jueves, 8 de noviembre de 2012
Sabios en la diferencia, antes que jueces en la discordia: la complejidad del lenguaje
Sabios en la diferencia, antes que jueces en la discordia: la complejidad del lenguaje
Capítulo II del libro Desierto de Hayy Sidi Îd ben Aÿiba al Andalusí
08/11/2012 - Autor: Sidi Îd ben Aÿiba al Andalusí - Fuente: islamyal-andalus.es
espiritualidad lenguaje pensamiento sabiduria
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El lenguaje de las alusiones implica una relación de ambigüedad debida a la ambivalencia misma de su fundamentoEn la presencia del más Compasivo, el Misericordioso
Decía que una parte de este libro está dedicada a la relatividad del idioma, sobre todo si no es el nuestro, y a considerar cuán prudentes hemos de ser a la hora de establecer certezas basadas en nuestros conceptos.
El ser humano, en la medida de su necesidad para mejorar la comunicación, elabora un lenguaje cada vez más complejo.
La utilización de un vocabulario extenso, rico en matices, se ha ido desarrollando en consonancia con la evolución de cada una de las sociedades.
Pero… ¿realmente lo que pronunciamos es lo que queremos decir? En ocasiones así es, y en ocasiones no lo es.
Como dijimos antes, hay otras veces en las que el significado del vocabulario, cuando se ha deformado o mal comprendido, no se corresponde con la realidad etimológica.
La idea como contenido y la gramática como continente no concuerdan.
Disponemos de un lenguaje popular, otro tecnológico, de un lenguaje comercial, de otro lenguaje para definir y expresar niveles o estados emocionales, un lenguaje de signos, un lenguaje religioso, etc.
El lenguaje de la experiencia amorosa es un silencio lleno de contenido
En lo que respecta a la evolución espiritual, y como ejemplo de lo que decimos, llegados a determinados estados de la conciencia, el lenguaje, sea cual sea, se muestra insuficiente para definir, o compartir, la experiencia religiosa que no puede contener.
Puede llegar un momento en el que el lenguaje no sólo no ayude, sino que se convierta en un serio impedimento, sobre todo, como dijimos, cuando hacemos uso de un idioma diferente al nuestro.
El lenguaje es un vehículo de manifestación de la conciencia en el ámbito de la Creación, no obstante es conceptual y pertenece al ámbito del ego, de su capacidad de entendimiento y percepción, de la cultura en medio de la que se desarrolla, etc.
A través del lenguaje podemos expresar los conceptos que elaboramos a partir de nuestro entorno, de cuanto conocemos o de cuanto creemos conocer. Obviamente el contenido del lenguaje también puede ser modificado según el momento, la situación, el estado emocional, o la información parcial que manejamos, etc., lo que puede conducir a confusión.
Nuestros conceptos son elaborados a partir de nuestra apreciación localista y subjetiva, así pues son inestables, y por lo tanto deben estar sujetos a la evolución, al igual que el lenguaje que define las ideas.
Las experiencias emocionales, incluidas las religiosas, aún cuando sean intensas, y en ocasiones difíciles de definir, no dejan de pertenecer al plano de la percepción –los sentidos-, y por lo tanto siguen siendo territorio del ego inestable.
Límites del lenguaje
El lenguaje de la alegoría poética suele ser el recurso de expresión para interpretar las grandes emociones, religiosas o no, que son elaboradas por el concurso de los sentidos. Decía antes que tales emociones siguen perteneciendo al espacio del ego como perceptor de conceptos, o de todo cuanto es cuantificable, pero tan sólo intuidor de los diversos estados del espíritu.
En relación con los estados espirituales; hay ocasiones en las que el místico, impelido por la “obligatoriedad” de mostrar su experiencia, se “enreda” en giros poéticos de extraordinaria belleza. Aunque tales poemas, inflamados de amor, no dejan de suponerle la frustración propia de quien quiere mostrar algo que le sobrepasa, y para lo que el idioma no es capaz de crear el vocabulario preciso.
Éste es el caso de las composiciones poéticas del “dzikr Al Lah”, “recuerdo de Dios”, en árabe. Para los contemporáneos que los lean, estos poemas ya contienen serias dificultades, y con más razones para los lectores lejanos en el tiempo o en la cultura, en quienes la dificultad de comprensión de los contenidos es aún mayor.
Este comentario no pretende invalidar la utilidad que tales poemas religiosos contienen para muchas personas, aunque no para todas, sino relativizarlo.
