sábado, 30 de marzo de 2013

¿QUÉ ES EL FASCISMO?


sábado, marzo 23, 2013

Comprender Heidegger

Martin Heidegger, filósofo fascista

 
"La existencia propia del hombre histórico significa: ser puesto como brecha en la que irrumpe y aparece la superioridad del poder del ser, para que esta brecha misma se quiebre bajo el ser." (1935)


(Martin Heidegger, Introducción a la metafísica, Barcelona, Gedisa, 1993, p. 149)
 
 
 
 
 
 



Cualquier "explicación", "resumen" o "introducción" a Heidegger que no sea experimentada y vivenciada en las propias carnes como un shock, un auténtico colapso para nuestra existencia y, en fin, como la urgencia de un compromiso total,no es Heidegger. Opónense "comprender" (verstehen) y "conocer" (wissen) en el filósofo alemán. El saber es el negocio de los intelectuales; en el mejor de los casos, la exigible ciencia positiva. El filósofo en cuanto tal, en cambio, no "sabe" nada. Más todavía, comprende (versteht), precisamente, la nada. Así las cosas, empecemos por el principio.

IRRUMPIR EN LA EXISTENCIA HISTÓRICA

El Dasein somos nosotros, y "nosotros" se traduce como "ser ahí", el "ahí del ser", de la verdad, no mi cuerpo, ni mi mente, ni el "yo" individual... La filosofía entraña tomar las riendas de nosotros mismos y, por ende, irrumpir en la tempestad de la existencia histórica. Veremos que la verdad y el ser-para-la-muerte son como dos caras de la misma moneda; ésta en sí misma condénsase en el tiempo finito, unfenómeno que no podemos ver o tocar, pura proyección de fugitivas posibilidades fácticas, que cabe elegir o traicionar. Eso somos. Nuestra sustancia es el Zeit, pero no entendido como la imagen de una línea de puntos en el espacio (que se puede recorrer en las dos direcciones), sino como aquella fatalidad destinal queexperimentamos al proyectarnos. ¿Pretenderá alguien que el tiempo no es real? ¿No más real que los objetos físicos? El tiempo no pasa, somos nosotros los que pasamos, dijo el poeta. ¿Qué implica hoy "nuestra existencia histórica" y qué relación tiene el Dasein así entendido -en tanto que temporalidad originaria de la historicidad- con la verdad de la muerte

Hasta la caída del muro de Berlín cualquier persona racional podía justificar elimaginario simbólico antifascista apelando simplemente a la intrínseca criminalidad, hasta entonces nunca superada supuestamente en la historia, del sistema políticonazi. Se trataba de una situación cómoda desde el punto de vista intelectual y moral, y existía una casi absoluta unanimidad sobre el valor universal del antifascismo. En la condena de Hitler confluían, en efecto, personas, grupos e instituciones de todas las ideologías, sensibilidades filosóficas, religiones y corrientes políticas, con la única y comprensible excepción de la denominada “extrema derecha” (siempre y cuando no fuera la extrema derecha judía). El antifascismo definía sin resistencias la ideología de Occidente, pero también la de los países con regímenes inspirados por Marx, de donde por lo demás era oriundo el discurso antifascista, y por supuesto la ideología desarrollista de un Tercer Mundo que se definía obligatoriamente en los términos del lenguaje políticamente correcto  impuesto a todo el planeta por la poliarquía vencedora en la segunda Guerra Mundial. De suerte que, oculto tras la pugna por el dominio mundial y la confrontación ideológica entre el liberalismo y el comunismo, se detectaba un consenso axiológico, simbólico y doctrinal, algo así como la identidad en negativo de un significante hegemónico común: la maldad absoluta y metafísica de una entidad denominada “fascismo”. Semejante afirmación, que los intelectuales hacían misteriosamente compatible con el rechazo de todos los absolutos, el relativismo moral e incluso el menosprecio hacia la idea de libertad y culpabilidad aplicada a los delincuentes, se fundamentaba en una definición casi deíctica: la realidad de Auschwitz, es decir, el exterminio “industrial” de seis millones de judíos, atrocidad cuya dimensión y naturaleza superaba todos los crímenes cometidos doquiera en toda la historia de la humanidad y frente a la cual los “excesos” de los aliados angloamericanos y soviéticos empalidecían hasta desaparecer totalmente del campo de visión. Pero todo esto no era más que una fórmula para escapar a la experiencia de la temporalidad originaria, para embozarla y, con esta maniobra, alienar de sí misma la existencia de los sometidos, es decir, convertirlos en dóciles esclavos. Porque sólo el "ser para la muerte" (Sein-zum-Tode) es completamente libre. 

Faurisson: la respuesta de los "demócratas". 
¿Escrache o kale borroka?
Cierto que ya antes de que se retirara el velo de la ceguera voluntaria manifestada por los intelectuales, algunas llamémosles “circunstancias” de fácil comprobación podían haber hecho reflexionar a unas personas cuya vocación profesional era supuestamente el pensamiento crítico. Por ejemplo, que la identificación entre fascismo y mal absoluto entrañaba ya un abuso del lenguaje, visto que el régimen de Mussolini, del cual procede el término "fascismo", no había cometido ningún genocidio y ni siquiera podía ser considerado responsable de genocidios o incluso de haber impuesto un sistema totalitario (tratándose, técnicamente hablando, como reconocían los propios especialistas, de una simple dictadura donde la etnia judía aparecía ampliamente representada en el seno del propio partido fascista). Además, el caso del fascismo originario no era el único. De aceptarse, en efecto, el término para designar una amplia familia de movimientos e ideologías políticas, resultaba difícil, cuando no imposible, convertir a todos los fascistas en criminales contra la humanidad, que era lo que no obstante se pretendía. Frente a tales evidencias, cabía esperar algún signo de honestidad. Sin embargo, los intelectuales no tenían la más mínima intención de servir a la verdad pues el “fascismo” les negaba en calidad de tales, el fascismo era un “enemigo” frente al cual su capacidad de distinción y finura conceptual quedaba de pronto como bloqueada, resolviéndose inmediatamente el asunto en el lenguaje propio de un folleto de propaganda. 

 
Un breve excurso sobre la extrema derecha. Puede haber otros motivos, y no sólo los de los intelectuales, para negarse en redondo a aceptar la verdad. Y ya hemos visto que la extrema derecha no se sumaría en principio alconsenso del antifascismo, pero de ahí no se sigue, y ya explicaremos las razones, que la extrema derecha se comprometa con la verdad hasta las últimas consecuencias. Nunca lo ha hecho. Ocurre, más bien, que la extrema derecha es absolutamente incapaz de ejercer la crítica de la ideología dominante. El radicalismo derechista "de raza blanca" tiene sus propias ortodoxias y compromisos intangibles, cuya familiaridad con los de la ultraderecha judía (no podía ser de otra manera) la desautorizan completamente. De ahí que la extrema derecha europea u occidental no haya podido desmentir jamás el relato del sistema oligárquico de forma convincente, limitándose a contraponer, frente a las mentiras del poder, sus propias mentiras y dogmas incuestionables, más ridículos, si cabe, que los del judaísmo. Coherente al fin con esta realidad, una parte de la extrema derecha está ya apoyando abiertamente al Estado de Israel, es decir, haciendo causa común contra el "islamofascismo" y, por ende, con el imaginario antifascista. El destino de la destra (Fini) y de Marine Le Pen resulta a la postre de sobra conocido; antójase ocioso hurgar más en semejante bochorno. 

Evola: dogmática de 
la extrema derecha.
La única excepción en todo el planeta de la que tengamos noticia empezó en este sitio. Aquí, por primera vez, y lo demostraremos día a día, fue emprendida en 2007 la crítica ilustrada integral de la ideología oligárquica sin concesión alguna a los tópicos ultraderechistas. La verdad racional es la muerte. En dicho precepto encuéntrase inviscerada la entera doctrina crítica como un comprimido semántico que sólo cabe desplegar. Ni dios, ni mito, ni raza aparecen por estos pagos. Existen algunos blogs próximos, pero a la postre estamos solos. Lejos de atribuirlo a méritos propios, el fundamento de este proyecto es la filosofía de Heidegger. Nosotros no tenemos la culpa de que en el concepto mismo de racionalidad vayan implícitos otros filosofemas, valores e instituciones que, como tales, quedan vinculados al simple ejercicio honesto de la crítica veraz. Nos hemos limitado, conviene subrayarlo una vez más, a ser consecuentes. La otra opción sería argumentar desde las dogmáticas mágicas, paganas ("tradicionalistas") o cristianas (en España, católicas) y, a la postre, desde un irracionalismo cualquiera (tantos hay como gurús para escoger), pero en esta casa nos lavamos cada mañana. Despellejar a los "intelectuales de izquierda", acusándoles de mentirosos y cobardes, pero, en base a cosas como el  éxtasis chamánico, proclamar al mismo tiempo una nueva fe "pagana", va más allá de nuestras posibilidades higiénicas. Que el cerdo con monóculo se ocupe de tales abyecciones.

