se divide en grupos que juegan distintos papeles dentro de este intercambio. Se diferencian por su relación con el proceso de producción y el consumo de los bienes. En el marxismo las clases se definen estrictamente desde el punto de vista de la economía, de manera “materialista”. Sin embargo hay que señalar que el marxismo no puede mantener la pureza de su enfoque materialista y se tiñe de entusiasmo irracional cuando habla del papel mesiánico liberador de la misión del proletariado. Segundo momento importante del enfoque de clase, aparte de la propia doctrina, es el análisis de clase. Lo que significa que detrás de lo que ocurre en la escena política el marxismo busca la lucha de grupos que persiguen sus intereses de grupo concretos. Si se trata de la historia, tan solo hay que determinar en qué época qué clases están actuando. Por ejemplo, sería extraño intentar comprender a través de las realidades de la “Situación de la clase obrera en Inglaterra” (trabajo de Engels) la situación en Florencia del siglo XIV: ¡se trata de clases distintas! Pero si los actores de cada época están determinados, la comprensión de cualquier acontecimiento se convierte en algo fácil y entretenido…





Después del derrumbe del sistema socialista el marxismo quedó desacreditado tanto como ideología política como método científico. Su deconstrucción comenzó al menos treinta años antes del final formal de la partocracia soviética. Por un lado surgió el fenómeno del eurocomunismo que desafió la visión dogmática, oficial de Marx en la URSS. En Europa comenzaron a añadir al materialismo histórico el psicoanálisis, existencialismo e, incluso, nietzscheanismo, preparando así los cocteles ideológicos difícilmente digeribles para Moscú. Pero también el propio Moscú era “bueno”: después de desembarazarse de Kruchev, los enfermos y deseosos de encontrar la tranquilidad “ancianos del Kremlin” idearon la convergencia con el capitalismo y mataron la más viva célula del marxismo-leninismo – renunciaron públicamente la tesis de la dictadura del proletariado.





El Kremlin soviético anunció que la lucha de clases en la URSS había terminado, el proletariado se había convertido en la clase obrera, que aún ocupando el privilegiado lugar central, se ha vuelto muy buena a lo largo del medio siglo del poder soviético y ya no quería dictar. Como que se había construido un estado popular para todos, en el que lógicamente existían diferencias entre distintos grupos (por ejemplo, entre los profesores y las vaqueras), pero que no eran tan fundamentales.





La sociedad global actual consume la experiencia de la historia soviética a cucharadas como una medicina milagrosa. Uno de los momentos más importantes de esta experiencia es la comprensión de que el enfoque de clase conlleva un colosal peligro para el orden mundial. Precisamente por eso todos los recursos de la mediocracia actual están movilizados para el lavado de cerebro del hombre-masa mundial para convencerle del mito de una sociedad común, de la causa común, de la solidaridad liberal de Strauss Kahn con la chacha de Guinea y del pintor muerto de hambre con el príncipe de Mónaco. Todos viven para la felicidad y el bienestar en el paraíso liberal, donde el uno por ciento de los pudientes posee el 90% de las riquezas de la Tierra.





Hablar de otra manera, señalar cualquier tipo de desigualdad político-social en esta sociedad políticamente correcta significa el extremismo y hate speech. Te meten en la cárcel. La desigualdad solo existe en la horizontal y no en la vertical: lamentable desigualdad de algunas minorías. Los gays aún no son del todo iguales a los heterosexuales, las mujeres aún no han neutralizado del todo el factor masculino, las minorías nacionales en algún lugar aún no dominan sobre la mayoría étnica, pero se lucha contra ello. Cualquier intento de señalar que en la sociedad actual los poderosos no solo no desean el bien a todo lo vivo, sino que convencidos tienden al mal, se encontrará con tales medidas de fuerza y persecución jurídica, que los totalitarios tiempos soviéticos en comparación con los actuales parecen de color rosa.





Se debe devolver a la politología actual el análisis de clase como un método impecable. El problema consiste en que, en primer lugar, ya no hay clases que había en los tiempos de Marx o, incluso, de Stalin maduro. Y en segundo lugar: también en los tiempos de Marx la verdadera naturaleza de las clases de diferenciaba de la que figuraba en su doctrina.





