sábado, 22 de diciembre de 2012

El Popol Vuh

El Popol Vuh

Lidia Pérez López
En 1542, los conquistadores españoles, bajo el mando de Pedro de Alvarado, invadieron el territorio situado inmediatamente al sur de México. A su paso encontraron poblaciones de diversas tribus (cakchiqueles, mames, zutujilas), herederas de la esplendente civilización maya, entre las que destacaba el pueblo llamado quiché, situado en el centro del territorio que hoy día lleva el nombre de Guatemala.
El Popol Vuh
Es, precisamente, en el pueblo quiché donde, a principios del siglo XVIII, el Padre fray Francisco Jiménez, de la orden de Santo Domingo, conoció un libro que se calcula fue escrito alrededor de 1544 por autores anónimos, en idioma quiché, pero con auxilio del alfabeto castellano. Jiménez, que tenía conocimiento del quiché, se sintió poderosamente atraído por aquel manuscrito, que hacía referencia a otro más antiguo, llamado Popol Vuh, que narraba el origen del mundo y de la raza humana.
Fray Francisco se abocó a la tarea de estudiar y traducir el documento al idioma español. La traducción, corregida por el propio Jiménez y acompañada de una copia del original quiché, fue incluida en el primer tomo de su obra titulada “La historia de la provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala”, hacia el año 1722, en la que fue mencionada como “la doctrina que todos los indios sabían de memoria”.
Los manuscritos del padre Jiménez permanecieron olvidados en el archivo del convento de Santo Domingo hasta 1830, año en que fueron trasladados a la Biblioteca de la Universidad de Guatemala. En 1854 los encontró el austriaco Carl Scherzer, quien publicó una copia en Viena (1857), bajo el título “Las historias de origen de los indios de esta provincia de Guatemala”.
Un año después viajó a Guatemala Charles Etienne Brasseur, adquirió el manuscrito de Jiménez de forma desconocida, lo tradujo al francés y, de regreso a su país, lo público bajo el título de “Popol Vuh. Le livre sacré et les mythes de l´antiquité américaine” (París, 1861), que incluía el texto en quiché. Desde su aparición, fue bien acogido por el mundo científico de América y Europa. Y, precisamente, Brasseur denominó por primera vez al documento como “Popol Vuh”, título que conserva hasta la actualidad.
Esta última versión francesa fue, a su vez, traducida al castellano por J. Antonio Villacorta y Flavio Rodas y publicada en Guatemala (1927) con el título “Manuscrito de Chichicastenango (Popol Vuh), estudio sobre las antiguas traducciones del pueblo quiché. Texto indígena fonetizado y traducido al castellano. Notas etimológicas…”, y una segunda versión, traducción directa del francés, fue publicada en Guatemala en 1972 por Jorge Luis Arriola.
En 1974 apareció en México la traducción directa del quiché realizada por Adrián Recinos, con el título “Popol Vuh: las antiguas historias del quiché”, que ha sido la de mayor difusión, sobre todo a nivel escolar.
Cabe mencionar un trabajo que publicó en México el Instituto Nacional de Antropología e Historia (1979), realizado por Adrián I. Chávez, quien, tras un exhaustivo trabajo filológico, reconstruyó el texto original quiché de Jiménez, esta vez en caracteres del alfabeto quiché, y propuso una traducción al castellano, en la que pretende corregir las anomalías de las anteriores traducciones, anomalías que atribuye a una visión externa y frívola del fenómeno histórico maya, así como a prejuicios religiosos y errores fonéticos.
Esta nueva traducción llega, en algunos puntos, a diferir de manera notable de las anteriores; por ejemplo, todas las versiones consideran que son dos los hijos de Vukup Kaquix, Hunanpú y Svalanqué, pero Chávez asegura que se trata de un error, y que son dos denominaciones de un mismo personaje, nombrado en el texto como “Jun Aj Pu, Shabalanké”; el primer nombre aludiría a su oficio de cazador y el segundo a su nombre propio.
Más aun, Chávez afirma que todas las parejas de seres que aparecen en las genealogías divinas del libro, son seres únicos con dobles denominaciones.
Pretendemos dejar claro que el Popol Vuh no es un tema agotado en el terreno filológico, y abre el camino para una aproximación con criterios más desprejuiciados y frescos, lo que arrojará, en un futuro próximo, resultados que amplíen el horizonte del conocimiento histórico.
Su contenido
Popol Vuh, para algunos traductores, significa “Libro de la comunidad”; sin embargo, nos parece más apropiada la versión de Chávez, que lo refiere como “Libro del tiempo” o “Libro de los acontecimientos”, que vale tanto como decir “Historia del universo”.