La catadura moral de los autodenominados intelectuales no se mide, empero, sólo por la circunstancia de haber aceptado un difuso lenguaje criminal obra de aquel carnicero que fue Stalin, esto es, el lenguaje del antifascismo, ajeno a toda vocación científica y al menor asomo de rigor ético, político o filosófico, sino por haber vuelto la espalda de forma deliberada a unos hechos que llamaban insistentemente a las puertas de sus conciencias, unas aterradoras evidencias que, en función de su potencial efecto ideológico devastador sobre el imaginario simbólico del sistema político demoliberal, decidieron ignorar y silenciar. Con ello renunciaban, insistamos en este punto crucial, a la crítica y, en consecuencia, a su condición de intelectuales. Ésta comportaba ab initio el deber de desafiar los fraudes e interesadas manipulaciones del poder en aras de la ilustración, la racionalidad y la transparencia, pero al parecer tamaña impostura no les avergonzó. 
 
Desde entonces viven cautivos de su propia decisión, un acto obsceno que explica las repetidas campañas contra la idea de verdad que salpican la historia intelectual de Occidente desde el año 1945 y que culminan en mayo de 1968, para detenerse sólo ante el Holocausto, la súbita excepción, y no precisamente casual, al patrón conductual de una forma de vida, el oficio de la objetividad, declarado obsoleto en sus ensayos de pensamiento. Así, única y exclusivamente Auschwitz sería "lo real"e incluso una realidad susceptible de ser amparada  por la policía y el código penal (ese mismo “sistema represivo” que, por lo demás, en cuanto guardián de una realidad objetiva independiente o construida por las mismas instancias explotadoras hegemónicas que pagaban sus nóminas cada mes, no dejaban aquéllos de denostar en aras de la alegre transgresión estética, política y moral). Por contra, hechos como los descritos en la obra de Solzhenitsyn les inspiraron, ya mucho antes de la caída del velo de Berlín, la socarrona sonrisa del viejo profesor posmarxista cuando pronunciaba la palabra “realismo ingenuo” ante el inocente estudiante de filosofía que todavía preguntaba por la verdad. Los intelectuales se fueron convirtiendo consecuentemente en administradores de  información, pero no tanto en el sentido de determinar qué es o no es verdad a tenor de unos criterios racionales, cuanto en el de decidir sobre el catálogo de temas que admiten el marchamo de información válida, excluyendo aquéllos sobre los cuales sería inapropiado pretender seguir empleando el "lenguaje de la metafísica", la "verdad". Renunciaron voluntariamente, en definitiva, los intelectuales a ser intelectuales para convertirse en tibios híbridos, funcionarios de la burocracia docente y sacerdotes de una religión cívica universal, el antifascismo. Como vacas sagradas de la "cultura", oficiaron la liturgia del mal radical, ejerciendo en homilías mediáticas o conmemorativas la estigmatización de las ideas, personas o grupos presuntamente fascistas, mientras dejaban reposar para siempre en el estante de la literatura de ficción los gruesos volúmenes deArchipiélago Gulag.
 
Comprendieron (verstanden) la verdad.
En la actualidad disponemos de una amplia documentación, aunque todavía insuficiente, sobre el mayor genocidio de la historia de la humanidad, esto es, el perpetrado, sin ninguna excepción relevante y a diferencia de los movimientos fascistas, por todos los regímenes comunistas (y sus aliados sionistas) allí donde han dispuesto del poder suficiente para llevarlo a cabo. La cifra de víctimas oscila entre los cien y los ciento sesenta millones de personas, asesinadas de forma sistemática e industrial en nombre de una ideología que no sólo se pretendía científica, sino la encarnación misma de la racionalidad. Ahora bien, si los hechos ya no se niegan, como no sea en el ámbito residual de los propios partidos comunistas, la reflexión que se deriva de tales hechos en lo que respecta a la ideología antifascista permanece encallada. El motivo es que esa reflexión conduce a una nueva serie de crímenes, a saber, los del propio liberalismo sionista occidental, y este hecho afecta directamente a la versión oficial del holocausto y, por ende, a las cátedras de quienes tendrían el deber de asumir la verdad como un acto heroico. Ante la demanda del sacrificio personal, del heroísmo, los intelectuales se escabullen, pues ¿no era eso el fascismo? Porque el heroísmo, por mucho que la extrema derecha intente explicarnos algunos mitos (cuentos) al respecto, no consiste en andar por el mundo con una espada. El héroe no es alguien que lleve en su cabeza la imagen estilizada (que incluye las dimensiones corporales y hasta el peso recomendable) de un guerrero espartano. El héroe es, para decirlo con Felipe Martínez Marzoa, "aquel que osa ser, que se atreve con la verdad y la experimenta en la forma de la ruina, la oscuridad y la muerte". Observamos, así, un clamoroso y cobarde silencio que se prolonga ya más de una década y que sólo ha sido interrumpido aquí y allá porheroicas voces aisladas. Pues el caso es que los intelectuales no sólo no se han retractado de sus pasadas militancias, no sólo no han pedido perdón por haber legitimado con sus plumas a los mayores criminales que la memoria humana evocar pueda –sí, más incluso, por el volumen, la intencionalidad y la sistematicidad de sus fechorías, que los propios nazis-, sino que pretenden seguir ejerciendo el sacerdocio antifascista como si nada hubiera sucedido tras el hundimiento del comunismo. Para decirlo brevemente, la intelectualidad ha admitido a regañadientes la “realidad” del genocidio marxista, pero no considera cuestionable la vigencia del lenguaje y del dispositivo de valores, significantes y conceptos que hizo posible y justificó ese mismo genocidio y todos los que vinieron después bajo el dominio de la oligarquía filosionista. De ahí que pueda perpetuarse el lenguaje antifascista, herramienta principal del genocidio, incluso con declaraciones tales como que Stalin –el inventor de la jerga antifascista- era, en realidad, un fascista y no un “auténtico” marxista. Exoneración devenida lugar común pese a su incapacidad de explicar que el genocidio comenzara ya con el propio Lenin y continuara, mucho después de la desestalinización, en la obra exterminadora de Mao y de tantos otros matarifes comunistas. Por no hablar del hecho de que las propias víctimas eran calificadas, por sus victimarios, de fascistas, y que ese sigue siendo el lenguaje de las democracias liberales de occidente en tanto que instrumentos del sionismo.
 
Es en este contexto histórico que detectamos una creciente insistencia mediática y cultural en promover la memoria del Holocausto y  remachar su, por decirlo así, intangible irrebasabilidad criminológica. Ahora bien, en la actualidad no se trata ya sólo de sancionar penalmente la negación de los crímenes nazis, amordazando la libertad de expresión de unos cretinos ultraderechistas amantes de Jesús o de las hadas, que, sin embargo, deberían tener derecho a exponer incluso sus ridículas pretensiones (otra cosa sería la instigación o la inducción directa a repetir dichos crímenes), sino del concepto de banalización del Holocausto, en virtud del cual se fiscalizaría toda consideración sobre el lugar jerárquico que los crímenes nazis deben ocupar en la escala de las fechorías humanas, penalizando aquellas manifestaciones públicas susceptibles de cuestionar la valoración oficial emitida por las autoridades. Con ello la clase política blinda el núcleo ideológico de sus fuentes de legitimación y lanza a los intelectuales un mensaje asaz diáfano, a saber, que el reconocimiento de los crímenes perpetrados en nombre de unos valores que son al mismo tiempo, para el poder, los valores humanistas, incuestionablemente válidos, no puede ir acompañado de una consideración ética sobre su criminalidad intrínseca y que, por lo tanto, a despecho de las cifras y de las realidades, los crímenes nazis y los valores fascistas deberán seguir siendo, en adelante y para siempre, los crímenes y los valores criminógenos por excelencia. Evidentemente, con ello se paraliza toda reflexión sobre las consecuencias éticas y políticas de los "genocidios olvidados", refrendando estructuralmente desde las instancias políticas y las instituciones “democráticas” la que ha sido la postura psicológica espontánea de los intelectuales progresistas: admitir los hechos en silencio y actuar como si tales hechos carecieran de toda significación filosófica. 
 