Los límites del ego
El ego puede intuir, coquetear, y relativamente “conocer” los planos espirituales, pero por su naturaleza material y transitoria no puede alcanzar la plenitud del conocimiento que se guarda en estos niveles. Decimos, por lo tanto, que los diferentes estados de la conciencia pueden ser intuidos por mediación de la materia, o el ego, ya que ésta es el soporte necesario para la conciencia–espíritu manifiesta en la Creación.
Sin embargo es función de la conciencia ir desplazando el protagonismo del ego, que separa, con el fin de que sea el espíritu unificador, la propia conciencia, quien tome las riendas de la evolución, utilizando al ego como instrumento en equilibrio, y no como adversario.
No obstante, y alcanzado cierto estado en el proceso de evolución, los conceptos adquiridos sobre la “materia” y el “espíritu”, que antes válidos se apreciaban separados desde la percepción material, y muy limitada del ego, “desaparecen”.
El lenguaje cotidiano comienza a apreciarse como insuficiente, inexacto. Espíritu y materia, a partir de este momento, dejan de ser “aquellas realidades” diferenciadas en sustancia o esencia, gracias al conocimiento de la Unicidad –Tawhid- adquirido vivencialmente, y no sólo teóricamente.
Funciones del la conciencia
La Conciencia ha de dejar el papel pasivo, para ocupar el protagonismo de “religiosizadora” (de religare), o unificadora de cuanto fue separado, y por ello convertirse en dirigente de nuestro destino en lugar del ego.
Cada potencia, o dimensión de nuestra naturaleza, ha de ocupar equilibradamente “el lugar para el que fue diseñado”.
Llegada a esta situación la conciencia-espíritu reconoce ¡vivencialmente! La Unicidad en la que está contenida. De forma que espíritu y materia, conciencia y ego, se descubren conformando dos niveles diferenciados en lo aparente, pero constitutivos de Una Sola Realidad en su Esencia, El Principio Creador manifiesto en la criatura.
El lenguaje religioso era útil en la comunicación hasta llegar a este estado. Servía para comprender, comunicar, acercar o separar y diferenciar. A partir de este momento se convierte, por evolución de la conciencia, en vehículo de inexactitudes, de insuficiencia, de separatividad y de confusión.
Durante el proceso de “religare”, de unificación, van desapareciendo las distancias “inter-religiosas”. Y por el desvanecimiento de lo dual, ante la conciencia de la persona, se descorre el velo de la multiplicidad en la creación, haciéndonos evidente la Unicidad Universal.
Decía un maestro de la Tradición Sufi; “No hagáis menosprecio o burla de ninguna religión, pues en todas ellas se guarda un poso de verdad que mueve la fe del creyente”.
Comprendemos vivencialmente, llegados a esta situación, que todo es Uno, Uno es todo, por lo que la multiplicidad aparente no deroga el Principio de Singularidad, sino que lo reafirma.
El lenguaje como impedimento
El lenguaje religioso que antes era necesario, ya sea para la invocación, la oración, etc., se percibe ahora como un elemento que alimenta la sensación de multiplicidad. Como un conjunto de inexactitudes que separan “lo que está unido” y fortalecen la distancia.
Debido a esto puede incluso que, el lenguaje de la oración, se asemeje a una especie de “herejía” para quien se encuentra en esta situación.
Así es cómo, el lenguaje religioso tan necesario para la comunicación y desarrollo durante los primeros estadíos en la evolución espiritual, produce un sentimiento de inquietante inexactitud en el espíritu del místico. Le parece dispersador, pues desde la vivencia de la Unicidad se podría preguntar: ¿Quién se dirige a quien y hacia donde?
El místico -que no el religioso-, sabe diferenciar entre naturaleza creada y Naturaleza Creadora, en su fuero interno Conoce que son “dos caras de una misma moneda”, pues… ¿no son dos aspectos diferenciados de La Misma Realidad…?
La contemplación de los misterios no tiene otro destino, y punto de partida, que “el propio espíritu universalizado”. Llegado a este estado siente el gnóstico -no ya el simple religioso-, que la oración discursiva, construida desde las emociones, y por la inexactitud y ambigüedad de las palabras, apunta hacia el anterior dios imaginal como concepto antropomórfico.
Esta experiencia vívida “parece dividir”, por la inexactitud del lenguaje, lo que es Uno. Por lo que “aparentemente le distancia” y le sugiere algo semejante a “una herejía” (sea este término bien entendido en su relatividad).
