Afganistán: la guerra es el opio del pueblo
El círculo de la guerra en Afganistán, cual cruel paradoja, comienza a cerrarse para volver a su punto de partida
17/10/2011 - Autor: Pablo Jofré Leal - Fuente: Webislam
La guerra iniciada en Afganistán hace 10 años por Estados Unidos, con el pretexto de derrotar a los talibanes y capturar a Bin Laden, líder de Al Qaeda, acusado de los atentados del 11 de septiembre del 2001, no termina de concluir y ha significado un fracaso rotundo a las políticas guerreristas de occidente.
Tras una década de ocupación, el conflicto en esa explosiva región del Asia, no sólo ha costado la vida de casi 200 mil afganos –la mayoría de ellos niños y mujeres civiles- sino también la de 3 mil soldados de la coalición, principalmente estadounidenses e ingleses. Cuando a pocos meses del 11-S Estados Unidos dio inició a la Operación Libertad Duradera y las oficinas de propaganda de la superpotencia se encargaron de transmitir al mundo que la incursión en ese atrasado asiático sería “coser y cantar”. Sin embargo, poco a poco, los halcones de Washington se dieron cuenta que lo que iba a coserse y en forma creciente eran los sacos con los cuerpos de jóvenes soldados –principalmente de origen hispano y negros– que retornaban a Estados Unidos.
El círculo de la guerra, cual cruel paradoja, comienza a cerrarse para volver a su punto de partida. Con el objetivo de sacar a los talibanes del poder y con una guerra civil devastadora los que están a punto de volver a ocupar el poder son precisamente esos talibanes, estudiantes de las madrasas, seguidores de Bin Laden y dominadores de las principales zonas de cultivo de la adormidera, principal ingrediente para la producción de la Heroína. Los Talibanes son hoy más fuertes que nunca, precisamente porque controlan las principales áreas de Afganistán donde se cultiva el 80% del opio que se produce en el mundo, que va a parar a las ciudades de occidente. La vuelta de mano a las balas es una lluvia de polvo para heroinómanos.
Para el analista Ramón Lobos “Afganistán regresa al punto de partida. Nada se ha movido; el tiempo es vertical, como en Srebrenica. Tras 10 años de guerra, de miles de civiles y de soldados extranjeros muertos y heridos, los talibanes están cerca de regresar al poder. Miles de militares extranjeros se disponen a regresar a sus casas tras una misión que nunca tuvo los objetivos claros, los medios precisos y la voluntad política de pagar el precio necesario de ganar la guerra… Hay guerras que parecen justas; y algunos piensan que por el hecho de parecerlo deberían ganarse sin resistencia, sin esfuerzo”.
El balance de la ocupación occidental de Afganistán muestra profundas fisuras con lo que se pretendía originalmente: ¿vencer a los talibanes? ¡Ni pensarlo! Hoy, más que nuca los talibanes están firmes en sus territorios. ¿Destruir las plantaciones de Opio? ¡Menos aún! La inseguridad y la alza creciente del precio del opio en el mercado, han llevado a los agricultores afganos a incrementar el cultivo ilícito de la amapola o adormidera en un 7 por ciento en el 2011, según reveló un reporte de las Naciones Unidas publicado el martes 11 de octubre.
Para el politólogo Txente Rekondo, “El paseo triunfal de fines del 2001 ha dado paso a una fotografía mucho más compleja, y la victoria “oficial” anunciada por los dirigentes de Washington se ha transformado en una especie de “sálvese quien pueda”. Un breve balance del período muestra a las fuerzas de ocupación acosadas y atacadas en la mayor parte del territorio, recluidas buena parte del día en sus bases militares; una resistencia heterogénea que controla importantes zonas del país; un régimen títere que no tiene jurisdicción real más allá de las cuatro paredes del palacio presidencial de Kabul; una corrupción que asola todos los sectores de la sociedad; un boyante negocio en torno a la producción de opio; un pulso entre diferentes actores extranjeros para sacar tajada de la situación, sobre todo de las riquezas naturales y del negocio de la supuesta reconstrucción”
Los grupos talibanes, bajo el liderazgo del Mullah Omar y la “Shura de Quetta”, Hezb-i-Islami de Gulbuddin Hekmatyar o la red de la familia Haqqani han acabado con la vida de importantes figuras del gobierno de Karzai, entre ellos altos mandos militares, políticos, líderes tribales y religiosos, además de atacar el “British Council”, la sede de la OTAN, la embajada de EEUU, entre otros edificios, en septiembre, demostrando una capacidad operativa que ha “asustado” a los ocupantes. Ese es el panorama en Afganistán y lo que le causa más de un dolor de cabeza a Washington, que se debate entre una pronta retirada o una paulatina, que desde los anuncios de la toma de posesión se han postergado una y otra vez, so pena de ver una retirada estilo Saigón, con los militares estadounidenses colgando de helicópteros mientras en tierras los Muyahidin a Bin Laden.
El análisis de expertos, políticos y militares centra que el error principal en Afganistán fue devolver el poder a los antiguos señores de la guerra: acusados de crímenes, corrupción, narcotraficantes a los que la sociedad afgana detesta como al propio presidente Karzai, sindicado como uno de los políticos más corruptos y puesto allí por occidente. Otro error fue tomar parte, por parte de Estados Unidos y la OTAN, por uno de los bandos en la Guerra Civil que divide a la sociedad afgana, en la cual los Talibanes son sólo una parte. El año 2007 los Talibanes se aprovecharon de la situación de vacío político, de la idea de que todo estaba ganado y fluía sin ayuda, y tomaron la iniciativa militar. Desde entonces no han dejado de ganar terreno.
Los últimos ataques dentro de la llamada Zona Verde de Kabul –se supone la más segura- y sobre todo el asesinato del ex presidente Burhanddin Rabbabi, demuestran que los talibanes y sus aliados de la Red Haqqani están dentro de Kabul. Y en ese panorama, el Gobierno de Hamid Karzai, que robó sin complejos ni condenas internacionales las elecciones presidenciales de 2009 ante el silencio de sus patrocinadores, no podría resistir si el apoyo de las tropas extranjeras. Eso lo sabe Obama y la OTAN, que como borrachos porfiados se resisten a admitir, que ya nada tienen que hacer en las tierras que no han sido conquistadas por ningún ejército invasor a lo largo de dos mil años. La Guerra en esas condiciones es el opio para el pueblo tanto afgano como estadounidense. Uno porque lo paga con su sangre y el otro con sus impuestos.
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