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Mitología española: Jamás hubo conquista árabe
San Eulogio, obispo católico de Córdoba, descubre el islam en el año 850
28/12/2012 - Autor: Rubén - Fuente: lavozliberal.wordpress.com
Actualmente los historiadores cuestionan la versión católica oficial según la cual el Islam se implantó violentamente en España, después de una invasión árabe, en el año 711. Estos argumentan que el Islam ni se impuso ni era ajeno a los hispanos, lo abrazaron libre y mayoritariamente.
El mito de la invasión del Islam fue promovida por la Iglesia Católica para encubrir su derrota ante los cristianos unitarios, seguidores del arrianismo que predicó Prisciliano.
¿Ocurrió la historia tal y como nos la han contado? ¿Es posible que, en el siglo VIII , un ejército musulmán cruzara el estrecho de Gibraltar, derrotara a las tropas visigodas y avanzara victorioso hasta someter casi todo el territorio peninsular?.
Lo que nos dice la historia oficial
El año 711 entraron 7.000 árabes por Tarifa al mando de Tariq, y poco después otros 18.000 entran al mando de Musa, nacido en La Meca, que a la sazón tenía unos setenta y un años de edad, 25.000 hombres en total.
Nos dijeron que en tres años conquistan e islamizaron un territorio de 584.192 kilómetros cuadrados, habitado por varios millones de personas organizadas en monarquías visigodas y pertenecientes, muchas de ellas, a la cultura greco-latina.
Es decir que, en el periodo de tres años, cada uno de aquellos 25.000 árabes tuvo que realizar el esfuerzo de conquistar 23 kilómetros cuadrados aproximadamente y, por si fuera poco, conquistar además parte de Francia y convertir todo ese vasto territorio al Islam. ¡Todo en tres años!. Ellos solos, con la espalda al descubierto, sin conocer el idioma y sin el apoyo necesario para pertrechar a la exigua tropa invasora.
Lo que las legiones romanas no consiguieron en 300 años de sangrienta conquista, con todo su aparato militar, y el apoyo logístico desde las Galias, lo consiguen 25.000 árabes incultos venidos desde el lejano desierto. Y según se nos cuenta lo hicieron después de atravesar miles de kilómetros del norte de África, sin conocer la herradura con la que calzar a los caballos que no tienen (el desierto de Arabia no lo permite) y con las espaldas descubiertas.
El origen del mito
Los documentos de la época no contienen referencias a aquella terrible invasión. El único relato de principios del s.VIII que se conserva es el del obispo Isidoro Pacense, pero desde hace dos siglos sabemos que es un personaje mítico. Desde el rey visigodo Vamba hasta Alfonso III, ni cristianos de confesión alguna, ni musulmanes, dejan documentación creíble al respecto. Las primeras noticias aparecen en las crónicas latinas y musulmanas del siglo IX, a seis generaciones (ciento cincuenta años) de los hechos; cuando el Islam estaba ya firmemente arraigado en la península.
Las crónicas árabes de la conquista de la península Ibérica se escriben siglos después de la supuesta conquista, y son adaptaciones de leyendas egipcias que comienzan a extenderse en el siglo X.
A comienzos del siglo X un grupo de andalusíes, recién conversos, sienten la necesidad de viajar a El Cairo en busca de doctos eruditos para formarse en lo relativo a la nueva confesión. Y para, ¡Oh sorpresa!, informarse sobre la llegada del Islam a la península Ibérica.
Entre ellos viaja un tal Ibn Habib quien en su obra Táric, nos relata la leyenda de la invasión de los árabes, extraída a su vez de otras leyendas egipcias contadas por sus maestros cairotas. El investigador se debe de preguntar: ¿Cómo es que en España no quedaba nadie que recordara los hipotéticos acontecimientos de un hecho tan decisivo como lo hubiera sido la conquista árabe tan sólo un siglo antes, y la conversión al Islam de casi todo un país?
Lo cierto es que Ibn Habib y sus compañeros, tienen que viajar hasta Egipto para enterarse de lo que pudo haber sucedido en vida de sus bisabuelos. Y si en la península Ibérica no quedaba recuerdo reciente de ninguna invasión, ¿cómo es que los egipcios, tan lejanos, pudieron saberlo?