COMPRENDER HEIDEGGER

De lo dicho se desprende que, en la presente coyuntura histórica, la tarea primordial de la filosofía y de los filósofos no será sólo abundar en la objetividad de la investigación historiográfica, evidentemente imprescindible para poder emitir juicios éticos sobre la realidad política actual, sino en transgredir las interdicciones irracionales del poder y comenzar la ingente tarea de extraer las conclusiones fulminantes que se siguen de la probada idiosincrasia criminógena de los valores vigentes. Criminalidad de la ideología, la clase política y de los intelectuales que han legitimado el asesinato de masas y su encubrimiento, o sea, en una palabra, la institucionalización de la mentira como normalidad humana cotidiana que hace posible semejante atrocidad sin parYa sabemos que dicha tarea no será emprendida donde debiera, a saber, en las instituciones que representan en nuestra sociedad presuntamente democrática los principios y preceptos de la ciencia, sino en los márgenes institucionales y por parte de personas ajenas a la casta intelectual profesional.De ahí no se puede concluir que todos los intelectuales profesionales, por el simple hecho de serlo, merezcan total descrédito, ni mucho menos. Pero la profesionalidad, siendo un mérito en el filósofo, sólo podrá serlo si a la condición de profesor añade la de auténtico filósofo. No puede ser de otra manera, dado que los intelectuales sólo han llegado a conquistar su estatus social después de una selección o criba político-administrativa que incluye el compromiso tácito, y a esto se llama "corrección política", de sacrificar la verdad cada vez que "convenga" hacerlo.  

Por otra parte, los interdictos políticos que sancionan la defunción definitiva de la crítica en el marco de las corruptas instituciones demoliberales, suponen al mismo tiempo el cambio del centro de gravedad de la vida cultural, la decadencia del intelectual en cuanto figura cívica y la creciente importancia de los procesos de formación de la opinión pública ajenos a la crítica. Porque ya no se trata de fijar el campo de batalla de los procesos de legitimación del poder oligárquico en el terreno de una constatación objetiva de hechos que sólo puede traer malas noticias a las élites hegemónicas. Ahora, la casta de gángsteres que nos gobierna necesita erigir y acotar ante todo un emplazamiento institucional donde ya no se decide qué hechos merecen el calificativo de tales, sino antes bien qué hechos deben ser considerados importantes al margen de todo criterio de racionalidad o equivalencia con lo que en su día fueron los criterios éticos y políticos de estigmatización del fascismo. La valoración del peso axiológico, relativo o absoluto, de los hechos probados, no puede depender así de criterios controlables desde un punto de vista racional, sino de criterios políticos definidos por el imaginario simbólico antifascista y, por lo tanto, fuera del espacio académico, condenado al silencio o, en su defecto, a la chapuza propagandística. El marco idóneo donde fijar los dispositivos de legitimación ideológica es así el llamado “mundo de la cultura”, el periodismo, los medios de comunicación, la radio, el cine, la televisión y la literatura de ficción, primando en todo momento el factor cuantitativo sobre una exigencia de calidad que limitaría los apetecidos efectos de creación de opinión a escala de masas. De manera que los intelectuales se ven paulatinamente condenados a la marginalidad, encadenados como están a la humillante cautividad de discursos reducidos a imágenes cinematográficas cuyo epicentro simbólico es Hollywood y entorno a las cuales se construye nuestra realidad social en cuanto mundo del antifascismo.Aquí aparece la figura de Heidegger, cima del pensamiento secular y, al mismo tiempo, militante nacionalsocialista depurado por las autoridades de ocupación. Heidegger encarna el compromiso con la verdad que como tenebroso astro negro de fondo pone en evidencia, en términos de silenciosa denuncia, el perfil del podridointelectual "progresista". 
 
 
La primera pregunta que acude a la mente es sin duda alguna la que versa sobre los motivos de una crítica del antifascismo. Criticar el antifascismo, ¿no equivaldría a legitimar el fascismo? Por tanto, dicha tarea sólo podría presuntamente plantearse desde posturas tácita o expresamente fascistas, lo que implicaría un insulto a las víctimas del Holocausto y por lo tanto un delito. Sin embargo, a  nuestro entender, es perfectamente plausible criticar el antifascismo a partir de la herencia de los valores ilustrados, los derechos humanos y la democracia, sin negar que el nazismo fuera efectivamente un sistema político criminal. En efecto, lo que se cuestiona es el grado de criminalidad genocida del nazismo por comparación con otros regímenes políticos que la historiografía oficial ampara por acción u omisión. Lo que secuestiona también es la intrínseca criminalidad del fascismo entendido como familia de movimientos políticos e ideologías cuyo denominador común sería la negación de los valores hedonistas, la cual categoría genérica, a diferencia del marxismo-leninismo, está muy dudosamente lastrada de una acusación generalizada de genocidio. Por tanto, lejos de legitimar los crímenes del nazismo y por ende de insultar a las víctimas del genocidio perpetrado por los secuaces de Hitler, la crítica del antifascismo rechaza la utilización abyecta de esas mismas víctimas como pantalla para encubrir otro genocidio de proporciones todavía mayores.Efectivamente, la crítica del antifascismo parte de la sospecha, bien fundada, de que la reiterada e interminable condena de los crímenes nazis por parte del dispositivo publicitario antifascista no obedece a razones morales o humanitarias, sino a móviles bochornosamente  políticos. En definitiva, si la sensibilidad presuntamente ética de los operadores del antifascismo se fundamentara en la piedad hacia las víctimas, ¿cómo se explicaría entonces el olvido de los 100-160 millones de víctimas de los regímenes marxistas? ¿Y Dresden, Hiroshima, la Nakba, Vietnam o Irak? Ergo, las razones del antifascismo no pueden ser morales sino de otra índole, más siniestra.Quod erat demonstrandum
 

Ahora bien, una vez admitido el factum de que la "sensibilidad democrática y progresista" debería ser absolutamente incompatible -pero es compatible de facto- con el silencio entorno a los mayores genocidios de la historia, cuya impunidad clama al cielo entre los cánticos ensordecedores del humanismo institucionalizado, la siguiente cuestión que debería plantear la crítica filosófica sería la de los motivosreales de la constante campaña propagandística alrededor de "el Holocausto". Y dichos motivos son, por una parte, de índole política, y por otra, perfectamente criminales, pues suponen ocultar, con imágenes cinematográficas de perversos alemanes asesinando judíos, la realidad de los delitos contra la humanidad, perpetrados, legitimados, silenciados o banalizados por quienes desde el año 1945 hasta la actualidad detentan el poder en el mundo. Bien entendido que el dispositivo de lavado de cerebro no consiste en negar que los vencedores hayan cometido crímenes, sino en afirmar que el mayor crimen, el crimen absoluto –tan absoluto que, según el propagandista Elie Wiesel, se ubicaría más allá del pensamiento y del lenguaje meramente humanos, en el limbo de un “silencio” místico- es el cometido contra los judíos. Este planteamiento obscenamente racista, que una vez más no versa sobre los hechos en cuanto tales sino, como ya hemos adelantado, sobre una cuestión filosófica, a saber, su importancia relativa según criterios éticos, jurídicos y humanitarios, convierte los "genocidios olvidados" (Kolymá, pero también Dresden o la Nakba) en cuestión susceptible de banalización penalmente no sancionada y socialmente promovida. La naturaleza metafísica del genocidio de los judíos posibilita la construcción social de una imagen del mal absoluto que relativiza todos los crímenes que la clase política dominante haya podido cometer y que  comete y seguirá cometiendo en el futurocon total desparpajo y en nombre del humanismoAsí, el antifascismo se nos aparece ahora, aunque ya lo fuera desde sus orígenes estalinianos, como unapatente de corso para la promoción de los más turbios intereses antidemocráticos e incluso para el asesinato masivo de segmentos enteros de la población, aunque, eso sí, siempre en nombre de los valores hedonistas que el fascismo, imprudentemente, osó conculcar.  

Pues bien, este fenómeno, que fija los parámetros del "estado de interpretado" (Heidegger) vigente, sólo puede ser comprendido (verstehen) por y desde la filosofía de Heidegger. El pensamiento heideggeriano es el envés filosófico del haz historiográfico de la vivencia que define nuestra "irrupción en lo histórico" en tanto que acceso a la verdad. 