El lenguaje cotidiano se muestra más equívoco, e insuficiente, a medida que la evolución del gnóstico (´arif) se confirma.
La dificultad del lenguaje profético
Razonado esto en la experiencia gnóstica, diremos que la dimensión Profética es el más alto estado de tal experiencia, ya que esa es la consideración que tiene esta función.
Las dificultades de comprensión y transmisión, a las que se enfrenta el personaje que la recibe, son de una considerable magnitud.
El ´arif, a diferencia del Místico-Profeta, no siempre ha de compartir su propia experiencia, o no toda ella. Por lo tanto no ha de enfrentarse necesariamente a la dificultad que supone la limitación del lenguaje mistérico.
El Profeta, en cambio, ha de hacerse comprensible para todos, lo que implica traducir al lenguaje vulgar algunos de los aspectos de su experiencia con el empleo de expresiones sencillas.
Pero también hará uso de un lenguaje críptico o alegórico, cuya trascripción estará reservada para el gnóstico -al´arif-, quien participa de algunos aspectos del Estado Profético.
Un buen pedagogo, -y el Profeta posee esta cualidad-, sabe que no conviene hacer público todo cuanto conoce, ni a todos en cualquier lugar o en cualquier estado de la conciencia.
Para cada persona hay un tiempo y una manera de hacer las cosas, un sendero diferente, por esta razón no es adecuado desvelar todo ante todos, sin considerar cada circunstancia y momento oportuno.
En este lenguaje críptico-profético los silencios entre líneas, y no sólo los grafismos, también forman parte del “idioma secreto”, el sirr-Al Lah, o Secreto Divino. Es evidente que tal esfuerzo conlleva una alta dosis de dificultad, por lo que el místico-Profeta es asistido desde “Aquello” que le trasciende.
El lenguaje de los textos sagrados
Todos los textos que conocemos como vehículos de La Revelación, el Corán en este caso, son textos revelados en un lenguaje propio de un estado espiritual muy singular. Es un lenguaje que oculta, o revela según ante quien, más de un solo contenido.
Hacer una crítica destructiva sin participar de “ese singular espíritu”, como veremos en los últimos capítulos, no deja de ser un exceso de pretensión, aun cuando sean eruditos bibliófilos quienes lo hagan.
Así pues, una interpretación literalista del Corán, como de cualquier texto sagrado considerado Revelación, no sólo es limitada o inexacta, sino que además puede conducir a interpretaciones disparatadas.
Dado que no haremos uso de la hermenéutica sobre el Corán, por las razones anteriormente explicadas, la breve exégesis sobre los Evangelios sinópticos servirá de guía para quien se sienta con deseos de hacerlo en otras disciplinas.
No obstante apuntaremos un dato informativo que pudiera ser de utilidad como primera reflexión.
En esta misma línea de pensamiento, sobre lo que hemos dicho anteriormente, el exegeta Imán Yafar Sadiq, fallecido en el año 756 en Medina fue, como sucesor en el imanato de su padre Muhammad al-Baqir, el sexto de los doce primeros Imanes.
En su estudio del Corán dice que el texto fue revelado en un lenguaje polivalente: lo literal (´ibâra), lo simbólico (ishâra), lo sutil (latâ´if), y lo real o esencial (haqâ´iq).
Los grafismos de cualquier texto sagrado son los mismos que los del lenguaje cotidiano. Pero ante la necesidad de expresar contenidos trascendentes, no habituales, el Gnóstico-Profeta necesita de la composición alegórica. La comprensión de ello dependerá de la formación del individuo, de su propia percepción, y de su nivel evolutivo en la capacidad de discernimiento.
Por lo tanto; la comprensión tras la lectura variará según el nivel de evolución de cada conciencia, así como “el contenido también varía”, y se enriquece, según se progrese.
Cuatro niveles de comprensión
El propio Corán, en 3:7, ya nos advierte sobre los diferentes niveles de apreciación, diciéndonos que hay versículos que son literales y otros que son simbólicos.
1- El común de las personas, al leer, sólo perciben la literalidad, ´ibâra, y nadie les pedirá más, ya que si esa es su limitación, su “vasija” se sentirá llena y satisfecha. Esto no supone ningún problema si la cuestión se limita a lo estrictamente personal, y no interfieren en otras capacidades de entendimiento.