A propósito de esta crónica. Cuando el año 1.860 el historiador Dozy la lee para su investigación, escribe en sus Recherches que no le parecían otra cosa que cuentos de “Las mil y una noches”.
Si los árabes habían invadido España, ¿sus nietos no se acordaban de la conquista y tuvieron que viajar a Egipto para informarse?
Quizá en la Edad Media fue más aceptable, para los católicos romanos, asumir la historia de la invasión como un castigo divino por las herejías del cristianismo, que aceptar la sustitución progresiva de sus ideas religiosas por otras.
Supuestamente para los andalusíes, y para el orgullo de los árabes en general, también les fue más atractivo ensalzar proezas épicas de sus hipotéticos antepasados, que el natural florecimiento de una cultura andalusí, como la que se forjó en España. Estos criterios son los que se mantienen en la actualidad para justificar la invasión.
Algunos investigadores, concluyen que el mito ha pervivido, contra toda lógica, porque a los católicos les ha interesado mantenerlo; encubría ante el pueblo su fracaso social y religioso.
La situación religiosa en el siglo VIII
La guerra civil que estalló en la península Ibérica a principios del siglo VIII, explicada como conflicto político y disfrazada más tarde como invasión de una potencia extranjera, tuvo su origen en hechos que se remontan a cuatro siglos antes; enfrentamientos entre dos corrientes cristianas.
Los unitarios o arrianos, negaban que el Hijo fuera igual al Padre (según esta premisa, Jesús no era Dios) y los católicos, adheridos al dogma de San Pablo, mantenían que hay tres personas distintas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) en un solo Dios verdadero.
Para aproximarnos a la verdad de lo que sucedió el año 711, cuando un contingente de guerreros del norte de África (bereberes), cruzan el estrecho de Gibraltar, derrota a las tropas visigodas de Don Rodrigo y se establecen en la península Ibérica, tendremos que remontarnos al siglo IV.
Un poco de historia
En el año 325, el emperador Constantino convoca un concilio en Nicea para zanjar las disputas teológicas que estaban perjudicando al imperio.
El dogma de la Trinidad se impuso y se incluyó en la religión oficial: nacen el catolicismo y la Iglesia Católica. Al mismo tiempo se excomulgaba al obispo Alejandrino Arrio, que murió en el año 336, un día antes al fijado por el emperador para obligarle a reconciliarse con la Iglesia. Un siglo después, su mensaje obtuvo un eco imprevisible.
El historiador español Ignacio Olagüe explica en su obra La Revolución Islámica en Occidente, que a partir de entonces “la doctrina trinitaria fue impuesta a hierro y fuego” por todo el norte de África y la península Ibérica.
Las ideas de Arrio en Oriente fueron propagadas por Prisciliano en España y en el sur de la Galia. Prisciliano nació en el seno de una familia senatorial en el año 340 (se cree en Galicia) y comenzó a predicar hacia el 370.
Hombre culto, ascético, vegetariano y que no hacía distinción entre hombres y mujeres en cuestión de nombramientos relacionados con el culto; principios que retomarán siglos después los cátaros.
Los libros de Arrio fueron quemados, como acostumbra la Iglesia Católica, y apenas quedan obras de Prisciliano. De los signos externos y sacramentos del arrianismo sólo se sabe, por referencias de sus enemigos, el empleo de alguna forma de tonsura y que el bautizo se realizaba mediante tres inmersiones, quizá en correspondencia con la trilogía “cuerpo, alma y espíritu” o “cuerpo físico, astral y mental”.
Prisciliano durante toda su vida fué acosado por los obispos católicos, temerosos de su influencia entre el clero y la población.
En el año 385, en la ciudad de Tréveris, el emperador Máximo le hizo acudir para que se defendiera de la acusación de hechicería lanzada por sus adversarios.
Hubo un juicio, viciado por intereses clericales e imperiales, y una condena: a Prisciliano le cortaron la cabeza. Fue el primer hereje que sufrió pena de muerte. Curiosamente, el propio emperador Máximo fue ejecutado tres años después por orden de Teodosio.
