martes, 26 de febrero de 2013

“Hay que pasar por la experiencia del islamismo en el poder”

“Hay que pasar por la experiencia del islamismo en el poder”


Entrevista a Gilbert Achcar, Profesor en la School of Oriental and African Studies (SOAS) de Londres


26/02/2013 - Autor: Christophe Ayad - Fuente: Viento Sur



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Primavera Árabe
Primavera Árabe

-¿Cómo calificar lo que ocurre en el mundo árabe desde 2011?

-He elegido la palabra “levantamiento” como título para mi libro1. Pero, desde la introducción hablo de un proceso revolucionario a largo plazo. Lo que estaba claro desde el principio es que estábamos muy al inicio de una explosión, de la que lo único que se puede prever con certeza es que será larga.

-Emmanuel Todd ha dado una explicación demográfica del fenómeno. Vd. se inclina más bien por una explicación marxista.

-La fase durante la cual el mundo árabe se distinguía por una demografía galopante acabó hace ya una veintena de años. He comenzado con el análisis de la situación en vísperas de la explosión, en 2010. Se constata un bloqueo del desarrollo que contrasta con el resto del mundo; incluso del África subsahariana. La expresión más espectacular de ese bloqueo es una tasa de paro récord, particularmente entre los jóvenes. Además, hay una modalidad específica del capitalismo en la región: a distinto nivel, todos los Estados son rentistas. La otra característica es un patrimonialismo en el que el clan dominante se adueña del Estado hasta el punto de transmitirlo de forma hereditaria.

-Las revoluciones árabes se han traducido en liberalizaciones políticas, pero no en grandes cambios sociales. ¿Por qué?

-En Egipto y en Túnez, solo ha sido quebrada la punta del iceberg; es decir, los déspotas y su entorno inmediato. Por otra parte, en esos dos países, el “Estado profundo”, la administración, los aparatos de seguridad, no se han movido. Por el momento, solo en la revolución libia se dio un cambio radical: hoy, ya no hay Estado, ya no hay ejército. En ese país, el descalabro social fue más profundo, porque el reducido espacio privado que existía estaba acaparado por la familia Gadafi.

-En Occidente nos ha extrañado que los islamistas triunfaran en las elecciones cuando no habían lanzado esas revoluciones…

-Las expectativas de Occidente, ese romanticismo en torno a la “primavera” y el “jazmín”, todo ese vocabulario orientalista, se basaban en un desconocimiento de la situación. Era evidente que los integristas iban a sacar las castañas del fuego porque, desde finales de los años 1970, se impusieron como una fuerza hegemónica en la protesta popular. Llenaron el vacío dejado por el fracaso del nacionalismo árabe. Por otra parte, la principal razón por la que los gobiernos occidentales apoyaban a los despotismos árabes era el temor a los integristas. Creer que esa situación iba a ser barrida por los acontecimientos, era tomar los deseos por realidades. Con el apoyo financiero del Golfo y el apoyo televisivo de Al Jazira, no se podía esperar otra cosa que victorias electorales integristas. Lo que es llamativo es que esas victorias no hayan sido aplastantes. En Egipto, desde las legislativas al referéndum sobre la Constitución, pasando por las presidenciales, estamos viendo la velocidad a la que se desmorona el voto integrista,. En Túnez, Ennahda logra el 40% en unas elecciones en las que ha participado la mitad de la gente inscrita. Y en Libia, los Hermanos Musulmanes locales han sido derrotados.

-¿Le sorprenden las dificultades actuales de los islamistas en el poder?

-En primer lugar, hay que decir que la vuelta a los despotismos no es algo factible. Hay que pasar por la experiencia del islamismo en el poder. Las corrientes integristas se han construido como fuerzas de oposición con un eslogan simplista: el islam es la solución. Es algo completamente hueco, pero funcionaba en un contexto de miseria y de injusticia en el que se podía vender esa ilusión. Los islamistas son traficantes de opio del pueblo. Desde el momento en que están en el poder, eso ya no es posible. Son incapaces de resolver los problemas de la gente. Han llegado a los puestos de mando en condiciones que nadie envidia y no tienen ningún programa económico.

-¿Se puede tener confianza en ellos a la hora de organizar escrutinios que podrían expulsarles del poder?