Es inútil agarrarse al materialismo histórico. No aguanta la crítica lógica, porque los impulsos materialistas no forman historia. Historia es un motivo dramático que tiene sentido y que presupone que dentro del Gran Tiempo humano se esconde una intención. Historia es el conflicto entre los tipos de conciencia, tan solo velado por los intereses egoístas. En realidad, todavía Hegel señalaba que el Espíritu universal utiliza a los hombres como instrumentos, implicándolos en la acción a través de sus pasiones, deseos e intereses. Los hombres piensan que están resolviendo los asuntos de su éxito personal y en realidad se convierten en las marionetas del Espíritu universal (Idea).





El hombre actual del socium liberal global está desclasado desde el principio, independientemente de su fortuna y estatus social (la única excepción son el clero y la aristocracia hereditaria, pero de ellos hablaremos más tarde). Está desclasado, ante todo, porque está desprovisto de estamento. En otras palabras, no posee la moral estamental, ideología, orientaciones que nítidamente determinaban unos u otros grupos funcionales en una sociedad jerárquica vertical. Pero esto no quiere decir que el socium de hoy, el espacio político de las megapolis esté desprovisto de la vertical. La principal división que salta a la vista incluso con un análisis superficial es la división entre el elemento desclasado, que no está organizado, pero sufre la organización y control y otro elemento, aparentemente también desclasado que está organizado y que organiza y controla a los demás. En un lenguaje llano se trata de la polarización social entre la población y los funcionarios.





El secreto de esta polarización consiste en que desde el punto de vista antropológico-social tanto el burócrata como el hombre de la calle pertenecen exactamente al mismo tipo. Se trata del desprovisto de raíces habitante de la ciudad medio instruido que en la época posburguesa (después de 1945) ha adquirido nuevos derechos, posibilidades y libertades. Para semejante lumpen de nuevo tipo - a diferencia del viejo lumpen que eran proletarios desempleados criminalizados – la desaparición en el mundo occidental de la posguerra de una nítida estructura estamental, al mismo tiempo representa la desaparición de la disciplina real. Los padres y abuelos del plancton de la megapolis anterior a la guerra recibían palizas en casa, las tundas de los maestros en el colegio y conocían su lugar social. Aquellos de entre ellos que lograban alcanzar el puesto de algún “maestro de postas” se respetaban enormemente a sí mismos y al sistema que les proporcionaba el estatuto de “tornillo” para convertirlos en “personas”.





Las generaciones de posguerra recuerdan a las partículas del movimiento browniano: están atomizadas, únicamente se someten a la presión de la ley policial, son oportunistas al máximo y se orientan en mayor o menor grado hacia el parasitismo social. Por eso la frontera entre aquellos que se quedan en la calle – o en el mejor de los casos – en las insignificantes oficinas, y aquellos que acceden a los Despachos, se determina tan solo por la capacidad de disciplina y la disposición de mantener las relaciones corporativas de mando y obediencia. Por fuera de estos despachos queda el lumpen desorganizado. En su interior penetra el lumpen organizado. Como regla, este tipo de burocracia estatal se forma a partir del elemento desclasado al que menos generaciones separan de la “tierra”. En otras palabras, el burócrata nacional aún recuerda al abuelo campesino.





La burocracia nacional se afianza sobre los tres pilares, orgánicamente relacionadas con la mentalidad campesina, que en las condiciones urbanas o se descompone o se convierte en las virtudes del aparato: anonimato, procedimiento y disciplina. El procedimiento es aquello gracias a lo cual el burócrata tiene el poder. Es la barrera guardacruce y por traspasarla la burocracia estatal cobra el tributo a la sociedad. La mercancía que produce la burocracia es la firma de autorización en el documento. El procedimiento solo funciona en las condiciones de la disciplina más estricta, cuando todos los engranajes de la máquina están perfectamente engarzados unos con otros. En el trabajo del aparato no hay lugar para la iniciativa, arranques personales, quedan excluidos los altibajos psicológicos. Por eso para la corporación burocrática la presencia de una personalidad mínimamente destacada es un pecado imperdonable. El mundo de los despachos es una estructura de red, en la que están sentados los ceros humanos que se comunican telepáticamente unos con otros.