Unamuno sugiere que en Compostela no es el Apóstol Santiago quien está enterrado, sino Prisciliano, lo cual daría idea de la extensión e importancia que alcanzaron sus doctrinas. Su ejecución afianzó el arrianismo en el país. El año 460 llegó al poder el monarca godo Eurico, que se convirtió a la fe arriana.
En el año 587, el rey godo Recaredo se alió con los católicos por conveniencias políticas y, en nombre propio y en el de todo su pueblo, abjuró del arrianismo que habían practicado los anteriores monarcas godos.
Se prohibió el culto arriano y se iniciaron brutales persecuciones contra sus seguidores y también contra los judíos, como es costumbre en la Iglesia Católica, quienes hasta entonces habían practicado su religión libremente.
Los arrianos de España y del sur de Francia se sublevaron; soportaron durante el siglo siguiente robos, violaciones, asesinatos y reducción a la esclavitud, perpetrados por la oligarquía goda y el clero católico.
La tensión se calmó cuando el rey godo Vitiza subió al trono en el año 702 y comenzó a deshacer los entuertos de sus antecesores: declaró una amnistía contra los perseguidos y les restituyó sus bienes; detuvo las medidas hostiles contra los judíos y convocó el XVIII concilio de Toledo, cuyas actas, sospechosamente, la Iglesia Católica ha perdido.
El grueso de los historiadores opina que fueron destruidas porque eran contrarias al Catolicismo romano. A la muerte de Vitiza, en torno al año 709, todo cambió.
La nobleza y los obispos católicos impidieron que su hijo Achila, que era menor de edad, ocupara el trono, y eligieron en su lugar a Don Rodrigo, un jefe militar afín a sus intereses.
Estalló entonces una guerra civil entre los partidarios de éste (seguidores del catolicismo establecido), y quienes apoyaban a los sucesores de Vitiza (arriano); estos últimos veían en Don Rodrigo a un usurpador del trono visigodo.
Al mando de la provincia visigótica de la Bética (la actual Andalucía) estaba Rechesindo, antiguo tutor del hijo de Vitiza. Rodrigo lo mató en una escaramuza y entró en Sevilla sin oposición.
Los partidarios de la estirpe de Vitiza, debilitados arrianos, pidieron ayuda a su correligionario y noble visigodo Taric, gobernador de la provincia visigótica de Tingitania (Tánger), en el norte de Marruecos, que había sido nombrado por Vitiza y con cuyo reinado mantenía estrechas relaciones comerciales.
Taric era de raza goda, como apunta la terminación “-ic”, hijo (hijo de Tar, un nombre germano muy común) en lengua germánica. Uno de sus jefes militares era Yulian, de origen romano, a quien la leyenda de la invasión convirtió en el traidor conde Don Julián.
En el año 711, a finales de abril Tariq (convertido en Tariq Ibn Ziad por el mito), a la cabeza de un ejército de siete mil hombres en el que domina la etnia beréber procedentes de la Tingitania, cruza el estrecho que llevará a partir de entonces su nombre, para desembarcar en España y defender la causa arriana.
La presencia de tropas no provocó reacción entre la población autóctona andaluza porque no eran tropas extranjeras sino de la vecina provincia del reino, la Tingitania. Los judíos, ferozmente perseguidos por los monarcas godos y católicos después de que éstos abandonaran la fe arriana, acogieron a los recién llegados. Todo esto también explica la relativa facilidad con que los “musulmanes” avanzaran por Andalucía, y la hospitalidad con que fueron recibidos.
Los expertos subrayan que sólo un Estado puede organizar una invasión militar; no existía entonces un imperio arábigo, sino tribus y pequeños caudillos enfrentados entre sí y carentes de gobierno, administración y ejército.
Vale aquí puntualizar que la población mayoritaria de la península se adhería a los principios unitarios y al arrianismo. Por el contrario, la corte y el clero visigodo respondían a los dictados de Roma y al dogma católico.
La oligarquía visigoda con sede en Toledo explotaba y oprimía hasta los más crueles extremos a sus súbditos arrianos. El profesor Olagüe en la obra ya citada, brinda pormenorizados detalles de este asunto.