-Es el argumento clásico: una persona, un voto, pero una sola vez. Salvo que lleguen al poder en posición de fuerza. El pueblo ha aprendido a “querer”, a salir a la calle. Jamás un dirigente, en la historia de Egipto, ha sido tratado con tanto desprecio por su pueblo como actualmente Morsi…

-¿Se puede trasladar el modelo turco al mundo árabe?

-No, en Turquía no son los Hermanos Musulmanes quienes dirigen el país sino una escisión modernista que se ha reconciliado con el principio del laicismo. El AKP turco es la versión islámica de la democracia cristiana europea. Los Hermanos Musulmanes, no son eso. Son una organización integrista que milita por la Sharia y para quien la palabra laicismo es una injuria. En el terreno económico tampoco tienen nada que ver: el AKP encarna un capitalismo de pequeños industriales, mientras que los Hermanos Musulmanes participan de una economía rentista, fundada en la ganancia a corto plazo.

-¿Puede describir la influencia de Qatar en estas revoluciones?

-Es un enigma. Algunos dirigentes coleccionan coches o armas; el Emir de Qatar, por su parte, juega a la política exterior. Se ha presentado como comprador de los Hermanos Musulmanes de la misma forma que compraría un equipo de fútbol. Un hombre que ha jugado un papel fundamental en esta nueva alianza (que recuerda la que hubo entre Mohamed ben Abdel Wahab y la dinastía de los Saud en el siglo XVIII) es el jeque Qaradhawi, jefe espiritual de los Hermanos Musulmanes e instalado desde hace mucho en Qatar, donde tiene gran influencia en Al Jazira. Todo eso ocurre en un país en el que el Emir no tolera ninguna oposición.

-¿Cómo explicar la complacencia de los Estados Unidos hacia los Hermanos Musulmanes?

-Es algo que comenzó bajo la administración Bush. Para los neoconservadores, el despotismo nacionalista produjo el terrorismo y, por lo tanto, había que derrocar a déspotas como Saddam Hussein para poder extender la democracia. Condoleezza Rice quiso reanudar la alianza con los Hermanos Musulmanes que se dio en los años 1950 y 1960. Pero la victoria de Hamas en las elecciones palestinas bloqueó el proceso. La administración Obama, que heredó una situación catastrófica en Oriente Próximo, ha mostrado una actitud indecisa y prudente. Cuando ha estallado todo, ha optado por intentar dar la impresión de acompañar al movimiento. La obsesión de Washington en la región es la estabilidad y el petróleo. Y la traducción de esta obsesión, es la búsqueda de aliados que dispongan de una base popular.

-¿Por qué la intervención de la OTAN ha sido posible en Libia y no en Siria?

-Siria se encuentra ante un riesgo de caos tipo Libia, pero en un entorno regional bastante más peligroso. Está también el apoyo de Rusia y de Irán. Desde el comienzo, la OTAN dijo que no quería intervenir. La cuestión no es “¿Por qué Occidente no interviene en Siria?”, sino “¿Por qué impide la entrega de armas a la rebelión?”. La razón profunda es el miedo al movimiento popular en Siria. Y el resultado es que la situación se está pudriendo. El régimen sirio acabará por caer pero, ¿a qué precio? La miopía de los gobiernos occidentales es alucinante: con el pretexto de no reproducir los errores cometidos en Irak, es decir el desmantelamiento del estado baasista, hacen algo peor. Hoy, los sirios están persuadidos de que Occidente deja, adrede, que su país se autodestruya para proteger a Israel.

-La izquierda antiimperialista ve un complot americano en estas revoluciones.

-Que, por oportunismo, las insurrecciones populares sean apoyadas por potencias imperialistas no justifica el apoyo a las dictaduras. La teoría del complot americano es grotesca. Basta con ver el aprieto de Washington. Es claro que después de cuarenta años de totalitarismo lo que llega es el caos, pero, como Locke, prefiero el caos al despotismo, porque en el caos tengo una opción.


Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR

Notas:

1. Gilbert Achcar, “Le peuple veut une exploration radicale du soulèvement arabe”. Ediciones Actes Sud (448 p., 24,80 €) (ndt).

Profesor en la School of Oriental and African Studies (SOAS) de Londres, Gilbert Achcar es uno de los mejores analistas del mundo árabe contemporáneo. Nacido en 1951, abandonó Líbano en 1983. Ha enseñado sucesivamente en la Universidad de París VIII y luego en el centro Marc-Bloch de Berlín. Su compromiso de izquierdas y propalestino no le ha impedido jamás dirigir una mirada severa sobre las dictaduras nacionalistas árabes.

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