viernes, 12 de abril de 2013

Aceptar nuestra absoluta sumisión a Dios es fuente de la mayor sabiduría y felicidad


Entrevista a Hashim Cabrera, director de Webislam


12/04/2013 - Autor: Redacción Webislam - Fuente: Webislam



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Hashim Cabrera.

Nos encontramos en Fuen Real Alto, en Almodóvar del Río, donde vive y trabaja Hashim Cabrera, director del portal www.webislam.com. Un simple ordenador y una luz cenital que desciende desde una abertura en el tejado de su taller. Cuadros, colores y caligrafías componen el escenario de esta entrevista en la que Hashim pasa revista a casi tres décadas de trabajo editorial que han tenido como tema central al islam y a los musulmanes. Miles de páginas escritas sobre ello, conferencias, debates, etc., que han abierto en muchos casos senderos y cauces para nuevas reflexiones y propuestas. Ante tanta proliferación de ideas ¿No existe el riesgo de acabar repitiendo siempre las mismas cosas?

—Bueno, después de tantos años reflexionando sobre el islam y sobre los musulmanes en las sociedades occidentales me surgen algunas dudas razonables sobre la manera en que hemos analizado y explicado el fenómeno. Hablar del islam en la España de los años ochenta era hasta cierto punto algo interesante que tenía que ver con la memoria, con la cultura, con el legado histórico, etc. Aún no se había producido el fenómeno de la inmigración intensiva de musulmanes en las sociedades occidentales y aún nos hallábamos bajo la influencia del imaginario de la Guerra Fría, en el que la tensión todavía se manifestaba entre capitalistas y comunistas con áreas de influencia y culturas bien definidas.

Las cosas comenzaron a cambiar a partir de aquella década, cuando el sistema triunfante, el capitalismo, comenzó a transformarse en su variante más inmisericorde, en ese neoliberalismo que ha presidido las relaciones económicas y políticas entre los pueblos del mundo en los últimos treinta años. Así que al mismo tiempo que el escenario iba cambiando, también fue cambiando nuestra manera de comprender y vivir el islam. En ese sentido, aún manteniendo los temas esenciales, podemos decir que nuestras actitudes fueron evolucionando al compás de nuestras propias experiencias.

¿Cómo expresarías esa evolución, esos cambios en tu percepción del islam y de la Ummah?

—Los nuevos musulmanes, los conversos, quienes en las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado aceptamos el islam como alternativa a una manera de vivir que no nos gustaba ni respondía a nuestras necesidades más profundas, comenzamos a aprender las formas externas del islam, el din del islam, de las fuentes que entonces eran mas cercanas. Bien es verdad que en aquel momento no éramos muy conscientes de las implicaciones políticas y, sobre todo, espirituales que determinadas escuelas y movimientos representaban en la escena internacional. Recuerdo que en los noventa me invitaron a participar en un Seminario de Ciencias Teológicas organizado en Madrid por la Universidad de Riyadh. La verdad es que era una oportunidad estupenda para conocer de cerca las fuentes del islam, así que acudí a la cita, sin sospechar que la experiencia iba a resultar muy esclarecedora en otros sentidos.

Recuerdo la sensación de estupor que sentí durante los turnos de preguntas y lo lejos que me sentí de todo aquello. Yo había llegado al islam después de haber vivido la experiencia clerical del catolicismo. Para mí el islam había supuesto una liberación de dogmas y estructuras, sobre todo la posibilidad de conectar con la divinidad interior directamente, sin intermediarios. Así que en aquel seminario sentí de nuevo la intermediación, la imposibilidad, la dependencia de lo eclesial, etc. Pero me sirvió para comprender que la Ummah no está ni mucho menos libre de los problemas que acucian a las demás tradiciones religiosas o espirituales.

No deja de resultar gracioso y hasta paradójico que el único título islámico que tengo, la única iyaza para predicar y hacer dawa, sea precisamente de la Universidad de Riyadh.

Por otro lado quiero dejar claro que, independientemente de mi falta de sintonía con esas interpretaciones del islam, mi trato con los musulmanes de esas escuelas y países, ha sido siempre cordial y sincero. Una cosa son las ideas y doctrinas y otras las personas. Eso sí quiero dejarlo claro porque a veces se confunden las cosas. En cierto sentido aquella fue una experiencia liberadora ya que me permitió superar la visión idealizada que tenía de los musulmanes y, seguramente, eso me ha ayudado a comprender mejor la situación real de la Ummah.