El Popol Vuh es un poema mítico-histórico, el libro sagrado de los quechuas en sus postrimerías, pero cuya antigüedad de contenido se pierde en el fondo del tiempo; además, como en la mayor parte de los libros sagrados de las culturas antiguas, sería imposible determinarla con exactitud.
Este poema personifica las fuerzas físicas y espirituales de la Naturaleza. Es probable que sus mitos expliquen acontecimientos históricos y prehistóricos, no solo de pueblos de América Central, como quechuas y cakchiqueles, sino de toltecas, mixtecas, pinas, yumas, apaches, caddos, semínolas, aztecas, purépechas… Bajo cierta clave simbólica podemos encontrar las emigraciones, las guerras de raza y los cataclismos sufridos por estos pueblos.
Su contenido es complejo, dado que en él se amalgaman elementos religiosos, míticos e históricos, por lo que una interpretación clara y profunda necesita de un trabajo paciente y una actitud mental abierta a las trascendentes enseñanzas morales que encierra en sus símbolos. Podríamos decir que su estudio requiere de ciencia y espíritu.
Pese a que el Popol Vuh, en su versión francesa de 1861, fue dividido de manera arbitraria en tres partes por Brasseur y esta metodología continúa hasta la fecha, el original fue escrito de una pieza. Sin embargo, después de la referencia que se hace en el inicio del libro a la creación del mundo y de los animales, se distinguen cuatro partes en las que podemos establecer cierta analogía con las cuatro grandes razas desenvueltas en el planeta según la tradición esotérica.
La jerarquía divina, al igual que figura en las estancias del Dzyan, había producido por sí sola tres creaciones anteriores, cada una de las cuales fracasó.
La primera fue la de los monstruos semianimales, semihumanos, desprovistos de mente y de palabra, pero terribles y malos en la tierra, en los aires y en las aguas, y de los cuales la arqueología egipcia y aun la románica medieval conserva un vago recuerdo. La segunda fue la de los “hombres cenagosos”, egoístas, incapaces de misión celeste alguna, y la tercera, la de las figurillas de madera, es decir, la de los hombres de palo o insensibles (los reyes de Edón de la Biblia) e ineptos para reproducirse, por lo que fueron también destruidos. Tales fueron las tres primeras rondas o ciclos de nuestro planeta antes de la bajada de las celestes entidades.
Vemos reflejado todo esto en el Popol Vuh, que hace referencia a un remoto pasado humano, a través de un personaje llamado Vukub-Kakix, el hombre ya dotado de responsabilidad, sexo, pensamiento y habla, que se envaneció con exceso. Se creyó un ser solar e inmortal, no un ser todavía terrestre y perecedero, e inculcó tal doctrina a sus dos hijos: Zipacná y Kabrakán.
Los malos les maltrataron sacándoles los ojos y los dientes, por lo que sobrevino la muerte a Vukub. Sus dos hijos fueron entonces el tronco de los poderosos pueblos atlantes. Zipacná tomó el sobrenombre de “Creador de las montañas” (o del culto iniciático; las montañas pueden equiparse a pirámides o antros de Iniciación a la buena ley o magia blanca) y Kabrakán el de “Destructor de las montañas” (perseguidor del culto iniciático, magia negra); este último sería el que, finalmente, acarrease la destrucción del continente atlante.
Se cuenta del enorme poder y la excelsa virtud de Zipacná (el de los cipos o columnas sagradas), que una vez vio a cuatrocientos de los suyos forcejeando vanamente para arrancar el más hermoso de los árboles (el de la Iniciación, de la vida y de la ciencia) y trasplantarle a un lugar mejor. Zipacná, con hercúleo esfuerzo, lo arrancó hábilmente y lo llevó adonde aquellos deseaban. Los envidiosos y malvados lo golpearon a traición y lo privaron del sentido; creyéndole muerto, lo arrojaron a una fosa, de la que fue sacado por sus discípulos y fieles, y, en el acto, sepultó a todos aquellos malvados que le quisieron matar (catástrofe del continente atlante o Diluvio universal). Junto con toda esta gente, murieron dos personajes importantes, los magos Hunanpú y Svalanké.
La segunda parte del documento toma como protagonistas a estos dos jóvenes magos, y a través de la narración de su brillante origen y sublime historia, refiere en forma alegórica los sucesos relacionados con la gran catástrofe, los ritos de Iniciación de magia blanca que sobrevivieron a dicho trastorno geológico y cómo esta tradición ha hecho frente a los perversos hechiceros, que la persiguen aún en la actualidad. En este sentido, el Popol Vuh recuerda a todos los libros religiosos posteriores.
