jueves, 21 de febrero de 2013

Ira ciega

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Ira ciega

Las manifestaciones se vuelven rutinariamente violentas. Se han extendido por todas las provincias y, al igual que los principales actores políticos de Egipto, carecen de una estrategia coherente

21/02/2013 - Autor: Amira Howeidy - Fuente: Webislam
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Anciana eipcia
Anciana egipcia
El gas lacrimógeno y las piedras inundaron el aire de la plaza Tahrir durante horas el pasado lunes -durante el segundo aniversario del derrocamiento de Hosni Mubarak- así como cócteles molotov lanzados por los manifestantes que se enfrentaban a policías ante el palacio presidencial. Esta escena caótica terminó la madrugada del martes, cuando el tráfico de personas regresó a la normalidad.
Este es un patrón que se ha repetido muchas veces desde el segundo aniversario de la revolución del 25 de enero, sobre todo los viernes. Egipto se ha acostumbrado a las protestas, disturbios y sentadas, que han ido en aumento desde el comienzo de la revolución.
Sin embargo, desde el segundo aniversario de la revolución, se ha producido un cambio cualitativo. Las protestas ya no se limitan a la capital. Las tiendas de campaña que comenzaron a montarse en Tahrir se han extendido a otros lugares, como el palacio presidencial de Heliópolis, por ejemplo. Ahora, la verdadera acción está teniendo lugar en otras partes del país: Alejandría, Suez, Tanta, el Delta, Beni Sweif en el sur, la ciudad industrial de Mahalla y en la ciudad natal de Morsi (actual presidente), Sharqiya.
Las recientes y cada vez más violentas protestas han cambiado de rumbo pues, al comienzo, las manifestaciones que marcaron los primeros 22 meses de revolución eran, en su mayoría, pacíficas y eran fruto de demandas específicas: subida del salario mínimo (que es menor a 100 euros mensuales); purga del aparato de seguridad; mejora de los servicios públicos, etc.
Según la Organización Egipcia de Derechos Humanos, unos 60, incluidos tres policías, han muerto en las últimas tres semanas, y más de 2.000 personas han resultado heridas. Al menos 35 edificios gubernamentales y 13 instituciones privadas han sido atacados y más de 450 manifestantes han sido detenidos. Y el motivo es que los amotinados no articulan ninguna demanda, argumenta el activista de izquierdas Wael Khalil.
Las protestas se ven alimentadas por una ira que se torna cada vez más visceral dirigida hacia la clase dirigente que preside una economía que se tambalea. El deterioro del valor de la moneda local y la inflación, sin embargo, no parece estar dentro de las preocupaciones cotidianas de los ciudadanos. Las detenciones en masa y la brutalidad han alimentado a la bestia, que ahora se dirige desatada hacia el presidente Mohamed Morsi y la Hermandad Musulmana.
"Es ira, sencillamente", dice Mahinour Al-Masri, activista pro derechos humanos con sede en Alejandría. "Un joven es asesinado o torturado hasta la muerte por la policía, decenas sufren condiciones similares" y nadie es responsable. La policía ocupó brevemente Al-Masri el 21 de enero, pero poco se sabe acerca de las afiliaciones políticas de los que provocan los altercados. Muchos ocultan sus rostros con máscaras, pañuelos y sombreros, no solo para camuflar su identidad, sino también para protegerse del potente gas lacrimógeno que, no en pequeñas cantidades, se arroja contra las masas. La actual ola de protestas, literalmente, no tiene rostro. Podría ser una efusión nihilista contra las autoridades. Podría ser una señal de otro punto de inflexión en la post-revolución de Egipto. O podría ser ambas a la vez.
Sin embargo, "son importantes porque demuestran a las autoridades que no habrá estabilidad mientras no haya un verdadero cambio", dice Khalil. Pero ahí es donde termina el mensaje. "Nadie dice tener una estrategia que lidere las reivindicaciones. Es una expresión de la frustración y la decepción del pueblo por la mala gestión que se ha llevado a cabo por el nuevo gobierno, que no han podido ofrecer ni un atisbo de esperanza de cambio".
Pero no todos los que están descontentos con el sistema están de acuerdo con las protestas de carcter violento. "Derrocar a Morsi solo pasa los viernes y en los aniversarios", escribió Mosaab Al-Shami, un fotógrafo y activista, en su cuenta de Twitter el pasado lunes. Los disturbios se han convertido en "una repetición aburrida de los acontecimientos", una "lamentable" marcha todos los viernes en la que los manifestantes intentan subir a las puertas del palacio presidencial y son rechazados por cañones de agua y gases lacrimógenos. "El problema es que cada acción en la calle es calificada como revolucionaria, cuando en realidad lo que hacen muchos es  dañar el germen revolucionario", agregó Al-Shami.
El resultado no es solo ese. Aqui se puede vislumbrar que la credibilidad de la Hermandad Musulmana está deteriorarda. Una encuesta reciente llevada a cabo por Al-Baseera, un centro de investigación sobre la opinión pública, reveló que los índices de aceptación de Morsi han caído desde un 63 por ciento, en diciembre de 2012, a un 57 por ciento a finales de enero. Más importante aún, el 39 por ciento de los encuestados dijeron que elegirían Morsi de nuevo, es decir, que ha caido un 50 por ciento desde diciembre de 2012.
Las protestas revelan lo poco convincente que resulta Morsi como presidente, dice Khalil Al-Anani, un erudito del departamento de la Universidad de Durham de Estudios de Oriente Medio. Y el hecho de que las protestas se hayan extrapolado a otras regiones fuera de El Cairo, abarcando incluso áreas rurales, ilustra cuán extendido está dicho sentimiento de insatisfacción. Queda claro pues, que Morsi y aliados ya no pueden sostenerse en una base "religiosa y moral para asegurarse el apoyo popular".
Morsi y la Hermandad puede ser el principal foco de descontento público, pero el Frente de Salvación Nacional, el grupo principal de oposición, no ha escapado a las críticas. Están acusados ​​de aprovecharse de las protestas para lograr ganancias políticas. "Nadie en la oposición tiene una alternativa integral", dice Al-Masri. "Ellos simplemente imaginan poder reemplazar a Morsi con otra persona, manteniendo el mismo sistema".
La clase popular, la oposición, la clase dirigente... ninguno de ellos parece tener una estrategia para enfrentar el descontento que hay en Egipto. Y no hay ninguna razón para pensar que las elecciones parlamentarias previstas para marzo cambiarán radicalmente el mapa político o marcarán el comienzo de un gran avance. "Muchos votantes se lo pensarán dos veces antes de votar a la Hermandad de nuevo, pero entonces no hay una alternativa convincente que pueda llenar el vacío político. Las elecciones en Egipto, en definitiva, son una cuestión de movilización de masas y de negocios, no de política ", dice Al-Anani.
Traducido para Webislam
Texto original: Blind anger

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