CONTRA LOS INTELECTUALES
 
Una nueva crítica que permita salvar el proyecto ilustrado en tanto que compromiso con la verdad no puede limitarse a la revisión fáctica de la historia: tiene que reflexionar sobre los fundamentos de valores que han hecho posible el mayor fraude informativo y científico perpetrado jamás, pero, precisamente, perpetrado en plena "sociedad de la información". No en vano habla Heidegger de la información como de "lo informe": laextinción de la verdad. Porque esta barbarie que avanza cada día ("el desierto crece", Nietzsche dixit) no sólo se cobra como víctima la historiografía científica en nombre de una memoria histórica manipulada, sino que con ella arrastra la idea misma de verdad, la ciencia en cuanto tal, el pensamiento libre (es decir, no sujeto a observancias dogmáticas de ninguna clase incluida esa coacción permanente denominada Auschwitz, pero también de los dogmas de la extrema derecha no antifascista). Porque, precisamente, el atentado a la civilización que se comete mediante la coartada del dogma "fascismo=mal absoluto" tiene una paradójica finalidad política: servir a la extrema derecha, pero judía, o sea, abonar la exégesis o lectura extremista de una tradición religiosa concreta, la autointerpretación radical de una etnia como pueblo elegido, el racismo, el supremacismo e imperialismo colonialistas de un determinado nacionalismo biológico, antidemocrático por esencia, que no se detendrá hasta someter todo el planeta o provocar una debacle nuclear. ¿Cómo puede la extrema derecha "no antifascista"responder a ese proyecto cuando opone al déficit democrático la supresión pura y simpe de la democracia, al dogma antifascista, un nuevo dogma (llámese magia, experiencia de la suprema identidad, fe católica, héroe indoeuropeo o cualquier otra conditio sine qua non), al pueblo elegido, la raza superior y a la prostitución masónica del proyecto ilustrado, la regresión al catolicismo preconciliar o, peor todavía, al chamanismo? La cosa, en efecto, no cambiaría mucho si en lugar de los judíos colocáramos a santa Alemania y el "héroe" del Tsahal fuera desplazado por el "héroe" de la Wehrmacht en nuestro imaginario social. ¿Qué lugar ocupa un un hispánico en medio de un racismo germano? Aquéllo que debe definir al héroe es "lo que hace" efectivamente y no una imagen estética. La heroicidad convalídase en la ética, no en la literatura épica. El heroísmo no consiste, como cree el skin-head uniformado o su equivalente libresco, en ir por la vida paseándose con una espada en la mano (no me cansaré de repetirlo), sino en una cuestión de orden estrictamente axiológico y espiritual (de cuya sacralidad, ciertamente, puede surgir la legitimidad de la espada, llegado el momento, pero sólo a posteriori). Héroe será quien irrumpa en la existencia histórica y esto significa: quien haga suya la verdad y nada más que la verdad, sin condiciones o filtros dogmáticos de ninguna clase. 

Es menester comprender (verstehen) -y no sólo inteligir a la francesa, cartesianamente- cómo ha sido posible el fraude cósmico en que vegetan narcotizadas las sociedades occidentales y la relación de la impostura sionista con otros valores que acompañaron al valor verdad en la fundación del proyecto ilustrado. Comprender Heidegger significa, por tanto, ir más allá del mero "relato de los hechos". La filosofía de Heidegger no puede, por ende, ser resumida en forma de un mero quantum de información. Heidegger no es un intelectual. Si alguien quiere "información" sobre Heidegger, puede encontrarla en cualquier enciclopedia al uso. Pero la finalidad de la información es dar por satisfecha una curiosidad, tras lo cual el efecto antipedagógico de esta operación  deformativa será el contrario al presuntamente buscado si de veras se pretendía facilitar la comprensión de Heidegger: desmotivar a los que creen que ya "saben" qué es  Heidegger y añadir la ficha correspondiente de la colección o ensalada de filósofos a las de Aristóteles, Platón, Kant, Hegel... No obstante, ya para el propio Heidegger comprender (verstehen) es otra cosa que memorizar unos datos, nada que ver la adquisición de información con la verstehenacto que comporta una suerte de "conversíón" del existente, del Dasein, a la verdad. Los intelectuales encarnan, de todo punto, la negación, la subversión descarada y a veces consciente de semejante proceso. La enseñanza institucional académica de la filosofía es así una prueba, no de un aprendizaje, sino de cómo se destruye el sentido mismo del filosofar. El pensamiento heideggeriano aporta, por el contrario, las claves para que la experiencia de la verdad desencadene esa transmutación interna, de carácter ontológico-constituyente, que equivale al surgimiento cabe nosotros de un mundo nuevo (In-der-Welt-Sein), de nuestra enterrada patria ancestral.
 
En consecuencia, no "resumiré" en diez frases o cien o mil la filosofía de Heidegger para aplacar de cualquier manera, y a la postre saciar, la saludabilísima ansia de "comprender Heidegger" expresada por jóvenes disidentes que han encontrado en este filósofo un camino hacia su liberación frente al dispositivo oligárquico. Y añado: este anhelo no lo van a cumplir en ninguna institución oficial gestionada por intelectuales profesionales. Sólo a un "especialista en Heidegger" puedo recomendar, por ahora, y es a Eugenio Gil Borjabad, como excepción. El propio Heidegger intentó transformar la universidad de su tiempo, pero las inercias del cuerpo docente abortaron el proyecto. Las grandes aportaciones a la filosofía hace ya décadas que proceden del exterior de la universidad. Casi todos los pensadores relevantes, después de Hegel, eran filósofos, no profesores de filosofía (=funcionarios): Marx, Kierkegaard, Nietzsche... Otra excepción es Heidegger, pero precisamente la característica diferencial de Heidegger consiste en el intento de introducir de nuevo el pensamiento filosófico, devenido exangüe  a manos de los intelectuales, en una institución académica refundada. El Discurso del Rectorado, famosa pieza de oratoria de Heidegger, refleja esa voluntad, erróneamente confundida con la del nazismo programático más mostrenco, pero fascista a la postre.

 
Nosotros no creemos ya en las instituciones oligárquicas actuales y el propio Heidegger se dio cuenta muy pronto de que poco quehacer digno de la filosofía quedaba en ellas. El abajo firmante lo ha comprobado también una y otra vez, tras amargas experiencias que le muestran a catedráticos de filosofía como seres capaces de mentir a sabiendas con la más alegre ligereza. Uno de ellos es Alberto Buela, pero podría dar una lista muy larga de mendaces profesionales de la "verdad". Los intelectuales, incluso cuando se pretenden heideggerianos (caso de Buela), redúcense por lo general a meros administradores de una información y a funcionarios deseosos de promoción jerárquica al servicio del poder de turno (o de cualquier otro que le sustituya, por mezquino que sea, en el ámbito de la "extrema derecha"). No son libres, ni pueden serlo, para el compromiso filosófico incondicional -existencial- con la verdad, de ahí que la mayoría de ellos puedan mentir sin sentir que hayan traicionado nada.  El intelectual encarna la secularización moderna del sacerdote cristiano, léase: del mentiroso por excelencia, pues todo su ser arraigó en la fábula de la resurrección de Cristo (tras de Jesús, como sabemos, otras fábulas judías ocuparán su lugar...). Necesita, el intelectual, una vida tranquila, unas pautas cotidianas que no van a variar, en lo sustancial, tanto si en su cabeza circula  "información" relativa a Heidegger, como si es Kant, Platón, Marx (o la mismísima figura del héroe) el objeto de sus reflexiones... Siempre será, al margen de los contenidos teóricos, idénticos contenidos prácticos, la misma vida, a saber, la del intelectual. El estamento sacerdotal es tan antiguo como la civilización y se remonta al Egipto faraónico, donde los sacerdotes controlaban valiosas informaciones matemáticas que les permitían manipular la entera sociedad egipcia. En la actualidad, poco ha variado el rol del sabio, siervo cobarde e impotente de los poderosos. Pero semejante figura del espíritu nada tiene que ver con la filosofía porque la filosofía es ya una forma de vida en las antípodas del somnoliento elucubrar del intelectual y de las servidumbres políticas inherentes a ése su planteamiento vital constitutivo.
 