Y ¿Cuál és, en tu opinión, esa ‘situación real’ de la Ummah?

— Si observamos en líneas generales la historia del islam, enseguida nos daremos cuenta de que, nada más partir el mensajero, la paz y las bendiciones sean con él, la comunidad comienza a expresar disensiones, diferencias de sensibilidad y de pensamiento. Eso, en sí mismo no es algo negativo. Siempre hemos defendido la pluralidad y la diferencia de opinión como una riqueza. Lo verdaderamente triste de este proceso es que se produce una situación de olvido progresivo, un distanciamiento, de las fuentes originales y una creciente adhesión a interpretaciones históricas que surgen en momentos y contextos muy precisos y determinados.

Poco a poco la comunidad se va dividiendo entre quienes defienden la letra y quienes defienden el espíritu contenido en dicha letra, abriéndose un abismo entre ambas actitudes, siendo que hasta ese momento eran expresiones de una sola realidad. A medida que las grandes personalidades espirituales de la época de Rasul (sas) van desapareciendo la brecha se va ensanchando y se van constituyendo las diferentes doctrinas y dogmas que han ido caracterizando las distintas épocas y escuelas, como en cualquier otro movimiento religioso o espiritual.

La gran diferencia, el gran milagro que disfrutamos los musulmanes es el Corán, el hecho de que, más allá de las interpretaciones y de las escuelas, contamos con un texto inalterado que contiene íntegramente la revelación divina hecha a Muhámmad hace más de quince siglos. Esa es ya, de por sí, una diferencia esencial, una garantía en la guía y en la dirección con la que cualquier musulmán o musulmana puede contar en todo momento.

Sin embargo, volviendo a tu pregunta, a cuál es la ‘situación real’ de la Ummah, hemos de reconocer la profunda herida que la atraviesa, lo lejos que estamos los musulmanes de la luz muhammadiana, que es la única capaz de ‘leer’ correctamente no sólo los ayat del Corán, sino las señales que por todas partes Allah, Subhana ua Ta’ala, nos envía. Sí, estamos lejos de ese ‘camino medio’ del que nos habló el profeta, la paz y las bendiciones sean con él y, en cambio, nos decantamos hacia extremismos que sólo conducen al enfrentamiento y a la contradicción.

Hoy vemos cómo, en nombre de una supuesta ‘pureza’ y de la lucha contra la idolatría se destruye el patrimonio islámico, se atenta contra la educación y la cultura, exactamente igual que ocurría hace siglos, Los almohades destruyeron una gran parte del legado andalusí, en la Edad Media, de la misma manera en que actualmente el salafismo, los nuevos almohades, están destruyendo las bibliotecas de los moriscos andalusíes en Mali. La brutal destrucción del patrimonio profético en La Meca es una prueba de ello.

Y ¿Cómo podría superarse o revertirse una situación tan compleja?

— Realmente yo no lo sé, no soy ningún sabio, pero cada día estoy más convencido de que la revivificación del islam ha de pasar por una vivencia interiorizada del mensaje coránico, de la Sunnah del profeta (sas). A lo largo de quince siglos de interpretaciones y doctrinas el din del islam se ha ido llenando de ideología, de una escolástica que es en muchos casos inútil y peligrosa. La tendencia casi constante a construir una ortodoxia es realmente un freno enorme a la difusión y experiencia del islam, una clericalización que, en mi opinión, va en contra de sus principios, aunque, parece ser que eso es algo consustancial a la naturaleza humana. Necesitamos seguridades, referencias ‘fuertes’, pero esas mismas referencias se vuelven en contra de los pueblos.

Una de las tareas quizás más necesarias y urgentes, es la de separar y diferenciar entre el din del islam y las prácticas culturales de los diversos pueblos de mayoría musulmana. El islam no ha estado nunca en contra de la cultura, pero hemos de ser cuidadosos y no confundir ambas cosas. Esa confusión está en la raiz de muchas interpretaciones erróneas que hoy se dan en muchas sociedades de mayoría musulmana, en las que vemos comportamientos poco islámicos en temas como la igualdad de género, los derechos humanos, la economía, la justicia social, el estatus de la minorías, la educación, etc.