Volviendo a nuestro tema anterior del cruce de Tariq, éste al frente de sus hombres desembarcó en las cercanías del famoso peñón al que se dio su nombre: Yabal al Taric, “Monte de Tariq”, es decir, Gibraltar: El 19 de julio de ese mismo año, por las orillas del río Guadalete, logra una victoria decisiva sobre el rey visigodo Don Rodrigo. El hecho es que es técnicamente imposible el desarrollo de una batalla de tal envergadura (sólo las tropas de Don Rodrigo comprendían ya 100.000 hombres) en el valle del Guadalete por su extrema estrechez, sencillamente no cabrían las tropas de ambos bandos y, menos todavía, la caballería. No obstante, y aceptando como cierta la celebración de la batalla, numerosas prospecciones arqueológicas han barrido todo el valle en donde, según las crónicas, tuvo lugar el encuentro bélico y zonas adyacentes con un resultado completamente nulo. Una batalla de tal envergadura hubiera dejado, como es el caso de otras, una gran cantidad de restos esparcidos, desde puntas de flechas, hasta cotas, herrajes y restos de los campamentos de ambos bandos. Sorprende el resultado: nada de nada.
Se dice que Rodrigo murió en la batalla, pero es más probable que fuera expulsado de Andalucía y buscara refugio en Lusitania (Portugal), donde pudo haber fundado su propio reino, ya que existía en Viseu una sepultura con la inscripción: “Aquí yace Roderico, rey de los godos”, que todavía se conservaba en el siglo XVIII en la iglesia de San Miguel de Fetal, según señala el abate Antonio Calvalho da Costa en su Corografía portuguesa.
A partir de entonces, España entra en el seno del Islam, en tan sólo 3 años, del 711 al 714, las formidables tropas árabes conquistan e islamizan toda la península y el sur de Francia. Esta explicación de los orígenes de la España musulmana, tal vez un tanto extensa, la creo necesaria para contrarrestar la historia oficial católica que sin fuentes ni argumentos serios afirma que España fue conquistada a sangre y fuego por los musulmanes.
El año 785, 74 después de la supuesta invasión, el Papa Adriano I envía a España a un delegado pontificio para combatir la situación de los cristianos adversos al papado de Roma, este delegado, Egila, se pasa al bando de los arrianos. El arrianismo progresa, pero de la presencia del Islam sigue sin haber testimonios documentales.
En los textos de los autores católicos de la escuela de Córdoba, en el siglo IX, no existe alusión alguna al Islam. Tanto en la obra del abate Esperaindeo, como en la del abate Sansón, se arremete contra las doctrinas del arrianismo predicadas por el obispo Hostogesis de Málaga quien no obedecía a Roma. Pero de las enseñanzas de Mahoma, como doctrina diferenciada, no sabían nada todavía.
En el siglo IX, vemos que los musulmanes llevaban 140 años en la península, tenían desde hacía un siglo la capital del reino en Córdoba, la más importante y refinada ciudad de Occidente por entonces, con un millón de habitantes, y es evidente que no habían forzado la conversión masiva de indefensos cristianos, ni siquiera hacían proselitismo de su fe ni alardes de su culto.
¿Qué fe seguían entonces los españoles? La herejía arriana tradicional, en evolución hacia el islamismo, que la mayoría de la población acabaría abrazando, igual que la lengua árabe por el latín. No hubo imposición, sino lento cambio. Y no era una fe extranjera.
San Eulogio, obispo católico de Córdoba, descubre el islam en el año 850
San Eulogio fue miembro de una familia acomodada que vivió en Córdoba en la primera mitad del s. IX. Al regreso de su viaje a Navarra (849-850) y ante la difusión que tuvieron las herejías arrianas en Andalucía, se le ocurrió combatirlas predicando el martirio a las vírgenes católicas de Córdoba, en la creencia de que la sangre vertida podría detener el proceso de islamización que se estaba engendrando en su ciudad.
Las revueltas populares que el martirio de las vírgenes sacrificadas causaron, llevaron a la autoridad política a hacerle responsable de la alteración del orden público, siendo encarcelado por estos motivos.
La fama alcanzada por sus escritos, hace que sea nombrado Arzobispo de Toledo, no pudiendo ocupar el cargo por haber sido condenado por la justicia del Emir cordobés y encontrarse encarcelado. Más tarde será ajusticiado en el año 859 por ser culpable de promover los disturbios de Córdoba y, como es costumbre en la Iglesia Católica, elevado y adorado en los altares como San Eulogio.