La base común que atraviesa a estas tres posiciones – anonimato, procedimiento y disciplina – es el ansia de seguridad, de lo predecible arraigada en los genes campesinos. La seguridad como garantía estatal del presente, como la pensión por los años servidos, como lo inevitable de la existencia de un mismo sistema estatal mañana y pasado mañana, gracias a los cuales el lumpen organizado se libra del terror existencial ante el medio natural, que para él como el nuevo habitante de la ciudad se convierte en el impredecible medio de la megapolis.





La sociedad urbana, el lumpen desorganizado del gran mundo fuera del despacho – es el enemigo del funcionario del aparato, pero desde hace algún tiempo tiene a un enemigo mucho más terrible y real.





Nuestra época de la transición crítica se caracteriza por una cruel lucha entre dos macrocorporaciones burocráticas. Por un lado, ya descrita burocracia nacional: ejército de parásitos sin rostro, con raíces campesinas y las tecnologías de procedimiento. Ellos actúan en un medio que comprenden, que habla su idioma, viven de los medios asignados por los presupuestos, que se forman de los bolsillos de sus conciudadanos, tratan con el sistema político que entienden de los partidos y movimientos detrás de los cuales está “el electorado”. Sus competencias permanecen dentro de unos determinados límites y las relaciones con las corporaciones de los funcionarios de estado de otras naciones se reglamentan según los procedimientos específicos internacionales que ellos entienden.





Por otro lado, a lo largo de los últimos decenios se ha formado una nueva corporación de burócratas internacionales. En los años de posguerra varias superpotencias y grandes potencias, que dividieron el mundo entre sí, crearon para gobernarlo las uniones supraestatales de tipo civil y militar, la primera de las cuales fue, por supuesto, la ONU. En un principio los aparatos de los funcionarios de estas organizaciones supraestatales dependían totalmente de las capitales imperiales que asignaban los medios para su funcionamiento. Pero poco a poco esas estructuras se complicaron, crecieron y se independizaron prácticamente del todo de sus sponsors iniciales, convirtiéndose en las estructuras burocráticas independientes. La complejidad y el carácter multiaspectual de la burocracia internacional, el entrelazamiento de sus distintas subsecciones fueron creciendo en avalancha a lo largo de los últimos decenios. Hoy podemos hablar de al menos tres tipos principales de la burocracia internacional.





El primer tipo es la burocracia supraestatal, en la que entra en primer lugar el complejísimo aparato de la ONU y de su filial humanitario – UNESCO. Son los interminables comités y comisiones, es – no olvidemos – la dimensión militar (“misiones de paz”), la educación, beneficencia y la defensa de los derechos. La burocracia supraestatal es la que más cerca se ha acercado al ambicioso proyecto de la formación del gobierno mundial. El segundo tipo de la burocracia internacional es su sección interestatal. A él pertenecen los aparatos de las formaciones supranacionales regionales como la Unión Europea, la Liga de los Estados Árabes, Organización de los Estados Americanos, etc. Paradójicamente esas estructuras tienen más libertad burocrática que las formaciones globales que teóricamente están por encima y pertenecen a la ONU: así, por ejemplo, en la Unión Europea los estados miembros no tienen derecho al veto. No olvidemos tampoco una sección especial de la burocracia interestatal – la burocracia de uniforme que manda los bloques militares. Pese a la desaparición del campo socialista ahora hay tantos como hace medio siglo.





Y, por último, la burocracia no estatal. Son los aparatos de los fondos internacionales, de las organizaciones benéficas como la Amnistía Internacional o Greenpeace, así como las asociaciones deportivas internacionales.





Estas tres secciones principales forman una fuerza que no tiene las limitaciones de las burocracias nacionales. Para ellos no existen los electorados, presupuestos, políticos nacionales como los factores con los que hay que contar. Por eso la burocracia internacional y la nacional están separadas por la indudable incompatibilidad de los intereses tanto económicos como políticos. Tienen diferentes dueños, distintas fuentes de financiación, diferentes métodos de control. Y lo más importante – tienen distintos conceptos de cómo mantener su propia seguridad. Hoy son como dos dragones que luchan entrelazados en un abrazo mortal. Libia, Egipto, Túnez que se han transformado ante nuestros ojos son en realidad son los campos de batalla en los que la burocracia internacional ha vencido a los aparatos de las soberanías nacionales.