Ser musulmán no consiste en llevar chilaba o perfumarse con musk, aunque ambas prácticas sean agradables y realmente cultas. Como a veces he dicho en alguna jutba, “el islam no es el cuscús”. No es bueno confundir estas cosas porque eso es, además, una imposición cultural bajo el pretexto de la religión. Tan musulmán es un hombre con barba como sin ella, con el pelo largo como afeitado, pero al final se crean unos estereotipos tan rígidos que acaban por confundir a unos y a otros, tanto a los musulmanes como a quienes no lo son. ¿Quién puede decirle a una mujer que no es musulmana porque no lleva pañuelo? ¿A quién corresponde la decisión de llevarlo o no llevarlo? ¿A quién corresponde la responsabilidad por vestir de esta o de otra manera?

La educación es un pilar fundamental para superar esas contradicciones. El acceso a la educación ha de ser prioritario para todos los miembros de la comunidad. Educación y cultura son la garantía de la supervivencia islámica. Quienes vivimos durante la dictadura conocemos muy bien la importancia que tienen la cultura y la educación para el progreso de las comunidades.

También la libertad de pensamiento es algo esencial si queremos que la comunidad islámica progrese. Siempre se ha dicho que la diversidad de puntos de vista ha sido uno de los factores de la riqueza intelectual islámica, una diversidad bien entendida que hizo posible los distintos florecimientos culturales, desde Bagdad hasta Córdoba.

Pero existen límites a la libertad de las personas, existen leyes y principios…, entonces ¿Qué papel juega la Shariah en la vida islámica?

— Es verdad que existen límites a la libertad individual. Esos límites están establecidos, en unos casas más claramente que en otros, tanto en el propio texto coránico como en la Sunnah, en los hadices auténticos que nos han sido transmitidos como en el propio sentido común.

Es verdad que a veces se confunden conceptos y se llama Shariah a lo que no es sino Fiqh, jurisprudencia islámica. La Shariah es el camino que nos conduce al manantial de toda justicia, el itinerario que nos ayuda a clarificar nuestros juicios. Si observamos el texto coránico, las escasas referencias legales que contiene están todas ellas llenas de sentido, de finalidad, que no es otra que promover y garantizar la convivencia entre iguales. Las normas coránicas claras expresan una profunda sabiduría que no la hallamos en los sistemas legales humanos.

Una de las cualidades de la vida islámica es la diversidad. En eso parece ser que hay un gran acuerdo entre las diversas doctrinas y escuelas. El islam no es una forma de vida uniformadora, homogeneizante. Al contrario, respeta y promueve lo personal, lo genuino que hay en cada ser humano, en cada criatura, pero lo hace desde una actitud de enorme relatividad. Cuando los musulmanes decimos “la illaha illah Allah” estamos reconociendo lo relativo de toda manifestación, de toda criatura, y nos estamos remitiendo a la Única Realidad, a Allah, Uno y Único.

Por eso es tan importante la experiencia interior, porque el islam no son palabras ni principios abstractos sino experiencias, visiones reales del mundo que vive el ser humano cuando comprende que su condición es la de ser una criatura, un ser creado por Dios, creador Único, Realidad Una y Única. Y esto no son palabras, de eso no hay duda. El islam no es una teoría sino una experiencia, la más humana y rica de las experiencias posibles.

Aceptar nuestra absoluta dependencia de Dios, nuestra absoluta sumisión a Su decreto, es la fuente de la mayor sabiduría y felicidad. El islam es precisamente eso, esa aceptación de nuestra condición real, una aceptación desde lo más profundo de nuestros corazones.

Cuando esa experiencia interior se produce, los límites aparecen con toda claridad. Alguien que es consciente de su naturaleza creada y dependiente es mucho más cuidadoso con sus semejantes, más compasivo con toda la creación. Cuando sabemos con certeza que es Allah y sólo Allah Quien traza los capítulos de nuestras vidas nos tornamos mucho más humildes y estamos menos dispuestos a transgredir esos límites que, entonces, nos resultan lógicos y naturales. Es lo que suele decirse de que “hay una Háqiqa en la Shariah, una sabiduría en la ley”.

Cualquier persona en su sano juicio puede darse cuenta de que matar, robar, engañar, etc…, son actos que van en contra de la vida humana, actos que han sido descritos como malos o como negativos por todas las tradiciones religiosas y espirituales. Otra cosa es qué hagamos ante determinadas conductas, cómo enfrentar las transgresiones.