Más tarde, Alfonso III consigue que Abderraman II, monarca de Al-Andalus, le permita trasladar el cuerpo de San Eulogio (santo y martir, ¡je!) hasta Oviedo. El cuerpo iba acompañado de manuscritos con las obras del escritor, reproducidas en vida de este, las cuales se conservan en la biblioteca de la catedral de Oviedo. Hasta aquí la historia oficial católica.
Ahora, lo que no nos habían contado. Entre estos documentos, se encuentra el Apologeticum Martyrium, escrito en 857, donde relata su viaje a Navarra, dando cuentas del hallazgo que hizo en la biblioteca del Monasterio de Leyre: un opúsculo que reseña una biografía de un tal Mahoma.
Los pormenores de este viaje, son conocidos por la biografía que Álvaro escribe de San Eulogio y por la carta que este escribe al obispo de Pamplona a su regreso a Córdoba, por lo que no hay duda de su autenticidad y del año en que fue escrita.
Alojado San Eulogio en el Monasterio de Leyre, hizo un gran descubrimiento en la biblioteca de este monasterio. El mismo lo relata de la siguiente forma:
“Cuando últimamente me hallaba en la ciudad de Pamplona y moraba en el monasterio de Leyre, ojeé todos los libros que estaban allí reunidos, leyendo los para mí desconocidos. De pronto descubrí en una parte cualquiera de un opúsculo anónimo la historieta de un profeta nefando”.
Se trataba de una biografía del profeta Mahoma. La lectura de esta biografía de un profeta desconocido para él, le produjo tal sensación, que se vio en la necesidad de compartir el hallazgo con sus correligionarios, los intelectuales católicos Juan Hispalense y Álvaro de Córdoba.
Juan Hispalense, que seguramente había recibido la carta antes que Álvaro, escribía a este, remitiéndole un extracto de la biografía de Mahoma, para hacer partícipe a Álvaro del extraordinario descubrimiento que su amigo común, Eulogio, había encontrado en Leyre. Estas cartas, fueron intercambiadas entre los años 849 y 851.
En el año 856, tanto San Eulogio, ya en Córdoba, como Álvaro escriben sus comentarios sobre las primeras manifestaciones públicas del Islam en Córdoba. Esto lo relata en su obra Indículus Luminosus, en la que dice conocer por vez primera la segunda frase de la profesión de fe islámica. Pero no conociendo la lengua árabe, en la que se promulgaba, la transmite en latín: “Psallat Deus super Prophetam et salvet eum”. “Dios bendiga al Profeta y le salude”.
Cuenta también que ha empezado a oír cómo desde altas torres los nuevos creyentes gritan cosas de Dios y de un tal Maocim. Se refería a los minaretes de la nuevas mezquitas ya que, hasta esas fechas y a causa del sincretismo religioso, probablemente la oración islámica se practicaba en los templos arrianos que se fueron transformando. Es decir, que hasta ese momento el Islam se propagaba discretamente. Pero su presencia como idea diferente no se había hecho pública todavía. Por lo tanto, los personajes de los que comentamos, no conocieron hasta ese momento el Islam ni el nombre de Mahoma como religión de conocimiento generalizado. Continuaban sin comprender exactamente qué es lo que estaba sucediendo.
Todos estos datos son conocidos, se conservan y ya fueron publicados en el siglo XVIII por el Jesuita padre Florez en el tomo VIII de la España Sagrada, págs., 145-146.
Hacia la mitad del siglo IX, la jerarquía eclesiástica católica andaluza, desconocía la existencia del Islam. No se habían enterado de la invasión de los árabes en el 711, no se habían percatado de que cinco veces al día, los almuecines de las mezquitas cordobesas llamaban a la oración a los fieles del islam.
Su preocupación no era el Islam, (no lo conocían) sino el judaísmo, el arrianismo, otras herejías cristianas y el ateismo, pero no el Islam, del que no se hace mención en ningún documento eclesiástico hasta las cartas de Eulogio en el año 849 aproximadamente, en las que muestra su perplejidad ante el descubrimiento de una nueva religión.