LOS DUEÑOS DE LOS CLANES BUROCRÁTICOS





Por su composición humana y de cuadros la burocracia internacional se diferencia fundamentalmente de las burocracias nacionales. Estas dos corporaciones se diferencian no solo por su ideología, objetivos históricos, métodos de gobierno y fuentes de financiación. Se oponen también por su base antropológica: poseen distinta antropología social.





Antes hemos dicho que existen tres tipos fundamentales de burocracia internacional: supraestatal, interestatal y no estatal. Las fuentes para el suministro de los cuadros de estos tres contingentes también son distintas.





La más democrática es la génesis de los burócratas interestatales. Por lo general, se trata de personas procedentes de pequeños partidos marginales, que en sus estados han obtenido el estatus de parlamentarios, pero que no tienen perspectivas de entrar en la tendencia mayoritaria. Normalmente se trata de los partidos próximos a los social-demócratas de izquierda o a los “verdes”. Por supuesto, que los funcionarios que llegan a las estructuras de Bruselas a través de este canal, representan un tipo especial de personas que quieren hacer carrera, para quienes las organizaciones políticas nacionales son un estorbo en la lucha por el estatus burocrático internacional.





Los funcionarios que entran en las estructuras supraestatales, como regla, poseen la experiencia de trabajo en los organismos gubernamentales de tal o cual estado y en sus puestos han demostrado ser los promotores del “gobierno mundial” (en fase de formación). Se trata de los funcionarios que hace tiempo han traicionado a sus corporaciones burocráticas nacionales, que han demostrado su lealtad al establishment cosmopolita y que han sido solicitados a nivel de la ONU o de las estructuras interestatales. A veces se les abre la posibilidad de volver al formato de la dirección nacional – lógicamente, para ocupar los máximos puestos. Semejante rotación no diluye la frontera entre la burocracia nacional y sus colegas-oponentes cosmopolitas. Se trata más bien de la rotura de una burocracia nacional concreta, de su sumisión total al “gobierno mundial”. Es lo que nos señalan en particular las nominaciones de Amr Musa (ex-secretario de la Liga de los Estado Árabes) y de Muhhamad Baradei (ex-dirigente del Organismo Internacional de la Energía Atómica) al puesto de presidente de Egipto. La claridad del caso se potencia todavía más si pensamos que con Mubárak Egipto representaba el ejemplo de la burocracia nacional clásica, estrechamente ligada a los republicanos de los EE.UU. La burocracia internacional, apoyada por los demócratas de izquierda con Obama a la cabeza ha intentado aprovechar el movimiento antiautoritario masivo en Egipto para colar a sus candidatos. Cuando quedó claro que los personajes tan odiosos desde el punto de vista de la corporación nacional-burocrática como A.Musa y M. Baradei no tienen posibilidades, el establishment cosmopolita y la Casa Blanca de Obama estaban dispuestos a aceptar incluso al candidato de los hermanos musulmanes que les conviene más que cualquier burócrata nacional del aparato de Mubarak. Como resultado, Egipto se encuentra al borde de la guerra civil, que en nuestros días es la forma más frecuente de la lucha entre la burocracia internacional y el funcionariado nacional en cada país concreto.





La más elitista dentro de la corporación de la burocracia internacional es la clase del funcionariado no estatal. Sus estructuras, por un lado están estrechamente relacionadas con los clubs conceptuales que representan las estructuras creativas reales del poder mundial. Por otro lado, precisamente las organizaciones internacionales no gubernamentales tienen las posibilidades de colaborar con el crimen organizado internacional. A través de ellas pasa el dinero de la mafia que debe ser lavado. Con frecuencia justamente en esas “organizaciones no gubernamentales” – en su dirección, entre sus fundadores – descubrimos a los representantes de la vieja nobleza hereditaria, que tiene relación directa con el sistema del poder a través de los clubs.