 
El proyecto "Comprender Heidegger" que se está intentando de llevar a cabo en este sitio no se limita, en fin, a proponer un "cursillo" de filosofía, sino a promover aquéllo que Heidegger entendía por existir filosófico, una decisión heroica que reclama romper con la institución oficial y sus sempiternos modelos humanos de erudición académica. Las fantasías épico-heroicas acompañan a la existencia burguesa (por supuesto, en el desván de la imaginación), pero el héroe filosófico es un héroe trágico, no épico. De ahí que nos hayamos dirigido a militantes nacional-revolucionarios para iniciar la singladura, porque no se trataría de una propedéutica ahormada a unaideología política, sino de algo completamente diferente, a saber, que la filosofía de Heidegger, la filosofía como tal, condujera por sí sola sin distorsión externa al compromiso nacional-revolucionario en tanto que ese compromiso constituye la condición de posibilidad hermenéutica -y epistemológica- de la comprensión del ser (he expuesto esta cuestión en el ensayo Verdad y muerte I. Introducción a los fundamentos filosóficos del nacionalismo revolucionario, Madrid, 2012).  Bien entendido que "comprender el ser" y "conocer un objeto" mientan vivencias espirituales antitéticas. De tal suerte que el Discurso de Rectorado no se concibe aquí como un elemento extraño, "político", añadido al pensar "propiamente" filosófico de Heidegger, sino como filosofía en estado puro, con el mismo rango que el resto de su obra. La meta de Heidegger: acabar de una vez por todas, y para siempre, con el dominio de los intelectuales cartesianos en la universidad, para que la verdad sin condiciones pueda volver a ser posible. Y este evento no significasólo producir una nueva teoría, sino, repitámoslo por última vez, la irrupción en la existencia histórica (inseparable, hoy, del tema de "el Holocausto") y, por ende, lasconsecuencias políticas represivas que de ese acto se derivan, incluido el riesgo de muerte. 

Quienes tengan miedo o deseen "vivir felices", eviten pues "comprender Heidegger" o consuélense con "información" sobre sus textos.
 

Jaume Farrerons
22 de marzo de 2013

DOCUMENTACIÓN ANEXA

A continuación, documental de TVE. Una simple pregunta: ¿hay algo aquí que la ultraderecha "no antifascista" pudiera considerar ajeno, en términos generales, a sus propias directrices ideológicas? Sólo Neturei Karta que, como es de sobra conocido  (aunque en la gravación no queda reflejado) , niega la existencia del Holocausto, el sionismo y el Estado de Israel, marca la diferencia. Pero se trata de una minoría dentro del radicalismo religioso y, por razones obvias, Naturei Karta no puede ser incluida en el concepto de extrema derecha judía o nacional-judaísmo postsionista (Norberto Ceresole).

LA EXTREMA DERECHA JUDÍA:




Viernes, 8 de marzo de 2013

Unicef denuncia maltratos sistemáticos del Ejército israelí contra niñ@s palestinos

La agencia de la ONU afirma que se trata de una práctica "generalizada, sistemática e institucionalizada"

Unicef, organismo para los asuntos de los menores de la ONU, publicó un informe que revela casos de maltratos de detenidos menores palestinos por parte de militares y servicios de seguridad de Israel. Los menores son detenidos en la madrugada, les vendan los ojos y les atan las manos. 

El Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) denunció este miércoles el maltrato "extendido, sistemático e institucionalizado" a menores palestinos en el sistema de detención militar israelí.

"Estos malos tratos incluyen la detención de niños en sus casas entre la medianoche y las cinco de la mañana por parte de soldados fuertemente armados. Les vendan los ojos y les atan las manos", denunció el ente.

Los menores de 13 años o menos están sujetos a penas de hasta seis meses de prisión. Sin embargo, a partir de los 14, pueden ser condenados a penas de hasta 10 años por lanzar piedras, e incluso 20 años si el blanco es un vehículo en movimiento, indicó el organismo en un informe.

Unos 700 niños cada año, con edades entre los 12 y 17, en su mayoría varones, son arrestados, interrogados y detenidos por el Ejército, la policía y los agentes de seguridad israelíes, denuncia Unicef.

El texto divulgado denuncia además que a las fuerzas policiales y militares israelíes someten a estos menores a “confesiones forzadas, falta de acceso a un abogado o a familiares durante el interrogatorio".

La Unicef recalcó que "en ningún otro país se juzga sistemáticamente a los niños en tribunales militares para menores".

"Estas prácticas violan el derecho internacional, que protege a los niños contra los malos tratos cuando están en contacto con las fuerzas del orden e instituciones militares y judiciales", concluye el documento.

Unicef exigió a Israel "haga del interés del niño una consideración primordial", que se asegure de que los menores detenidos y sus familias son informados de los motivos de su detención, y de que se les comuniquen sus derechos en su lengua, es decir el árabe.

Además pide que se limite lo máximo el recurso a arrestos nocturnos, y el hecho de atarles las manos.


 
 

MENSAJE PARA LA EXTREMA DERECHA CRISTIANA Y PAGANA¿Qué queréis más? Aquí está la raza superior, la negación de la democracia, la victoria del militarismo, del imperialismo, del colonialismo, la derrota de la razón, el vergonzante retorno del mito -el Mesías- y la locura de una fe que pisotea toda ilustración, toda igualdad ante la ley, toda decencia humana, colocando en primer plano la tribu, sus sacerdotes (rabinos) y sus guerreros (delTsahal). Ya sé que vosotros, los ultraderechistas blancos, hubierais preferido otro triunfador, el alemán, pero si aquéllos son vuestros valores, resulta que los judíos han vencido. Y en un mundo donde, según el socialdarwinismo que admitisteis sin vacilación ni rubor, sólo rige la fuerza, esta inesperada victoria del judío parece difícilmente cuestionable mediante argumentos. Ejercer la crítica de la oligarquía sionista transnacional en nombre de los mismos valores perpetrados por la extrema derecha hebrea, es una tarea bochornosa, indigna, inepta además de ociosa a falta, precisamente, de conceptos críticos. Y si aceptamos que deben existir tales conceptos (que aparecieron en Grecia con la filosofía, pero en la Grecia de Atenas, no en la de Esparta) entonces habrá que ser consecuente. Una extrema derecha oprime al mundo; su nombre: oligarquía filosionista. ¿Podremos derrocarla apelando a sus propias y ocultas cosmovisiones, aquellas que subvierten todo lo que nosotros somos en verdad si somos algo aún, aquello que Grecia nos enseñó? Pero todavía existe otra forma de consecuencia, una vía que la extrema derecha europea está comenzando a transitar: olvidarse de Europa, de la auténtica Europa, y apoyar sin complejos al Estado de Israel. Cristianos como sois, adeptos al judío Jesús que aceptasteis como hijo de dios, esa es vuestra solución, ultraderechistas. No sé qué camino tomarán las ultraderechas paganas, a ellas no les está permitida semejante escapatoria. Mudas y sordas, vegetan en cuatro sitios deinternet. Sueñan con un Israel propio, ario, pero esto es sólo literatura épica. Argumentación, cero. Su destino es el islam, léase: una religión -otra- de procedencia judaica. El irracionalismo, el mito o como se le quiera llamar, conduce siempre al mismo sitio: Jerusalén. Atenas o Jerusalén. Ésta es la auténtica alternativa. Nosotros hemos optado por Atenas y conocemos nuestro deber.

 


 

miércoles, marzo 20, 2013

El mapa del horror sionista se ensancha

Cheká de Sant Elies (Barcelona), donde un crematorio eliminaba los cadáveres de las víctimas "fascistas" de la represión republicana en España mucho antes de que Auschwitz existera.

El invento de crematorios para eliminar cadáveres producto de un exterminio masivo tuvo lugar en la Rusia bolchevique. También el uso homicida de gases tóxicos con prisioneros políticos. Tales son algunas de las fantásticas "realizaciones" (de la "utopía" nunca más se supo) consecuencia del golpe de Estado contra la República democrática rusa de octubre de 1917 y de una represión despiadada perpetrada mayoritariamente por comunistas de etnia judía, hecho que en su día denunciara el Premio Nobel Alexandr Solzhenitsyn y que el propio J. P. Sartre, filósofo y también Premio Nobel, reconoció con indisimulado orgullo pocos meses antes de morir. Simples datos que dan mucho que pensar y que, por supuesto, no habríamos conocido nunca si ello dependiera del diario El País. Solzhenitsyn:

Pero yo me he limitado a dar los nombres de las personas que dirijían entonces los destinos del Gulag, de los jefes de la NKVD, de los directivos de la Construcción del Canal del Mar Báltico.Aquí están los principales. Yo no tengo la culpa de que todos ellos sean de procedencia judía. No se trata de una selección artificial realizada por mí. La separación la ha hecho la historia (Alexandr Sozhenitsyn, Alerta a Occidente, Barcelona, Acervo, 1978, p. 256).