Los omeyas en España
La historia oficial católica nos cuenta que Abderramán I fue un Omeya que escapó de la purga de los Abbasidas. Pero para ser sirio de origen, era pelirrojo y de ojos azules, igual que su hijo y sucesor Abderramán II. A causa del período de anarquía que se abrió tras la guerra civil, Abderramán I, según cuentan las crónicas, fue el visigodo arriano que sometió gran parte de la península, de Toledo para abajo, unificando un nuevo reino arriano, poderoso y rico en el sur de España con capital en Córdoba proclamándose Emir. ¿De dónde sale la leyenda oficial de su sangre real? Lógicamente de un intento posterior de legitimización para asumir la dignidad de Emir (rey).
Sabemos por uno de los historiadores de la época, Ibn Hazm, cordobés del siglo XI, que los Omeya eran rubios, de tez clara y ojos azules, y tenían por costumbre el casarse con doncellas de sus mismas características, por lo que se desposaban con mujeres navarras.
No conocemos a muchos semitas con estas características étnicas, pero sí en cambio sabemos que los visigodos concordaban con ellas. Luego a juzgar por sus características raciales es más probable que los Omeya fueran visigodos arrianos y posteriormente islamizados, y no árabes venidos del desierto.
¿Por qué nombres y cultura árabes? Los nombres árabes entre los personajes de la época. Abderraman, Ibn Habib, etc., es una cuestión simple de responder. Un nombre propio no siempre indica, necesariamente, una confesión religiosa, ni mucho menos la pertenencia a una etnia. En la península Ibérica de entonces había clérigos, incluso obispos, nobles y reyes que utilizaban nombres árabes, era la cultura pujante. Por lo tanto los primeros Abderramanes serían reyes visigodos de nombre árabe, pero todavía en proceso de transición religiosa desde el arrianismo al Islam.
Algunos ejemplos sobre lo dicho nos los ofrecen los nombres de estos obispos arrianos. Rabi ibn Sahib, fue propuesto para la dignidad episcopal por Abderraman II, en cuya corte desempeñó las funciones de diplomático. Este obispo fue maestro de otro obispo, llamado Abú l-Harit. Y lógicamente, al ser obispos no eran musulmanes, sino arrianos. Y… según parece, tampoco sabían nada del Islam, ¡hasta el momento! Por lo que bien pudiera haber sucedido que Abderraman adoptara el nombre antes que la religión. Pero esto ya sucedió con el Emperador Constantino, que se hizo defensor del catolicismo antes de haberse decidido a adoptarlo como forma de fe.
Su hijo y sucesor, Abderramán II, muere el año 852, habiendo puesto en práctica en los últimos años una política que había consistido en diferenciar definitivamente, y acelerar, el proceso de islamización de España trayendo eruditos islamólogos orientales.
El árabe se empieza a generalizar por escrito en España hacia la segunda mitad del siglo IX. Es entonces cuando florecen las ciencias, la filosofía y la poesía. La rica lengua árabe es el instrumento; el genio lo aportan aquellos que vivían ya en Al-Andalus y los que llegaron como invitados, tanto del mundo islámico como del cristiano, sin distinción de etnias.
A partir de la muerte de Abderraman II, y debido a su política, el Islam se extiende por la península gracias a la atracción existente por lo oriental y como una nueva moda, tal como sucede en nuestros días con otras tendencias. Recordemos que este Abderraman había fundado Murcia el año 825, y que el pacto de Teodomiro, por el que Murcia pasa a dominio ¿musulmán o arriano?, se celebra hacia la mitad del siglo VIII.
Qué nos dice la arqueología
En el catálogo de monedas del museo arqueológico de Madrid, comentado por Codera en el año 1.879, por Lavoix en el 1.888, y por Rada en el 1.892, encontramos una moneda acuñada en España en el siglo VIII. En una de sus caras dice en latín: “In nomine Domini non Deus nisi, Deus solus sapiens, non Deus similes alius”. En el nombre del Señor, de Dios, sólo hay un Dios Sabio, no hay otro parecido a Dios. Y una estrella de ocho puntas, como en el Islam. Esta era la fórmula en latín de la profesión de fe arriana, y la mitad de la profesión de fe musulmana posterior, faltaba todavía añadir la presencia y reconocimiento de la dimensión profética de Mahoma que se añadió muy posteriormente.