Por cierto, las organizaciones internacionales no gubernamentales son las menos transparentes y menos controlables ante los organismos de control, máxime teniendo en cuenta que estos organismos de control a su vez pertenecen a las estructuras corporativas internacionales. Cualquier intento por parte de las burocracias nacionales de desafiar la autonomía de las organizaciones no gubernamentales provoca, como regla, un escándalo político.





Burocracia como corporación es un “animal” que siempre necesita tener dueño. Tanto los burócratas nacionales como los internacionales tienen sus dueños. Naturalmente no solo son distintos, sino que están enfrentados.





Los dueños de la burocracia nacional son los buenos viejos liberales de formación clásica. Es justamente aquella clase política que ascendió para tener vida propia en el siglo XVIII, preparó y llevó a cabo la Gran Revolución Francesa y que, creando al socio político de esta revolución, preparó y llevó a cabo la liberación de las colonias americanas de la metrópoli real británica. El liberalismo clásico que se apoya en los tres pilares de la nueva mentalidad occidental – el protestantismo en cualquiera de sus formas, el préstamo bancario y “el imperio de la ley”, es decir la “jurocracia” (el predominio de los juristas) – es en el plano humano un grupo de personas de profesiones liberales (abogados, especuladores, bohemia artística etc.) que están unidos, por un lado, por su rechazo del régimen feudal-monárquico, por otro – en no menor medida – por su oposición interior a la burguesía industrial.





Cuando hablamos del “protestantismo en cualquiera de sus formas”, no se trata únicamente del luteranismo, calvinismo y demás sectas moralizadoras, sino también de las nuevas formas de “religiosidad laica”, inspiradas por el cristianismo entendido a través del humanismo. Las versiones laico-filosóficas del cristianismo, repensado fuera del contexto eclesiástico, pueden tener un marco teórico muy amplio, hasta la filosofía de la Ilustración, cuya conexión con los hugonotes aplastados en Francia fue perfectamente real. (Estrictamente hablando, el propio marxismo, siendo la versión más izquierdista del liberalismo clásico, también hunde sus raíces en el protestantismo y se inspira en su pathos, sin hablar de que en perfecta correspondencia con la lógica social de la clase liberal, se dirige en primer lugar contra el capital industrial. La misma idea socialista es, ante todo, la subordinación del capital industrial al financiero que, a su vez se subordina a la corporación burocrática del estado).





El desarrollo de la clase liberal en su sentido clásico llevó a la creación y afianzamiento del sujeto de derecho e ideológico llamado “estado-nación”. El liberalismo logró someter a su juego no solo a la burguesía industrial, que en todos los países adquirió la característica de “nacional” – los liberales impusieron la segmentación en estados nacionales incluso al establishment monárquico. Como resultado ya en la segunda mitad del siglo XIX las monarquías perdieron su rasgo importantísimo: el aspecto sagrado sobrehumano, que convertía a las monarquías en un fenómeno por principio supranacional. Poco antes de la Primera Guerra Mundial las monarquías se habían convertido en liberales, “domesticadas”, en gran medida dependientes de los partidos parlamentarios. Los observadores de aquel tiempo llamaban a estos partidos “burgueses”; en realidad los verdaderos jugadores en el campo público no eran los capitalistas clásicos, sino la gente de profesiones liberales: abogados, médicos, corredores de bolsa, que se habían transformado en los demagogos profesionales. Precisamente esta clase de personas que vivía no tanto a costa de la economía real del “intercambio de los elementos”, como a costa de la economía de los servicios, es decir a costa de la naciente sociedad civil con sus nuevas necesidades – es la que se convirtió en el dueño real (mucho más que las dinastías y las cortes) de la corporación nacional-burocrática que se acababa de crear. En el período de preguerra los burócratas de Europa monárquica eran en mucha mayor medida controlados por los parlamentos que por las cancillerías de sus majestades.





En el siglo XIX el liberalismo se dividió en el campo de la izquierda y de la derecha. El liberalismo de derecha ganó la guerra civil en los EE.UU., afianzándose en forma del estado burocrático republicano. El liberalismo de izquierda venció en la guerra civil en Rusia de 1918 – 1921 creando en ella la burocracia socialista del partido (nomenklatura). Con ella la cosa tampoco es tan fácil, porque protegiéndose durante mucho tiempo detrás de las tesis de la dictadura del proletariado y, después, de la hegemonía de la clase obrera, la nomenklatura del partido en gran medida dependía de la así llamada “capa intermedia” – intelligentsia soviética.