El relato nos lleva a la corte de Shivalpá (el mundo vulgar dominado por terribles hechiceros que producen las más terribles enfermedades). De todos los obstáculos salieron triunfantes los jóvenes héroes. Pasaron, además, por terribles pruebas, como la Casa Tenebrosa, que atravesaron alumbrándose con antorchas de pino (símbolo de la luz del entendimiento y de la intuición). Pasaron igualmente triunfantes por la Casa del Viento (prueba de aire o emocional) y, de igual manera, vencieron en la Casa del Tigre y de los Murciélagos, hasta que llegaron a la de los Combatientes, donde el héroe Hunanpú fue crucificado contra el tronco de un árbol en el que, además, metieron su cabeza. El árbol se secó y se cubrió de frutos esféricos semejantes a la calabaza. Este sacrificio es el símbolo universal de la materia en la que está crucificado el hombre celeste, asociado a la figura del sol, y los frutos esféricos representan los planetas del sistema solar.
Se prohibió entonces a los habitantes de Shivalpá aproximarse a dicho árbol y sus frutos (alegoría semejante a la de la Biblia con respecto al árbol del conocimiento), pero una hermosa joven, Chuchumakik, violó la prohibición, por lo cual la calavera de Hunanpú habló y lanzó sobre la mano de la joven un salivazo, a consecuencia del cual ella concibió a una pareja de jóvenes magos que hicieron reverdecer las glorias de los anteriores, restaurando el conocimiento iniciático que se creía perdido.
La joven había concebido siendo virgen, a lo cual su padre no dio crédito y la mandó matar. Así, ordenó a cuatro criados suyos que le abrieran el cuerpo con un cuchillo y le extrajeran el corazón. Los sirvientes la llevaron al bosque, pero apiadados de ella, la abandonaron allí con vida (como la infanta Isomberta en la leyenda del Caballero del Cisne).
Chuchumakik, como Isomberta, como Psiquis en la mitología griega, como todos los símbolos del alma humana, erró a la ventura largo tiempo hasta topar con la remota cabaña de una viejecita bruja, que era nada menos que la madre de Hunanpú (otro recuerdo de Psiquis llegando a buscar a Eros hasta el regazo mismo de su madre Venus). La joven fue reconocida por la sabia y vivió con ella, dando a luz dos varones, quienes, ya mayores, inventaron la música y la danza. Luego, Chuchumakik, cual Ceres grecorromana, enseñó la agricultura a los hombres. Sin embargo, las fieras (de la magia negra) destruían cada noche la obra de los hombres, por lo que los gemelos tenían que llevar la cultura a los humanos a través de mil y un ardides.
Los dos héroes llegaron a las cinco casas probatorias por las que habían pasado sus antecesores, de donde salieron triunfantes. El Rey del Mundo Vulgar los condena a ser quemados, pero, consumado el sacrificio, ellos resurgen gloriosos, como el ave fénix de sus propias cenizas. Predicaron después desde una barca (como en los mitos de Oanes, el hombre pez, el Ictus, el Cristo) y obraron milagros. El señor Shivalpá quiso experimentar la resurrección, pero los jóvenes no lo dejaron volver a la vida, por lo que ellos reinaron algún tiempo para marcharse posteriormente al Sol y a la Luna y reunirse con las divinidades.
La última parte del Popol Vuh es como una velada síntesis de las cuatro grandes jerarquías celestes, que son aquí llamadas “El Tigre Nocturno”, “El Blanco Tigre Ilustre”, “El Tigre Lunar” y “El Sonriente Tigre Matutino Humano”. Los cuatro grupos de Balam o tigres son también símbolo de los cuatro dioses u “hombres divinos venidos de Oriente” o “allende el mar, por donde nace el Sol”. Su supremo sacerdocio parece que estuvo ubicado en la ciudad de Tolul. El Popol Vuh concluye con la enumeración de las catorce dinastías quechuas hasta la llegada de los conquistadores españoles.
No podemos dar conclusiones definitivas sobre el tema, puesto que su enorme riqueza ofrece un vasto material para posteriores investigaciones.
Sin embargo, el Popol Vuh no es una lectura exclusiva para eruditos. Se trata de un documento que brindará caudales de sabiduría a toda alma en disposición de aprender y crecer que se acerque a él.
Es probable que las semillas de la sabiduría den sus retoños en una nueva primavera civilizatoria. ¿Existe aún aquella capital quiché, la orgullosa metrópoli de Hizamachi y a la que la maestra Blavatsky se refiere en un relato acerca de la existencia de pueblos donde jamás se ha posado la planta española? Tal vez allí se cumpla aquella frase ocultista que dice: “La Naturaleza tiene siempre lugares ocultos donde ciertos hombres elegidos pueden seguir practicando, tal y como sus padres lo hacían, sabios ritos que se creyeron perdidos”.

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