La gran mayoría de las personas utilizan la religión como un placebo, como un refugio, o como una respuesta que, sembrada de mitos, satisfaga sus temores sobre “el más allá”. Esta posición no es ni deseable ni criticable, cada persona es todo un universo, en el que nadie está autorizado a intervenir sin autorización del interesado.
También es cierto que son estas personas, en ocasiones “muy leídas”, la cantera más propicia para extraer de ella los fanatismos más furibundos, las posiciones más intolerantes, o las guerras mal llamadas de religión, ya que la religión jamás puede suscitar violencia alguna.
2- Dan un paso hacia delante, en este proceso, quienes perciben lo simbólico, isâra. De manera que estas personas tendrán capacidad para relativizar cuanto leen, someterlo al juicio de su propia conciencia, y determinar por sí mismos, y en contraste con otros criterios, su forma de confesión.
Dice el proverbio de Muhammad: “La diferencia de criterios entre los sabios de mi pueblo es una bendición de Dios”.
Estas personas, capaces de diferenciar entre símbolo y literalidad, habrán adquirido la posibilidad de vivir su espiritualidad adaptada a su tiempo y lugar. Con apertura de mente, tolerancia hacia otras alternativas, y exentos de toda beligerancia.
Habrán captado la relatividad del concepto sujeto al lenguaje que es, con frecuencia, insuficiente al manifestar la experiencia gnóstica o profética.
3- Más allá se encuentran aquellos, no muchos, capaces de percibir lo sutil, latâ´if. Es un nivel de percepción propio de quienes han borrado la línea que “separa”, de una parte la vida cotidiana, y de otra los estados espirituales propios de la Intimidad Divina, los “awliya”.
Estas personas, por su elevación espiritual, ya no están sujetas a ninguna estructura litúrgica, a ningún concepto inamovible o a ningún lenguaje religioso. Aunque si llega el caso, e impelidos por la necesidad de convivir o de hacerse entender, lo utilicen.
Se han liberado de las ataduras a las formas pues, si bien han evolucionado desde alguna de ellas, ahora habitan la “Casa de la Sabiduría”, “al Bait al Hikma”, donde todas las posibilidades tienen cabida, ya que según enseña el Corán:
“Existen muchas vías de ascenso hacia Allah”. “A cada uno de vosotros le Hemos asignado una ley y un modo de vida distintos”.
Corán 70:3 y 5:48
4- Por último, el descubrimiento de las Esencias entre líneas de texto, “haqâ´iq”, es un nivel de percepción propio del místico, cuando ha sido asociado a la experiencia profética en cualquiera de sus formas.
Cada nivel de percepción se corresponde con un estado del espíritu, y todo cuanto se supone haber entendido en un estado anterior es, aunque necesario en ese estado, abolido por insuficiente al trasponer el dintel del estado siguiente. Así hasta la desaparición de todo concepto y de toda imagen.
El lenguaje universal del gnóstico
De aquí que el ´arif, como gnóstico, haya “borrado las líneas de separación”, y pueda participar de todas las religiones, y de todos los niveles, moviéndose entre uno y otro según mejor convenga a la función de servicio que realice, pues vive en la experiencia de que: “todo es Uno, Uno es todo”.
El estudio de la obra del murciano Ibn al Árabi, nos muestra la complejidad de su lenguaje, el laberinto de estaciones, visiones, percepciones, etc., por el que llegó a La Meta.
Ese fue su camino inimitable, que nadie más podrá seguir, pero su camino le condujo a este descubrimiento, un descubrimiento que es común al de otros caminantes, ¡diferentes!, pero en semejante estado.
Decía así: “Mi corazón es prado para las gacelas, convento para el monje cristiano, la Kaaba del peregrino, el libro de la Torah, un templo para el idólatra…
Diferentes caminos y una sola meta. La unidad en la multiplicidad
Suelo decir que; “las religiones son como las piedras de la base de una pirámide, todas sustentan el edificio espiritual, y todas conducen hacia arriba, unas por senderos más tortuosos, otras por senderos más rectos. Pero llegados a la cúspide no hay más que una sola piedra, y aún más arriba no queda ninguna.
Con el pasar de los años hemos llegado a la cúspide de la pirámide, superando cada estación en el transcurso del desarrollo. Se nos dio a descubrir el Universo relativo, fungible, su significado y Lo que oculta. Pero hemos aprendido cuando nos hemos desprendido de todo, y hemos tomado la sencillez como bastón de apoyo y piedra filosofal.