Las lápidas encontradas en Xativa el año 2004, fechadas en el S.VII, (y otras más encontradas en otros lugares y fechadas en el mismo siglo, según fuentes universitarias) demuestran que musulmanes llegan a la península Ibérica directamente desde Oriente, posiblemente a través de la costa mediterránea no sometida a la monarquía visigoda y que mantenía relaciones comerciales y de clientela (protección) con el Imperio Bizantino de Oriente.
Las innovaciones arquitectónicas como el arco de herradura no son una aportación arábiga; existía en Occidente y puede verse en varias construcciones de España y Francia anteriores al Islam.
Tampoco parece obra musulmana la mezquita de Córdoba, ni nació como mezquita. Ese templo, bosque de columnas, es incompatible con el culto musulmán y con el católico, ya que ambos exigen espacios diáfanos para seguir al oficiante. Por desgracia, nada sabemos sobre el culto arriano, desaparecidos sus textos para siempre en las llamas de las hogueras católicas.
Conclusión
No hubo invasión de ejércitos árabes. La realidad, es otra bien distinta. En el siglo VII, el emperador bizantino Heraclio se enfrenta a una grave amenaza, el avance imparable del imperio persa encabezado por Cosroes II. Pero analicemos la situación detenidamente. Durante más de 500 años había existido un “status quo” entre los dos grandes imperios, el romano y el persa. A pesar de sus múltiples encuentros fronterizos a penas si se había producido modificación alguna en las fronteras entre los dos grandes imperios. ¿Por qué, de repente, el Imperio Romano de Oriente se hunde dramáticamente en dos ocasiones seguidas contra los persas, llegando a perder todos los territorios del Oriente hasta Anatolia y Egipto? La respuesta es evidente, la falta de resistencia de los pobladores autóctonos mesopotámicos, sirios, palestinos y egipcios. Pero ¿a qué se debe tanto desdén por Bizancio? ¿Por qué se dejan conquistar por los persas, o deberíamos más bien decir liberar por los persas?
Es largo de explicar y no es el objeto de este artículo pero podemos simplemente recordar la expansión del arrianismo por todas estas tierras y la lucha constante con el dogma católico (y posteriormente griego). El concilio de Nicea no logró aplacar el conflicto religioso en Oriente como tampoco lo logró el II concilio de Constantinopla en el 381 donde se condenó definitivamente al arrianismo. Esto provocó el surgimiento en Oriente de nuevas herejías como el monofisismo, el nestorianismo, etc. Todas ellas acabaron igual, duramente reprimidas por el poder imperial romano-griego y por la iglesia católica y posteriormente griega. De esta forma, nos encontramos con un panorama de gravísimo descontento social y religioso por todo Oriente a principios del s.VII cuando Cosroes II empieza a amenazar peligrosamente las fronteras del Imperio Romano de Oriente.
Así pues, con la ayuda de los persas libertadores y a pesar de la victoria definitiva de Heraclio sobre Cosroes II en el año 628, el arrianismo triunfa sobre el dogma católico-griego consiguiendo la independencia de estos territorios del imperio y cayendo en una especie de anarquía de pequeños Estados que no están bajo el control efectivo de ningún poder centralizado, ni persa, ni griego.
En el año 633, salido de las ardientes arenas del desierto de Arabia, se produce un movimiento ideológico, filosófico y religioso que va ganando adeptos en Oriente y que empieza a extenderse por todo el mundo. El Islam encuentra un caldo de cultivo pre-islámico en el cristianismo unitarista arriano que previamente se había impuesto por todo el Oriente y el norte de África como ya hemos narrado.
El movimiento de rebelión arriano llega a la península Ibérica cien años después, en el 711, produciéndose una guerra civil religiosa que fracciona el Reino visigodo de Toledo haciéndolo añicos, proclamándose claro vencedor frente al catolicismo romano y quedando este relegado al extremo norte de la península. Poco después, en el año 756, un arriano visigodo, influido por la cultura árabe triunfante, Abderramán I, señor de la guerra, logra unificar bajo su poder a todo el sur de España hasta Toledo, proclamándose él mismo como Emir, legitimándose como Omeya, y localizando su capital en Córdoba.