Afortunadamente, esa misma diversidad interpretativa de la que hablábamos antes, esa diversidad de escuelas (mahdab) nos permite muchas y distintas lecturas, nos ayuda a enfrentar los problemas de convivencia con un repertorio amplio de soluciones. Esa es una razón más de que defendamos la libertad interpretativa y su esfuerzo (iÿtihad)

Durante años has escrito cientos, miles de páginas, sobre temas diversos que tratan del islam y de los musulmanes, pero en los últimos tiempos no publicas casi nada ¿A qué se debe este silencio?

—Como dije al principio de la entrevista, esa proliferación de textos tenía que ver con la necesidad que teníamos los nuevos musulmanes de comprender el islam y de vivirlo en el seno de una sociedad que, durante varios siglos, había vivido al margen o en contra de los valores no sólo islámicos, sino de todas aquellas formas de vida que no fuesen las oficialmente admitidas, en una sociedad donde no había libertad religiosa ni una tradición de libertades en general.

Necesitábamos explicarnos muchas cosas, conocer diversos asuntos que son básicos para poder vivir como musulmanes: el din del islam, la ‘aqida, la cosmovisión, la economía, las normas sociales, etc. Nos pusimos manos a la obra. Estudiamos a partir de las fuentes que entonces teníamos en castellano, que no eran muchas. Iniciamos precisamente una labor editorial y de publicaciones para poder tener acceso a esas fuentes.

En ese proceso nos fuimos dando cuenta de la necesidad que había de actualizar el legado andalusí, que había sido una de las grandes referencias espirituales y sociales de la historia islámica. En aquel tiempo estudiábamos de todo, leíamos cualquier cosa que nos explicase nuestra condición de musulmanes. Fuimos así abriendo puertas al pensamiento, al conocimiento del islam, a la historia, etc.

Hoy, mirando hacia atrás, tengo la sensación de haber sido bastante osado, de haber expresado cosas a veces cogidas, como suele decirse, ‘con alfileres’, pero era necesario hacerlo así entonces. Mi visión era entonces bastante integrista, bastante maximalista si cabe decirlo así, una visión en blanco y negro, con pocos matices, pero no podía tener otra, pues yo no tenía ni formación islámica ni académica ni vivencial.

Hay que tener en cuenta que yo no era un intelectual ni un analista. Mi formación era la de un artista visual. Es cierto que siempre tuve inquietudes intelectuales y que Dios me ha dado facilidad de expresión. Antes de mi aceptación del islam yo había escrito sobre todo poesía y algún ensayo, pero no se me había pasado por la cabeza hacer análisis políticos o económicos, o reflexionar sobre la historia o sobre el pensamiento.

Sin embargo, animado por mis hermanos, sobre todo por Mansur Escudero, Abdennur Coca y Sabora Uribe, que Allah les haya acogido a todos ellos, me puse a escribir y a publicar. Fue la época de Verde islam y el principio del portal web. En esa tarea, mi falta de formación académica fue suplida con una intuición que, gracias a Dios, resultó fecunda y positiva, útil al devenir del islam en este pais.

Mas tarde, a propósito de aquel discurso intuido, comenzaron a llegar nuevos musulmanes, gente ya preparada académica e intelectualmente que empezaron a aportar cosas realmente buenas, importantes. Así comenzaron a ponerse sobre la mesa las cuestiones candentes, la cuestión de género, la necesidad del iÿtihad, la situación de las minorías, etc, etc. Todo eso ha sido y es muy útil a la hora de pensar el islam contemporáneo, sobre todo en estas sociedades posmodernas en las que vivimos.

Con esa conciencia fui poco a poco dándome cuenta de que mi papel en este terreno se había cumplido ya. Soy consciente de haber contribuido a abrir el camino del pensamiento islámico contemporáneo en castellano, pero también de mis propias limitaciones. Una vez cumplida esa tarea de desbroce, el campo queda libre para los verdaderos intelectuales musulmanes, para quienes han dedicado sus vidas al conocimiento. Por mi parte, actualmente estoy tratando de regresar a mis actividades artísticas, cosa no muy fácil por cierto, dados los tiempos que corren y, sobre todo, el hecho de haber vivido durante todos estos años una cierta ‘desconexión’ del mundo del arte.

Doy gracias a Allah por haberme permitido vivir esa experiencia y Le pido guía y misericordia hasta el momento en que me convoque a Su presencia. A Él Le pido perdón con el corazón por mis errores y si, a causa de mis palabras, he podido conducir a errar a alguien. Astagfirullah.

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