EZLN, EN LA IRRUPCIÓN DE MUNDOS SOBRE MUNDOS
30-12-2012
“A quien corresponda: ¿Escucharon? Es el
sonido de su mundo derrumbándose. Es el del nuestro resurgiendo. El día que fue
el día, era noche. Y noche será el día que será el día. ¡Democracia! ¡Libertad!
¡Justicia!
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Por el Comité Clandestino Revolucionario
Indígena-Comandancia General del EZLN. Subcomandante Insurgente Marcos. México,
diciembre del 2012”
Por un lado, el derrumbe del mundo por una
silenciosa complicidad; y por otro lado, el silencioso murmullo, el de las
cigarras, que aparentemente “no dice nada” pero que mucho transforma y mucho
tiene que enseñar.
El 21 de diciembre marcharon alrededor de
cuarenta mil bases de apoyo del EZLN procedentes de comunidades Tzeltales,
Tzotziles, Choles, Mames, Tojolabales y Zoques. Marcharon en silencio para
manifestar la existencia de lo que en silencio han construido siempre.
Las implicaciones de su misma existencia
son de por si una interpelación y un desafío que confronta nuestro mundo desde
otro mundo, el que ellos y algunos otros han hecho resurgir. Esto responde la
pregunta que muchos se han hecho: ¿Para qué o para quién es el mensaje del
EZLN? … Para nuestro mundo.
Nos encontramos viviendo en un mundo que
derrumbamos en los dilemas cotidianos de nuestras formas de existir, -léase
formas de producción, desproporción, liberalismo, modernidad, consumo,
“binestar”, etc.- sin duda, a cuenta gotas, el derrumbe más silencioso. El
llamado nos obliga a repensar nuestro mundo, lo que se abandona, se destruye,
se erosiona, beneficia a los pocos y en muchas ocasiones bajo nuestra
silenciosa complicidad.
La marcha del 21 se llevó a cabo en un
contexto en el que: se llega al fin del sexenio y del mal gobierno panista de
los últimos doce años; nos encontramos ante el regreso del PRI a la presidencia
de la república; la toma de protesta del gobernador priísta del estado de
Chiapas Manuel Velasco; en el marco de la simulación de un pacto por México que
vuelve a plantear un esquema de gobierno a partir de las élites; en la
profundización de una crisis de la izquierda mexicana, sobretodo por su fuerte
carga electoral; en la incapacidad de consolidación de una alternativa por
parte de los movimientos sociales y en la imposibilidad de generar una
articulación amplia para hacer frente a la emergencia nacional; en el contexto
de la nueva disputa por las libertades de protesta y manifestación, gravemente
asediadas por la llegada del PRI el primero de diciembre.
En el terreno de lo local y a 15 años de
la masacre de Acteal, se consolida la guerra en la frontera sur, se ha
evidenciado la reactivación y fortalecimiento de grupos paramilitares, ha
aumentado el acoso a las comunidades y el desplazamiento forzado de algunas
otras, tales como el Nuevo Poblado Comandante Abel. En el mismo tenor el
gobierno federal se posiciona frente a la violenta realidad chiapaneca
designando a Chauyffet, responsable de la masacre, como parte del nuevo
gabinete. Dicha coyuntura no es referida directamente el 21 de diciembre, sin
embargo; frente a ésta se deja de manifiesto una postura contundente.
La marcha y el comunicado nos remiten,
casi de manera inmediata, a aquella noche que fue día, el primero de enero de
1994. A semejanza de aquel momento, la bandera mexicana y la bandera del EZLN
formaron parte de la misma narrativa; el silencio tomó por sorpresa a nuestro
mundo; las comunidades se apropiaron de las cabeceras municipales de San
Cristóbal de las Casas, Ocosingo, Palenque, Las Margaritas y Altamirano; se
interpeló al unísono al gobierno, al sistema, al mundo y al pueblo mexicano. A
diferencia de entonces, no hubieron ni armas ni rifles de palo de por medio, la
declaratoria de guerra fue pacífica, los que en su momento eran niños ahora son
adultos y los que nacieron en la opresión se formaron en la resistencia.
Hablamos de este 21 de diciembre no solo
como la demostración del fortalecimiento organizativo de un movimiento, ni como
el perfeccionamiento disciplinario de un ejército, que por cierto fue
sorprendente. Sino de la consolidación de una comunidad como “comunidad
política” de transformación, es decir, de la correspondencia específica entre
territorio, cultura, comunidad, identidad y sujeto político; porque el marchar
de la nueva generación, al igual que lo hicieron sus padres, para manifestar su
existencia con todas las implicaciones que ello conlleva, nos habla de la
consolidación de una forma de vida como alternativa, como lucha, pero sobretodo
consolidada como herencia: enseñanza y trascendencia.
Ya no hablamos, entonces, de una
generación con arraigo solamente a la tierra, a la cultura y a la comunidad;
sino, con raíces en la comunidad política, el fortalecimiento del arraigo a la
rebeldía, al EZLN y al mismo tiempo a los otros mundos posibles.
Es por ello que la manifestación de su
existencia -con pocas o ninguna palabra- lleva como correlato el acto más
grande de confrontación y subversión de lo instituido; donde el mundo de la
autonomía arrastra sus fronteras hasta el nuestro, tejiendo brecha para
dimensionar nuestras formas destructivas de existir y otras formas constructivas
de seguir existiendo.
Inclusive revisten de sentido a la cultura
maya y al 13 Baktún, porque de la misma manera que desmontan la interpretación
judeo-cristiana occidental del cambio o fin del mundo que proviene desde una
exterioridad incontrolable, trascendental; ya sea profética, apocalíptica o
mesiánica. Nos dicen que, tanto la destrucción del mundo, como su
transformación, depende no de una determinación extramundana, sino de todo lo
contrario: de nuestras manos, de nuestro caminar cotidiano, de la apertura de
nuestros oídos sordos, de los mayas del presente y del trabajo que,
independientemente de su realidad o trinchera, construye más allá de la vida
inmediata, que forma herencia y que responde a las demandas de las condiciones
históricas en las que vivimos, es decir, en la dimensión de la disputa del
mundo que cae, el mundo construido para destruirse en beneficio de unos cuantos
y el mundo que se construye.
Si algo nos han enseñado los movimientos y
pueblos de nuestro país que luchan, también y con especial atención, en el
terreno de lo simbólico, como el EZLN y ahora el Movimiento por la Paz con
Justicia y Dignidad; es que el silencio no solo es la interrupción de la
palabra, sino la espera activa por volver a enunciarla y escucharla nacer.
En el ciclo por venir de
la necesaria irrupción de mundos sobre mundos.
San Cristóbal de las Casas, Chiapas,
México, 28 de diciembre de 2012.
Rebelión ha publicado este artículo con
el permiso del autor mediante una licencia
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