Los "principales" fueron Frenkel, Finn, Uspensky, Aaron Solts, Jacobo Rappoport, Matvei Berman, Lazar Kogan, Genrikh Yagoda... 

Yagoda, cuyas víctimas rebasan con mucho las de Reinhardt Heydrich o Himmler, era, por decisión de filantrópicos investigadores y periodistas sionistas, un personaje casi desconocido para la mayoría de los ciudadanos de la "feliz" (=narcotizada) "sociedad de consumo" antifascista. Empero, gracias a la red, los efectos del revisionismo (y del negacionismo del Holocausto) han sido devastadores para la propaganda sionista, hasta el punto de que se está llegando al extremo contrario de incredulidad absoluta ante todo aquello que la prensa sistémica, el "mundo de la cultura" y las instituciones oficiales puedan contarnos al respecto. El genocidio judío nunca habría existido, lo que es falso. Para nosotros no cabe duda alguna de que hubo persecución judía bajo el Tercer Reich y que unos 2 millones de judíos fueron asesinados o perecerieron por diversas causas (incluido el maltrato) en campos de trabajo. Los asesinatos se produjeron mediante el uso de armas de fuego en la Rusia ocupada por Alemania (Einsatzgruppen), y quizá en alguna ocasión para matar se utilizó en Polonia el Diesel, el Zyklon B u otra substancia química, pero tanto el plan de exterminio sistemático con "cámaras de gas" cuanto los 6 millones de víctimas judías son una exageración de la propaganda sionista y comunista. 

Incinerados. Unos 300.000 níños 
alemanes murieron así 
por orden de Churchill.
Hemos explicado (que no justificado) las causas del holocausto en el libro La manipulación de los indignados (2012), así como la génesis y funciones de la "ideología del Holocausto" (Norman G. Finkelstein) para encubrir los genocidios cometidos por los vencedores, sin dejar de subrayar la total impunidad de éstos hasta el día de hoy. Ante la evidencia del fraude, que está ya muy claro en las cifras de víctimas admitidas para el campo de Auschwitz (incluso oficialmente pasaron de 4 millones a 1,5 millones en 1989, no obstante, la cifra total de víctimas judías, por una suerte de efecto mágico inmune, jamás ha sido corregida a la baja), el sistema oligárquico ha financiado "nuevas investigaciones" que tienen como finalidad renovar el producto propagandístico, hacer más creible la narración sobre fascismo qua "mal absoluto" y despistar a la gente respecto de la enormidad de los "genocidios olvidados". Sigue, empero, siendo un dato incontestable que el mayor criminal de masas de la historia no es un fascista, sino el "progresista" Mao-Tse-tung, cuyas víctimas se cifran en 65 millones de personas, hecho que no ha enturbiado las excelentes relaciones comerciales de occidente con el régimen comunista chino durante las últimas décadas e incluso  la celebración de las olimpiadas de Pekín. En Europa, la palma se la lleva el también "progresista" Stalin, con un genocidio que, como poco, afecta a 20 millones de personas exterminadas (las cifras de "afectados" y víctimas por otros conceptos podrían alcanzar los 66 millones de personas). El problema es, por tanto, el revisionismo en todas sus formas, el simple uso de la capacidad de "pensar", cotejar y criticar la información-basura que vuelcan los amos oligárquicos en la mente de los ciudadanos, porque el análisis detenido y pormenorizado de los hechos tiende a restar fuerza a la propaganda aliada, cuyos efectos sobre la población son cada vez más ineficaces en orden a promover el odio contra aquellos disidentesidentificados y estigmatizados como "fascistas". Así lo reconoce de alguna manera un artículo de El País del 8 de marzo de 2013, "El mapa del horror nazi se ensancha", donde cierto periodista de cuyo nombre prefiero no acordarme (véase enlace) sostiene que, gracias a un "estudio", habríanse descubierto por fin los "nuevos horrores" del nazismo:
El trabajo ha recopilado documentación aportada por más de 400 investigadores e incluye también relatos de primera mano de las víctimas que describen con precisión cómo funcionaba el sistema y cuál era su propósito. Para algunos analistas, el hallazgo no sólo es una herramienta fundamental para estudiosos y supervivientes sino un argumento más para combatir a los revisionistas y negacionistas del Holocausto.

 
Se necesita mucho dinero para pagar a 400 "investigadores". Imaginemos qué pasaría si el revisionismo dispusiera de medios equiparables. En cualquier caso, esa investigación ya sabía desde el principio aquello que era menester encontrar, qué datos considerar "relevantes" y cuáles desechar. Nunca se trató de interpretar un fenómeno (la represión en la retaguardia alemana durante la Segunda Guerra Mundial) para el que, por ejemplo en el caso de la Segunda República Española,  encuéntranse todo tipo de excusas y atenunantes, sino de seguir abonando la propaganda política que justifique todos los crímenes que el Estado de Israel haya cometido, cometa o pueda cometer en el futuro. Véase cómo justifica Paul Preston la violencia del Frente Popular:
Por lo que respecta a la represión en la zona republicana, fue más pasional y como respuesta a los acontecimientos. Al principio, fue una reacción espontánea y defensiva frente al golpe militar, que después fue intensificándose con las noticias que difundían los refugiados sobre las atrocidades de los militares y con los bombardeos rebeldes (Preston, P., L'holocaust español, Barcelona, Base, 2011, p. 12, traducido del catalán al castellano).
Estas afirmaciones de Preston son absolutamente falsas: la violencia sistemática de las izquierdas, y así lo ha demostrado Pío Moa hasta la saciedad, precede al alzamiento militar, con auténticos golpes de estado revolucionarios -perfectamente planificados- como los hechos de octubre de 1934. Pero aquello que aquí nos importa ahora es el "razonamiento moral" de Preston, que podría aplicarse, esta vez de forma totalmente rigurosa y verídica, al fascismo como reacción frente al comunismo, y al nazismo en tanto que "respuesta" a amenazas harto reales y de efecto agregado como el gulag, la publicitada decisión leninista de extender a Alemania la (carnicera) revolución bolchevique, el conocimiento alemán del plan genocida aliado en 1941 y su inmediata aplicación por el Bomber Comand británico (en el mismo momento en que Hitler ofrece la paz a Londres), etcétera.
 
El sonriente Paul Preston.
Igual que el "nuevo" detergente Ariel, tenemos, en suma, el "nuevo" Auschwitz ultra Sión, más eficaz para lavar el cerebro de los gentiles. Fuentes admitidas son los "relatos de las víctimas" que, como premio a su celebérrima y demostrada objetividad en el tema que nos ocupa, van a conseguir la millonaria indemnizacióncorrespondiente, ingresada ipso facto en las cuentas de las organizaciones sionistas (que luego financiarán ulteriores "investigaciones" o... recursos estratégicos para la edificación delEretz Israel). Una idea de la seriedad de este "estudio" la da ya el siguiente pasaje:
Según Megargee y Dean, entre 15 y 20 millones de personas murieron o fueron prisioneras en algunas de las instalaciones que el régimen nazi creó en Alemania o en sus países ocupados desde Francia a Rumanía, y que ahora se identifican en una gran enciclopedia cuyo último volumen está previsto que vea la luz en 2025.
Obsérvese: "murieron o fueron prisioneras". Curioso cálculo y rigurosísimo trabajo de conceptualización. Si en realidad murieron 100.000 personas y 16 millones fueron prisioneras (así ocurrió con las minorías germanohablantes en Rusia y hasta en Sudamérica), el torticero rótulo sigue siendo a pesar de todo lo bastante impactante como para adormecer unas décadas más a las cohortes antifascistas de cretinos lobotomizados.  