El movimiento, o especie de metamorfosis en la pluralidad, propio del “malamati”, o del que encubre su estado, tiene dos propósitos:
- El primero es el propósito propio del servidor, de quien ha de adaptarse a cada persona y a cada circunstancia en el tiempo y en el lugar, como mejor forma de hacerse comprender.
- El segundo propósito es el de ocultar su verdadero estado, con el fin de no despertar el recelo de quienes precipitan el juicio sobre las apariencias, ya sean los conformistas, los fanáticos, los combativos, y ese largo etc.
Pero nada de esto es posible sin haber alcanzado antes la gnosis que desvele ¡vivencialmente! la Unicidad.
Ya dijimos que quienes todavía no han alcanzado el conocimiento de Sí interpretan “Haqiqa”, La Realidad Esencial, de forma fragmentaria. Conocen Su existencia, pero no viven Su experiencia, por lo que estarán limitados a una interpretación literalista, ´ibâra, de los textos de la Revelación.
Si tales personas son gentes sencillas, satisfechas en sus necesidades espirituales y respetuosas con otras formas de pensamiento, nada más hay que pedirles, ya que en su práctica y por su “adab”, su cortesía, estarán justificadas. “Pues Allah no exige a nadie más de lo que le ha dado” Corán 65:7
Límites de la erudicción literaria
Uno de los problemas radica entre aquellos que, por ser portadores de un bagaje más o menos amplio de erudición literaria, suponen que han traspasado la frontera entre uno y otro nivel de entendimiento.
Esgrimiendo sus conocimientos de libro se permiten corregir, menospreciar, e incluso agredir, ya sea de palabra o a veces de hecho.
Es entre estas personas donde crece la semilla de la intolerancia, del fanatismo más furibundo o de las posiciones beligerantes.
Téngase en cuenta que no escribimos en contra de tales personas, pues su intimidad, así como sus intenciones, nos son desconocidas (aunque no siempre), pero sí que nos mostramos en desacuerdo radical contra tal comportamiento de agresión e intolerancia.
Es el momento de recordar las palabras de Jesús de Nazaret: “Todas estas cosas se las reveló Dios a los “ignorantes” y se las ocultó a los eruditos”.
O las palabras de Muhammad: “Buscad la sabiduría, aunque para ello tengáis que recorrer todos los caminos de la tierra”.
Por todas estas razones insisto con frecuencia en la meditación de una máxima del Oráculo de Delfos.
Fue posteriormente incluida en el Evangelio apócrifo de Judas, alias Tomás o Dídimo, que significa gemelo, y se nos presenta como uno de los hermanos del Señor Jesús*.
Esta frase fue adoptada por último en el seno de la Tradición Sufi, y acogida por nosotros como una forma de recuerdo. Dice así:
“Maan a´arafa nafsa-hu, a´arafa rabba-hu”, “Quien se conoce a sí mismo, conoce a su señor".
Y quien conoce a su Señor conoce el rico, prudente, y sabio lenguaje del místico silencio.
La validez del idioma propio
Es perfectamente lícito, e incluso conveniente en ocasiones, que un idioma cualquiera se enriquezca con la aportación lingüística de otras culturas, el castellano es un vivo ejemplo de esto mismo.
Pero también es obvio que cada pueblo ha de elevar su oración en un lenguaje que le sea comprensible, en su propio idioma.
La Revelación nos llega a todas las naciones a través de los profetas en su lengua vernácula, pero ha de ser transmitida a cada pueblo en la digna lengua de sus ancestros.
Ya dije que así lo enseñaba Muhammad*; “Hablad a cada pueblo en su propia lengua”.
En anteriores obras hice uso frecuente de términos árabes, por necesidad de hacer comprensibles algunos conceptos de la Tradición Sufi, cuya literatura es árabe, aunque no toda.
De aquí en adelante esto ya no será necesario, excepto para el uso de algunos vocablos que, ya conocidos, faciliten la comprensión. Quien siga nuestra obra literaria ya habrá entendido la relatividad del lenguaje, y la adaptación de algunos términos al castellano.
Dije en cierta ocasión:
“Dadme un concepto, y yo le pondré el sonido que ama mi corazón. La fuerza de algunas palabras, en una lengua, puede ser sustituida por otras palabras de valor equivalente en el propio idioma”.
Dijo el Profeta; “Si fuerais perfectos Allah destruiría esta humanidad, y crearía otra imperfecta, para que cometiendo errores fueran acercándose a Él”.
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