Con Abderramán II, el emirato de Córdoba se afianza y, a partir del año 850, comienza un proceso de asimilación de las nuevas ideas y los nuevos ritos islámicos impulsados por el monarca arriano, será lento, progresivo, pasando por una primera etapa de sincretismo con el arrianismo vencedor en la guerra civil del s. VIII hasta llegar a las formas de culto islámicas y a unas formas sociales islamizadas: deslatinización, adopción del idioma árabe y arabización de los nombres.
Las posteriores leyendas de la batalla de Guadalete, al igual que la muerte de Don Rodrigo, muerto en la misma según la leyenda, así como las leyendas de Don Pelayo y la batalla de Covadonga no son más que eso, leyendas.
Nos hacemos una pregunta. ¿Se conserva documentación fiable de la entrada del cristianismo en la península Ibérica?, la respuesta es clara y contundente, NO. Pero sabemos que se introdujo, progresivamente, por una labor de evangelización que duró siglos.
Entonces. ¿No pudo entrar el Islam de manera semejante a como lo hizo el cristianismo, máxime cuando sabemos que existían las condiciones adecuadas, una situación pre-islámica?.¿Qué razones hubo para montar la leyenda de una invasión para la entrada del Islam?. La respuesta es la siguiente: para justificar una mala chapuza, la derrota del catolicismo papista siervo de Roma frente a los primeros protestantes españoles contra el dogma católico, los arrianos, en la guerra civil religiosa del año 711. Y al mismo tiempo, el fraude de la conquista musulmana también sirvió para justificar la conquista de Al-Andalus por los reinos norteños como una “Reconquista” y legitimar así sus acciones de conquista como una “recuperación de territorio católico”. Esto es algo que hoy está asumido, prácticamente, en todos los medios académicos.
Cuanto más avanzamos en la arqueología y la documentación racional existente, más entendemos que el Islam entró en España por la vía del arrianismo, progresivamente, y no por efecto de invasión imposible alguna.
Pero ¿cómo afecta el mito de la conquista y reconquista a la sociedad española de hoy en día? Por desgracia, la Iglesia Católica y los poderes centralizadores del país han sacado muchísimo partido de estos dos mitos. Nos dicen, “España ha sido siempre católica”, o “el catolicismo, el Papa y España siempre han ido de la mano”, o “no se puede entender una España sin la Iglesia Católica, hay que subvencionarla”, o “gracias a la Reconquista católica se forjó España”. Bien, acabamos de aprender que la realidad es otra.
Al asimilar la “Reconquista” como una vuelta atrás, a nuestros orígenes, a una unidad centralizada y homogénea en un reino de “orgullosas raíces germanas” que vinieron a enmendar a los decadentes e inmorales romanos, y católico hasta la médula, como si de un estado perpetuo e inalterable se tratare como si, desde el principio de los tiempos, España fuera católica como una especie de destino divino; al asimilar esto, digo, nos estamos mintiendo a nosotros mismos y creándonos una entidad nacional ficticia, alejada de la realidad y de la que se han aprovechado fructíferamente, durante toda la Historia de España, los tiranos y la Iglesia Católica.
Si destruimos el mito, sale la verdad a la luz del día para hacernos comprender, curiosamente, que los españoles fuimos los primeros protestantes europeos contra el dogmatismo católico romano. Fuimos los primeros occidentales en separarnos de Roma y desobedecer al Papa ya desde Prisciliano allá por el año 370 y tuvimos una iglesia separada e independiente, con un culto propio hasta la expansión y aculturación pacífica del Islam por España que comenzó en torno al 850.
Esto es lo que tienen de malo los mitos nacionales, propios del nacionalismo surgido con la Revolución francesa, que crean identidades falsas para vergüenza y oprobio de los pueblos que las sufren y enriquecimientos indebidos de los tiranos y de la Iglesia Católica que inevitablemente les someten.
En definitiva, el s.VIII fue un periodo trascendental para la posterior evolución de la sociedad española y que la historiografía católica oficial ha catalogado, de forma excesivamente parcial, simplista e interesada, como una conquista y una “Reconquista” posterior, pero como decía Ortega y Gasset “Una reconquista de seis siglos no es una reconquista”.
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