Nada que decir sobre los 17 millones de civiles o prisioneros alemanes objeto de vulneraciones de los derechos humanos, de los cuales la mayoría (13 millones) fueron exterminados y otros 4 millones sujetos como poco a limpieza étnica, violaciones (también de ancianas y niñas), hambrunas planificadas por Eisenhower, prostitución (menores inclusive) o esclavización en tiempo de paz... Nada que decir sobre el plan de liquidación racial del pueblo alemán, idea de un judío (Th. N. Kaufman) puesta en práctica mediante los bombardeos terroristas ingleses contra civiles y consumada por un tal Henry Morgenthau, de profesión banquero (a ver si adivinan a qué tribu...). Nada que decir sobre la Nakba, la limpieza étnica israelí de Palestina, perpetrada al amparo de los discursos sobre "el Holocausto" y acusando de "nazis" a niños palestinos antes de descerrajarles un tiro en la cabeza. Nada que decir sobre el gulag que precedió a Auschwitz, sobre los millones víctimas civiles alemanas del bloqueo naval inglés en la Primera Guerra Mundial, hechos anteriores a la existencia misma del nazismo y que, conviene subrayarlo, provocaron tanto su aparición como sus "desengañadas" características. Nada que decir sobre Hiroshima y Nagasaki, el mayor crimen de guerra después de Dresden, obras maestras "humanitarias", por acción u omisión, de los "simpáticos" filosionistas judeo-anglosajones (que luego "montaron" la ONU para incumplir cuando les pluguiera sus propias resoluciones). Tenemos a legiones de "soldaditos Ryan" actualmente cubiertos de flores por Hollywood, pero la realidad es muy distinta a la ficción propagandística

Víctimas alemanas del "humanitario" plan Kaufman-Morgenthau 
de exterminio racial. No hubo gaseamento previo: quemadas vivas.
!Reconocer todos estos hechos como genocidios, crímenes de guerra, crímenes contra la paz y crímenes contra la humanidad, extrayendo las consecuencias jurídicas, éticas y políticas pertinentes, sí sería algo realmente "nuevo" (por no hablar de la decencia recobrada)! Pero los fanáticos sanguinarios de la extrema derecha judía prefieren, por motivos asaz interesados, continuar repitiendo la letanía de Auschwitz y ampliar el espectro de acólitos susceptibles de reclamar una indemnización a Alemania. 
 
Por lo que respecta a la oportunidad de la "investigación", no parece demasiado honesto presentar como novedosas cifras que aparecen en El libro negro del comunismo, donde, pese al título, se acusó también al nazismo por la responsabilidad de 25 millones de muertes:
Hasta que comenzó la guerra, y sobre todo a partir del ataque contra la URSS, no se produjo el desencadenamiento del terror nazi cuyo balance resumido es el siguiente: 15 millones de civiles muertos en los países ocupados; 5,1 millones de judíos; 3,3 millones de prisioneros de guerra soviéticos; 1,1 millón de deportados muertos en los campos, varios centenares de miles de gitanos. A estas víctimas se añadieron 8 millones de personas condenadas a trabajos forzados y 1,6 millones de detenidos en campos de concentración que no fallecieron (El libro negro del comunismo, Stéphane Courtois et alii, Barcelona, Planeta, 1998, p. 29).

La edición francesa original de esta obra es del año 1997 y ya entonces se publicaban los cómputos de victimización que la presunta investigación difundida por El País pretende vender a bombo y platillo como un "descubrimiento". 

Un dato importante de la cita anterior es que no se detecta "terror nazi" hasta que comienza, dice el autor, el ataque a la URSS. En realidad la política alemana de genocidio sólo se desencadenó cuando los nazis fueron conscientes del plan de exterminio aliado, publicado el 28 de febrero de 1941 y llevado a la práctica por Londres mediante una guerra aérea totalmente ilegal, cuyo objetivo no eran las instalaciones o fuerzas militares alemanas, sino los civiles. Rusia habíase negado a firmar la Convención de Ginebra y Moscú hacía ya décadas que esclavizaba y liquidaba en masa de forma sistemática a toda su población en campos dirigidos mayormente por judíos. Estos hechos, que en la percepción de Hitler confirmaban buena parte de los tópicos de la ideología nazi, explican la despiadada política de Berlín en el frente oriental, que fue "reactiva" a las fechorías del "judeobolchevismo" y del sionismo, y comportó el asesinato de 3,3 millones de prisioneros soviéticos, además de la infame masacre de un millón de civiles judíos (también ancianos, mujeres y niños) por los Einsatzgruppen. Los comisarios políticos comunistas eran ejecutados sobre el terreno. Hitler pensaba que los bombardeos británicos respondían a un "plan judío" (elaborado por Theodor N. Kaufman). Por ese motivo los aviadores ingleses prisioneros, pese a tratarse de auténticos criminales de guerra, fueron en cambio respetados por las autoridades de los campos. En contrapartida, los ingleses cumplieron la Convención de Ginebra con los soldados alemanes capturados; no así los norteamericanos y los franceses, cuyos militares cautivos, empero, sí habían sido amparados por el Tercer Reich

La respuesta de Hitler: ejecuciones masivas en el frente oriental.  
Por otra parte, si las cifras de civiles fallecidos por cualquier circunstancia como consecuencia de la guerra se suman a las cifras de un genocidio (cosa que estamos dispuestos a admitir, peroen todos los casos de genocidio y no sólo en aquellos que interese a la oligarquía sionista ventilar en términos de propaganda), el crimen de masas perpetrado por los aliados contra el pueblo alemán es tan "causal" como descomunal, único en la historia, y las 600.000 víctimas del ataque aliado a Iraq (2003) son también "víctimas de un genocidio" (y entonces hasta el meapilas católico José María Aznar tendría que responder). Por supuesto, siempre que se trate de cargarle muertos a Hitler sin tasa ni medida bastará con afirmaciones (basadas en "relatos") o en conceptos tan difusos como "murieron o fueron prisioneros". De suerte que esas presuntass víctimas se convertirán en ocasiones en curiosos cadáveres postulantes al estilo de Enric Marco, Jerzy Kosinsky o Binjamin Wilkomirsky... Olvídanse mientras tanto las other losses ("otras pérdidas"), personas exterminadas bajo la acusación de "fascistas" o por el simple hecho de ser alemanas, las cuales parecen no existir para esos mismos "investigadores" a sueldo de Tel Aviv. 

Si se trata de hacer "ampliaciones", también nosotros podemos hacerlas, aunque desde luego no aparecerán publicadas en el diario "El País". Limitándonos al "judeobolchevismo", aquel régimen que fuera, para Hitler, el verdadero enemigo a batir, el escritor francés Alain de Benoist aporta la siguiente lista bibliográfica con títulos que la mayoría de los ciudadanos ignoran porque los diarios se encargan de silenciar esta información:
Mientras que S. Courtois evalúa en 20 millones el número de víctimas en la URSS, S. Brzezinski (The Grand Failure. The Birth and Death of Communism in the 20th Century, Scribners, Nueva York, 1989) se arriesgaba diez años antes a dar una estimación de 50 millones de muertos. R. J. Hummel, de la universidad de Hawai, estima que el régimen soviético mató a 61,9 millones entre 1917 y 1987 (Lethal Politics. Genocid and Mass Murder since 1917, Transaction Publ., New Brunswick, 1996). R. Conquest, cuyos trabajos (La grande terreur, Stock, 1970, 2ª ed.; La grande terreur. Sanglantes moissons. Robert Laffont, 1995) han afirmado durante mucho tiempo su autoridad, llega a un total de 40 millones de víctimas, sin contar los muertos de la Segunda Guerra Mundial. D. Volkgonov (Le vrai Lénine, d'après les archives secrètes soviétiques, Robert Laffont, 1995) ha hablado de 35 millones de muertos entre 1917 y 1953; J. Julliard, de "40 millones de muertos en la URSS" ("Les plereuses du communisme", en Le Nouvel Observauteur, 19 de septiembre de 1991, pág. 58); D. Panine, de "60 millones de víctimas". A. Solzhenitsin, en el segundo volumen del Archipiélago Gulag también daba la cifra de 88 millones de víctimas.Algunos investigadores basan sus cálculos en una evalución del "lucro cesante" demográfico de la población rusa. En 1917, la URSS contaba con 143,5 millones de habitantes. Las anexiones de 1940 sumaron 20,1 millones más, o sea, un total de 163,6 millones. De 1917 a 1940, y luego de 1940 a 1959, el incremento natural hubiera debido de llevar el volumen a 319 millones de individuos. Ahora bien, en 1959 sólo había en la URSS 208,8 millones de habitantes, lo cual significa un "déficit" de 110,2 millones. Si de esta última cifra se deduce el número de víctimas de la guerra (44 millones), el resto, es decir, 66,2 millones de hombres, mujeres y niños representaría el coste humano del sistema soviético (cf. el artículo del demógrafo Kurganov aparecido el 14 de abril de 1964 en el periódico Novie Russkoié Slova, traducción francesa en Est&Ouest, 16 de mayo de 1977). (Nenoist, Alain de, Comunismo y nazismo, Barcelona, Altera, 2005, pág. 14, nota).
Todas las víctimas de un genocidio, sin excepción, son iguales. No nos cansaremos de repetirlo. Utilizar los muertos de un genocidio (Auschwitz) para encubrir, banalizar, justificar y dejar impune(s) otro(s) genocidio(s), constituye un acto moralmente ignominioso que debería, además, considerarse ilegal y hasta delictivo (lo es ya, pero sólo, como siempre, en cuanto se refiera única y exclusivamente al holocausto). Los "investigadores", periodistas y, sobre todo, las autoridades políticas que fomentan o permiten esta instrumentalización vergonzante de la peor vejación humana concebible poniéndola al servicio del racismo de la extrema derecha judía son delincuentes y algún día tendrán que pagar por sus fechorías. 