La parte más influyente, más “del club” de esta intelligentsia soviética eran los ponentes (“referentura”) de los órganos del partido-gobierno, los “cuellos blancos”. Sobre ellos se orientaban y de ellos dependían las capas superiores de la intelectualidad creativa y científico-técnica. Fue esa “referentura” junto con las “personas de profesiones liberales” la que llevó el régimen al desastre, ya que se había convertido en un obstáculo para sus instintos depredadores corporativos.





Hoy los enclaves más fuertes de la burocracia nacional en el mundo son el partido republicano de los EE.UU.y el partido comunista de China, los polos derecho e izquierdo de la corporación mundial nacional-burocrática.





De manera que todas las burocracias nacionales que aún no han sido arrolladas por el rodillo del funcionariado cosmopolita tienen que orientarse hacia uno de ellos. La mayoría de los burócratas nacionales por el momento están mayoritariamente relacionados con los republicanos norteamericanos, pero ante nuestros ojos crece el campo de aquellos que ven el salvavidas en la alianza de la República Popular China con los burócratas estatales rusos, representantes de las estructuras de fuerza (“cuerpos y fuerzas de seguridad del estado” – N. del T.).





No en última instancia semejante reorientación se debe a que los republicanos estadounidenses, como resultado de las acciones aventureras de los neoconservadores con Bush a la cabeza, han perdido la iniciativa política en los propios Estados Unidos, por lo que difícilmente pueden en las actuales circunstancias de crisis salvar a sus creaturas, que caen una tras otra bajo el rodillo de los cosmopolitas que han logrado dominar la ola de la cólera de la “calle mundial”.





La burocracia internacional como sistema expresa la voluntad política de las viejas élites, a las que las revoluciones, guerras mundiales y demás conmociones del siglo pasado han obligado a retroceder temporalmente a la sombra.





El club tradicionalista que reúne en sus filas las capas superiores del clericalismo multiconfesional – desde el Papa de Roma hasta Dalai-lama y los sheij sufís – con las casas aristocráticas, algunas de las cuales siguen siendo dinastías reinantes, - es la base humana de la dimensión significativa del tiempo, en el que la historia aparece como un guión religioso. Claro que este club es tan solo uno de los principales protagonistas del megadrama histórico, pero pretende usurpar por completo el control sobre el curso de la historia y convertirse en el único beneficiario del proceso histórico.





Los monarcas ya habían planeado algún tiempo atrás crear el gobierno mundial. Para ello necesitaban liberarse de los nacional-liberales y de los parlamentos creados por ellos, acusar a los partidos políticos de los sanguinarios crímenes cometidos con sus propios pueblos y conseguir que las masas movilizadas obedecieran completamente a la dimensión sagrada del poder. Cosa que debía ocurrir en el transcurso de una rápida guerra mundial, iniciada por los parlamentos y detenida por los monarcas reinantes. En este caso los lazos de parentesco entre los monarcas debían transformarse en la garantía de la paz eterna y aquel mismo gobierno mundial benefactor, sobre el que a lo largo de todo el siglo XIX posnapoleónico han estado susurrando los clericales de extrema derecha…





¡No ha podido ser! Los nacional-liberales ganaron a los monarcas, prolongando la guerra y convirtiendo al establishment aristocrático en odioso ante los ojos de millones que durante los cuatro años han estado muriendo en las trincheras.





Pero para este círculo de personas que vive y piensa por muchas generaciones y tiene las premisas antropológicas constantes, un retroceso temporal no es más que una pequeña interrupción, un estímulo para la revancha. La época de Lutero, las Guerras Campesinas representaron un desafío mucho más serio para la jerarquía sagrada, pero en aquella etapa todo terminó con la Contrarreforma. En la segunda mitad del siglo XX el Club Tradicionalista ha logrado organizar a la burocracia internacional, que ya hoy representa el borrador del futuro gobierno mundial.



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