Bagdad 2003: Sión de nuevo en acción. 
Por cada víctima del nazismo se cuentan, computados los crímenes del comunismo y de las potencias occidentales e Israel, como muy poco 10 víctimas de la oligarquía. Pero el doble rasero moral es más que una mera cuestión numérica, pues los crímenes del nazismo (que no, como se pretende, del "fascismo"), convenientemente inflados con los fines ya expuestos, juzgáronse al fin en Nüremberg en 1945, mientras que los genocidios oligárquicos permanecen impunes y sólo muy lentamente van siendo admitidos a regañadientes como tales en meras obras de especialistas desconocidas por la mayoría de la población. Para los ciudadanos, en efecto, el "fascismo" sigue siendo el "mal absoluto" y ésta es con diferencia la más gigantesca manipulación informativa jamás cometida, la impostura más grave (sólo comparable a la resurrección de Cristo) habida hasta nuestros días; una mentira que brota, no en vano, de bocas de los peores asesinos que la historia recuerda. El periodista de El País parlortea como un robot programado sobre el "reinado de la brutalidad de Hitler entre 1933 y 1945", pero ¿cómo describir el reinado de la oligarquía bajo el cual vivimos nosotros todavía? Un tiempo oscuro que sólo acaba de empezar gracias a mendaces y cobardes cómplices de la opresión sistémica como, sin ir más lejos, ese mismo periodista.

Jaume Farrerons
20 de marzo de 2013

Monumento al criminal de guerra Winston Churchill en Barcelona. 























El mapa del horror nazi se ensancha

http://cultura.elpais.com/cultura/2013/03/04/actualidad/1362429770_809101.html

Existen los grandes e infames nombres que siempre conformaron la cartografía del horror: Auschwitz, Dachau, Treblinka, Varsovia. Y luego viene el vasto e interminable universo de grandes, medianos o pequeños campos de concentración y guetos que formaron el corazón del régimen nazi. Ahora, un estudio elaborado por investigadores del Museo del Holocausto de Estados Unidos en Washington ha cifrado en 42.500 los centros de la tortura, el sufrimiento y la muerte pensados y puestos en marcha por los nazis.

El total es tan inmensamente superior al que se creía hasta ahora que puede que la historia del Holocausto esté a punto de ser reescrita. De hecho, el hallazgo realizado por Geoffrey Megargee y Martin Dean —principales responsables del proyecto— es de tal envergadura en los números que aporta que ha caído como una auténtica bomba entre los especialistas del horror nazi y la solución final.

Según Megargee y Dean, entre 15 y 20 millones de personas murieron o fueron prisioneras en algunas de las instalaciones que el régimen nazi creó en Alemania o en sus países ocupados desde Francia a Rumanía, y que ahora se identifican en una gran enciclopedia cuyo último volumen está previsto que vea la luz en 2025. Los lugares ahora documentados no solo incluyen centros de la muerte, sino también 30.000 campos de trabajo forzado, 1.150 guetos judíos, 980 campos de concentración, 1.000 campos de prisioneros de guerra, 500 burdeles repletos de esclavas sexuales para los militares alemanes y miles de otros campos cuyo uso era practicar la eutanasia en los ancianos y enfermos, practicar abortos y germanizar a los prisioneros.

Hartmut Berghoff, director del Instituto Histórico Alemán en Washington, explica que cuando el Museo del Holocausto comenzó esta meticulosa investigación, “se creía que el número de campos y guetos estaba en los 7.000”. Partes enteras de la Europa en guerra se convirtieron en agujeros negros de muerte, tortura y esclavismo con la creación de campos y guetos durante el reinado de brutalidad de Hitler entre 1933 y 1945. “Ahora sabemos cómo de densa fue esa red, a pesar de que muchos campos fueran pequeños y tuvieran una vida corta”, explica.

Partes enteras de la Europa en guerra se convirtieron en agujeros negros de muerte, tortura y esclavismo con la creación de campos y guetos durante el reinado de brutalidad de Hitler entre 1933 y 1945
En un principio, los campos se construyeron para encerrar a los oponentes políticos del régimen, pero a medida que el nazismo se extendía como un cáncer por Europa, no solo se dio caza a los judíos sino también a gitanos, homosexuales, polacos, rusos, comunistas, republicanos españoles… Dependiendo de las necesidades de los nazis, los campos y los guetos variaban de tamaño y de organización, concluye el estudio.
El mayor gueto de triste fama es el de Varsovia, que durante su mayor ocupación albergó a 500.000 personas. El campo más pequeño identificado ahora por los investigadores del Museo del Holocausto tenía a una docena de personas realizando trabajos forzados en München-Schwabing (Alemania).
La investigación se ha alargado 13 años, a lo largo de los cuales las cifras del horror fueron creciendo sin parar a manos de los especialistas... hasta llegar a esos 42.500. El mapa que dibujan estos números ofrece una fotografía en la que literalmente no se podía ir a ningún lugar de Alemania sin encontrarse con un campo de trabajo o de concentración.
Durante años, muchos investigadores han centrado su trabajo en sacar a la luz a todas las víctimas del Holocausto, que muchos consideraban que era muy superior a la que se cita en los libros de texto. El número de judíos víctimas del nazismo se cifra en seis millones.

El hallazgo es un argumento más para combatir a los revisionistas y negacionistas del Holocausto
La investigación no solo abre la puerta a un nuevo capítulo de lo que la terminología nazi denominóla solución final, sino que posibilitará a los supervivientes del Holocausto presentar demandas o recuperar propiedades que les fueron robadas. Hasta la fecha, muchas peticiones a las compañías de seguro eran rechazadas porque las víctimas decían haber estado en un campo del que no se tenía registro. Eso acaba de cambiar. Aunque en opinión del profesor Berghoff, decir que la historia se va a reescribir sería “una exageración”. “La historia del Holocausto y su dimensión ya se conoce de sobra. Pero estamos sabiendo nuevos detalles, lo que es muy importante y deja los contornos mucho más claros”, apunta.
El trabajo ha recopilado documentación aportada por más de 400 investigadores e incluye también relatos de primera mano de las víctimas que describen con precisión cómo funcionaba el sistema y cuál era su propósito. Para algunos analistas, el hallazgo no solo es una herramienta fundamental para estudiosos y supervivientes sino un argumento más para combatir a los revisionistas y negacionistas del Holocausto.
El caso personal de Henry Greenbaum, superviviente del Holocausto, de 84 años y que vive a las afueras de Washington, queda recogido en la investigación del Museo. Es un claro ejemplo de la amplia variedad de sitios que los nazis utilizaron para aniquilar a los que consideraban enemigos de su doctrina. Greenbaum pasa hoy sus días mostrando el Museo del Holocausto a los visitantes. En su brazo está tatuado el número que el régimen le asignó: A188991. Su primera reclusión fue en el gueto de Starachowice (en su Polonia natal), donde los alemanes le encerraron a él y a su familia junto a otros habitantes judíos en 1940. Greenbaum tenía entonces 12 años.
Su familia fue enviada a morir en el campo de Treblinka, mientras él y su hermana fueron destinados a un campo de trabajos forzados. Su siguiente destino fue Auschwitz, de donde fue sacado para trabajar en una fábrica —también en Polonia— y después enviado a otro campo de trabajo en Flossenbürg, cerca de la frontera checa. Con 17 años, Henry Greenbaum había pasado por cinco encierros distintos e iba camino del sexto campo cuando fue liberado por los soldados norteamericanos en 1945.

Fuente: EL PAÍS, 8 de marzo de 2013

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